Los demonios particulares de José Javier Uranga, alias Ollarra, son la censura, el franquismo, Euskadi ‑que él siempre escribe Euzkadi‑, y la Edad Media, que es el tiempo en el que tenía que haber vivido para no desentonar, intelectualmente hablando. Aquí sólo terciaré sobre las dos primeras.
Una y otra vez, vuelve sobre ellas con paranoico tesón. Y siempre para repetir idéntica salmodia. Que ningún periódico como «Diario de Navarra» sufrió tan crudamente la censura cuando él era su director, que lo fue desde 1962 a 1990, y que él nunca fue franquista, ni siquiera cuando se cobijaba bajo la pollera de su mentor periodístico, el fascista Raimundo García, alias Garcilaso.
Pero las dos afirmaciones no son ciertas.
Uno que lo conoció y que se llamaba Rafael Conte Oroz, crítico ya extinto, que vivió en Pamplona desde 1939 a 1959, y que fue falangista, jefe provincial del SEU desde 1957 al 31 de octubre de 1959, y director de la revista «Leyre», lo describió como «caballero conservador, liberal y franquista relativo» («El País», 29-11-2003). Relativo, sí, pero, al fin y al cabo, franquista.
En la entrevista que le concedía su propio diario, aparecida el domingo 22 de agosto de 2010, aseguraba que su papel sufrió una «censura terrible», culpando a Fraga de ser su causa primera y eficiente. Se lamentaba que «sólo podías meterte con Renfe y con Tabacalera». ¡Pobrecito «Diario»! ¡Qué orfandad crítica la suya!
La letanía no es original. En el especial «100 años» del periódico, ya sostenía que «la censura estaba no solamente en manos del Gobierno sino en otros poderes llamados mediáticos y caciquiles» (25−2−2003), bien conocidos por el propio periódico, no en vano contribuyó a su establecimiento.
Pero los procesos de censura que sufrió «Diario» son de risa. Los dos casos que evoca el propio Ollarra son para troncharse de alacridad. Veamos. Se censuró una publicación en la que se denunciaban los estropicios que generó un gamberro ‑del que no dice su nombre- en las terrazas del Kutz y del Iruña. Y se censuró el «gallo» que él mismo escribió para afear el comportamiento de los jugadores del Real Madrid, capitaneados por Di Stefano, quienes destrozaron el vestuario del campo de fútbol tras su partido contra Osasuna.
Sinceramente. Cuando Ollarra habla tan seriamente de la tenaz censura sufrida por su periódico, yo pensaba que se trataba de asuntos de gran calado político y social, pero no cotufas de chichinabo. Imaginaba que sus censuras se aplicaban a artículos vibrantes y enérgicos, escritos directamente contra el régimen franquista, por su naturaleza dictatorial y represiva.
Curiosamente, una censura que no recuerda, o no quiere hacerlo, es la que sufrió el periódico tras los sucesos de Montejurra en el año 1968. En aquella ocasión, «Diario» publicaría el discurso del carlista Auxilio Goñi. Los números del 7 de mayo serían secuestrados, también los de «El Pensamiento Navarro». La publicación infringía las «limitaciones de expresión» establecidas por el artículo 2 de la Ley de Prensa, que era ya la ley de Fraga. El artículo de Goñi «faltaba el respeto a las instituciones y personas en la crítica de su acción política y administrativa, así como la alta de acatamiento al ordenamiento constitucional».
Uranga Santesteban, como director, intentó quitarse el marrón de la multa endilgando toda la responsabilidad al autor del texto, sujeto jurídico ajeno al periódico. Que tuviera o no razón Ollarra, esgrimiendo esta triquiñuela legal, importa un comino. Lo que conviene saber es que para quitarse el muerto de encima, se sacó de su magín este impecable razonamiento: «En los preámbulos del Alzamiento Nacional (y no digamos nada en el decurso del mismo), si hubo periódicos y Directores de éstos que contribuyeron al triunfo del Movimiento que redimió a la patria, entre ellos y no en segundo puesto, está “Diario de Navarra”». Más claro, agua de alfaguara.
