Lo decía ayer un columnista madrileño: «Un deber del ministro del Interior es descubrir fisuras en la banda, y si no, inventárselas». Se puede decir más alto, pero no más claro. Como continuación lógica de tal argumento, y a la vista del tratamiento de la redada, habrá que concluir que la misión autoadjudicada por casi todos los medios es difundir los «inventos» de Rubalcaba como una cosa creíble.
No hay que tener una especial sensibilidad crítica para entender que la redada de anteayer es una operación propagandística, lo que no le resta un ápice de gravedad cuando nueve personas están en calabozos de la Guardia Civil. El Estado busca, y ahora a marchas forzadas tras la declaración de ETA, sembrar recelos en la izquierda abertzale, emponzoñar, bloquear. Pero ya no engaña a nadie.
Antes estas cosas se ocultaban con disimulo. Ahora, sin embargo, al ministro de Justicia no le importa admitir que detienen sólo para escenificar que «no estamos en tregua», y el de Interior no duda en vender la redada como un intento de «restar a ETA parte de su poder sobre Batasuna». Como bien dice el columnista de «El Mundo», hacen su labor, mentir. Pero sólo esas dos frases deberían bastar para que cualquiera situara la redada en sus justos términos. Y a partir de ahí pensara si merece la pena seguir en guerra sicológica o darle una oportunidad a la paz.
Gara.