Ante nosotros la “Plaza Cadenas” de mi época de estudiante universitario, hoy Plaza Agramonte. Y frente al edificio de la Escuela de Derecho a mano izquierda de la plaza, húmedo del rocío de la madrugada, el banco de granito y mármol donde tantas batallas estudiantiles se planearon por quienes entonces nos considerábamos herederos de hombres de la talla revolucionaria de Julio Antonio Mella, Antonio Guiteras y Rafael Trejo. Fue entonces que nos vino a la memoria el recuerdo de aquellas luchas estudiantiles libradas en defensa de los mejores y más caros intereses populares. La batalla contra el aumento del precio del pasaje urbano, el mitin multitudinario, a oscuras en la escalinata contra el alza de las tarifas eléctricas con Eddy Chibás de orador junto a nosotros los estudiantes, las protestas contra la discriminación racial existente, cuando los cubanos negros eran limitados en sus derechos ciudadanos a pesar de que los garantizaban la carta constitucional de la república, la acción solidaria del Comité Universitario a favor de la Independencia de Puerto Rico, o el de la existencia del Estado de Israel, la viril denuncia del “Comité 30 de Septiembre” contra el gangsterismo- en esa Fidel se jugó la vida- la manifestación de protesta ante la Embajada de Estados Unidos por el acto infame y sacrílego perpetrado por tres marineros norteamericanos de un barco de guerra surto en el puerto habanero que se encaramaron en la estatua del Apóstol Martí en el Parque Central de La Habana, desatando una ola de indignación nacional. Fueron esas y muchas más, las batallas libradas por el estudiantado cubano de aquellos años de mis tiempos de estudiante en las que con orgullo participamos con honor.
En todas aquellas lides heroicas del estudiantado cubano de mis tiempos juveniles, siempre presente, sin imaginar lo que le depararía después el destino como líder de una profunda Revolución social, allí estaba a la vanguardia aquel joven de gran estatura física, de cuerpo atlético y cabello rubianco, de palabra aguerrida y vibrante, el Fidel de la colina universitaria- después en la montaña- quien sin dudas fuera el mejor exponente de la hornada de jóvenes cubanos que la historia señala como la “Generación del Centenario Martiano” .
La estampa de aquel glorioso pasado de más de medio siglo, se hizo más viva aún cuando llegamos a situarnos de pie, en el lugar que nos fuera asignado como invitado especial a un evento histórico. Era el retorno de Fidel a la escalinata. Estábamos a un costado de la estatua del Alma Mater, a cuyos pies se había instalado la tribuna que serviría de plataforma para el acto en el que haría uso de la palabra aquel mismo joven compañero mío, el universitario de ayer, ya entrado en años como yo , pero el mismo Fidel Castro de siempre, el eterno Fidel que salía de la penumbra mañanera, vestido de completo uniforme verde olivo, sin sus insignias al hombro de Comandante en Jefe, para enfrentarse cara al sol cuya luz le iluminaba el rostro, para hablarle a mas de 50 mil jóvenes estudiantes cubanos que desbordaban la histórica escalinata universitaria, eufóricos y rebosantes de alegría, ante la presencia de quien todavía sigue lúcido, vertical y erguido como en sus tiempos juveniles, manejando los hilos de la historia.
Fidel habló de la paz mundial en peligro. Sabios consejos que debieran ser escuchados por los que tienen en sus manos el botón de la guerra. La humanidad merece un mejor destino que el de caminar como va hacia un holocausto total. Sus palabras fueron cortas y precisas, como se le habla a los jóvenes inquietos de la nueva generación. La generación que también reclama a viva voz la libertad de los Cinco cubanos antiterroristas presos en cárceles norteamericanas. La respuesta era la esperada. ¡Fidel!,! Fidel!,! Fidel! Era el “joven” Fidel Castro de ayer, hablando a los estudiantes de hoy y como la juventud estudiantil allí presente le respondía dándole vivas a Fidel.
Terminado el acto ante los estudiantes en la escalinata, Randy Alonso el conductor de la Mesa Redonda de la Televisión Cubana nos indicó que avanzáramos hasta donde se encontraba Fidel junto a su señora esposa Dalia Soto del Valle, con dos de sus hijos, Tony el médico y Álex, quien compartía con el camarógrafo Roberto Chile la labor de tomar constancia grafica de las actividades en las que Fidel está presente. Y por supuesto su médico personal y unos pocos ayudantes y escoltas todos ellos siempre alertas en el cumplimiento de su deber. No era un acto oficial de gobierno. No había allí ministros ni funcionarios. Solo Fidel y los estudiantes.
Con Fidel hablamos de las cosas de hoy y de ayer. Comentamos nostálgicos, sobre aquellos tiempos en que éramos jóvenes dirigentes estudiantiles universitarios. Que no éramos muchos los de aquella época que estamos de pie y activos, levantando los mismos ideales de entonces. En Cuba, que yo recuerde, Alfredo Guevara y Fidel. Y yo que me fui a La Habana con mi esposa Miriam y Ramón Coll, uno de los ejecutivos de la Alianza Martiana, para presenciar el regreso de Fidel a la Universidad de La Habana, sesenta y cinco años después de su ingreso como estudiante de primero año de la Escuela de Derecho de la única Universidad de la Cuba de ayer. Pero esa, esa es otra historia.
A los malos agoreros solo les digo que Fidel está muy bien de salud. De mente clara y precisa, con voz firme y de combate, como cuando pronunciaba aquellos discursos encendidos cargados de entusiasmo en la Plaza Cadenas de la Universidad , arengando a sus compañeros antes de bajar la escalinata en algarada de protesta estudiantil.
Nadie me lo contó ni lo vi por la televisión. Yo estaba allí como testigo cierto del retorno de Fidel, del Fidel de siempre, a la histórica escalinata de nuestra Universidad nacional. Genio y figura hasta la sepultura.