Pascual, director de «El Pensamiento», hizo lo propio. Los dos periódicos fueron sobreseídos. Así que Fraga no parecía ser tan ogro, a pesar de que Ollarra asegure que «guarda un pésimo recuerdo» de su persona y de sus «chillos».
Sin embargo, las elipsis a las que Ollarra somete su «portentosa» memoria selectiva parecen producto de un cinismo íntimamente cultivado con cierta delectación.
Resulta conmovedor que sólo se acuerde de Fraga y no de la Ley de Prensa de Serrano Suñer, del 22 de abril de 1938, en la que correspondía de forma exclusiva y excluyente al Estado la organización, vigilancia y control de la Institución Nacional de la Prensa periodística. Aquella ley, nacida de una dictadura fascista, instauró la censura previa, la regulación del número y extensión de los periódicos, el nombramiento del director por el ministro del Interior y, entre otras cosas, preveía sanciones gubernativas, al margen de las penales, «para todo escrito que directa o indirectamente tienda a mermar el prestigio de la Nación o del régimen, entorpezca la labor del Gobierno o del Nuevo Estado o siembre ideas perniciosas entre los intelectuales débiles».
¡Y, ojo, porque se trata de una ley que se aplicará hasta 1966! No me consta que Raimundo García García, alias Garcilaso, director del «Diario» desde 1912 hasta su muerte en 1962, colaborador eficaz con Mola en la preparación del golpe militar de 1936, se quejara jamás de dicha Ley. Ni que el propio Ollarra, desde 1962 a 1966, enarbolara su cresta y pico para combatir semejante ley mordaza, enemiga de cualquier pensamiento crítico.
Es muy pertinente hacer constar que las «limitaciones de expresión» que establecían, tanto la ley de Suñer como la de Fraga, procedían, precisamente, de los principios por los que los fascistas apoyaron el golpe, entre ellos, «Diario de Navarra». Estas limitaciones se concretaban en el respeto a la verdad y a la moral; «el acatamiento a la Ley de Principios del Movimiento Nacional; la defensa nacional, de la seguridad del Estado, el debido respeto a las instituciones y a las personas en la crítica de la acción política y administrativa; la independencia de los tribunales y la salvaguardia de la intimidad y del honor personal y familiar». Unas limitaciones que, aplicadas en otros casos, acabaron con los huesos de muchos militantes de la izquierda en las mazmorras, pasando previamente por el TOP. Nunca levantaría la voz «Diario de Navarra» para protestar contra estas conculcaciones de la libertad individual. ¡Y la derogación del artículo 2º de la ley de Fraga no se haría efectiva hasta el 1 de abril de 1977!
En relación con su cacareada afirmación de que «nunca he sido franquista. Nunca», no tengo inconveniente en aceptarlo si se acepta que Ollarra tampoco fue antifranquista en toda su vida. Que yo sepa, nunca se escribió un artículo en su periódico contra Franco y su régimen. Y menos aún con su firma.
La hemeroteca diaril es concluyente. Y no podía ser de otro modo, tratándose de un periódico golpista y fascista. Desde el año 56, en que comenzó como redactor, redactor-jefe, subdirector y director (1962), hasta la muerte de «la culona» con voz de pito, todos los años, el 1 de abril, sale en primera página un artículo conmemorando la Victoria, con foto del interfecto. Como los lunes no había periódico, cuando coincidían con el 1 de abril, adelantaban el recordatorio al día anterior o, en alguna ocasión (coincidiendo con viernes santo), lo retrasaban al siguiente. Siendo él director, sale sin falta en primera página, salvo en 1972 y 1974. En 1962 y 1968 sale el 31 de marzo. En 1971 sale una foto de Franco en la página 5. Y en 1975 sale como siempre, conmemorando el XXXVI aniversario, más lo que le dedica el 20‑N, y el 21‑N, volcado el periódico a jalear su figura y obra.
Tengo comprobado que, si han existido dos dictadores a los que «Diario de Navarra» ha glosado con genuflexa complacencia, ésos han sido Hitler y Franco.
Lo demás son milongas propias de la senectud.