Por Lourdes Álvarez Nájera. Resumen Latinoamericano, 31 de mayo de 2021.
Es lunes 29 de mayo y la plaza del municipio de Panzós, al norte de Guatemala, se ha teñido de sangre. Según información emitida por el gobierno del general Kjell Laugerud García, un grupo de campesinos murieron en un enfrentamiento contra el ejército. La Federación Autónoma Sindical de Guatemala (FASGUA) desmiente esa información y asegura que en su sede se encuentran varias personas que señalan haber sido atacadas por los soldados mientras realizaban una manifestación para exigir el derecho sobre sus tierras.
No se precisa el número de personas asesinadas en la plaza de Panzós, pero se narra que varias quedaron tendidas en ese lugar, otras huyeron mortalmente heridas y otras más se ahogaron en el río Polochic mientras se escondían de las ráfagas. El alcalde de El Estor, Izabal, comentó que 25 cadáveres llegaron arrastrados por el río.
Oliverio Castañeda de León, secretario general de la Asociación de Estudiantes Universitarios de la Universidad de San Carlos de Guatemala (AEU) y Edgar Ruano Najarro de Inforpress acudieron a la sede de FASGUA en la ciudad capital, donde los sobrevivientes daban declaraciones a los medios de comunicación. “Los testimonios de lo ocurrido eran impactantes y a la larga fueron premonitorios de lo que vendría. Olivero y Edgar hablaron con los campesinos para obtener más información”, narra Ricardo Sáenz de Tejada, en Oliverio. Una biografía del Secretario General de la AEU 1978 ‑1979.
Gracias a los contactos de Castañeda de León y Ruano Najarro con estudiantes de medicina, varias personas sobrevivientes del ataque en Panzós fueron atendidas en el hospital Roosevelt. El primero coordinó acciones públicas, un campo pagado se divulgó en el diario el Gráfico y acompañó a sobrevivientes a otras organizaciones para continuar las acciones de denuncia.
La AEU y FASGUA realizaron una primera manifestación de protesta el 1 de junio, por lo acontecido en Panzós. “Convocada a las 5 de la tarde, los manifestantes, fundamentalmente estudiantes universitarios tanto de Frente como del FERG, soportaron un duro aguacero. En el mitin en la Concha Acústica, los oradores, dirigentes estudiantiles y sindicalistas responsabilizaron al gobierno de esta matanza”, continua Sáenz de Tejada.
Esa marcha fue reconocida popularmente como la marcha de los paraguas e incluyó la demanda de acceso a Panzós de una comisión estudiantil, de la Cruz Roja y de la prensa, detalla la Comisión de Esclarecimiento Histórico de Guatemala (CEH).
Un estudiante de medicina que cursaba su práctica profesional Supervisada (EPS) y una trabajadora del centro de salud de Panzós acudieron para recoger a los heridos, pero ese centro asistencial fue inmediatamente rodeado por soldados.
“Ese día se estaba trabajando duro, hasta las cinco de la mañana … por mala suerte hubo derrumbe y no pasaba la ambulancia desde Cobán, tres pickups llevaron a los heridos al Estor; la ambulancia no alcanzaba”, narra el estudiante, testigo directo de la CEH.
Un vecino del pueblo ayudó con las medicinas de su farmacia y también colaboró en la atención a los heridos. Después de la masacre, los militares prohibieron entrar a la plaza y por la tarde las autoridades municipales ordenaron levantar los cadáveres. Miembros del ejército los metieron en la palangana de un camión azul de la municipalidad. Los llevaron a un lugar cercano al cementerio público y, con un tractor, cavaron un hoyo donde colocaron los cuerpos de 34 personas, según la CEH.
Grandin: Panzós y la preconfiguración de formas más mortales de violencia
Así se vivió ese lunes 29 de mayo, pero hace 43 años, en lo que el académico Greg Grandin llamó Panzós: La Última Masacre Colonial, que representa a su criterio, el final de los patrones agotados de protesta y reacción que elites locales o sus protectores militares realizaban cuando las multitudes se levantaban frente a ellos.
