Elegir entre Euskal Herria y España, entre una vía soberanista que progresivamente nos lleve a la creación de un Estado propio o estancarse en gestionar un autonomismo pensado para la progresiva asimilación de la identidad vasca por la cultura española, ese es el dilema con el que se encuentra el PNV. Es un dilema histórico, que en la actualidad adquiere especial relevancia.
Ya en vida de su propio fundador conoció un importante bandazo hacia el españolismo. Y posteriormente ha vivido tensiones y divisiones provocadas por su eterna ambivalencia entre ambos nacionalismos. Muchas de sus bases son profundamente nacionalistas por su cultura y sentimientos abertzales. Y sin embargo, una dirección mayoritariamente supeditada a los intereses económicos y políticos, con permanente tendencia a someterse a las directrices centralistas de Madrid, coloca a dicho partido en una encrucijada vital.
Durante la primera mitad de su siglo de existencia, el PNV aprovechó la falta de un movimiento abertzale de izquierdas potente para poder jugar su papel ambivalente; y en los últimos sesenta años se ha valido fundamentalmente de la persecución sistemática a la que hemos sido sometidos por parte de los dos estados que pretenden anularnos. Pero el panorama político va variando de manera muy importante, al menos en dos factores fundamentales: por una parte, el nivel de conciencia abertzale va alcanzando cotas muy significativas en la población vasca y, por otra, se va perfilando la creación de un amplio movimiento soberanista con distintas expresiones en el campo sindical, político y popular.
El estas últimas semanas he tenido la oportunidad de vivir muy de cerca las vibraciones de la sociedad catalana herida por el mazazo del Tribunal Constitucional a la voluntad libremente expresada por la máxima institución del Principado y de la gran mayoría de su población. Y se me ha alegrado el ojillo al escuchar a todos los líderes abertzales, tanto de Cataluña como de Euskal Herria sin excepción alguna, repetir hasta la saciedad de que esta sentencia supone el final del estado de las autonomías, al dejarlo «herido de muerte».
He escuchado muchas expresiones que se me hacían muy familiares, toda vez que desde la izquierda abertzale las hemos repetido de manera constante desde la aprobación de la Constitución española en el año 1978 y de los posteriores estatutos de autonomía emanadas de la misma. Pero ya no somos solamente nosotros los que decimos que esta vía no tenía más recorrido que el de la asimilación. Ante la evidente reacción popular contra la sentencia, desde CIU al PNV, pasando por ERC, EA, Alternatiba, Aralar y la izquierda abertzale, todos hemos coincidido en una idea básica: esta sentencia es el final de una etapa, hasta aquí ha llegado el autonomismo y este camino no da más de sí. Y la reacción no conoce excepciones, desde Artur Mas y Urkullu hasta el representante de Alternatiba, las afirmaciones han sido rotundas y sin ambigüedades.
Es evidente que determinados partidos olvidan rápidamente muchas de esas afirmaciones. Pero, ¿y los cientos de miles de ciudadanas y ciudadanos que han vibrado de emoción y sueñan con una estrategia soberanista que aglutine a amplios espectros populares? ¿también a ellos se les olvidará? Es posible que el día 10 de julio sea una fecha significativa, el punto de inflexión hacia una estrategia diferente. La situación provoca una pregunta de manual: si esta sentencia viene a ser el final de una etapa, ¿cuáles son los mimbres con los que debemos construir la siguiente fase política? Si el Tribunal nos dice bien claro: esta Constitución no puede acoger vuestras exigencias, ¿cuál es la alternativa a seguir? Y, evidentemente, caben única y exclusivamente dos: aceptar el corsé que nos ahoga y aceptar el proceso de asimilación planificado desde Madrid o unir nuestros esfuerzos hacia una estrategia soberanista sin retorno. Es decir, hacerle frente al Estado con mecanismos políticos y democráticos, exigiendo un ordenamiento jurídico que respete las aspiraciones legítimas de nuestras respectivas sociedades.
