Por Gustavo Figueroa, Resumen Latinoamericano, 16 de junio de 2021.
La primera vez que nos comunicamos con Andrés de la Torre lo hicimos vía telefónica. Conversamos cerca de una hora y reflexionamos en torno a algunos hechos puntuales de la causa. Por un lado, Andrés me contó que conoció a Luis Ramos el día que la policía lo fue a buscar a su domicilio. Andrés vio en Ramos una persona que se mostraba desentendida de la situación. No se mostraba nervioso, ni había en él ninguna marca aparente de pelea o forcejeo. Por otro lado, Andrés me contó que estuvo en los allanamientos, pero que no pudo ver de forma directa que es lo que se hacía en dichos operativos. Y que dado que su abogada está en Rosario, ella tampoco pudo estar en ninguna de las diligencias judiciales realizadas en la provincia de Buenos Aires. Sólo estuvo presente en estos allanamientos la fiscal de la causa, Karina Guyot. En este sentido, no puede omitir preguntarle a Andrés y pensar una situación hipotética. Si la desaparición de Tehuel estuviera relacionada a una red de trata de personas con fines de explotación sexual, en el cual están involucrados funcionarios públicos, fundamentalmente altos mandos de la policía bonaerense, ¿confías en que la fiscal va a responder por tus intereses y no por los intereses de las instituciones estatales? La respuesta, en esa primera comunicación, fue certera, sin dudarlo. “Si, confío”.
Andrés es una persona atenta y receptiva. Escucha con dedicación cada palabra e interrogante que se pronuncia a su alrededor. Andrés ha hecho un poco de todo en su vida. Fundamentalmente ha estado cerca de los fierros, una pasión que comparte con Tehuel. Andrés tuvo una bicicletería, una agencia de remises y construyó con sus propias manos la casa donde estamos sentados realizando la entrevista, en Tristán Suárez, dentro de la provincia de Buenos Aires. Además, Andrés me advierte que conoce la calle, lo que le ha permitido desarrollar una virtud temperamental ante los hechos, mostrándose lúcido ante ellos, aunque no titubea en reconocer su desconocimiento ante algo que le es ajeno. Andrés me cuenta que a sus sesenta años, recientemente, durante la marcha realizada en La Plata exigiendo la aparición con vida de Tehuel, aprendió correctamente lo que significan las letras en el lenguaje inclusivo. “Me explicaron que la x indica que la persona no se reconoce ni hombre, ni mujer”. Fue en este contexto de compresión que Andrés me confesó que siempre se refirió a Tehuel como “hija” y que está referencia nunca le incomodó a Tehuel, por lo menos dentro del ámbito familiar, del mismo modo que nadie de la familia colocó en tensión la identidad de Tehuel, una identidad que Andrés siempre identificó o supo reconocer. Una identidad que no le impidió a Andrés ser respetuoso y comprensivo para advertirle desde el cariño más profundo que un padre puede expresar: “Tehuel, no confíes en los hombres, porque ellos te siguen viendo como una mujer”. Incluso Andrés entiende y es consciente que “los tipos” son perversos y desean concretar (por la fuerza) relaciones sexuales con personas trans y lesbiana, abusando de su lugar de privilegio dentro de la sociedad.
Andrés vivió en Darwin e Ingeniero Jacobacci dentro de la provincia de Río Negro. En estas ciudades extractivas Andrés logró ver de forma evidente los distintos crímenes que se comenten en relación al delito de trata de personas con fines de explotación sexual. Por eso cuando escuchó la versión de que Tehuel podía estar en el sur del país, su primera reacción fue pensar que debía viajar a corroborar este hecho. Aunque rápidamente lo descartó entendiendo que no hay ningún fundamento sólido para que Tehuel este en Caleta Olivia (Santa Cruz). “Incluso a mi me ha parecido ver a Tehuel caminando cerca de casa. Muchas personas tienen el corte de pelo de Tehuel”, concluyó Andrés.
