La sentencia de la Corte Internacional de Justicia (CIJ) declarando la legitimidad de la independencia de Kosovo ha sido acogida favorablemente entre muchos de quienes defienden la legitimidad de Euskal Herria a disponer de un Estado propio.
Es cierto que el hecho de que un territorio como Kosovo, que no estaba considerado como república en Yugoslavia, acceda a la independencia abre perspectivas de que otras naciones a las que hasta ahora no se les ha permitido ejercer el derecho de autodeterminación puedan hacerlo. Dicho de otro modo, si se permite a Kosovo ser independiente no existe legitimidad para impedir que Euskal Herria, Països Catalans, Corsica, Flandes o Escocia puedan conformar un Estado propio si sus ciudadanos así lo deciden. El Gobierno español puede decir misa y subrayar que los Balcanes no se parecen en nada a Euskal Herria, pero lo cierto es que, desde la perspectiva de Madrid, es un mal precedente. Malísimo.
Pero el modelo de acceso a la independencia que ha tenido Kosovo es rechazable desde un punto de vista de izquierdas. Su mayor valedor ha sido la OTAN, que dirigida por Javier Solana, no dudó en bombardear objetivos civiles, como la sede de la televisión pública serbia RTS en Belgrado, causando la muerte de 16 personas, la mayoría de ellos técnicos. Por acciones similares se han realizado juicios por crímenes de guerra. Pero la OTAN es la OTAN.
Las multinacionales ya han empezado a prepararse para explotar los recursos minerales de Kosovo. Y es que cuando se recibe el apoyo del Capital, éste siempre se cobra sus cuentas.
Muchas de las independencias que se han registrado en Europa presentan un panorama desolador desde el punto de vista social. Estonia, Lituania y Letonia, antiguas repúblicas soviéticas, han caído en el más salvaje neoliberalismo y las ayudas sociales son un recuerdo del pasado, mientras se prohíbe el símbolo de la hoz y el martillo. Croacia es la reserva espiritual del ultracatolicismo más rancio y Bosnia-Herzegovina es un estado fallido. Un mal ejemplo.