Por Elijah J. Magnier. Resumen Latinoamericano, 20 de diciembre de 2020.
El presidente venezolano Nicolás Maduro y su equipo pusieron fin al sueño del presidente Donald Trump de derrocar el sistema democrático en Venezuela mediante un golpe KO: la victoria aplastante del partido gobernante de Maduro (67% en la Asamblea Nacional). El «hombre de Washington», Juan Guaidó, pertenece de ahora en adelante a la historia, como cualquier persona que presione para que intervengan fuerzas extranjeras en su propio país y, en este caso en concreto, por ser de aquellos que piden que Estados Unidos mantenga y aumente las «sanciones» contra Venezuela.
Maduro ofrece a Rusia e Irán la posibilidad de que ambos países jueguen un rol en el «patio trasero» de los Estados Unidos, siempre y cuando Venezuela se beneficie de esta batalla internacional. Esto se debe a una alineación de objetivos e ideología. La guerra «blanda» de Estados Unidos, a través de duras «sanciones», está demostrándose ineficaz en Venezuela, y su fracaso se asemeja ya al de otras partes del mundo, en particular en Oriente Medio.
Durante seis años, la oposición venezolana tuvo la mayoría en la Asamblea Nacional, permitiendo que el presidente Donald Trump dividiera la sociedad venezolana y la pusiera en contra del presidente Maduro. Por eso los Estados Unidos, la Unión Europea y otros 50 países reconocieron a Guaidó como presidente, un acto que constituye una violación flagrante del derecho internacional. Estados Unidos contempló el uso de la fuerza militar para frenar a Venezuela, pero Rusia envió asesores militares y armamento a modo de advertencia para los Estados Unidos, quienes se mantuvieran alejados.
Moscú envió aviones SU-30 y misiles S‑300 a Venezuela. Sin embargo, esto es prácticamente irrelevante, porque en última instancia, no son las armas lo que podría detener a Estados Unidos, sino una política de disuasión: Rusia puede poner en peligro los intereses de Estados Unidos en docenas de otros lugares del mundo, si no se respeta este equilibrio de poder.
Irán se unió a Rusia en el desafío a los Estados Unidos mediante el envío de varios petroleros y de piezas de repuesto a Venezuela, para tratar de arreglar las seis refinerías paralizadas por las «sanciones» de Estados Unidos. Estas abarcaban una moratoria en piezas de repuesto de petróleo y gas, alimentos y medicinas (recordemos, en medio de la pandemia del coronavirus). De esta manera, la reserva de petróleo más rica del mundo se encontraba paralizada por las duras «sanciones» de Estados Unidos.
Esta «guerra blanda» que utiliza los Estados Unidos para matar de hambre a los venezolanos es la misma política adoptada en Siria, Líbano, Palestina, Irán y Yemen y, de hecho, en todos los lugares donde los Estados Unidos es ahora desobedecido.
Se sospecha que Rusia invierte en Venezuela sin atender a pérdidas o ganancias financieras, porque el presidente Vladimir Putin decidió recuperar el lugar de Rusia en la arena internacional y se revolvió a anular el interminable deseo unilateral de hegemonía de los Estados Unidos. La presencia de los rusos en Venezuela representa una ventaja enorme para Putin a la hora de hacer frente a cualquier administración de Estados Unidos, ya que Moscú siempre será considerado un enemigo para estos.
Si Washington decidiera actuar o moverse en cualquier frente (como lo hizo en Ucrania) o cualquier otro país que sea considerado una cuestión de seguridad nacional para Rusia, Moscú puede avanzar en el frente venezolano y aumentar su apoyo al gobierno de Caracas.
Rusia e Irán están presentes en Siria y han cooperado sobre el terreno durante los últimos cinco años (2015−2020). Ambos lucharon juntos contra el plan de Estados Unidos de derrocar al presidente Bashar al-Assad y ganaron la batalla. En Irak, ambos países también estuvieron presentes, ofreciendo inteligencia y otros tipos de apoyo al gobierno de Bagdad, para desbaratar activamente el plan de los Estados Unidos de dividir el país en tres sub-Estados.
En Venezuela, Teherán está respondiendo cruzando los mares. La República Islámica de Irán está siguiendo los mismos pasos que Rusia, golpeando a Washington donde más le duele. Los Estados Unidos construyeron docenas de bases militares alrededor de Irán y llevaron a la mayoría de los países del Golfo a normalizar su relación con Israel, el enemigo acérrimo de Irán. Teherán ha respondido, no solo construyendo un frente de aliados en Oriente Medio, sino apoyando a Venezuela, desafiando a Washington en su escenario latinoamericano.
Los Estados Unidos siempre han jugado en las arenas de otros países, pero Venezuela ofrece una oportunidad única para que tanto Rusia como Irán tengan presencia en el «patio trasero» de los Estados Unidos.
La relación Irán-Venezuela podría parecer más oportunista que estratégica. Puede haberse iniciado debido a la política exterior de Trump, en particular por sus duras «sanciones» a Irán, empujándolo a encontrar otras cartas para jugar contra esta administración estadounidense tan hostil. Sin embargo, Venezuela debería buscar ahora vínculos más sólidos, elevando su relación con Irán a un nivel estratégico.
Ahora que el presidente Maduro controla la mayoría de la Asamblea Nacional, está demostrado que sigue siendo el hombre fuerte del país. Ignoró por completo al títere de los Estados Unidos (Juan Guaidó), quien no logró unificar la oposición bajo un solo paraguas y, por lo tanto, no tuvo éxito en el derrocamiento del Presidente, a pesar del pleno apoyo de Estados Unidos y la Unión Europea.
Maduro continúa enviando mensajes positivos al presidente-electo Joe Biden, invitando a la nueva administración a adoptar una nueva política hacia Venezuela, incluso cuando el entendimiento general es que Trump y Biden podrían resultar ser dos caras de la misma moneda en lo que respecta a la política estadounidense hacia América Latina.
Mientras tanto, Maduro sigue disfrutando del apoyo de Irán, que está enviando una gran flota de petroleros, y confía en que Trump no lo detendrá en el camino. Irán ha determinado que la administración estadounidense tendrá que enfrentarse a la confiscación inmediata de cualquier petrolero que cruce el Estrecho de Ormuz, en el caso de que la Marina estadounidense detuviese a algún barco iraní en el curso de su trayecto hacia Venezuela.
Es cierto que, ideológicamente, la Venezuela socialista no tiene conexión con la ideología de la República Islámica de Irán. Sin embargo, ambos países se encuentran en una posición similar. Venezuela apoya la causa palestina y se opone a la hegemonía de los Estados Unidos. Irán considera la causa palestina como un asunto prioritario, lo que le permite «encontrarse» con Venezuela en el desafío del dominio estadounidense. No hay necesidad de que las políticas socialistas y el Islam se mezclen, porque se reúnen bajo el paraguas de la resistencia, lo cual tiene como último efecto diluir la presión política de Estados Unidos hacia Irán.
Teherán ha encontrado un lugar en el «patio trasero» de Estados Unidos, enviando el claro mensaje de que no es un simple país de Oriente Medio que espera la protección de Estados Unidos, como la mayoría de los Estados del Golfo. Se ha convertido en una potencia regional que debe ser tenida en cuenta cuando EE.UU. desenvuelva su estrategia en la región.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés en la web de Elijah J. Magnier el 12 de diciembre de 2020, la traducción fue realizada por Eli C. Casas.
Fuente: Misión Verdad