La guerra se vislumbra detrás de las dunas del Sahara, casi imperceptible. Hay que recorrer kilómetros y kilómetros de pleno desierto para poder sentirla y verla. Desde la ruptura del alto el fuego entre Marruecos y el Frente Polisario en noviembre de 2020, el Sáhara Occidental vuelve a estar en estado de guerra 30 años después. El tedio en los campamentos de refugiados contrasta con las ráfagas de la actividad militar. En la Cuarta Región militar de Mheiriz, nos esperan el jefe de esa región Mohamed Ulaida y su pelotón de soldados, todos ellos jóvenes. Una docena de vehículos pickup, lanzamisiles rusos, misiles antiaéreos y tanquetas llenas de polvo son todo lo que tienen esta unidad militar. Pero en fe y patriotismo hacia su justa causa nadie les gana, y así fue como lo hemos atestiguado durante un intenso intercambio artillero que duró toda una mañana en el subsector de Rgewa, a nueve kilómetros del muro. Ese día el Ejército saharaui lanzó un ataque con misiles BM-21 «Grad» contra una de las bases marroquíes mas grandes de la zona, situada en Janget Huria, en la región de Smara ocupada.
Tras una visita rápida a las simbólicas ciudades de Tifariti y Bir Lehlu, lugar en el que Luali Mustafa Sayed proclamó la República Saharaui en 1976. Al día siguiente fuimos recibidos por brigadistas de la 4º Región Militar saharaui situada en Mheiriz, un rincón al extremo noreste del territorio, muy próximo al muro militar y plagado de arboledas que usan con habilidad los combatientes saharauis para camuflarse. Una de las zonas más peligrosas de la guerra y más delicada debido a su cercanía a la frontera mauritana.
En la madrugada del 14 de octubre, una patrulla del Ejército de Liberación Popular Saharaui (ELPS), compuesta por varios vehículos artillados, abrió fuego con misiles BM-21 «Grad» transportados en un pickup contra una base marroquí detrás del muro, ataque al que las fuerzas marroquíes respondieron con el lanzamiento de mortero de 120 milímetros que cayeron en las proximidades de las posiciones saharauis, posicionados a unos 9 kilómetros de distancia como se puede apreciar en el vídeo más abajo.
Pernoctamos en el mencionado área y a la mañana siguiente nos trasladamos hacia la localidad de Rgewa, donde pudimos observar como miembros del Ejército de Liberación Saharaui prepararon el ataque, bombardearon la base marroquí localizada en el subsector de Janget Huria, logrando incendiarla observándose columnas de humo saliendo de la misma y organizaron la retirada sorteando los radares marroquíes.
Aquí el tiempo se mide en lo que uno tarda en beberse tres vasos de té: un ritual sagrado incluso en medio de la guerra. Ya ha oscurecido, la noche cae y hace mucho frío. Entre mantas en el suelo y botas militares amontonadas se encuentra, apoyado, el comandante Mohamed Ulaida. Ulaida no duerme casi durante toda la noche. Nos habla con orgullo de padre de sus tropas: “Cada unidad militar controla una parte del muro. Siempre estamos en alerta, día y noche. También lo hacíamos antes de que estallara la nueva guerra con Marruecos”, explica el alto cargo militar saharaui. “Escucha, escucha”, interrumpe su discurso para oír el trueno de un mortero que han lanzado los compañeros de otro pelotón de la misma región.
Al caer la noche, Mohamed Ulaida nos cuenta que desde que restalló la guerra, después de la entrada ilegal de las fuerzas marroquíes en la franja desmilitarizada de El Guerguerat el 13 de noviembre de 2020, “miles de jóvenes saharauis voluntarios, en el estricto sentido de la palabra, han llegado del extranjero o de los campamentos de refugiados para unirse a las filas del Ejército de Liberación Popular Saharaui. Las academias militares están repletas de jóvenes. Realizamos una formación militar de nueve meses y ya están listos para ir al combate. Hay mucho apoyo de nuestra juventud, están muy convencidos de que deben cumplir con su deber”, afirmó Ulaida, comandante de la Cuarta Región Militar.
Después de charlar un buen rato con los soldados, el frío y el cansancio nos obligan a irnos a dormir con mantas al raso, a esperar los primeros rayos de sol para levantarse e ir de nuevo al campo de batalla. Después del desayuno nos dividen en grupos para subir a los vehículos militares. Comienza el rally por el desierto; a tragar polvo y arena. En el trayecto coincidimos con varias unidades móviles con lanzaderas antiaéreas de 23 milímetros, que es el armamento más sofisticado que tienen.
Pero quizá el ”arma” más sofisticada de la que disponen los saharauis es su dominio y aclimatación a las inclemencias propias del desierto. De hecho, el pasado febrero las tropas marroquíes salieron mal paradas tras emerger de sus atrincheramientos del muro en el sector norte de Mahbes.
Nuestro recorrido se detiene a nueve kilómetros del muro marroquí, que observamos fijamente desde una enorme duna en la que tenemos que subir reptando para no ser detectados por los radares y drones marroquíes. Desde arriba, en cuclillas, vemos la línea blanca del horizonte del muro. Al poco rato, una salva de truenos de obuses retumba entre las dunas. Los dos ejércitos enemigos se saludan. Es una guerra de baja intensidad que se limita al lanzamiento de cohetes por parte de los saharauis y de proyectiles, bombas de racimo y bombarderos con drones desde el lado marroquí, pero que han obligado a huir a la población que antes vivía en los territorios liberados de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD).
Fuente: ECSaharaui.
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