Por Marcelo Valko*, Resumen Latinoamericano, 20 de diciembre de 2020.
I A Dios rogando… En la nota anterior “Vienen por el Agua” mencioné que el 8 de diciembre pasado comenzó a cotizar el agua en la Bolsa de Valores de Wall Strett. Precisamente ese día es el que muchas familias en latinoamericana deciden armar el “arbolito de navidad”. La veneración del árbol la descubrimos en diferentes culturas y tiempos desde la India Védica al Popol Vuh de los maya quiches. Lo encontramos arraigada entre los celtas con sus druidas y en las kenningar de la mitología germano-escandinava. La civilización Occidental heredó tal fervor y lo transformó en un símbolo tan fuerte que los principales puntos financieros se ufanan en lucir enormes árboles navideños como sucede en el centro de Manhattan con el Rockefeller Center que acaba de erigir en la plazoleta frente a sus puertas un abeto de 23 metros que trajeron desde Canadá. Del otro lado del Atlántico en Fráncfort, la metrópoli financiera de Alemania colocaron en la plaza de Römerberg un abeto de 21 metros. A diferencia de lo ocurrido en New York donde el árbol fue talado ex profeso en este caso el ejemplar fue cortado durante la restauración de un arroyo. Menos espectaculares son los arboles sintéticos y de tamaño normal que lucen los hogares. Veremos que esta arraigada tradición de utilizar un árbol como objeto y soporte de adoración viene de larga data y aunque resulte difícil de creer también el combate contra el árbol proviene de horizontes aún más lejanos en el que participan incluso santos canonizados por la Iglesia.
II y con el mazo dando. Ante la imposibilidad de desterrar creencias paganas la teología católica se vio forzada a aceptar la adoración de una infinidad de santos de “probada eficacia” para conjurar presagos, evitar daños meteorológicos, económicos o corporales. Así como san Antonio es muy ducho en solucionar problemas amorosos estas representaciones divinas están especializadas en contrarrestar distintos eventos negativos por ejemplo san Gregorio es eficaz para espantar las plagas de langostas al igual que san Agustín. San Marcial era una luz erradicando invasiones de hormigas, san Sebastián era invocado frente la peste, la Virgen de los Reyes de Sevilla para terminar con la sequía o el apóstol Santiago para disuadir tormentas de rayos y granizos. Otros como el multifacético san Francisco de Borja era muy poderoso contra temblores, borrascas y tempestades y san Ramón Nonato era el predilecto para controlar que el embarazo llegue a buen término mientras que santa Margarita se la considera eficaz para invocar un parto sin dolor. A su vez san Huberto era excelente para curar la rabia y picaduras de serpientes, san Genaro para detener la erupción del Vesubio, otros se convirtieron en patrones de los zapateros como san Crispín, santa Blandina de las criadas, san Claudio de Bensancon de los jugueteros, santa Marta de las cocineras, el evangelista Mateo es patrón de los banqueros y el arcángel Gabriel es un sofisticado patrón de las telecomunicaciones. En Cuzco el Cristo de los Temblores es tal vez la figura más popular por su probada aptitud para detener terremotos. La lista es mucho más extensa pero supongo suficiente este muestrario. Del enorme listado de personajes existe dos que me interesan mencionar y vienen al caso de la nota, uno es san Martín y el otro san Bonifacio que se dedicaban a derribar los arboles adorados por los paganos, incluso existen reproducciones pictóricas que los muestran blandiendo el hacha con entusiasmo para difundir el Evangelio…
III El par de santos mencionados combatían contra las arraigadas supersticiones de las mitologías de los pueblos barbaros que sin embargo lograron derrumbar al Imperio Romano. Tanto celtas como germano-escandinavos adoraban al Árbol Universal, el árbol del centro del mundo uno de cuyos nombres era Yggdrasil considerado como un Eje Cósmico o Axis mundi por el cual los dioses o la energía primigenia fluye ascendiendo o descendiendo para mantener el funcionamiento la vida. Ese Árbol central y sus tres dimensiones, las raíces que se hunden en el infierno, el tronco que abarca lo terrestre y su copa llega al Cielo sostiene la renovación del mundo y sus ciclos de temporalidad agraria. Tal mitología mencionaba el peligro tremendo asociado a la muerte del Árbol desafiado por un águila que come su follaje, el tronco amenazado por la putrefacción o una maligna serpiente que roe sus raíces. Si el árbol perece sobrevendrá el Fin del Mundo conocido como Ragnarôk. Lo que acabo de mencionar nos da una somera idea de lo que representaba para las gentes el accionar de san Martin y san Bonifacio nuestros santos hacheros talando aquí y allá.
IV Durante la Conquista de América, la Iglesia utilizó sitios de geografía sagrada para erigir sus propios lugares de culto ya que se trataba de espacios de peregrinación donde existía una gimnasia litúrgica previa. De ese modo y para mencionar apenas dos casos, el espacio ocupado por el gran templo de Tenochtitlan se convirtió en la Catedral de México y otro tanto ocurrió en Cuzco donde el sagrado Coricancha centro del Tahuantinsuyo se transformó en el Templo de Santo Domingo. Algo similar a lo ocurrido con la geografía sagrada fue la conversión que experimentó el Árbol Cósmico que pese a los esfuerzos de nuestros hacheros no resultaron suficientes para erradicarlo, en consecuencia el símbolo y la fecha de su festividad fue revestida de una nueva significación. Nada en la Biblia indica que el 25 de diciembre fue el día del nacimiento de Cristo. En cambio, esa época era el momento en que nacían varios dioses. Por ejemplo el egipcio Horus, el romano Mitra y el dios nórdico Frey entre otros eligieron nacer en el solsticio de invierno (hemisferio norte) entre el 21 y 24 de diciembre. Julio Cesar introdujo para ese día la fiesta de Natalis Solis Invicti (el nacimiento del sol invencible) medio siglo antes del año cero coincidiendo la festividad con las Saturnalias que venía desde un par de siglos antes. La evangelización resolvió cristianizar esa fecha y también el símbolo que utilizaban las gentes: el árbol.
V El proceso fue tan complejo como exitoso, la madera se asoció a la cruz y de esa forma lo encontramos en textos patrísticos y litúrgicos donde comparan a la cruz como una enorme escalera o elevación tal como era el árbol cósmico que llegaba a los cielos. Y de esa forma el abeto u otra conífera como un pino, que tiene un tamaño triangular se relacionó con la trinidad (Padre, Hijo, Espíritu Santo) montándolo sobre el significado nórdico-celta de nacimiento, vida y muerte que representaban las tres partes de un árbol raíz, tronco y copa. Para sintetizar, luego comenzaron los adornos como las esferas de colores brillantes que representan las manzanas del pecado que son contrarrestadas por la iluminación de las velas y luego por las hileras de lamparitas para significar la luz de Cristo, a su vez la estrella de la punta equivale a la estrella de Belén. Como vemos el significante árbol navideño encierra un significado profundo, irreductible, que resultó imposible de talar pese al empeño de Martín y Bonifacio y que nos lleva muy lejos en el viaje de las culturas humanas donde ciertos símbolos arquetípicos continúan a través de nosotros su viaje temporal.
* Autor de numerosos textos, psicólogo, docente universitario, especialista en etnoliteratura y en investigar genocidio indígena.