Primero fue el rumor: Fidel se está moviendo por La Habana, lo han visto por varios lugares…Después la certeza: visitó el CNIC, hay fotos. Más adelante, su reaparición en la Mesa Redonda para acercarnos más sus análisis sobre los riesgos de guerra nuclear que advierte en el fondo de las presiones contra Irán y Corea y luego la nota de su encuentro en el Centro de Investigaciones de la Economía Mundial (CIEM), con el mensaje a los economistas insistiendo en los grandes desafíos de la especie humana.
Con la visita posterior al Acuario, la sorpresa tenía un nuevo encanto: saber que no solo estudia y reflexiona para sus contemporáneos, con su legendario olfato de político entrenado en leer el fondo de noticias por las que otros pasamos de largo, sino que, por fin, se permite el breve placer de admirar, por ejemplo, una danza de humanos y delfines en los predios de una obra que soñó, orientó y mejoró durante años para los demás y en las que raras veces fue un visitante.
Más tarde, otra vez su voz, sus gestos, sus análisis serenos y sus advertencias cargadas de argumentos, retornaban, durante más de una hora, a la vista de todos. “Ya no tendré que comentarle a los que preguntan, lo que otros me contaron, puedo decir lo que yo ví, en vivo y en directo”, nos decía eufórico uno de los 115 embajadores que se reunieron con él en el MINREX a mediados de julio.
Tres días después visita el Centro de Estudios Che Guevara y quién sabe qué otros sitios sin reporte periodístico y trabaja simultáneamente en nuevas Reflexiones y en los últimos toques a un libro que debe salir de imprenta en agosto.
Julio se viste de 26 y Fidel vuelve a ser la noticia en todas las latitudes, cuando su visible recuperación anima las celebraciones en el país y levanta los más bellos comentarios de los revolucionarios del mundo entero.
Inicialmente vistiendo frescas camisas a cuadros y pantalón deportivo, en días sagrados de recuento histórico y homenaje a los compañeros de lucha, retoma parte de su uniforme verde olivo.
No falta quien se emocione hasta las lágrimas cuando repara en que la chaqueta no porta los grados ganados en la intensa vida de combate sin descanso. Pasa por alto que quizás él quiere enfatizar su actual condición de soldado de las Ideas y que, en definitiva, cuando la indiscutible majestad de su vida y su obra asoman, en cualquier sitio, hay siempre como un prólogo de profundo silencio que romperá frente a su sonrisa en una explosión de júbilo.
Así fue en la cita del memorial. Artistas, periodistas, caravanistas, habladores en el preámbulo, hicieron silencio absoluto cuando el conocido tono de su saludo traspasó, adelantándose, las puertas del pequeñísimo teatro, pero apenas él apareció de cuerpo entero y miró con sus vivos ojos llenos de alegría a los más cercanos al pasillo, reconociéndolos individualmente, se desató la euforia colectiva.
Pocas fotos ‑suerte de ese ojo de artista total que es Silvio- pueden hacer justicia a la imagen verdadera cuando se la tiene de cerca como aquel mediodía. Quién podría decir que pasó el tiempo y que pasaron fracturas y cirugías por el cuerpo de largos años sin reposo. La energía sigue idéntica y las expresiones también.
Dicen que los enemigos, cegados por la impotencia de comprobar que es efectivamente él y que luce tan vital y lúcido como siempre, se autocomplacen viendo distancias afectivas en la distancia geográfica, en los kilómetros que separan el acto en Santa Clara y la jornada de Fidel en La Habana. Como si no debiéramos todo y especialmente su impresionante recuperación, al cuidado del hermano Presidente y a todos los que ese amanecer celebraban la continuidad de la obra en el centro del país.
En ambos escenarios no hubo más que palabras de tributo a los fundadores del fuego sagrado, esa unidad sin fisuras que tantas veces ha vencido al odio y que nació la madrugada del 26 de julio de 1953 en Santiago de Cuba, cuando el líder de los asaltantes ponía en riesgo su vida por salvar a sus compañeros y sus compañeros hacían exactamente lo mismo por salvaguardar la suya.
Cómo ignorar esa lección de agradecimiento y hermandad profunda, inquebrantable, en el primer acto de Fidel aquella mañana: su brazo cubierto por el color de la guerrilla poniendo un manojo de flores a los pies de Martí, exactamente igual como había hecho un día antes en el mausoleo a sus compañeros de lucha en Artemisa. Como hace Raúl en cada visita a los sitios donde reposan los restos de todos los combatientes cubanos. La Historia rindiendo honores a la Historia. No hay mejores celadores de ella que quienes la hacen. Y lo que incomoda a sus adversarios es precisamente que sea con tanta vida.
“Y en eso llegó Fidel”, canción de Carlos Puebla