Pen­sa­mien­to crí­ti­co. Amé­ri­ca Lati­na tie­ne los mili­ta­res que le fal­ta­ron a Trump

Por Mario Osa­va. Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 12 de enero de 2021.

Pro­pio de una “repú­bli­ca bana­ne­ra” fue la des­ca­li­fi­ca­ción con que muchos com­pa­ra­ron el asal­to al Capi­to­lio, el 6 de enero en Washing­ton, por hues­tes azu­za­das por el salien­te pre­si­den­te Donald Trump, a lo que sue­le ocu­rrir en Amé­ri­ca Lati­na. Pero es dis­tin­to y la dife­ren­cia son los militares.

La extre­ma dere­cha lati­no­ame­ri­ca­na, en gene­ral, depen­de de las Fuer­zas Arma­das, y en algu­nos casos tam­bién gober­nan­tes con­si­de­ra­dos de izquier­da. Los peque­ños gru­pos y par­ti­dos ultra­de­re­chis­tas sue­len inci­tar la inter­ven­ción mili­tar como for­ma de alcan­zar sus obje­ti­vos. No inva­di­rían el Con­gre­so legis­la­ti­vo con civi­les, sino con tropas.

En Bra­sil, el pre­si­den­te Jair Bol­so­na­ro, un exca­pi­tán del Ejér­ci­to, lle­gó al poder por vía elec­to­ral, gra­cias a la popu­la­ri­dad cas­tren­se y la nos­tal­gia del “Bra­sil Gran­de” de la dic­ta­du­ra mili­tar (1964−1985), tras el colap­so del pro­ce­so de rede­mo­cra­ti­za­ción y de la izquier­da, sumi­dos en escán­da­los de corrup­ción y la rece­sión económica.

Ante las cor­ta­pi­sas demo­crá­ti­cas a un gobierno con ambi­cio­nes auto­ri­ta­rias, Bol­so­na­ro y sus segui­do­res pro­mo­vie­ron en 2020 varias mani­fes­ta­cio­nes en que con­vo­ca­ban los mili­ta­res a cerrar el Con­gre­so Nacio­nal y el Supre­mo Tri­bu­nal Fede­ral, acu­sa­dos de blo­quear los pla­nes del gobierno.

En El Sal­va­dor, el pre­si­den­te Nayib Buke­le ocu­pó la Asam­blea Legis­la­ti­va el 9 de febre­ro de 2020 con mili­ta­res arma­dos de gue­rra, para for­zar los legis­la­do­res a apro­bar un prés­ta­mo de 109 millo­nes de dóla­res del Ban­co Cen­tro­ame­ri­cano de Inte­gra­ción Eco­nó­mi­ca para moder­ni­zar las fuer­zas de segu­ri­dad. Sin éxi­to, ante la gran mayo­ría opo­si­to­ra en el uni­ca­me­ral parlamento.

Los fre­cuen­tes gol­pes de Esta­do pro­ta­go­ni­za­dos por mili­ta­res en el siglo XX esca­sea­ron las últi­mas déca­das en Amé­ri­ca Lati­na, pero los cuar­te­les siguen influ­yen­tes en la polí­ti­ca de varios paí­ses y son en algu­nos deci­si­vos, como en Bra­sil y Venezuela.

En Boli­via, que osten­ta el récord de gol­pes mili­ta­res, el expre­si­den­te Evo Mora­les fue for­za­do a renun­ciar tras su con­tro­ver­sial ter­ce­ra reelec­ción, en noviem­bre de 2019. Aten­dió a una “reco­men­da­ción” de las Fuer­zas Arma­das ante la cri­sis pro­vo­ca­da por acu­sa­cio­nes de frau­de elec­to­ral que no se con­fir­ma­ron. Muchos ana­lis­tas defi­nen el hecho como un gol­pe de Esta­do de nue­vo cuño.

Los paí­ses cen­tro­ame­ri­ca­nos, a excep­ción de Cos­ta Rica y Pana­má, que abo­lie­ron sus ejér­ci­tos, viven bajo gobier­nos con fuer­te pre­sen­cia cas­tren­se, en una espe­cie de regre­sión a la mili­ta­ri­za­ción de las últi­mas déca­das del siglo pasa­do, mar­ca­das por luchas gue­rri­lle­ras, espe­cial­men­te en El Sal­va­dor y Nicaragua.

