Dos semanas no son nada si se comparan con media vida como incineradora andante, pero por algo se empieza. Y no sólo porque así se deja de regalar dinero a los españoles, sino por romper con una dependencia que, en gran medida, es el modo de sobrevivir de este sistema. Y es que, por miedos prefabricados que hacemos nuestros, nunca es buen momento para dejar de fumar.
Después llega el truco de la primera y principal mafia del mundo: los bancos. No interesa un consumidor cualquiera, sino aquél que, como con las hipotecas, va a estar condenado ‑él y los suyos- para toda la vida. Porque ¡para qué pagar un alquiler así de alto, si con lo mismo uno puede estar pagando ya su propia casa! Y los bancos se presentan como si fueran un servicio social, cuando en realidad son un atajo de hdp (no necesita traducción). Saben de la ambición desmesurada del ser humano, y rondan a la presa como hienas hambrientas de más y más dinero. Pero dejemos de ser hipócritas, porque aquí nadie se conforma con un coche que nos lleve y nos traiga, sin vacaciones y juergas, o con el cuerpo con el que venimos a este mundo, que aún nos envilece más cuando nos enfrentamos con la sonrisa intacta que nos regalan aquellos del «Tercer Mundo» a quienes con altanería les ofrecemos la calderilla de nuestros bolsillos.
Hace mucho que la humildad se borró del diccionario de la vida y que el ser humano perdió su humanidad. Es demasiado fácil limpiar la conciencia yendo a misa y apiadarse de aquellos que sí padecen un infierno en vida; e insultante querer ser respetado por rebajar un mísero tanto por ciento del sueldo de político profesional que, además, se ufana ante el sufrimiento que generan sus decisiones; el ostracismo por dormir al raso, el acoso policial por ser un «top manta», los tormentos de quienes, como basura, son echados de sus casas sin miramiento alguno, o el racismo políticamente dirigido.
Hoy volveré a leer las líneas que he escrito, pero dudo de que me vayan a quitar el sueño. No hay peor mal que el cinismo y la hipocresía con la que vivimos conscientemente, y está claro que las verdaderas revoluciones deben comenzar por uno mismo. Independencia, sin duda, y socialismo, por necesidad. Ahora toca construir el cambio de ciclo, pero con contenidos.