Justamente del sur del país y de estos viajes es que surge el nombre Tehuel. “Tehuel es un nombre que no tiene género. Quiere decir arisco /arisca”, me cuenta Andrés. Una característica que coincide con Tehuel. “Cuando era bebé, cada vez que alguien se le acercaba, Tehuel cruzaba los brazos y empezaba a rodear (los movimientos) de la persona”. Y mientras me cuenta estos detalles, Andrés reproduce con su cuerpo los movimientos que hacía Tehuel. Los brazos cruzados, sobre la panza, arrastrados levemente hacia un costado, como si intentará esconderlos. “Tehuel no se dejaba tocar, pero siempre tenía una sonrisa”, continúa relatando Andrés, mientras el humo del tabaco se diluye en el aire, antes de llegar al techo, a la altura de una foto antigua donde se ve a Andrés vestido con ropa de marinero. Andrés fuma un cigarro y me muestra otras fotos que hay en su casa. Hay pocas de Tehuel. Andrés me da a entender que no quiere tener muchas fotos de Tehuel cerca. Sólo hay una con su hermana melliza, cuando tenían un año de edad, sentadas al aire libre, en el Parque de Ezeiza. Y otra donde Tehuel aparece con una gorra y una sonrisa gigante, a modo de selfi; una fotografía que está apoyada en un autito de colección, sobre el televisor de la casa.
Andrés recuerda la última vez que vio a Tehuel y las comunicaciones telefónicas que mantuvieron unos días antes de su desaparición. “La última vez que vi a Tehuel fue en diciembre, cuando se mudo a vivir con su pareja. Luego de eso nos mantuvimos comunicados por teléfono. Me contó que iba a comenzar a trabajar de mozo”. En este punto Andrés me aclara que no fue una entrevista de trabajo, si no que era una certeza, que luego concluyó en un engaño. La propuesta de trabajo no existía, tampoco la supuesta parrilla donde iba a comenzar a trabajar Tehuel, ni Ramos mantenía una relación laboral en ningún ámbito gastronómico. Ramos es una persona insolvente.
En función de este último hecho, Andrés comenzó a articular varias sospechas latentes sobre el proceso de investigación. En primer lugar, como ya advertí, el principal sospechoso de la desaparición de Tehuel, Luis Ramos figura como una persona insolvente. Sin embargo, en la actualidad este sospechoso está representado por un abogado particular. En segundo lugar, durante los primeros días de búsqueda de Tehuel, como la familia no poseía un abogado particular, Andrés mantuvo una comunicación directa con el director de la Sub Delegación Departamental de Investigaciones (DDI) de San Vicente. Hace algunas semanas, antes de cumplirse los tres meses de la desaparición de Tehuel, y sin darle demasiadas explicaciones a la familia, este mismo directivo fue removido de su cargo y trasladado a otra jurisdicción. ¿Por qué es removida, en medio del proceso investigativo, una persona que manipulaba mucha información directa de la causa? En tercer lugar, y este es un hecho que agregó desde mi experiencia por haber trabajado en varios casos de desaparición forzada, ni la familia de Tehuel ni su abogada particular, han podido participar de los allanamientos y diligencias judiciales que se han realizado en distintos escenarios de la provincia de Buenos Aires. En este último punto, es importante tener en cuenta que la función de los perros rastreadores son fundamentales en este tipo de operativos, dado que, por ejemplo, en el caso de Facundo Castro, ha sido revelador ver, desde la visión de Marcos Herrero (perito particular de la familia Castro), como los adiestradores de las fuerzas de seguridad nacional trabajaron sobre los escenarios sin muestras de olor y condicionando a los perros a estar sujetos a la correa, indicando por donde ir y por donde no. Por otro lado, retomando el rol de los investigadores de las fuerzas intervinientes, durante los primeros días de la búsqueda del trabajador golondrina Daniel Solano, el ex comisario de Choele Choel (Río Negro) y ex titular de la brigada de investigación, Héctor Martínez, se mantuvo, desde el primer momento, comunicado con la familia de este joven, mostrándose amistoso, recabando cada dato que aportaba la familia del joven desaparecido. Luego de un extenso proceso de investigación se pudo comprobar que este comisario fue y es uno de los responsables de la desaparición de Daniel Solano y que usó la información que le brindó el padre de Daniel, para encubrir a sus colegas policías y encubrir el rol que él mismo ocupó en la desaparición. Por último, en Neuquén, la fiscal Sandra Taboada, actuante en la desaparición de Sergio Ávalos, estuvo cuatro años a cargo de la investigación, durante el cual se preocupó, por un lado, de mostrarse comprometida con la causa, aunque, por otro, se ocupó de retrasar las distintas etapas del proceso de investigación, llegando inclusive a perder la única prueba contundente de la causa: el video en donde se ve a Sergio Ávalos entrando al boliche desde donde fue desaparecido. Después de haber alegado y alardeado de ser una abnegada de la causa, la familia Ávalos se tuvo que enterar por un programa de radio que Taboada no representaba más el caso. Hoy está fiscal enfrenta un juicio político por mal desempeño de sus funciones.
