Por Marcelo Valko, Resumen Latinoamericano, 23 de noviembre de 2020.
«Pienso que es bastante clara la enorme diferencia que existe entre alguien que “muere” y otro que es “asesinado”. Plantear que murió es una coartada del sistema que puede confundir incluso a los mejores.»
I La cabeza te la lavaron siempre de una u otra manera comenzando por el colegio donde nos contaron muchas cosas desde una posición determinada obligándonos a adoptarla de modo subliminal. Dijeron por ejemplo que Colón descubrió un continente que nunca estuvo escondido y que se encontraba habitado por innumerables pueblos con diversos sistemas de organización social desde cazadores recolectores como los tehuelches de patagonia a los mayas con sus sofisticadas construcciones producto de minuciosos conocimientos matemáticos. A todos ellos los metieron en una misma bolsa de gatos utilizando una sola palabra indios originada en un pertinaz error geográfico aunque estuvieran muy lejos de la India. Nos contaron los pesares de Hernán Cortes y los suyos cuando aquel 30 de junio de 1520 se produjo “La noche triste”. Los estudiantes asimilan desde el mismo título un posicionamiento desde un “nosotros” inclusivo frente a los “ellos”, los otros instalando la angustia de los conquistadores. Ese episodio narra las penalidades de las tropas españoles que huyeron de Tenochtitlan tras haber matado a mansalva, violado, destruido y robado todo lo que estuvo a la mano. Perder parte del botín en la huida “fue triste” y esta tristeza la siguen trasladando quinientos años después. Recordemos que en la visión de la historia oficial, todas las riquezas de los pueblos originarios se transformaban automáticamente en tesoros o botines que los europeos encontraban y se apoderaban naturalmente. Algo similar sucede en Chile. Los libros narran el “Desastre de Curalaba” que consistió en una batalla donde los mapuches al mando del cacique Pelantaro triunfaron sobre los conquistadores. Al hablar de “desastre” ubican al lector en forma automática en uno de los bandos.
II Otro caso se refiere al Inca Atahualpa. En su momento en Perú se produjo un acalorado debate que incluso se trasladó al mismo Congreso y que llevo al conocido historiador Raúl Porras Barrenechea a escribir Atahualpa no murió el 29 de agosto de 1533. Es decir se trataba de una disputa sobre el día en que murió el Inca. Ahora bien, tanto el debate parlamentario como el texto estaban errados desde todo punto de vista comenzando por el título. Atahualpa NO MURIÓ LO ASESINARON. Detenerse en tal o cual día solo posibilita desviar la atención del aspecto central. Recordemos que las huestes de Pizarro mediante un ardid secuestraron al Inca en Cajamarca y tras pedir como rescate las famosas habitaciones repletas de oro y plata que el secuestrado pago escrupulosamente para lograr su libertad, el secuestrador asesinó al secuestrado. Es decir no murió fue asesinado. Atahualpa no falleció de viejo o debido a una enfermedad repentina, fue un secuestrado que pese al pago puntual del rescate exigido fue asesinado por sus secuestradores. Pienso que es bastante clara la enorme diferencia que existe entre alguien que “muere” y otro que es “asesinado”. Plantear que murió es una coartada del sistema que puede confundir incluso a los mejores.
III Por ejemplo el 25 de noviembre en Tierra del Fuego se celebra el Día del Indígena Fueguino. Alguien podría decir, ¡qué bien! al menos los rescatan de la invisibilidad, pero no… Si indagan en las crónicas para conocer el motivo de tal fecha no saldrán del estupor. El 25 de noviembre de 1886 a poco de desembarcar en la isla de Tierra del Fuego el comandante Ramón Lista sin motivo alguno produce una matanza de indígenas que se conoce como “masacre de San Sebastián” tomando además prisioneros a una cantidad de mujeres y niños muchos de ellos heridos que fueron remitidos a Buenos Aires. Esa fecha nefasta, esa jornada de sangre es la que eligió alegremente el Estado para celebrar al indígena fueguino cuando es un día de luto que conmemora el genocidio selk´nam.
IV Agrego una última frutilla al postre. Veamos la autodenominada “Conquista del Desierto” que en 1879 ejecutó el general Julio Roca en la Patagonia que consistió en eliminar a los indígenas y deportar a los sobrevivientes. En primer lugar no era un desierto sino que estaba habitado y en segundo término no fue una conquista sino un despoblamiento masivo que construyó un desierto. Los estudiantes que cursan historia repiten mecánicamente “Conquista del Desierto”. En un desierto dada su definición no hay nadie a quien conquistar o contra quien combatir a excepción de la soledad. En fin, tenemos un Inca que no murió, una noche no necesariamente triste, un día que celebra un genocidio y un territorio que no era desierto y que fue construido… La cabeza te la lavaron siempre y así domesticados nos enseñaron a aprender todos estos contrasentidos en forma disciplinada. No en vano el poeta León Felipe en un verso certero afirma “me han dormido con todos los cuentos”.
V Tempranamente Antonio Gramsci al analizar que las ideas dominantes son las ideas de las clases dominantes nos alertó acerca de las categorías mentales que utilizamos para pensar. Con una agudeza que impacta señaló que se trata de categorías mentales opresoras, con ellas nos movemos por la vida y con ellas pensamos, si no advertimos la profundidad de la trampa jamás saldremos del laberinto hegemónico en que estamos inmersos. Repetir como una letanía “noche triste” y los demás ítems mencionados nos ubican y posicionan sustentando la ideología del poder quiérase o no. También la indiferencia actúa poderosamente en la historia. Actúa pasivamente, pero no deja de intervenir colonizando nuestros pensamientos. Frantz Fanon explica que la colonización es cultural, no solo física y asegura que “el colonizado es un invento del colonizador” eso quiere decir que se trata de una coartada, una creación que busca mantener privilegios mediante un mecanismo ideológico absurdo pero que desgraciadamente resulta muy. Sin embargo es posible evadirse desenmascarando el mecanismo mental opresor.
VI Los unos y los otros. Pensar o ser pensado, devaluar el hecho y elaborar el relato desemboca en esas construcciones irreales. Pese a tratarse de una historia guionada y ficcional, la pedagogía de la desmemoria es central en la curricula académica, es una suerte de patología que provoca amnesia colectiva al domesticar una generación tras otra. Para establecer relaciones asimétricas desde un relato de igualdad se diseminaron textos canónicos y manuales escolares y representaciones que desde sus pedestales actúan como hitos modélicos, paradigmas embalsamados, mojones de la obra maestra del poder que custodian un pasado inamovible utilizando una práctica discursiva acomodaticia al gusto de las elites que se beneficiaron desde siempre. Mediante esa operación simbólica se tergiversa y suplanta la realidad a través de un imaginario social que nos obtura la posibilidad de pensar y nos condena a ser pensados con categorías mentales opresoras. Cuando uno no piensa siempre existe otro dispuesto a hacerlo a nuestro costo y por su cuenta para explicarnos quienes somos y que necesitamos. La dependencia no solo es económica sino epistémica, la realidad viene envasada, etiquetada y pensada para todos. No en vano Hernández Arregui acierta en diagnosticar que la historia oficial es la Obra Maestra de la oligarquía. Tengamos presente que la discursividad emergente de esta situación tiene como ejes la negación, la distorsión, la sustitución de los hechos y el silencio cuyos efectos tienen profunda incidencia en la construcción del status quo y la relación de asimetría que surge. La memoria es la mejor herramienta de combate, es un bien común que logra enfrentar a la hegemonía. La cabeza te la lavaron siempre. Se trata de advertirlo y de pensar en lugar de ser pensados por el sistema