“Es imposible cambiar los ordenes de explotación, exclusión y despotismo sin violentarlos”…esa es la ecuación que nos deja tanto el materialismo histórico como pilar básico de comprensión del mundo en que vivimos como la misma experiencia revivida una y mil veces.
La lucha armada o más bien el movimiento revolucionario que en algún momento asume la violencia armada como parte de su propia lucha, es una respuesta inevitable a siglos de una violencia colonial, imperial y clasista que nunca ha acabado, por el contrario, en muchos aspectos continúa y se profundiza bajo ropajes y evidencias cada vez mas horrendas y asesinas.
El “mundo democrático”, de derechos y de libertades que nació con la revolución burguesa y la modernidad sin duda que ha constituido un paso importante emancipatorio para el ser humano. No obstante el cáncer de la explotación del trabajo ajeno y el saqueo imperial de los pueblos, hace de todo aquel avance un espectáculo que en la mayor parte de las comunidades humanas se vacía por completo de significado libertario, convirtiéndose por el contrario en una vereda más para justificar la opresión de los pueblos, muchas veces resguardados por todo ese blindaje de derechos y de ley que la propia revolución burguesa creó en su momento.
El despotismo guerrerista y destructivo es consustancial a la maquinaria capitalista globalizada en todas sus versiones políticas, por ello es imposible aspirar a un mundo de paz mientras subsista el capitalismo como tal. Esto se hace evidente sobretodo en tierras como las de Nuestramérica que por sus riquezas y avance societal se convierten en lugar de máxima apetencia para las élites económicas y políticas tanto regionales como de las grandes potencias del norte.
Si lo miramos desde el punto de vista de la evolución institucional de nuestras naciones, pasa el mismo fenómeno: observando la evolución “democrática” y formal pareciera que nos encaminamos a una “pacificación” de los órdenes de dominio y un reconocimiento de la necesidad de justicia e igualdad por parte de estas instituciones, pero la propia lógica capitalista de la ganancia máxima en cualquier terreno de acumulación, hace que las propias estructuras tradicionales de represión y genocidio, no sólo mantengan su alma despótica sino que sean desbordadas y penetradas por cualquier cantidad de estructuras de la “paraviolencia”, conviertiéndose en una monstruosidad asesina que solo el pueblo en armas puede enfrentar. Estos “paraestados” y sus “paraviolencias” a la final terminan siendo parte de la misma estructura de sobrevivencia del sistema capitalista y de sus formatos instituciones legales.
Y si lo miramos desde el punto de vista estrictamente social, la terrible desesperación de una pobreza que nunca acaba y que en muchas regiones más bien se incrementa, se convierte en mayor marginación, desplazamiento forzado, inmigración, nomadismo infeliz, hace inevitable una respuesta contundente que de alguna manera pare este destino triste. La respuesta violenta por parte de los pueblos ya no nace por tanto sólo de decisiones ideológicas y de convicción racional, se generan allí donde la pobreza en general se convierte en una barbarie insoportable que el sujeto consciente y que la vive en carne propia ya no acepta bajo ninguna excusa y por lo cual pone a marchar su propia violencia liberadora.
Pero también, a estas viejas y tradicionales expresiones de la violencia opresora de orden social e institucional, agreguemos nuevas formas de violencia que están haciendo estragos a la mente humana. Se trata de una violencia simbólica, distribuida por todos los canales mediáticos y propagandísticos inventados que no solamente crean un cuadro terrible de desinformación y mentira sino además genera ella misma el molde de una subjetividad agresiva e hiperindividualista que nos envenena desde niños, creando un camino directo a todo tipo de adicciones narcóticas y psicopáticas. La “guerrilla mediática” como se le ha llamado se convierte en ese sentido en una más de las inevitables respuestas a estas nuevas y aberrantes formas de la violencia del capital.
De todas formas aún así, la inevitabilidad de la lucha armada no sólo la podemos entender desde el punto de vista de la respuesta a la barbarie opresiva. Ella misma cobra sentido solo en la medida en que la lucha desde las armas es un camino de salida a la rabia e infelicidad que supone en general la vida del excluido y el explotado a placer del explotador. La lucha armada se hace camino sí y solo sí ella misma es un verdadero espacio de liberación, de producción creativa, de dignidad, de reconstrucción de la identidad necesaria y colectiva; allí la lección zapatista. Un lugar para aprender así sea en las más duras condiciones a construir las relaciones humanas de libertad, respeto y solidaridad, deseadas y materializadas desde un nuevo hombre y una nueva mujer.
Por ello mismo, no toda lucha armada es necesaria y deseable, y no toda organización armada e insurgente se justifica por sí misma. El pueblo en lucha se constituye a sí mismo en una auténtica “maquina de guerra”, inatrapable por cualquier forma-estado, en la medida en que entiende en medio de qué guerra está atrapado y por tanto tiene claridad de cuales son las condiciones para que la respuesta violenta que él genere tenga las característica de una genuina guerra de liberación. Muchos errores históricos en lo que ha sido la larga marcha de las experiencias y organizaciones insurgentes en nuestro continente y el mundo se han cometido y probablemente se siguen cometiendo. Sabemos que no hay “guerra bonita”, de cualquier forma ella misma es lo más duro y cruel que ha inventado el hombre, es por tanto y probablemente el mayor reto de todos hacer de esa guerra libertaria un saber y un quehacer de masas imbuida de los valores, razones y objetivos emancipadores que le dieron su razón de ser. “Nuestra guerra” definitivamente y tajantemente es todo lo contrario de la guerra de nuestros enemigos. Es una guerra a muerte sí, vaya Bolívar para recordárnolos, pero lo que debe morir desde nuestra violencia es la razón misma de la guerra y el odio entre los seres humanos.
