Refle­xio­nes tras la Huel­ga del Metro – José Luis Carre­te­ro Miramar

En la actual coyun­tu­ra de des­plie­gue de la cri­sis más pro­fun­da del sis­te­ma mun­do capi­ta­lis­ta en los últi­mos cien años, se impo­ne un aná­li­sis ten­ta­ti­vo de las tareas que, aque­llos que pre­ten­de­mos trans­for­mar el mun­do en una direc­ción más social y demo­crá­ti­ca, hemos de enca­rar de mane­ra urgente.

Tras la abso­lu­ta auto-derro­ta infli­gi­da a y por los sin­di­ca­tos mayo­ri­ta­rios entorno al pri­mer acto de la olea­da de ajus­tes sal­va­jes que se han pues­to en mar­cha en el Esta­do Espa­ñol (el paro-far­sa de los fun­cio­na­rios), la huel­ga del Metro de Madrid ha logra­do con­ver­tir­se en un jalón impor­tan­te en el pro­ce­so de cons­ti­tu­ción de una alter­na­ti­va al inten­to de que sean las cla­ses tra­ba­ja­do­ras las que paguen la cri­sis (lo que no pue­de hacer más que agra­var­la). La huel­ga de Metro, como pri­mer inten­to serio de parar medi­das con­cre­tas del ajus­te, se trans­for­mó en poco tiem­po en una lucha cua­si-épi­ca que deja en su cie­rre, posi­ble­men­te en fal­so, varias lec­cio­nes a atender:

En pri­mer lugar, gra­cias a la huel­ga del Metro se ha hecho de nue­vo visi­ble una ense­ñan­za radi­cal de la reali­dad: la lucha sir­ve para algo. Qui­zás los que hayan vis­to el resul­ta­do final del pro­ce­so des­de la empre­sa pri­va­da no sean tan ente­ra­men­te cons­cien­tes de esta mora­le­ja pro­fun­da de la lucha del sub­ur­bano, pero los fun­cio­na­rios públi­cos pue­den ver­lo con ple­na cla­ri­dad, al com­pa­rar los resul­ta­dos de su pasi­vi­dad fata­lis­ta con la acti­tud beli­ge­ran­te de los tra­ba­ja­do­res del Metro. Las medi­das no han pasa­do tal y como esta­ban plan­tea­das, el pago de la fac­tu­ra se ha vuel­to más equi­li­bra­do entre los dis­tin­tos sec­to­res impli­ca­dos (con reba­jas de emo­lu­men­tos de los direc­ti­vos, que sus­ti­tu­yen a par­te de la cer­ce­na­ción de suel­dos de los empleados).

Que la lucha sir­ve para algo y que es, por tan­to, un camino que pue­de y debe ser reco­rri­do es, pues, par­te de la narra­ti­va fun­da­men­tal que la huel­ga de Metro inau­gu­ra. Una ense­ñan­za, por otra par­te, esen­cial en un momen­to en el que el radi­cal fra­ca­so del paro-far­sa de los fun­cio­na­rios había ampli­fi­ca­do el sem­pi­terno men­sa­je derro­tis­ta del social-liberalismo.

Pero, en segun­do lugar, la huel­ga del sub­ur­bano tam­bién ha demos­tra­do que la fuer­za de los sec­to­res popu­la­res, en este con­cre­to momen­to, no es aún sufi­cien­te para derro­tar cla­ra­men­te los pla­nes de ajus­te, para fre­nar­los en seco. No hay sufi­cien­te masa crí­ti­ca en el movi­mien­to anta­go­nis­ta ni está lo bas­tan­te orga­ni­za­do para rever­tir de ver­dad el pro­ce­so de des­com­po­si­ción social pro­fun­di­za­do por el neo­li­be­ra­lis­mo en su últi­ma etapa.

Reor­ga­ni­zar­nos, con­fluir, escul­pir los orga­nis­mos nece­sa­rios para la lucha es, aho­ra, más impres­cin­di­ble que nun­ca, pues la exi­gen­cia de los tiem­pos está muy por enci­ma de nues­tro ruti­na­rio vege­tar en nues­tros espa­cios tradicionales.

Así, la fal­ta de una tra­ma con­tra­in­for­ma­ti­va que fue­ra más allá de los ámbi­tos mili­tan­tes, se hizo sen­tir con fuer­za a los tres días de huel­ga, ante la ava­lan­cha mediá­ti­ca que inten­tó ane­gar a los tra­ba­ja­do­res y a su lucha. Lo que nos ense­ña que debe­mos de dotar­nos de una fuer­te red de medios de comu­ni­ca­ción que no sólo sir­van para el deba­te interno, sino tam­bién para lle­gar a toda la gran masa de ciu­da­da­nos que per­ma­ne­cen al mar­gen de nues­tros peque­ños mun­dos auto-referenciales.

