Por Ángeles Díez, Resumen Medio Oriente, 5 de diciembre de 2020-.
“El fascismo no es un partido político, sino una determinada concepción de vida y una actitud respecto del hombre, del amor y del trabajo”. (Wilhelm Reich)
Causa estupor y desconcierto que un estado colonialista de ideología racista como el israelí haya conseguido imponer su relato de víctima del terrorismo en amplias masas de la población a nivel mundial, especialmente en Europa.
Causa más zozobra aún observar cómo las clases medias, bienpensantes humanistas de todos los colores y sabores, socialdemócratas y progresistas, académicos y periodistas, dicen solidarizarse con la causa palestina pero al mismo tiempo rechazan el boicot al Estado sionista israelí; se cuidan mucho de no ser acusados de antisemitas y, en no pocas ocasiones, asumen que “algunos” palestinos son violentos y que deberían reconocer como legítimo al Estado ocupante.
Estas paradojas, sin embargo, son sólo aparentes si analizamos los factores socio-psíquicos que, a lo largo de la historia, han hecho que ideologías racistas y supremacistas hayan ido de la mano compartiendo objetivos e intereses; y además hayan conseguido el apoyo de amplias bases sociales, en un primer momento entre las clases medias y posteriormente entre las clases populares.
La sintonía entre el fascismo y el sionismo proviene de que comparten tanto el ser ideologías afines en relación con el racismo como de su visión pragmática e instrumental por encima de cualquier valor o principio ético. También es importante considerar cómo ambas se han servido de prácticas como la propaganda sistemática y continuada, o la manipulación emocional, o las alianzas económicas y de poder para ocultar sus objetivos e intereses.
Tampoco podemos dejar de lado la historia que las ha colocado en situación de entenderse y apoyarse persiguiendo ambas objetivos aparentemente distintos. Así, una investigación histórico-empírica muy bien documentada como la que realizó Lenni Brenner en 1983, demostró que en el periodo entreguerras en Europa el sionismo era un movimiento político muy marginal entre los judíos, que en general se encontraban integrados en sus respectivos países y no se planteaban emigrar a ningún lugar, a pesar del antisemitismo creciente. De hecho, estos judíos que no eran sionistas fueron los que sufrieron mayoritariamente la solución final de los nazis. Y fue la minoría sionista la que guiada por su ideología racista y por su objetivo de crear el reino del “superhombre” hebreo en Palestina quien, no sólo no se enfrentó ni a los nazis alemanes ni a los fascistas italianos, sino que pactó con ellos para vaciar Europa de judíos.
Pero parece que el pasado, pasado está, y los planes sionistas han vuelto a confluir, tanto con el proyecto imperialista estadounidense como con las políticas racistas y clasistas europeas. Unas políticas diferentes en las formas pero similares en los contenidos y en la lógica que les impulsa. Así, Obama más discreto y Trump más directo, las administraciones estadounidenses siempre han garantizado con armas y recursos la supervivencia de su enclave sionista en Oriente Próximo; pero los aliados europeos han sido quienes han creado las condiciones ideológicas para normalizar la ocupación y el apartheid al que somete el Ente sionista a los palestinos.
La triada imperialismo-fascismo-sionismo ha creado redes de poder que se han desplegado a lo largo y ancho del planeta. De la mano del imperialismo, tanto el fascismo como el sionismo israelí se han convertido en fenómenos globales vinculados tanto a la guerra como al terrorismo. De ahí que no haya sido casual que aparecieran banderas israelís entre la oposición golpista venezolana en el 2016 [2], o entre la ultraderecha golpista boliviana en el 2020 [3], tampoco las muy estrechas relaciones entre Netanyahu y Bolsonaro [4], o la cooperación, asesoría y apoyo militar de Israel a Colombia, etc. Pero tampoco es casualidad que la ultraderecha fascista europea al tiempo que ataca a los judíos sea una firme aliada del Estado sionista israelí. Como señala Alys Samson Estapé, Europa nunca ha sido el continente abierto y progresista que nos quieren hacer creer; ningún país europeo ha hecho frente a sus crímenes coloniales con reparaciones, y su complicidad con el apartheid israelí contra el pueblo palestino es más que evidente al declarar al Estado sionista socio preferente. También el historiador Ilan Pappé afirma que el sionismo siempre tuvo el apoyo de la extrema derecha antisemita ya que comparten el mismo objetivo: “ninguno de los dos quiere que haya judíos en Europa” [5]
De este modo, después de la II Guerra mundial el sionismo se convirtió en la pieza clave de la expansión y dominio imperialista; y constituye una de las máscaras tras la que se oculta el fascismo.
Fascismo y sionismo han aumentando su influencia mutua durante años, sin embargo, mientras que el fascismo (travestido de partido de ultraderecha) sigue causando algún recelo entre sectores de clase media, el sionismo, cuya expresión inequívoca es el Estado israelí, apenas encuentra oposición. El sionismo se camufla fácilmente en los múltiples instrumentos organizativos y jurídicos, lobbies, élites económicas y científicas que operan en Occidente entre los sectores progresistas. La proliferación de películas estadounidenses sobre el holocausto y con protagonistas judíos, que inundan las pantallas de todo el mundo, sirve para ocultar la barbarie sionista contra los palestinos.
Al igual que ocurrió en el periodo entre guerras en Europa, las bases sociales que apoyan a los partidos fascistas va en aumento y lo mismo ocurre con el sionismo; que es capaz de ocultar su ideología fascista y supremacista bajo el ropaje progresista que le facilitan académicos, intelectuales y políticos que callan sobre el apartheid israelí, sobre los prisioneros palestinos, sobre las torturas y asesinatos, y sobre la violación de derechos que sufre cotidianamente el pueblo palestino.
