Eus­kal Herria. Memo­ria: Sobre el lodo de la historia

Por Ampa­ro Lashe­ras*, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 10 de mar­zo de 2021.

foto: Fran­cis­co Turri­llas Bor­de­ga­ray (del Blog de Alex Turrillas)

Estos días se aca­ba de publi­car en Naiz un intere­san­te repor­ta­je titu­la­do El infor­me Ausch­witz. Tra­ta sobre el tes­ti­mo­nio de dos judíos eslo­va­cos que, en abril de 1944, logra­ron esca­par de aquel infierno y des­cu­brie­ron ante el mun­do las atro­ci­da­des que allí esta­ba come­tien­do el nazis­mo. Lo que voy a con­tar nada tie­ne que ver con la his­to­ria escri­ta por K.Landaluce, pero se tocan en un pun­to invi­si­ble don­de la cruel­dad del tota­li­ta­ris­mo fas­cis­ta se con­vier­te en pro­ta­go­nis­ta úni­co de dos terri­bles reali­da­des, vivi­das por hom­bres dife­ren­tes en dis­tin­tos tiem­pos y luga­res. Hace unos meses un ami­go me tra­jo un ejem­plar foto­co­pia­do de un libro titu­la­do “Sobre el mis­mo lodo”. El ori­gi­nal se publi­có en Méxi­co, en 1962. Lo escri­bió Fran­cis­co Turri­llas Bor­de­ga­ray, enton­ces exi­lia­do en aquel país. Turri­llas, perio­dis­ta y mili­tan­te de ANV en 1936, com­ba­tió con­tra el gol­pe mili­tar de Fran­co en el Bata­llón Eus­ko Inda­rra, una de las uni­da­des del ejér­ci­to vas­co atra­pa­das en lo que algu­nos recuer­dan como la “trai­ción” de San­to­ña y que el len­gua­je más mode­ra­do de la his­to­rio­gra­fía deno­mi­nó el Pac­to de San­to­ña. La his­to­ria comien­za el 24 de agos­to de 1937 cuan­do res­pon­sa­bles de los bata­llo­nes vas­cos, obli­ga­dos por el Gobierno Vas­co enton­ces con el PNV al fren­te, nego­cia­ron uni­la­te­ral­men­te la ren­di­ción con el ejér­ci­to ita­liano, alia­do del fas­cis­mo espa­ñol. Como ya se sabe la deci­sión de los jel­tza­les ayu­dó al avan­ce de las tro­pas fran­quis­tas hacia Astu­rias y deter­mi­nó la caí­da del fren­te repu­bli­cano en el nor­te de la penín­su­la. Pero no sólo eso, aquel acuer­do afec­tó a miles de com­ba­tien­tes nacio­na­lis­tas, comu­nis­tas y anar­quis­tas que fue­ron arres­ta­dos y lle­va­dos a la pri­sión de El Due­so don­de una gran mayo­ría encon­tró la muer­te. Los jui­cios suma­rí­si­mos eran el pan de cada día y las con­de­nas a muer­te y los fusi­la­mien­tos tam­bién. En uno de aque­llos jui­cios Turri­llas fue sen­ten­cia­do a la pena máxi­ma nada más lle­gar a pri­sión. Pero por algu­na razón que se esca­pó a la estra­te­gia del exter­mi­nio que pro­gra­ma­ron los fran­quis­tas, el turno de fusi­la­mien­to tar­dó 26 meses en lle­gar y, cuan­do lo hizo, un audaz plan de fuga con tres com­pa­ñe­ros le sal­vó la vida. Des­pués vinie­ron las vici­si­tu­des de una hui­da que ter­mi­na­ría en Por­tu­gal y de allí a Méxi­co, don­de vivió y murió en 1987. En su libro, al igual que hicie­ron los judíos eslo­va­cos eva­di­dos de Aus­wichtz, Turri­llas des­cri­be la ver­dad del horror inima­gi­na­ble que impe­ró en la pri­sión de El Due­so des­pués de la ren­di­ción. Narra las terri­bles tor­tu­ras infrin­gi­das por falan­gis­tas y mili­ta­res fran­quis­tas a los más de 5.000 hom­bres que fue­ron hechos pri­sio­ne­ros. Según cuen­ta, a los más vul­ne­ra­bles, enfer­mos o heri­dos, se les nega­ba has­ta el últi­mo alien­to de dig­ni­dad y se les ence­rra­ba en el lla­ma­do “barra­cón de la muer­te” don­de haci­na­dos, sin comi­da, sin agua, pla­ga­dos de pio­jos y rodea­dos de sus pro­pios excre­men­tos, morían len­ta­men­te. Los demás fue­ron tor­tu­ra­dos, fusi­la­dos, ahor­ca­dos o gol­pea­dos has­ta la muer­te. Igual que en los cam­pos nazis, solo unos pocos sobre­vi­vie­ron para con­tar­lo. En las ver­sio­nes ofi­cia­les del PNV esta “otra cara”, la más trá­gi­ca y olvi­da­da de la ren­di­ción de San­to­ña, se sos­la­ya y ape­nas tie­ne una memo­ria rele­van­te. Ese des­cui­do his­tó­ri­co en el rela­to des­po­jó a la nego­cia­ción uni­la­te­ral de los jel­tza­les de cual­quier res­pon­sa­bi­li­dad en todo lo que des­pués suce­dió tras los muros de El Dueso.

Con los años, Méxi­co se con­vir­tió en la segun­da patria de Fran­cis­co Turri­llas Bor­de­ga­ray y dicen que poco des­pués de publi­car­se el libro, por casua­li­da­des de la vida, un alto eje­cu­ti­vo de la Para­mout lo leyó y le ofre­ció com­prar los dere­chos para rodar una pelí­cu­la. No pudo ser. Para enton­ces, hacía años que la ONU había reco­no­ci­do a la dic­ta­du­ra de Fran­co y los mag­na­tes de Holly­wood, tras la Caza de Bru­jas, se habían olvi­da­do de las denun­cias anti­fas­cis­tas y pre­fe­rían ven­der en sus fil­mes el gran sue­ño ame­ri­cano. Una pena. Como afir­mó Eva­ris­to, can­tan­te de la Polla Records, las nie­tas de los obre­ros que mató el fran­quis­mo en San­to­ña y en otros luga­res, aun sen­ti­mos el dolor de la memo­ria. A las que ade­más somos ciné­fi­las nos que­da la gran incóg­ni­ta de quién hubie­ra diri­gi­do la his­to­ria de Turri­llas Bor­de­ga­ray y quién la hubie­ra pro­ta­go­ni­za­do. Yo apues­to por John Hus­ton y un joven Robert Redford.

*perio­dis­ta

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