Resumen Latinoamericano, 7 de julio de 2021.
- Declaración:
El asesinato de Jovenel Moïse no debe ser la excusa para una nueva intervención en Haití
El pueblo haitiano vive un momento de incertidumbre pero no llora. El mandatario de facto, Jovenel Moïse, fue asesinado esta madrugada en su domicilio en Puerto Príncipe y aún no están claros los móviles de quienes cometieron este crimen. Desde los pueblos de Nuestra América no lloramos a los verdugos de los pueblos, pero si alertamos sobre los posibles escenarios que pueden desatarse con este asesinato en beneficio de los intereses imperialistas, que viven de la generación de caos como principal estrategia de dominación. La memoria de la resistencia haitiana nos trae de la historia que en 1915 luego del asesinato del presidente Vilbrun Guillaume Sam el ejército estadounidense invadió Haiti, ¿estarán repitiendo su estrategia?
El asesinato de Moïse es uno de esos casos donde la violencia se vuelve en contra del generador original de la misma: desde hace meses, Haití vive una espiral de violencia que busca frenar y reprimir los levantamientos populares que se han mantenido de forma permanente durante los últimos 4 años. Según entidades estatales y organismos de Derechos Humanos nacionales e internacionales han habido 12 masacres, 234 secuestros (ONU), 10 mil desplazados, y se han identificado más de 76 grupos armados. A estas cifras se sumaron 15 nuevos asesinatos a fin del mes de junio.
Es importante recordar que hace unos meses, el 7 de febrero de este año se consumó en Haití un autogolpe protagonizado por el propio Moïse, tras vencer el período de cinco años de gobierno que estipula la Constitución del país. Moïse coronó así una larga deriva autoritaria que lo enfrentó a la movilización permanente de las clases populares, a la oposición política y al conjunto de poderes e instituciones del Estado.
Por eso el pueblo haitiano reclamaba hace meses la dimisión de Moïse, procurando una salida democrática y sin intervención extranjera. Llamamos la atención a esto porque la espiral ascendente de violencia siempre es mostrada por la mirada colonialista como propia de la sociedad haitiana mientras se deja de lado que “la violencia” es organizada, tiene una direccionalidad y aparece vinculada mayormente a bandas armadas, que han crecido en despliegue y capacidad operativa gracias a su vínculo con poderes internacionales y en acuerdo con el propio estado haitiano, colonizado por sectores lacayos del imperialismo en todas sus formas.
En momentos donde muchos discursos sin anclaje en las necesidades y sentires del pueblo haitiano salen a la luz publica internacional es importante aclarar y desandar el colonialismo que se filtra por derecha y por izquierda: la crisis en Haití no es ni abstracta, ni metafísica, ni eterna. Tiene fechas, causas y responsabilidades precisas. En primer lugar el largo historial de ocupaciones, injerencia y golpes de Estado con soporte internacional, que hicieron del país una neo colonia francesa apenas pocos años después de consumada la Revolución de 1804, y luego una neo colonia norteamericana tras la ocupación de los marines yankees entre los años 1915 y 1934. En líneas generales los grandes jugadores de esta política de recolonización y tutela han sido la triada compuesta por Estados Unidos, Francia ‑quien nunca abandonó la isla realmente- y Canadá ‑quizás el país que practica la política imperialista más invisible y solapada en nuestro continente, siempre a caballo de sus corporaciones mineras-.
En los últimos 50 años también han tenido una mediación y un protagonismo destacados los organismos multilaterales, como la Organización de Estados Americanos (OEA), las Naciones Unidas y grupos de interés como el Core Group ‑conformado por los países autodenominados “amigos de Haití”- la mayoría europeos, con intereses mineros, migratorios, financieros o geopolíticos en el país. El auge del llamado “intervencionismo humanitario” en la post Guerra Fría, o de ideologemas parecidos como la “responsabilidad de proteger” o el “principio de no indiferencia” se han plasmado, en el laboratorio haitiano, en las innumerables misiones civiles, policiales y militares que desembarcaron en la costa occidental de la isla, desde la pionera MICIVIH en el año 1993, hasta la tristemente célebre MINUSTAH durante el período 2004 – 2017. Los loables objetivos declarados por estas misiones y organismos han sido la paz, la estabilidad, la gobernanza, la justicia, la reconstrucción y el desarrollo. Sin embargo Haití, impedido de llevar adelante una política elementalmente soberana, ha retrocedido en los últimos casi 30 años en todos estos rubros e indicadores.
La dimensión política de la crisis haitiana es incomprensible sin las permanentes intromisiones foráneas en su sistema político y económico. Cada vez que en las últimas décadas el pueblo haitiano tuvo posibilidad de ejercer su voluntad libremente, la participación electoral fue enorme: en las elecciones del año 1990, Aristide logro una resonante victoria con el 67.39% de los votos. Aún después del golpe que lo sacó del poder ‑con la participación directa de los Estados Unidos- en unos nuevos comicios celebrados en el año 2000, el pueblo haitiano volvió a hacer gala de su compromiso democrático y eligió de nuevo a Aristide por un abrumador 91,7% de los votos emitidos válidos. En 2004 Aristide volvió a ser derrocado, esta vez por la acción de una Fuerza Multinacional Provisional compuesta por tropas de los Estados Unidos, Francia y Canadá
Jovenel Moïse deja tras de sí una larga deriva autoritaria que erosionó las diferentes instituciones del país. El parlamento fue cerrado en enero, y durante ese tiempo se gobernó a través de decretos. La represión de la protesta social y la proliferación de violencia organizada a través de bandas armadas también fue una constante de su gestión, siendo uno de los casos más recientes la ejecución en las calles del periodista Diego Charles y de la compañera feminista Antoinette Duclaire. Por eso no merece nuestro respeto. Sin embargo, seguimos con atención y preocupación las consecuencias de esta muerte violenta y sospechamos que los intereses que se esconden no auguran nada bueno para el pueblo de Haití.
Seguimos del lado del pueblo haitiano y de sus organizaciones populares. Seguimos denunciando la injerencia internacional y al imperialismo norteamericano. Pedimos a los gobiernos y pueblos de Nuestra América que no permitamos una nueva intervención militar extranjera en el país, como la que están sugiriendo cínicamente Biden y DuqueBiden y Duque con sus eufemismos de «ayuda» y «protección de la democracia».
La inestabilidad y la violencia en Haití se originan en la imposición constante de gobernantes y de modelos económicos que solo hambrean y matan a las mayorías. No justificaremos ningún tipo de colonialismo ni intervención.
Por una Haiti Libre y soberana
Dictadura Nunca Más