Asi­mis­mo, las inefa­bles manio­bras de los sin­di­ca­tos mayo­ri­ta­rios que lle­va­ron la lucha a su final nos ense­ñan los lími­tes siem­pre pre­sen­tes de la social­de­mo­cra­cia y sus estruc­tu­ras en cir­cuns­tan­cias como las actua­les. Creer­se que el refor­mis­mo social pue­de ser ope­ra­ti­vo en el mar­co de la cri­sis y que, por lo tan­to, exis­te la posi­bi­li­dad de una lucha de posi­cio­nes a cor­to pla­zo, es el resul­ta­do del aban­dono ideo­ló­gi­co que lle­va a no com­pren­der la dimen­sión de la apues­ta que los ajus­tes actua­les repre­sen­tan, el tama­ño titá­ni­co del pro­ce­so de des­com­po­si­ción a que se quie­re some­ter a nues­tras sociedades.

Pero, para sobre­pa­sar a la social­de­mo­cra­cia y alcan­zar a dotar de sen­ti­do a la rabia de los sec­to­res popu­la­res, ate­na­za­dos y gol­pea­dos por las medi­das guber­na­men­ta­les y de los inver­so­res finan­cie­ros, se vuel­ve impres­cin­di­ble que la acción de los mis­mos se trans­for­me en cons­cien­te y (diré la “mal­di­ta” pala­bra) organizada.

Por­que la huel­ga del Metro de Madrid hubie­se sido impo­si­ble sin gran­des dosis de cons­cien­cia de cla­se y sin nive­les de orga­ni­za­ción inter­na dig­nos de envi­dia. Pese a la paca­ta narra­ción de la lucha de muchos sec­to­res que, por su pro­pia tra­di­ción dog­má­ti­ca, se nie­gan a reco­no­cer la pre­sen­cia de los gru­pos orga­ni­za­dos en el Metro de Madrid, el tra­ba­jo de déca­das del sin­di­ca­lis­mo liber­ta­rio orga­ni­za­do (vía Soli­da­ri­dad Obre­ra) en la empre­sa ha cons­ti­tui­do la base sobre la que se ha podi­do levan­tar el edi­fi­cio de la huel­ga. Decir que la huel­ga era “espon­tá­nea” (para no reco­no­cer méri­tos a quie­nes se cali­fi­ca de “no cons­cien­tes” por defi­ni­ción), no ayu­da en nada a com­pren­der la diná­mi­ca real de la lucha. Cómo, más allá de pala­bre­rías entorno al “Par­ti­do-Guía”, la pre­sen­cia de gru­pos orga­ni­za­dos y cons­cien­tes es nece­sa­ria para pren­der la chis­pa antagonista.

Orga­ni­zar­nos, pues, orga­ni­zar la resis­ten­cia a los pla­nes de ajus­te. Orga­ni­zar­nos, ade­más, en toda la pro­fun­di­dad de la pala­bra: en los luga­res de tra­ba­jo, en los barrios, en las fábri­cas que se pre­ten­de cerrar (recu­pe­rán­do­las y ponién­do­las a pro­du­cir, si es posi­ble), en los cen­tros de estu­dio, en todos los ámbi­tos socia­les. Orga­ni­zar a los tra­ba­ja­do­res de las gran­des empre­sas y tam­bién a los precarios.

Gene­ran­do diná­mi­cas asam­blea­rias inter­co­nec­ta­das en las que las cla­ses popu­la­res pue­dan com­par­tir sus pro­pios pro­ble­mas y hacer avan­zar sus pro­pios intere­ses demo­crá­ti­cos: des­de la nece­si­dad de parar los desahu­cios, a la de orga­ni­zar la Huel­ga Gene­ral, pasan­do por la impo­si­ción a los pode­res públi­cos de la con­tra­ta­ción de ser­vi­cios a coope­ra­ti­vas de para­dos, o por la con­fec­ción de un pro­gra­ma serio y común de trans­for­ma­ción social, que se hace cada vez más necesario.

Se tra­ta, en defi­ni­ti­va, de tomar en nues­tras manos nues­tras vidas, no de un sim­ple pro­ce­so rei­vin­di­ca­ti­vo, pues como ya ade­lan­ta­mos, la apues­ta de los pró­xi­mos dece­nios va a ser dema­sia­do alta para que­dar­se con una sim­ple “defen­sa de lo exis­ten­te” fren­te a la api­so­na­do­ra neo­li­be­ral. Más allá del elec­to­ra­lis­mo o la sumi­sión, del tri­bu-urba­nis­mo o la dog­má­ti­ca, en la inter­re­la­ción y orga­ni­za­ción de nue­vas expre­sio­nes asam­blea­rias y de masas del con­tra­po­der popu­lar (los nue­vos soviets, sin­di­ca­tos y colec­ti­vi­da­des) , está la úni­ca salida.

Debe­mos apren­der de los com­pa­ñe­ros grie­gos y, como ellos están tra­tan­do de hacer, de los movi­mien­tos socia­les lati­no­ame­ri­ca­nos, cómo enca­rar las situa­cio­nes dra­má­ti­cas que nos espe­ran refor­zan­do la posi­ción de fuer­za de las cla­ses tra­ba­ja­do­ras. Y ello, si es posi­ble, sin come­ter sus mis­mos errores.

El futu­ro ha comen­za­do. El mun­do en que vivía­mos es ya el pasado.

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