Gua­te­ma­la. Teji­dos del alma maya

Por Mai­te Gue­rre­ro, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 19 de octu­bre de 2021.

Sen­ta­da en el sue­lo y ama­rra­do a su cin­tu­ra, la teje­do­ra con­tro­la con celo el telar de cin­tu­ra o “de pali­tos” y deja en cada pie­za una sabi­du­ría mile­na­ria.
De ori­gen pre­his­pá­ni­co, es su ins­tru­men­to inse­pa­ra­ble para crear lien­zos angos­tos, no muy lar­gos, y de mul­ti­co­lo­res moti­vos, que refle­jan gran pasión y esme­ro. Cada pun­ta­da es úni­ca y en ella inser­tan anhe­los, espe­ran­zas, ale­grías y tris­te­zas, un pro­ce­so que rea­li­zan calla­das, en comu­nión con su espíritu.

Gene­ral­men­te son mamaí­tas que guar­dan celo­sa­men­te los secre­tos de cómo “tejer el alma”, por eso fue un des­cu­bri­mien­to encon­trar a Cheny López, de tan solo 21 años, en uno de los tan­tos pues­tos de ven­ta a la entra­da de San­ta Cata­ri­na Palo­pó, uno de los pue­blos alre­de­dor del famo­so lago Atitlán, en el depar­ta­men­to gua­te­mal­te­co de Sololá.

A dife­ren­cia de otras ven­de­do­ras que ofre­cen una amplia gama de tex­ti­les ya ela­bo­ra­dos, la mucha­cha apro­ve­cha el tiem­po para con­fec­cio­nar sus pro­pias pie­zas a la vis­ta de todos.

Cheny con­tó a Escá­ner que des­de los ocho años comen­zó a apren­der la téc­ni­ca del telar de cin­tu­ra y hoy es capaz de sacar ade­lan­te su pro­pio nego­cio con una varie­dad de pro­duc­tos muy bus­ca­dos por los turis­tas, aun­que no siem­pre reco­no­cen el valor de lo que compran.

Con su frá­gil figu­ra, sor­pren­de ver cuán­to rit­mo impri­me a la estruc­tu­ra por­tá­til, una ope­ra­ción fati­go­sa por­que “hay que ajus­tar y man­te­ner la ten­sión del hilo”, expli­ca, sin per­der la caden­cia, ya que la urdim­bre se esti­ra entre un res­pal­do y el cuer­po de la mujer.

Es un pri­vi­le­gio obser­var­la y saber que no cam­bia­ría esa for­ma de ela­bo­ra­ción arte­sa­nal a pesar de la fuer­te com­pe­ten­cia de bor­da­dos y teji­dos hechos con maqui­na­ria indus­trial que hoy inva­de Guatemala.

Balan­cea el cuer­po, hacia delan­te o hacia atrás, según lo requie­ra la pie­za, gene­ral­men­te de unos 75 cen­tí­me­tros de ancho, ter­mi­na­da en los cua­tro lados si se tra­ta de un hui­pil (lo que en la cul­tu­ra occi­den­tal sería una blu­sa), la cual le pue­de lle­var de tres has­ta ocho meses en depen­den­cia de la com­ple­ji­dad de los moti­vos, asegura.

Cada bor­da­do tie­ne un sen­ti­do, como en el pasa­do, cuan­do el refi­na­mien­to de los teji­dos y el uso de las joyas habla­ba de la con­di­ción social de los habi­tan­tes de la anti­gua civi­li­za­ción prehispánica.

Por ejem­plo, los tzu­tes cere­mo­nia­les (pañue­los que lle­van las muje­res sobre la cabe­za o los hom­bros) en Chi­chi­cas­tan­go tie­nen ani­ma­les bicé­fa­los, pre­sen­tes en la mito­lo­gía maya.

Y el hui­pil no es solo una obra de arte, tam­bién indi­ca dón­de nació la mujer que lo usa, si está casa­da o sus cua­li­da­des como tejedora.

Gran­des dosis de pacien­cia y mucha dedi­ca­ción que Cheny apren­dió de su madre y abue­la des­de peque­ña, cuan­do le entre­ga­ron el mayor de los tro­feos: los pali­tos talla­dos a mano.

VISIÓN ANCESTRAL MAYA A TRAVÉS DE SUS LIENZOS

Todo el que visi­ta Gua­te­ma­la que­da pren­da­do del colo­ri­do y dise­ño de los tra­jes indí­ge­nas, expre­sión de su rique­za cul­tu­ral y heren­cia maya.

Pero no siem­pre fue así, antes de la con­quis­ta la ves­ti­men­ta era bas­tan­te simi­lar, sal­vo algu­nas dis­tin­cio­nes para los nobles, más bien en colla­res y joyas con pie­dras pre­cio­sas, prin­ci­pal­men­te jade.