“…la masacre de Panzós es diferente, porque representa el final de estos patrones agotados de protesta y reacción, preconfigurando las formas más mortales de violencia contrainsurgente que pronto vendrían. Desde finales del siglo XVIII hasta principios del XIX, la existencia de una frontera agrícola silenció muchos de los conflictos y agitación provocados por la rápida expansión del capitalismo cafetalero al permitir la fundación de santuarios como Panzós”, escribió Grandin.
Ese lunes 29 de mayo, desde las ocho de la mañana, unas 500 y 700 personas, entre mujeres, hombres, niñas y niños maya Q’eqchi’ se congregaron en la plaza de la cabecera municipal de Panzós donde solicitaban ser atendidos por el alcalde Walter Overdick García, porque denunciaban que habían sido engañados por el exalcalde Flavio Monzón, del Movimiento de Liberación Nacional (MLN) para despojarlos de sus tierras.
“Él sacó las firmas de los ancianos para ir a pedir las tierras al INTA (Instituto Nacional de Transformación Agraria). Él volvió y reunió a la gente y dijo que, por equivocación del INTA y de sus abogados, la tierra salió a su nombre”, narró uno de los ancianos maya Q’eqchi’ que la CEH entrevistó para su informe.
“La FASGUA era una organización que apoyaba las reivindicaciones campesinas mediante procedimientos legales. Sin embargo, ningún campesino recibió el título de propiedad. Unos, obtuvieron promesas otros, títulos de propiedad provisionales, y también los hubo que sólo recibieron permisos para sembrar”, documentó la CEH.
Días antes de la masacre de Panzós, un destacamento militar fue instalado en el área. Según Grandin “… los soldados que custodiaban la plaza ese lunes quizá fueron llamados por los finqueros locales, pero tampoco era un destacamento rural adormecido que casualmente se vio obligado a entrar en acción. Era parte del nuevo ejército de Guatemala empapados de anticomunismo, entrenados y equipados para la contrainsurgencia; eran el frente de una guerra civil en aumento entre una insurgencia rural que se extendía y un Estado cada vez más represor”.
Tres años después de la masacre de Panzós, extiende Grandin, “el ejército lanzaría una campaña de genocidio tan enorme que haría a los eventos de aquella mañana de mayo en Panzós verse tan antiguos como la protesta de Yat”, en referencia a otra de las masacres en esa región, cuando una protesta encabezada por el “octogenario Jorge Yat” también fue brutalmente reprimida y murieron 80 personas maya Q’eqchi’ el 29 de junio de 1865 y que precisamente condujo a la creación del municipio de Panzós.
La CEH concluyó que miembros del Ejército de Guatemala ejecutaron arbitrariamente a 53 personas y trataron de hacerlo con otras 47, que resultaron lesionadas en la masacre de Panzós.
La continuidad de lo perverso
De ese 29 de mayo de 1978 persisten acontecimientos, como el reclamo por el despojo de tierras, la lucha que es histórica de pueblo maya Q’eqchi’, pero también figuras emblemáticas de liderazgo de mujeres como Adelina Caal reconocida como Mamá Maquín, según la socióloga Ana Silvia Monzón.
Caal fue asesinada en esa masacre donde pedía junto a otros comunitarios que se respetara su derecho a la tierra. “Hasta hoy persiste y seguimos viendo que esa región sigue siendo una de las más apetecidas por los intereses económicos”, agregó Monzón.
La masacre representa un hito en toda la dinámica de violencia estatal y la forma en que se llevó a cabo, por el desprecio con el que se trató a las personas, una clara evidencia del profundo racismo y machismo que dejó una marca fuerte en términos históricos indicó Monzón.
Atacar a población civil que reclamaba el despojo de sus tierras, es además “una muestra de ese poder absoluto, irse contra toda norma, a plena luz del día con un total desprecio por la vida. Las imágenes que quedaron muestran el grado de salvajismo que había en ese momento”.
No obstante, el liderazgo de Mamá Maquín trascendió y se convirtió en un símbolo para muchas mujeres indígenas que fueron obligadas al exilio y al desplazamiento durante los años del Conflicto Armado Interno. “Tomaron su figura como un emblema y crearon desde el campamento de refugiados y de mujeres indígenas un grupo con su nombre”.
