Por Teresa Sesé, Resumen Latinoamericano, 11 de junio de 2021.
En su célebre Modos de ver , John Berger señala un detalle del Trigal con cornejas de Van Gogh, e invita al lector a que realice un sencillo ejercicio: volver a observar el cuadro tras leer la siguiente frase: “Este es el último cuadro que pintó Van Gogh antes de suicidarse”. Y añade: “Es difícil definir exactamente en qué medida estas palabras han cambiado la imagen, pero indudablemente lo han hecho”. La escena devastadora de Susana y los viejos pintada por Artemisia Gentileschi con 17 años tampoco es la misma cuando piensas que la pintora fue violada ese mismo año y que lo que estás viendo es la historia de su propio abuso, el repugnante aliento sobre su cuerpo desnudo de unos ojos y unas manos masculinas no deseadas.
O cuando sabes que la joven desnuda tendida boca abajo que mira asustada a los ojos del pintor en El espíritu de los muertos vela es Teha’amana, con quien Paul Gauguin se casó en Tahití cuando ella tenía 13 años y él era un alcohólico erotomaníaco de 44 con las piernas cubiertas de pústulas a causa de la sífilis. O que Dora Maar, la mujer que llora en los cuadros de Picasso, a la que durante años pintó de formas torturadas mostrándonos cuánto dolor puede comunicar un rostro humano, fue una fotógrafa sádicamente maltratada con cuyas lágrimas el artista sació su apetito caníbal. Sentimos la violencia y nos golpea como un puñetazo en el estómago.
Existen muchas maneras de bordear un charco y me temo que acabo de meterme en un cenagal. Tenemos tan interiorizado el mito del genio artista, como si en él hubiera una propensión a la fechoría y los actos reprobables, que el simple hecho de recordar que Gauguin fue un pedófilo o Picasso un campeón de la misoginia, un matón con un historial escalofriante que destruyó emocionalmente a sus seres cercanos, suscita reacciones furibundas. Curiosamente se trata de dos hombres y sus víctimas fueron mayoría mujeres (en el caso de Picasso, dos se acabaron suicidando). No son chismes. “Su brillante obra exigió sacrificios humanos. Llevó a la desesperación a todos los que se le acercaban y los engulló. Necesitaba sangre para firmar cada uno de sus cuadros”, escribió su nieta Marina en Picasso, mi abuelo (Plaza & Janés).
Recordar que Gauguin fue un pedófilo o Picasso un campeón de la misoginia continúa suscitando reacciones furibundas
Exigir que los artistas sean modelos morales es ignorar que el arte surge de la vida, que las dos cosas están íntimamente interconectadas, y que en la vida también hay seres oscuros, groseros y seriamente dañados. No veo ninguna razón para sacar sus obras de los museos. Pero ocultar detalles molestos de sus biografías nos priva de la posibilidad de algo tan humano como es confrontar sus obras con nuestra propia rabia, la vergüenza o los miedos acumulados. Una acción silenciosa de la artista María Llopis llevada a cabo en ese sentido en el Museu Picasso ha migrado en redes desprovista de contexto, sin matices, provocando una oleada de indignación y de amenazas. No creo ver en ellas una defensa de la obra del artista, sino más bien el pánico atávico a que pueda perder su pedestal de intocable macho alfa.
Fuente: www.lavanguardia.com