El Memo­rial de Solo­lá, Ana­les de los kaq­chi­ke­les (uno de los pue­blos mayas), des­cri­be los ini­cios así:

“…Fue enton­ces cuan­do comen­za­mos a hacer nues­tras siem­bras de maíz, derri­ba­mos los árbo­les, los que­ma­mos y depo­si­ta­mos la semi­lla. Así con­se­gui­mos un poco de ali­men­to. Así tam­bién hici­mos nues­tros ves­ti­dos: apo­rrean­do la cor­te­za de los árbo­les y las hojas de maguey hici­mos nues­tros vestidos… “

Según tex­tos de la épo­ca, la modi­fi­ca­ción de la ves­ti­men­ta nació de la nece­si­dad de dis­tin­guir a las comu­ni­da­des a car­go de los enco­men­de­ros, quie­nes agre­ga­ron colo­res espe­cí­fi­cos para una mejor dife­ren­cia­ción ‑más bien con­trol- de los pue­blos indí­ge­nas, como se rese­ña en Recor­da­ción Flo­ri­da, escri­to en 1690.

Teje­do­ras exper­tas, las muje­res mayas asu­mie­ron el rol y si bien al prin­ci­pio tenían dise­ños y con­cep­tos muy espa­ño­les, con el tiem­po pusie­ron su sello de identidad.

Lle­va­ron a las telas la cos­mo­go­nía de su entorno, creen­cias, sím­bo­los, natu­ra­le­za y la sabi­du­ría que los con­quis­ta­do­res no pudie­ron arran­car­les, una heren­cia que pasó de gene­ra­ción en gene­ra­ción, como uno de los secre­tos mejor guar­da­dos de las abuelas.

En la épo­ca pre­co­lom­bi­na cono­cie­ron el rojo, el blan­co, el ama­ri­llo y el negro, los colo­res sagra­dos de la gue­rra, la vida, repre­sen­ta­da en el maíz, y de la muer­te. Aun enton­ces el tin­te rojo, pro­ba­ble­men­te fue pre­pa­ra­do uti­li­zan­do la cochi­ni­lla, que pos­te­rior­men­te sería un impor­tan­te rubro de expor­ta­ción de Guatemala.

En la con­fec­ción del ves­tua­rio de los pue­blos ori­gi­na­rios encon­tra­mos el uso del hene­quén y el algo­dón, cono­ci­dos des­de la épo­ca maya; ade­más de la lana y la seda, intro­du­ci­dos por los conquistadores.

Y si bien al recién lle­ga­do a esta tie­rra mul­ti­ét­ni­ca, todas las indu­men­ta­rias le pue­den pare­cer igua­les, cada una refle­ja tan­tas varia­cio­nes como las 22 len­guas mayen­ses reco­no­ci­das oficialmente.

Hui­pil o güi­pil, cor­te (espe­cie de fal­da has­ta los tobi­llos) y faja (pie­za que se ata para unir ambos) son tres de las pie­zas bási­cas usa­das por las muje­res indí­ge­nas has­ta hoy en fran­ca com­pe­ten­cia con la inva­sión de dise­ños occi­den­ta­les y la apa­ri­ción de tela­res mecá­ni­cos que tien­den a la estan­da­ri­za­ción de los textiles.

Aun­que la tra­di­ción de los hom­bres de lle­var pren­das tra­di­cio­na­les se pier­de con el tiem­po, en muchas par­tes de Gua­te­ma­la toda­vía pue­den ser vis­tos, espe­cial­men­te alre­de­dor del área del lago Atitlán.

La mayo­ría son con­fec­cio­na­dos a mano por muje­res en tela­res, dise­ña­dos de for­ma pare­ci­da a los hui­pi­les, con exqui­si­tos bor­da­dos de aves y flores.

En su deve­nir his­tó­ri­co, los tra­jes regio­na­les de Gua­te­ma­la tam­bién son fuen­te de inves­ti­ga­ción, aná­li­sis y des­cu­bri­mien­to como gran teso­ro espi­ri­tual de la nación. En ese sen­ti­do, el Museo del Tra­je Ixil se encar­ga de pre­ser­var esta rique­za ante el ava­sa­lla­mien­to de la moda occi­den­tal y la per­ma­nen­cia de un racis­mo his­tó­ri­co que influ­ye en su desaparición.

El recin­to alber­ga apro­xi­ma­da­men­te sie­te mil 801 teji­dos ori­gi­na­rios de 147 muni­ci­pios y 34 aldeas, por lo que 181 comu­ni­da­des están repre­sen­ta­das en un espa­cio que le rin­de tam­bién home­na­je como peculiaridad.

Des­de el exte­rior, el edi­fi­cio simu­la un patrón tex­til teji­do, pues su fri­so está deco­ra­do con un sím­bo­lo dis­tin­ti­vo de los hui­pi­les de San Juan Coma­la­pa, el rupan, un pla­to usa­do en la igle­sia cuan­do se ben­di­ce la fru­ta y el pan.

Tam­bién el colec­ti­vo Hilos de His­to­ria, con su línea de ropa Nooq´, bus­ca que las nue­vas gene­ra­cio­nes se acer­quen al lega­do maya median­te una fusión de la indu­men­ta­ria moder­na con los teji­dos tradicionales.

“Cree­mos que es tras­cen­den­tal socia­li­zar la impor­tan­cia de los tex­ti­les regio­na­les para que las nue­vas gene­ra­cio­nes y la pobla­ción en gene­ral empa­ti­ce con el tra­ba­jo de las arte­sa­nas teje­do­ras y lograr su empoderamiento.

“Hay que hacer­las cons­cien­tes de su apor­te cul­tu­ral al país”, afir­ma el gru­po en su pre­sen­ta­ción en las redes sociales.

Fuen­te: Pren­sa Latina

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