Ciertamente, hay importantes sectores de las poblaciones occidentales que no se dejan engañar por la maquinaria de propaganda sionista y que apoyan la causa palestina. Desde 1977, el 29 de noviembre de cada año, Naciones Unidas conmemora el Día Internacional de Solidaridad con el Pueblo Palestino, y este año, a pesar de la pandemia del COVID-19 se realizaron innumerables actos de solidaridad con Palestina en todo el mundo.
Sin embargo, la pregunta que deberíamos hacernos no es por qué hay personas que apoyan la causa palestina, eso es lo más lógico y razonable. Los seres humanos tendemos a empatizar con las víctimas, y en el caso que nos ocupa, no cabe duda de que la evidencia histórica, numérica, y jurídica está del lado de los palestinos. Es difícil tapar el sol con un dedo aunque el dedo sionista sea muy grande. La pregunta que hemos de hacernos es por qué hay tanta gente que todavía no defiende la causa palestina, por qué todavía hay personas sensibles que no hacen nada por acabar con la ocupación sionista.
Se trataría pues de entender por qué, a pesar de que año tras año la causa palestina despierta más y más solidaridad, esa solidaridad no se traduce en acciones contundentes y eficaces que hagan retroceder los avances del sionismo.
Es probable que la clave esté en que, los mismos factores históricos, culturales, sociológicos y económicos que han posibilitado el ascenso de los partidos fascistas, estén detrás de la expansión sionista tanto en sectores populares como de izquierdas. La fabricación de individuos sumisos y obedientes es un factor que explica que las masas, sometidas a distintas formas de explotación actúen en contra de sus intereses o simplemente no actúen.
El capitalismo no sólo produce mercancías, produce individuos. Durante los últimos años, más aún tras la crisis financiera del 2008, las poblaciones europeas se han ido haciendo cada vez más y más conservadoras. En tiempos de bonanza las clases medias proyectan su mirada hacia arriba pero en tiempos de crisis tratan desesperadamente de conservar su nivel de vida a cualquier precio, y las clases trabajadoras aceptan su empobrecimiento como un acontecimiento desgraciado inevitable.
El carácter conservador y sumiso se ha generalizado cimentando la base de los fascismos. Tal y como describía W. Reich en 1933 “fueron precisamente las masas pauperizadas las que ayudaron a que el fascismo, la reacción política más extrema, tomara el poder”. [6] El pensar y el actuar de las masas es tan contradictorio como la sociedad de la que surgen. Las condiciones psicológicas en las que se encontraban las poblaciones europeas en el periodo de entreguerras – nos dice Reich- “las lleva a absorber la ideología imperialista y traducir en hechos las consignas imperialistas, en flagrante contradicción con la mentalidad pacífica y apolítica de la población alemana” [7].
Algunos partidos y activistas de izquierda creen que la conciencia de las masas se adquiere a base de discursos, de lemas o consignas, explicando a las masas los horrores que les esperan si triunfan los partidos de extrema derecha. Sin embargo, ni la conciencia de clase ni la solidaridad se crean con discursos. Si el fascismo está de nuevo eclosionando en Europa es porque se han creado las condiciones culturales, ideológicas y psicológicas para que prolifere: individualismo, consumismo, sumisión, racismo, chovinismo, etc., valores propios de las clases dominantes que tienen que generalizarse para mantener la reproducción del sistema capitalista. Es ahí donde podemos ver cómo el sionismo, primo hermano del fascismo, avanza también en todos los sectores sociales. En las clases medias temerosas de enfadar a las élites y perder sus privilegios relativos, en las clases populares predispuestas a aceptar los discursos y actuaciones racistas del sionismo porque ya han asumido hace tiempo el discurso racista contra la emigración, chivo expiatorio y causa de todos sus males.
Si en el periodo de entre guerras la socialdemocracia tuvo una responsabilidad enorme en el ascenso del fascismo y del sionismo, de la misma forma hoy, allí donde gobierna, no hace más que reproducir el conservadurismo de sus bases que luchan por mantener su nivel de vida contra las masas nacionales depauperadas, y contra los emigrantes que huyen de la miseria que riega por doquier el imperialismo.
Cuando los gobiernos democráticos tienden a convertirse en estados de excepción el papel de los fascismos es contener la protesta social, actuar como amenaza que enarbolan las socialdemocracias para justificar sus políticas “respetuosas con el Capital”, el libre mercado y la formalidad “democrática”. Decía W. Reich que “Cuando no hay organizaciones revolucionarias, decepcionado por la socialdemocracia y sometido a la contradicción entre la depauperación y el pensamiento conservador, el trabajador termina por adscribirse al fascismo”. [8]
La forma de vida conservadora y reaccionaria que nos distancia del sufrimiento de los otros ha penetrado en nuestra vida cotidiana mientras que los panfletos y los discursos solidarios apenas duran unas horas. Es aquí donde hay que incidir para revertir el proceso de deshumanización en el que medra el fascismo.
A medida que el fascismo asciende, se crean las condiciones para que fructifique el sionismo (la ideología fascista coincidente) porque la raíz del sionismo es la misma: el racismo.
El sionismo encuentra en el fascismo todos los nutrientes necesarios para avanzar. El fascismo encuentra en el sionismo una imagen menos marcada históricamente, le es más fácil ocultarse dado que el sionismo como ideología es menos reconocible entre las grandes masas de las poblaciones occidentales.
Por ello, enfrentar al fascismo implica desenmascarar todas sus expresiones, una de ellas, el sionismo. Implica reconocer que la causa palestina es la clave de bóveda, el parteaguas que delimita el campo en el que se juega, no el futuro de un pueblo, sino de la humanidad.
Fuente: insurgente.org