Resumen Latinoamericano, 17 de agosto de 2021.
El Gobierno argentino enfrenta una crisis política que, a ratos, se asemeja más a una telenovela latinoamericana.
Hace varias semanas, un tuitero opositor liberó en las redes las listas oficiales de las personas que ingresaron a la residencia oficial de Olivos durante 2020, el primer año de la pandemia, justo cuando en Argentina regía la cuarentena estricta que, por decreto del presidente Alberto Fernández, impedía a millones de ciudadanos salir de sus casas.
Desde entonces, un escándalo fue creciendo de manera paulatina, ya que levantaba sospechas sobre el cumplimiento de la ley por parte del presidente y de su pareja, Fabiola Yáñez. Pero algunos opositores salieron involuntariamente en su ayuda al distorsionar el debate y teñirlo de violencia machista. Como en la lista había varias mujeres, algunas más famosas que otras, sugirieron que eran amantes del presidente. El nivel de debate público cayó al subsuelo.
Lo que en realidad ameritaba una explicación del Gobierno era, por ejemplo, el constante ingreso de un amplio equipo de producción de Yáñez que incluía a peluqueros, maquilladores, entrenadores personales y asesores de estilo. En medio de la emergencia sanitaria, era fácilmente interpretable como un gesto de frivolidad de una actriz de 40 años que, ya de por sí, ha ejercido un controvertido papel desde que se convirtió en primera dama.
Para peor, el listado reveló la entrada de amigos y asesores de Yáñez justo el día de su cumpleaños. Era el 14 de julio de 2020, uno de los momentos en que regían las restricciones más duras. Llegaron de noche y salieron de madrugada. El presidente afirmó, una y otra vez, que a Olivos sólo iban personas a trabajar, pero el horario le restaba verosimilitud a sus explicaciones.
La desconfianza se acrecentó la semana pasada, cuando un periodista mostró una foto del festejo en la que Fernández y Yáñez se mostraban sonrientes, amontonados y sin barbijo, junto con sus invitados.
En el Gobierno primero intentaron evadir el tema. La orden fue que nadie hablara públicamente y que se limitaran a asegurar off the record que la imagen era falsa, que estaba trucada. Pero el jueves una periodista publicó una segunda foto que demostraba que sí, que el presidente había violado la cuarentena que él mismo había impuesto por decreto.
El escándalo, ahora sí, fue imparable.
Cadena de desaciertos
A partir de ese momento, el Gobierno dio una clase magistral sobre todos los errores que se pueden cometer para enfrentar una crisis política.
La aparición de la segunda imagen probó que Fernández no sólo había violado la cuarentena, sino que también había mentido desde el principio. Incluso a gran parte de las y los funcionarios que estaban convencidos de que la fiesta no había existido, lo que generó fuertes tensiones internas. Además, llamaba la atención el grado de torpeza (¿impunidad?) que tiene un presidente que se saca fotos del momento en el que está quebrantando una ley impuesta por él mismo. Un misterio de la humanidad.
Luego, en vez de reaccionar, vino un largo silencio que demostraba el desconcierto en el que estaba sumido el oficialismo. El jefe de Gabinete Santiago Cafiero y otros funcionarios empezaron a reconocer en entrevistas que la fiesta había sido «un error».
Pero entonces apareció el verborrágico exministro Aníbal Fernández. «Llega el marido a la casa, la mujer organizó un cumpleaños ¿El marido la lleva a la habitación y le pega dos piñas porque cometió el error? Eso no existe más», dijo para «defender» al presidente con un nivel de brutalidad que sólo empeoró la situación y que confirmaba las versiones de que parte de la estrategia de contención de daños sería culpar a la primera dama.
Faltaba lo más importante: la palabra presidencial. Y en lugar de preparar un mensaje sobrio y exclusivo sobre el tema, con él como único protagonista debido a la gravedad de lo ocurrido, la agenda oficial no se movió.
La expectativa se centró así en un evento que Fernández tenía programado el viernes por la tarde con otros funcionarios, que empezó casi dos horas más tarde de lo anunciado y en el que hubo varios discursos previos que sólo tensionaban más el ambiente porque lo que urgía era escuchar al presidente, saber si respondería a las masivas exigencias de que, por lo menos, pidiera perdón.
«El 14 de julio mi querida Fabiola convocó a una reunión, a un brindis con sus amigos que no debió haberse hecho y que lamento que haya ocurrido. Debí haber tenido más cuidados, que evidentemente no los tuve. Lamento lo que ocurrió. No va a volver a ocurrir», dijo el presidente al señalar la responsabilidad de su pareja sin asumir por completo la suya propia.
