Por Geraldina Colotti, Resumen Latinoamericano, 17 de agosto de 2021.
La rueda de prensa del presidente venezolano Nicolás Maduro duró casi tres horas. Luego de una breve introducción sobre el momento preelectoral ante las mega-elecciones del 21 de noviembre, el mandatario respondió a las preguntas de los periodistas, presenciales o virtuales, brindando noticias y análisis sobre la situación nacional e internacional. En el centro del encuentro, el diálogo con la oposición, que concluyó su primera sesión en México, y que continuará el 3 de septiembre.
Maduro ha mostrado el memorando de entendimiento firmado por el presidente del Parlamento Jorge Rodríguez («representante plenipotenciario» del gobierno bolivariano), por Gerardo Blyde, vocero de la oposición, reunida en la Plataforma Unitaria, y por Dag Nylander, quien encabezó el equipo de «facilitadores» noruegos, con Rusia y Holanda como «acompañantes», y el presidente mexicano López Obrador como anfitrión.
¿Por qué este gran despliegue de fuerzas y recursos que por solito se implementan para países en guerra o para conflictos gangrenados por enfrentamientos de intereses geopolíticos difíciles de resolver? Visto desde fuera, considerando la inconsistencia de la contraparte «guaidosista», parece surrealista. De hecho, los políticos de extrema derecha no son los verdaderos antagonistas del gobierno bolivariano. Si así fuera, todo podría resolverse en la arena política, ya que Venezuela es un país que ha puesto a prueba su democracia «participativa y protagónica» en 25 elecciones en los últimos 21 años. La de 21 de noviembre, será la n. 26.
Detrás de las pegatinas de cartón que, más grises desde el golpe de 2002, o acompañadas de algunos nuevos extras, repiten el mismo guión, está el imperialismo más poderoso del planeta, apoyado en una plétora de vasallos bien posicionados en el tablero de ajedrez mundial. Un titiritero que, explicó Maduro resumiendo las numerosas rondas de diálogo que quiso, ha entrado siempre con la pierna estirada, haciendo estallar el banquillo en el último minuto.
Examinar la génesis de negociaciones anteriores, como esta organizada con el alcance de un teatro de guerra, sirve para comprender la importancia del «laboratorio bolivariano». De hecho, fue y es una cuestión de resistir una guerra multiforme, librada tanto interna como externamente. Una guerra económico-financiera, diplomática, mediática, simbólica, que acompañó las agresiones militares y los intentos de golpe con el lanzamiento de bombas silenciosas y mortales («las sanciones»), para golpear – dijo el presidente – a toda la ciudadanía, independientemente de su color político, en sus intereses generales.
Maduro repitió a los medios de comunicación lo que Venezuela y Cuba denuncian a las instituciones internacionales: el carácter feroz, inmoral e indiscriminado de las medidas coercitivas unilaterales impuestas por el imperialismo estadounidense a pueblos que no se arrodillan ante su modelo devastador. Los títeres del imperialismo, dijo el presidente, querían transformar a Venezuela en un nuevo Afganistán, un nuevo Irak, una nueva Libia. Por ello, han llegado a invocar la R2P, la «Responsabilidad de proteger», una norma del derecho internacional humanitario que prevé la intervención de la «comunidad internacional» para detener los «crímenes de lesa humanidad».
Qué tipo de intervención «humanitaria» fue la norteamericana en los países del sur, se ha visto durante el siglo XX en Guatemala, Brasil, Panamá, Chile …, y se sigue viendo en el siglo actual. «No se puede combatir la violencia con más violencia, el terrorismo con más terrorismo», dijo Maduro, recordando las palabras de Chávez tras el bombardeo en Afganistán decidido por George W. Bush en represalia por los atentados del 11 de septiembre 2001. Estas declaraciones pusieron inmediatamente al Comandante en la mira del imperialismo estadounidense, que lo «invitó» a retractarse de sus declaraciones por boca de la entonces embajadora estadounidense. Pero Chávez devolvió con orgullo ese intento de intromisión, que tendrá una secuela en el golpe de 2002.