Esa masacre implicó un efecto de castigo ejemplificante o de demostración que el Estado quería imponer, pero que pese a la brutalidad de la represión que desencadenó en 1980 surge el Comité de Unidad Campesina y se originan movilizaciones populares importantes, apuntó la socióloga.
“Si bien el fin era disuadir con ese acto tan atroz, las condiciones hicieron que los campesinos y las personas que ya estaban organizándose no se detuvieran. Pero una masacre deja una marca fuerte, porque no ha habido justicia”.
Reiterar el liderazgo de Mama Maquín y la capacidad de resistencia del pueblo Q’eqchi’ es una tarea pendiente de la sociedad en general según Monzón, para conocer esa historia de desigualdad, racismo y los niveles de violencia a los que ha llegado el estado de Guatemala.
“Es importante conmemorarlo, en el sentido de rememorar y no olvidar, traer al hoy esos hechos, reivindicar a esas personas con nombres y apellidos. Todo lo que ha sucedido a lo largo de nuestra historia, es el costo en vida y la sociedad no lo puede olvidar. No es casual que muchas veces se intente dejar en el olvido este tipo de acontecimientos, pero no es posible, el presente siempre esta moldeado y marcado por el pasado y el futuro también, para explicarlo y para construir lo que viene”, puntualizó.
“Pensaron que nos íbamos a morir y acabar, pero aquí estamos”
Natividad Jiménez Gómez, de 52 años vive actualmente en Mayaland, Ixcán, Quiché, y es la presidenta de la organización de la Organización de Mujeres Guatemaltecas Mamá Maquín.
En 1990 mientras estaban en el exilio, pensaron sobre la organización y sus alcances, por eso decidieron usar la referencia a Adelina Caal, “como un homenaje, porque dijimos también vamos a luchar por la defensa de la tierra”, recordó.
Jiménez Gómez comentó que después del retorno y de la firma de los Acuerdos de Paz “se dijo que a nosotros nos debían devolver todo lo que perdimos, nos quitaron la tierra, nos quemaron las casas, nos quedamos 14 años sin nada y sin trabajo, pero ahora estamos en la misma situación. ¿Cuándo nos van a devolver esos años y todo?”
Relató que aún en la actualidad persisten las desigualdades y las carencias para los pueblos indígenas; en lugares como Ixcán no existe un hospital adecuado para la población, no hay suficiente agua potable, tampoco acceso a viviendas dignas ni desarrollo en general.
“Nos están persiguiendo, nos están encarcelando, la guerra empezó por eso mismo porque no queremos que nos quiten el agua, que construyan represas o la palma, tampoco las hidroeléctricas. En lugar que nosotros encarcelemos a los que nos dañaron, ellos nos encarcelan a nosotros”, dijo.
La presidenta de Mamá Maquín indicó que existe una persecución a los pueblos que demandan sus derechos. “Los encarcelan por sus opiniones porque aquí queremos nuestros acuerdos comunitarios. Ellos hicieron las leyes, pero ¿quién de la gente indígena participó para hacer la Constitución? Las empresas tienen recursos, abogados, para poder encarcelar, preparan todo para que se meta a la cárcel a los compañeros”.
Durante la pandemia también vivieron marginación y que recibieron la denuncia de muchas mujeres indígenas que se quedaron en confinamiento sin agua o alimentos “Nos mandaron a encerrarnos, pero sin agua, sin comida y sin dinero. Muchas mujeres se murieron de debilidad, se quedaron encerradas sin nada”.
La lideresa enfatizó que se habla de préstamos para atención a la población por parte del Estado durante la pandemia pero ¿a dónde se fue ese dinero, quién lo agarró, quién se lo comió?, cuestionó.
“Nosotros como pueblos debemos estar despiertos, ya vienen las elecciones otra vez y en ese tiempo vienen a ofrecer todo, pero nosotros debemos de estar despiertos. Nos masacraron, pensaron que nos íbamos a morir y acabar, pero aquí estamos todos los que sobrevivimos y todavía pedimos al mundo que nos escuchen. Somos sobrevivientes, pero aun no estamos en paz por todas las empresas o los políticos que solo quieren solo su desarrollo. Limpiemos ese camino”, concluyó la presidenta de Mamá Maquín.
Foto: Humberto Cuc
Fuente: Prensa Comunitaria