En la impresionante manifestación de Barcelona, y esa misma tarde en la manifestación que se celebró en Donostia, se apuntaban los dos ejes del proceso a seguir: unir las fuerzas políticas y sociales en defensa de una estrategia soberanista que recoja nítidamente el derecho a decidir de Euskal Herria. Más allá de simples palabras y de intenciones, se marcaba el camino del futuro en cuanto a su sus objetivos se refiere y en su metodología. Mucho nos falta por recorrer a unos y otros. En Barcelona había una envidiable pluralidad, pero en Donostia se palpaba claridad de objetivos acompañada de voluntad inquebrantable por sumar y unir fuerzas en una perspectiva amplia y plural.
Nos consta que el PNV, en sus mensajes internos, así como en declaraciones públicas de algunos de sus dirigentes, subrayan la idea de que la izquierda abertzale excluye al PNV de un trabajo en común en pro de la soberanía de Euskal Herria. Y eso es radicalmente falso. Si el PNV no forma parte de una alianza estratégica para lograr el Estado vasco no es por otra razón que por su propia autoexclusión. Y se ha autoexcluido por su política diaria, constantemente orientada a lograr pactos humillantes con el PSOE, y por las manifiestas declaraciones de todos sus portavoces despreciando los esfuerzos por impulsar un amplio movimiento soberanista.
Es más, no tenemos ningún inconveniente, y me atrevería a afirmar que sería una gran noticia para nosotros y para la gran mayoría de la población de nuestro pueblo, en que la dirección del PNV anuncie públicamente que ha llegado a la conclusión de diseñar una estrategia de acumulación de fuerzas en el camino de la creación del Estado vasco o en la defensa del derecho a la autodeterminación. Es cierto que la izquierda abertzale está cansada de esperar un cambio de actitud de la dirección jeltzale y que no está dispuesta a admitir vetos de nadie en el camino de la construcción nacional, pero que a nadie le quepa ninguna duda de que nuestra disposición es total a actuar de manera abierta y plural.
Y quiero añadir que no es honesto ni serio culpabilizar a otros de sus propios miedos y cálculos económicos. La dirección del PNV no da ningún paso en la confrontación democrática con el Estado entre otras razones por miedo al compromiso y el esfuerzo que conlleva una defensa firme de la identidad de una nación sometida y, por otra parte, porque creen que un pacto con el PSOE es más favorable, al menos a corto plazo, para sus particulares intereses económicos y electorales. Al PNV le veremos tomando parte en iniciativas de claro matiz soberanista en la medida en que aumente el apoyo popular y se lo exijan sus intereses electorales. Solamente la presión popular y la determinación de algunos sectores internos, si alguna vez tienen la valentía de rebelarse abiertamente, obligarán a dicho partido a romper con los centros de poder madrileños.
La contundente negativa del PSOE-PP en el Congreso de los Diputados, con motivo del Debate sobre el Estado de la Nación española, a todas sus propuestas de contenido político, deja en evidencia una vez más la estrategia uniformista de los partidos españoles. Pero ante esta nueva burla, no se le ocurre al PNV mejor idea que seguir tendiendo la mano, en espera de una mejor oportunidad para el intercambio de cromos. Ha vuelto a perder la oportunidad de tomar el liderazgo en el camino de una estrategia que rompa amarras con esta España a la deriva. Si, como vino a decir Urkullu en la manifestación del día 10 de julio en Barcelona, la fase estatutaria ha llegado a su fin, ¿no es hora de acordar una estrategia propia de Euskal Herria para sacudir esta dependencia secular?
Un partido que se autodefine como abertzale no puede estar al servicio de otro que apuesta por eliminar la identidad de nuestro pueblo e históricamente trata de borrarnos del mapa. Es difícil de entender. Y en todo caso, es una apuesta errónea con repercusiones negativas para el futuro de nuestro pueblo.