Esto nos lleva a reafirmar el carácter integral de la batalla liberadora en el mundo de hoy. Es una batalla por la vida y la nueva sociedad en donde las armas de fuego en la más de las veces juegan el papel de retaguardias y garantías efectivas de defensa de una batalla mucho mayor donde todo: la cultura, las comunicaciones, los modos e insumos de producción, la tierra, la organizaciones de comunidades, el conocimiento y la creación tecnológica, etc, asumen una lógica de guerra, es decir, de combate frontal a la lógica imperial, destructiva, guerrerista, enferma, del capitalismo de hoy. Son parte de los territorios y los espacios humanos y naturales por liberar, siendo por tanto aquellas estructuras militantes que se avocan a lucha dentro de estos espacios, núcleos naturales de un mismo ejército revolucionario y parte de un saber integral de lo que es hoy en toda su dimensión la lucha armada como tal.
Al revés de lo dicho por el famoso teórico de la guerra alemán del siglo XIX Clausevitz cuando argumentaba que la guerra era una extensión de la política, hoy “la política se ha convertido en una extensión de la guerra”. La historia y consecuencias del imperialismo nos han dejado un mundo inundado de guerras y de presencia de fortalezas militares imperiales en el planeta entero cuyo principal protagonista son el ejército grigo y su complejo militar-industrial. Pero sobretodo y por ello, heredamos de esta historia un orden mundial que aplica sistemáticamente una respuesta de guerra, haciendo de ella ya no un mero lugar de expansión y defensa del espacio imperial conquistado sino en una actividad que condiciona la propia sobrevivencia del capitalismo. Por tanto la “lucha armada” redirecciona hoy su significado en el sentido que todo espacio y territorio conquistado se transforma en un punto de acumulación y desarrollo de la guerra popular y sobretodo de nuevas y creadoras modalidades de esta misma guerra.
Si el imperialismo es sustancialmente un orden permanente de guerra cada vez mas sofisticada y genocida, visible e invisible, virtual y real, la “máquina de guerra” por la liberación tendrá que saber enfrentar esa guerra en todos sus campos. Teniendo en cuenta la fortaleza propia de quien sabe moverse desde los adentros del mundo de la pobreza rural y urbana pero igualmente desde la consciencia que implica la debilidad de aquel que es atacado desde cielo y tierra con tecnologías cada vez más precisas, destructivas e impersonales, lo que obliga a convertir nuestra guerra en un movimiento permanente de unidades en capacidad de moverse en múltiples terrenos y formas de lucha, rompiendo todo fetichismo por las armas de fuego en sí y desarrollando saberes de lucha cada vez mas finos y capaces de infringir verdaderos daños al enemigo fundamental.
En la actual etapa dentro del espacio nuestramericano podemos puntualizar al menos tres grandes retos que tienen que ver con la profundización de la rebelión cultural y política en curso dentro del continente:
Uno, desde la perspectiva de la lucha armada el primero de esos retos tiene que ver con la reconquista del espacio urbano, enfrentando en primer lugar la violencia estatal y paraestatal que se ha venido abultando en nuestras ciudades hasta convertirlas en escenarios de muerte permanente.
Dos la conversión de los espacios de control armado o revolucionario por ser mas amplios en verdaderos territorios de autogobierno y poder popular. Esto supone una línea militar de organización y una línea militar de masas –un ejercito de multitudes- que en combinación y bajo el lineamiento colectivo de la comunidad politicen cada vez su lucha y convierta las estructuras militantes en estimulantes del poder constituyente de los pueblos. No podemos quedarnos simplemente con el objetivo de la “toma del poder” aunque sigue siendo prioritario, es fundamental construir desde ya y hasta donde se pueda todo un tejido de espacios efectivos del poder popular que prefiguren lo que habrá de ser la “nueva república” del futuro.
Tres, es indispensable “redignificar” la lucha armada y revolucionaria en general. Una campaña de intoxicación y de criminalización de los pueblos en lucha asociándolos inmediatamente con el terrorismo, además de los tantos errores cometidos, ha tenido sus frutos en muchos puntos del continente y particularmente en países como Colombia. Ese distanciamiento del “pueblo en armas” con el pueblo en general hay que acabarlo mediante un nuevo accionar en donde “las armas del pueblo” se centren cada vez más en golpear lo que realmente opresiona y destroza los pueblos, combinando creadoramente formas de lucha, donde definitivamente podamos restablecer el sentido pleno de las luchas de liberación. Donde cada vez más la decisión de qué ha de hacerse con las armas que están en manos de la organización del pueblo, la tome el pueblo mismo convertido en asamblea, en consejo popular de gobierno, en comunidades, tejidos horizontales de articulación, campos y fábricas autogobernantes y dignificantes.
No estamos seguros de cual haya sido la posición concreta de un comandante del calibre del mono Jojoy al respecto. Probablemente no haya sido la misma, siguiendo estatutos ideológicos de guerra defendidos por la FARC que no compartimos. En todo caso más allá de diferencias y polémicas, reivindicamos sí esa decisión del individuo nacido de los más profundo de nuestras tierras y sufrido sus consecuencias, que por la magia de los azares y la voluntad humana lo convirtió en una máquina de lucha y un comandante temido al extremo por la oligarquía más asesina de nuestro continente. A su memoria nuestro profundo respeto.
Solo el pueblo salva y emancipa al pueblo.