Fue decepcionante.
Este lunes, sin embargo, Fernández sí fue más contundente. «El único responsable soy yo: me hago cargo, doy la cara y me pongo al frente de todo esto. Y si alguno piensa que me van a hacer caer por un error que cometí, sépanlo, me fortalecen», advirtió después de calificar como «miserables» a quienes dijeron que había culpado a su compañera.
Reacciones
La oposición descorchó champán. Y con razón, ya que los múltiples desaciertos del Gobierno le dieron bastantes motivos para celebrar.
El escándalo golpeó directo al peronismo a menos de un mes de las elecciones primarias de candidatos que competirán en las legislativas de noviembre, y en las que Fernández aspira a conservar la mayoría en el Congreso para terminar sin mayores sobresaltos la segunda parte de su gestión. La meta máxima es, o era, fortalecerse con miras a una reelección que hoy parece lejana ante el derrumbe de su credibilidad.
La cena clandestina también le quitó reflectores a los profundos pleitos internos que arrastra el principal bloque opositor en el que participa, ya no como líder, el expresidente Mauricio Macri.
El debate se dividió entre múltiples voces. La militancia oficialista oscila entre quienes asumen su frustración y no defienden lo indefendible, y quienes minimizan la violación de la cuarentena en la residencia presidencial y ratifican su apoyo incondicional y acrítico al Gobierno. Y que se amparan en una comparación que ya se ha vuelto un lugar común: «pero el macrismo era peor», que, en este caso, es improcedente porque la actitud del presidente es tan vergonzosa que amerita una condena sin «pero» alguno.
Por otra parte, la oposición mediática y partidaria se abroqueló en una sobreactuación hipócrita y tapizada de moralina que era más que previsible, tanto como su permanente doble vara, ya que sabemos que siempre van a amplificar mucho más los escándalos que atañen al peronismo que a los que involucran al siempre protegido macrismo.
Incluso comenzaron a tramitar un juicio político contra Alberto Fernández que es más una puesta en escena ya que, además de que tiene escasas posibilidades de prosperar, implicaría que la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, la expresidenta y líder política que tanto detestan, asuma la presidencia.
Una de las opositoras más radicalizadas, Elisa Carrió, ya reconoció que por eso no apoyará el juicio político, así que el proceso solo les servirá para mantener el tema en la agenda.
Sorpresa
La desazón en el oficialismo alcanza a las y los funcionarios decentes y responsables que se echaron al hombro el manejo de la pandemia, que desde que inició han trabajado sin descanso para paliar la crisis sanitaria y que hoy ven cómo el eje de la estrategia, que fue la cuarentena, queda desacreditada por la actitud del presidente.
Para dimensionar la magnitud del impacto del llamado «Olivosgate», baste recordar que el Gobierno ya padeció hace meses el escándalo de la «vacunación vip» que recibieron de manera indebida decenas de personas allegadas al poder, y que le costó el puesto al exministro de Salud Ginés González García. En este caso, el responsable directo es el propio presidente, no puede echar a ningún ministro para paliar las críticas.
A la palabra devaluada de Fernández hay que añadirle el misterio de la filtración de las fotos del cumpleaños de la primera dama, porque sólo las tenía el selecto grupo convocado al festejo. Y alguno de ellos se las pasó a dos periodistas ultraopositores que las publicaron en sus medios. Fuego amigo, le llaman.
Esto demuestra la vulnerabilidad que rodea a un presidente que no se cuida y al que, queda probado, tampoco nadie cuida.
En medio del temor de que en los próximos días aparezcan más imágenes, el sábado esta historia tuvo un inesperado giro melodramático.
A contramano de quienes le recomendaban dejar de aparecer unos días en público, el presidente decidió encabezar un acto al que también asistió su pareja. Ya en la noche, Yáñez publicó una serie de fotos en Instagram en las que se tocaba el vientre. A pesar del barbijo, su amplia sonrisa era indisimulable.
Los rumores de embarazo estallaron. Los chistes, también.
La indignación opositora apuntó al uso de un bebé para atemperar el escándalo. En el Gobierno optaron, otra vez, por el silencio, pero el domingo, que se celebró el Día de las Infancias, Áñez se mostró en frenética actividad en redes y posteó fotos de los variados festejos a los que acudió en su calidad de primera dama.
La atención estaba en su panza, pero la cubrió con un amplio abrigo.
Por ahora, no sabemos si efectivamente hay un embarazo presidencial ni tampoco cuál será el verdadero impacto a corto y largo plazo de esta crisis autogenerada por el Gobierno. La intriga, en ambos casos, se develará en poco tiempo.
Fuente: RT