De la mano del pentágono y del gobierno de Álvaro Uribe en Colombia se traza la estrategia del gobierno de Estados Unidos de América, y del presidente Barak Obama, para dividir a América Latina y el Caribe en su afán por recobrar la hegemonía perdida en los últimos años en nuestra región.
Ilusos quienes pensaron que con Obama iba a cambiar la política exterior norteamericana. Son innumerables los argumentos que desmienten tal apreciación. El primero de ellos es muy simple: ningún presidente americano puede gobernar contra el “Estado Profundo”, Obama es prisionero de una lógica que le impide tomar decisiones en forma independiente, la realidad de un gobierno “de facto” detrás de la presidencia hace que su capacidad de maniobra política sea poco menos que un remedo. Dicho por Chomsky: “bajo el control del Pentágono, no hay reglas, todo es válido”.
En lo que respecta al “pentagonismo”, término acuñado por Juan Bosch, presidente dominicano derrocado por la intervención militar estadounidense de 1965, para designar el contenido de las agresiones y golpes militares contra gobiernos democráticos en América Latina desde ese entonces, podemos decir que parece recobrar nueva vida con el gobierno de Barak Obama y su secretario de Defensa Robert Gates.
Quedan pocas dudas, o casi ninguna, de la creciente y sostenida escalada militarista de EEUU en América Latina. Ya no se trata de las clásicas intervenciones militares, que servían de apoyo a fuerzas locales para el derrocamiento de gobiernos ajenos a los intereses del imperio, generalmente hechas desde afuera de sus territorios o tuteladas para tal fin; ahora, el plan es posesionarse de países (Colombia y pueden ser otros), de territorios y de bases ya existentes para tener una fuerza militar activa, con gran capacidad operativa y de inteligencia, apoyada con los más avanzados equipos y tecnología militar. Claro está que lo anterior supone unas soberanías alquiladas o, sencillamente, entregadas al más vil de los designios.
El “Uribismo”, como lo define el periodista venezolano José Vicente Rangel, es absolutamente compatible con las políticas del imperio. “No hay que subestimar a Álvaro Uribe y a quienes están detrás de él. El uribismo, como expresión de una política no sólo para Colombia y la región andina, sino para toda Latinoamérica, requiere de un análisis menos velado por el inmediatismo o movido por la emotividad. Por la urgencia de dar respuesta a determinados hechos. Si alguna política demuestra coherencia, soporte ideológico y capacidad para operar, es la que dirige el presidente colombiano”
De lo anteriormente expuesto quedan pocas dudas, o casi ninguna, de la creciente y sostenida escalada militarista de EEUU en América Latina. Ya no se trata de las clásicas intervenciones militares, que servían de apoyo a fuerzas locales para el derrocamiento de gobiernos ajenos a los intereses del imperio, generalmente hechas desde afuera de sus territorios o tuteladas para tal fin; ahora, el plan es posesionarse de países (Colombia y pueden ser otros), de territorios y de bases ya existentes para tener una fuerza militar activa, con gran capacidad operativa y de inteligencia, apoyada con los más avanzados equipos y tecnología militar. Claro está que lo anterior supone unas soberanías alquiladas o, sencillamente, entregadas al más vil de los designios.
Venezuela está en el ojo del huracán. Por un lado, porque ha sido puntera en asumir posiciones soberanas en la defensa y desarrollo de sus fuentes de energía, como lo reseña la Agencia Bolivariana de Noticias, la cual señala que: “Con la reciente culminación de la fase de cuantificación del bloque Junín 7 de la Faja Petrolífera del Orino (FPO), donde los cálculos de Petróleo Original en Sitio (POES) arrojan unos 30,4 mil millones de barriles, Venezuela, a través del Proyecto Orinoco Magna Reserva, avanza con mayor fuerza para alcanzar los 314 mil millones de barriles necesarios para ocupar el primer lugar en reservas probadas de petróleo a nivel mundial” Y, por el otro, porque la decisión de los gobiernos de Colombia y de EEUU de asentar bases militares de este último país en territorio neogranadino concuerda con la visión de que éste es un escenario de guerra.
Es en esta lógica donde podemos ubicar la más reciente agresión contra el Estado y el gobierno de Venezuela. Primero fue el ataque contra el territorio soberano de Ecuador, luego la instalación de las siete bases militares en territorio colombiano y, ahora, en las postrimerías del gobierno de Uribe, se intenta revivir el bodrio político-mediático de la presencia de las FARC en Venezuela.
De allí que la ruptura de nuestras relaciones diplomáticas con el gobierno de Colombia son una consecuencia derivada de un continuo plan de acoso y provocaciones, montadas para dividirnos, golpear los avances de la revolución bolivariana y las conquista populares y democráticas en la región en la región.
Nuestra cancillería ha solicitado con carácter de urgencia una reunión de la UNASUR para tratar este tema. Hay que salirle al paso a esta nueva iniciativa agresora del gobierno colombiano que podría alterar la cultura de paz que ha prevalecido por mucho tiempo en Sur América.
* Wladimir Ruiz Tirado es Encargado de Negocios de la embajada de Venezuela en El Salvador.
San Salvador, 2010-07-23
wladimiruiz_t@hotmail.com
Diario Colatino