El com­ba­te a la expan­sión de las ban­das cri­mi­na­les jus­ti­fi­có esa “remi­li­ta­ri­za­ción” en Amé­ri­ca Cen­tral y en algu­nos paí­ses sudamericanos.

En Colom­bia más de 50 años con­flic­tos arma­dos, aún sin paci­fi­ca­ción com­ple­ta y entre varia­dos acto­res, como mili­ta­res, gue­rri­lla, nar­co­trá­fi­co y para­mi­li­ta­res, no per­mi­ten olvi­dar los hom­bres arma­dos y su peso en la polí­ti­ca nacional.

Tam­bién Perú, por otras vías y pro­ce­sos, tie­ne Fuer­zas Arma­das como una ame­na­za siem­pre pre­sen­te. El 5 de abril de 1992, des­ple­ga­ron sus tan­ques y hom­bres en las calles para disol­ver el Con­gre­so y con­cen­trar los pode­res en manos del enton­ces pre­si­den­te Alber­to Fuji­mo­ri que, con amplio apo­yo popu­lar, reor­ga­ni­zó los demás pode­res a su gus­to, en un ejem­plo de autogolpe.

El Con­gre­so obs­truía las legis­la­cio­nes indis­pen­sa­bles al com­ba­te a la insur­gen­cia de la gue­rri­lla Sen­de­ro Lumi­no­so y a la recu­pe­ra­ción eco­nó­mi­ca, argu­yó Fujimori.

Era otro el con­tex­to, pero este siglo no han des­apa­re­ci­do los obje­ti­vos de los gober­nan­tes de some­ter a los demás pode­res al Eje­cu­ti­vo, como gri­ta­ban los devo­tos de Bol­so­na­ro, has­ta junio de 2020, cuan­do la deten­ción de un poli­cía mili­tar reti­ra­do, tes­ti­go de posi­bles actos de corrup­ción de la fami­lia del pre­si­den­te, enfrió los áni­mos golpistas.

En paí­ses como Boli­via, Nica­ra­gua o Vene­zue­la –don­de des­de 1999 pasó a gober­nar el país un miliar auto­de­no­mi­na­do de izquier­da, Hugo Chá­vez, y su suce­sor Nico­lás Madu­ro- los pre­si­den­tes retor­cie­ron leyes y cons­ti­tu­cio­nes para per­pe­tuar­se en el poder.

Aho­ra la pan­de­mia de covid-19 refuer­za la ten­den­cia de remi­li­ta­ri­za­ción des­de el año pasado.

En El Sal­va­dor, por citar un ejem­plo, la Cor­te Supre­ma tuvo que orde­nar al gobierno sus­pen­der las “deten­cio­nes arbi­tra­rias”, des­pués que los mili­ta­res y poli­cías ence­rra­ron en Cen­tros de Con­ten­ción a miles de per­so­nas acu­sa­das de infrin­gir el ais­la­mien­to social para evi­tar el con­ta­gio. Buke­le anun­ció que no aca­ta­ría el dictamen.

El Minis­te­rio de Salud bra­si­le­ño tie­ne como titu­lar, des­de mayo, un gene­ral aún acti­vo en el Ejér­ci­to, Eduar­do Pazue­llo, que nom­bró como auxi­lia­res a más de 20 mili­ta­res, la mayo­ría sin expe­rien­cia en medicina.

Es en Bra­sil que el mal ejem­plo de Trump, al atri­buir su derro­ta a frau­des e indu­cir a la toma vio­len­ta de la sede del Poder Legis­la­ti­vo de Esta­dos Uni­dos, pue­de repe­tir­se y de for­ma más trágica.

Bol­so­na­ro dis­cre­pó de otros jefes de Esta­do que con­de­na­ron la acción anti­de­mo­crá­ti­ca y vio­len­ta de las hor­das trum­pis­tas. Atri­bu­yó la inva­sión a la irri­ta­ción con­tra el frau­de elec­to­ral. “Hubo gen­te que votó tres o cua­tro veces, muer­tos vota­ron, fue una fies­ta”, dijo, en una reite­ra­ción de lo que dice Trump.

Frau­des tam­bién hubo en las elec­cio­nes de 2018 en que él triun­fó y son “inevi­ta­bles y masi­vos” en la vota­ción elec­tró­ni­ca, insis­te el pre­si­den­te reite­ra­da­men­te. Bra­sil emplea las urnas elec­tró­ni­cas des­de 1996 y nun­ca se com­pro­ba­ron irregularidades.