Con el orgullo independentista de la época, que reverbera en el Bicentenario celebrado en el país bolivariano, Maduro reivindicó el proyecto de paz con justicia social que representa el «socialismo del siglo XXI» y el renovado impulso de la integración latinoamericana. Retomando las palabras de Chávez – “somos una revolución pacífica pero armada” -, el presidente reiteró su voluntad de dialogar incluso con quienes mueven los hilos detrás de escena, es decir, el gobierno de Estados Unidos. Es anacrónico, dijo, que en un contexto global multicéntrico y multipolar, los estados no logran mantener un nivel mínimo de relaciones bilaterales.
Luego invitó a Biden a superar las actitudes «fascistas, supremacistas» de la anterior administración Trump, se dirigió al pueblo y a los jóvenes estadounidenses que no quieren agresiones y guerras, y reiteró su voluntad de dar la bienvenida al encargado de negocios Usa si regresa a Venezuela. Con la habitual ironía, el mandatario desveló luego los detalles de un intento previo de diálogo, protagonizado en México entre algunos representantes de alto nivel de la administración Trump y el «plenipotenciario Jorge Rodríguez».
Un largo encuentro ‑dijo- ocupado en gran parte por la condena expresada por los estadounidenses contra los «ladrones y corruptos» que animan el círculo del autoproclamado Juan Guaidó. Con ellos, incluso en el caso de un cambio de gobierno, Estados Unidos ya no querría tener relaciones. El contenido de esas conversaciones ‑agregó el presidente- también se filtró en algunos periódicos estadounidenses.
Por tanto, Estados Unidos parecía consciente de que el cambio de marcha en el modelo de injerencia, formalizado en la farsa de la autoproclamación, tenía pies de barro. Y por eso, a pesar del gigantesco uso de recursos para derrocar al gobierno bolivariano, ese modelo ha fracasado. El memorando de entendimiento firmado en México ha dejado por escrito al menos tres puntos importantes: el reconocimiento de las instituciones venezolanas y del gobierno legítimo que encabeza Maduro, el fin de la violencia y las conspiraciones y el fin de las «sanciones». Aún pendiente, la solicitud de que todos los componentes de la oposición participen en la negociación, que por ahora la Plataforma no ha aceptado.
Sobre el punto crucial de las «sanciones», la pelota pasa ahora al titiritero. Sin embargo, el camino principal es el de “la independencia económica y que debemos buscar todas las formas, incluso a nivel internacional, de romper el asedio, con la ayuda de esos países, comenzando por China y Rusia, que avanzan hacia la construcción de un mundo multicéntrico y multipolar”. La independencia económica no es un camino fácil para un país del sur, que el imperialismo ha mantenido en una condición de subordinación tecnológica, y que no puede cambiar ni siquiera la rueda de una máquina porque es una marca estadounidense.
Todavía, desactivar la subversión interna con gran inteligencia, como lo ha hecho el gobierno bolivariano, ya es un gran paso adelante. Sobre todo porque el diálogo no termina en México, sino que continuará en el país que se prepara para las megaelecciones del 21 de noviembre. Hasta el 29 de agosto, se pueden presentar candidatos para más de 8.400 puestos de gobernadores, alcaldes, legisladores regionales y municipales. Incluso los partidos de extrema derecha lo están haciendo, el presidente citó el caso de Carlos Ocariz.
La extraordinaria participación de la militancia chavista en las primarias abiertas del PSUV y la efectiva lucha contra la pandemia que realiza el gobierno bolivariano junto con el «pueblo consciente» en esta semana que registra el menor número de contagios (19 casos por 100.000 habitantes), son alentadoras: signos que anticipan, con la reapertura de las escuelas, la recuperación económica del país.