¿Cuántos cigarrillo habrá fumado Andrés esperando algún pasajero, viajando a los diferentes y extensos destinos del conurbano bonaerense? ¿Cuántos cigarrillos encenderá por la noche Andrés, recordando alguna charla con Tehuel, releyendo alguna antigua conversación de WhatsApp, esperando un mensaje por teléfono que anuncie su regreso? “Mi única preocupación siempre fue que el auto no se rompiera”, me cuenta Andrés mientras termina su cigarro. Andrés ha manejado un auto toda su vida para mantener y resguardar a su familia. La madre de Tehuel se fue cuando Tehuel y su hermana tenían dos años. Todavía Andrés recuerda ese día, un domingo; recuerda el sentimiento de impotencia y desconcierto que sintió con cinco hijos que quedaron a su cargo de un día para otro. “Si no fuera por la madre de corazón de Tehuel, me hubiera vuelto loco”.
Andrés tiene nueve hijos. Uno de ellos, el mayor, llegó en moto, ingresó a la casa y rápidamente salió, entendiendo que su padre tenía visitas. Andrés lo llamó, y casi como un niño, y haciendo una mueca con el cuerpo, Andrés le preguntó si quería tomar unos mates. Su hijo le informó que afuera lo esperaban de la Revista Cítrica para hacerle otra entrevista. Andrés se río, y se tomó con calma todas las presencias que lo rodeaban y aguardaban para escuchar el relato de Tehuel. Lentamente y casi sin percibirlo Andrés de la Torre se está convirtiendo en un comunicador, en un portavoz de la causa de Tehuel, en un símbolo de resistencia y persistencia que asegura no abandonar a Tehuel ni a ningunos de sus hijos. “Yo busco a Tehuel con vida”, me asegura Andrés y esa certeza, en estos tiempos de aislamiento social y miseria, enseña y fortalece, porque aquella persona que ve y escucha, comprende que Tehuel no está solo, que hay una familia que lo espera y que por cada sospecha de Andrés nace una nueva certeza irrefutable. Andrés sabe que Luis Ramos encubre a una tercera persona o a un grupo de personas. Y aunque esa sospecha se convierta en otra línea profunda en su rostro, Andrés está dispuesto a atravesar ese camino de incertidumbre y angustia, como un camino más (seguramente el más difícil) de los tantos que le ha tocado transitar en su vida, respondiendo a uno los principios elementales en este tipo de casos: es la acción y motivación de los familiares, y solamente la voluntad de la familia, la que logra direccionar las líneas investigativas para alcanzar el sendero de la verdad. Ese elemento indispensable de voluntad y presencia hace 21 años que Andrés lo viene cumpliendo metódicamente. No va a claudicar en su camino. Ante la ausencia de hipótesis de desaparición por parte de los investigadores, la presencia familiar es la única certeza en el camino de búsqueda de Tehuel y es una certeza que sólo y únicamente puede mantener su familia.