Su pré­di­ca cons­tan­te, así como la de Trump, bus­ca des­acre­di­tar el sis­te­ma demo­crá­ti­co que pre­si­den y en par­ti­cu­lar las elec­cio­nes, no impor­tan las evi­den­cias ni sus pro­pias con­tra­dic­cio­nes. Bol­so­na­ro defien­de el voto impre­so para evi­tar frau­des, pero ase­gu­ra que los hubo en la vota­ción esta­dou­ni­den­se que si es impre­sa y don­de hay tan­tas nor­mas comi­cia­les como esta­dos del país.

Ade­más él ya triun­fó, con sufra­gios cre­cien­tes, en seis elec­cio­nes digi­ta­les des­de 1998, cin­co veces para dipu­tado y en 2018, cuan­do se ganó la presidencia.

Si en las elec­cio­nes de 2022 solo se emplea el voto elec­tró­ni­co, sin el voto impre­so, “una mane­ra de audi­tar la vota­ción, ten­dre­mos un pro­ble­ma peor que en Esta­dos Uni­dos”, ame­na­zó Bol­so­na­ro, en un diá­lo­go con sus adep­tos a la puerta.

El man­da­ta­rio ultra­de­re­chis­ta no acla­ró las con­se­cuen­cias, pero en los ante­ce­den­tes hacen temer con­fron­ta­cio­nes de mucha gen­te arma­da. “Peor” sig­ni­fi­ca­ría más de los cua­tro o cin­co muer­tos y dece­nas de heri­dos en Washing­ton el 6 de enero, cohe­ren­te con la tra­di­ción de la extre­ma dere­cha en Bra­sil de fomen­tar gol­pes militares.

Ade­más de líder polí­ti­co de los hom­bres arma­dos del país, Bol­so­na­ro cul­ti­va su fide­li­dad con tenacidad.

Tie­ne cua­tro gene­ra­les reti­ra­dos del Ejér­ci­to en el núcleo cen­tral de su gobierno y pri­vi­le­gia a los com­ba­tien­tes con aumen­tos sala­ria­les, visi­tas fre­cuen­tes a los cuar­te­les, legis­la­cio­nes que exen­tan de cul­pa a los que pro­vo­can muer­tes en ope­ra­cio­nes poli­cia­les y recur­sos para pro­yec­tos de defen­sa, mien­tras los civi­les sufren la aus­te­ri­dad fiscal.

La poli­cía bra­si­le­ña es una de las que más mata en el mun­do. En 2019 res­pon­dió por 6357 ase­si­na­tos, 13,3 por cien­to del total de 47 773 muer­tes vio­len­tas inten­cio­na­les ocu­rri­das en el país, según el Foro Bra­si­le­ño de Segu­ri­dad Pública.

El aumen­to de los homi­ci­dios prac­ti­ca­dos por poli­cia­les aumen­tó tres por cien­to de 2018 a 2019 y dobló para seis por cien­to en el pri­mer semes­tre de 2020. Por lo menos par­te de ese aumen­to se debe a la polí­ti­ca de Bol­so­na­ro que faci­li­ta la com­pra de armas por la pobla­ción y esti­mu­la accio­nes leta­les de la poli­cía, según especialistas.

La poli­cía, en su mayor par­te, no es un cuer­po cen­tra­li­za­do. Son fuer­zas de los 26 esta­dos bra­si­le­ños, por lo tan­to, teó­ri­ca­men­te bajo jefa­tu­ra de los gober­na­do­res. Pero se sabe que Bol­so­na­ro ejer­ce sobre ellas un lide­raz­go que per­mi­te movi­li­zar­las sin las con­di­cio­nan­tes de la estric­ta jerar­quía de las Fuer­zas Armadas.

Ade­más el pre­si­den­te tra­ta de “armar el pue­blo”, adop­tó varias medi­das que amplían las ven­tas de armas sin con­trol. Eso fomen­ta las mili­cias, gru­pos para­po­li­cia­les que ya domi­nan dece­nas de barrios en Río de Janei­ro y se expan­den por Brasil.

En eso tam­bién imi­ta a Esta­dos Uni­dos, el paraí­so de las armas. Pero allá como acá, la extre­ma dere­cha derro­ta­da y las mili­cias pue­den deri­var en una gran ola de terro­ris­mo, un ries­go del trum­pis­mo frus­tra­do en un país don­de se ase­si­nó a cua­tro de sus 45 pre­si­den­tes, nue­ve por cien­to del total.

Fuen­te: IPS

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