RESPUESTA A SIETE PREGUNTAS SOBRE LAS VIOLENCIAS
“La guerra civil es impuesta a la clase obrera por sus enemigos mortales. Si no quiere suicidarse y renunciar a su porvenir, que es el porvenir de la humanidad, la clase obrera no puede evitar de responder golpe con golpe a sus agresores. Los partidos comunistas no provocan jamás artificialmente la guerra civil, se esfuerzan por disminuir en la medida de lo posible su duración en todas aquellas oportunidades en que se presenta como inevitable, en reducir al mínimo el número de víctimas, pero por encima de todo trata de asegurar el triunfo del proletariado. De aquí proviene la necesidad de desarmar a tiempo a la burguesía, de armar a los obreros, de crear un ejército comunista para defender el poder del proletariado y la inviolabilidad de su construcción socialista”.
(MANIFIESTO DE LA INTERNACIONAL COMUNISTA A LOS PROLETARIOS DE TODO EL MUNDO[1] )
“La revolución es en la historia como el médico que asiste al nacimiento de una nueva vida. No usa sin necesidad los aparatos de fuerza, pero los usa sin vacilación cada vez que sea necesario para ayudar al parto. Parto que trae a las masas esclavizadas y explotadas la esperanza de una vida mejor”
(SEGUNDA DECLARACION DE LA HABANA 1962[2])
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El compañero y amigo Dax Toscano me ha planteado una serie de preguntas relacionadas con las diversas violencias, con sus causas y efectos, con sus interrelaciones directas o remotas con otros problemas, con los programas y tácticas que las izquierdas debemos realizar para enfrentarnos a muchas de esas violencias, etc. Las preguntas tienen la virtud inherente al marxismo de ir a la raíz de los problemas, lo cual se agradece en estos momentos de agudización de la brutalidad imperialista y, a la vez, de acobardamiento de los contados “progresistas” que aún subsisten en la casta intelectual, temerosos de perder sus sueldos y privilegios si alzan la voz más allá de lo permitido por el amo.
Además, las preguntas se hacen en un contexto mundial y latinoamericano especialmente duro, cada día más tensionado e inquieto por la descarada y fría militarización desarrollada por el imperialismo en su conjunto, y por el estadounidense en concreto. Una militarización que no sólo es un rearme clásico, sino un proceso totalizante nuevo en la historia del capitalismo. La militarización ha desbordado ya al aparato tecnocientífico e industrial-militar clásico, y ha penetrado, como veremos, en la fábrica ideológica burguesa, y, por no extendernos, ya se ha hecho imparable incluso en la supuestamente “democrática Europa”, donde uno de los Estados referenciales de los “derechos humanos”, el Estado francés acaba de anunciar que va a dedicar nada menos que 10.000 tropas militares a la especialización represiva antipopular y antiobrera en previsión de una lucha de clases agudizada al extremo[3]. Y mientras se militariza definitivamente la represión policial, a la vez se refuerza y se extiende el terrorismo blanco[4], actos terroristas no reivindicados por nadie, sin firma ni autor, destinados a masificar el pánico y el miedo en el pueblo trabajador.
Por último, este cuestionario es tanto más importante por cuanto que en la actualidad se está produciendo un debate estratégico entre dos tendencias globales opuestas: por un lado, quienes sostienen que ya no tiene actualidad el derecho a la rebelión, reconocido por la Declaración Universal de los Derechos Humanos, ya que “la sociedad moderna” está entrando en una nueva fase de “libertades globalizadas” que garantizan el respecto a los derechos democráticos; por otra parte estamos quienes defendemos que el derecho a la rebelión sigue siendo ahora tan actual o más que cuando lo declaró solemnemente la ONU en 1948. Sostenemos que la historia humana no se entiende sin la práctica de la rebelión contra la injusticia, y añadimos además que la evolución reciente, en este último medio siglo, del capitalismo mundial refuerza la vigencia de este derecho.
Hace muy pocos días, Samir Amin ha sostenido que existe una tendencia al alza de las luchas sociales, de masas y de clases, de los pueblos explotados contra la explotación acrecentada, y que esa tendencia responde a un hecho innegable: que jamás antes en la historia[5] había existido tanta desigualdad entre la minoría enriquecida y la mayoría empobrecida. Mientras la desigualdad exista existirá rebelión contra ella, y existirán violencias múltiples como las que Dax Toscano plantea aquí. Carece de sentido, por tanto, perder el tiempo sobre el pacifismo, que ha sido y es un rotundo fracaso histórico.
PREGUNTA PRIMERA ¿Puede atribuirse el origen de todo tipo de violencia a la estructura económica y a la existencia de la propiedad privada y de las clases sociales?
PREGUNTA SEGUNDA: ¿Los delitos que se denominan pasionales, que están relacionados con los celos, fundamentalmente, tienen alguna relación con la estructura económica y la existencia de la propiedad privada? ¿Puede pensarse que en una sociedad donde no exista la propiedad privada, estos hechos no se producirán?
PREGUNTA TERCERA: ¿Los medios de comunicación son generadores de violencia o sólo reflejan la violencia que existe en la sociedad? ¿Los medios deberían dejar de publicar imágenes de violencia? ¿No es necesario que la población tenga conciencia a través de la imagen de lo que está sucediendo en su alrededor, en el mundo mismo, así se trate de imágenes fuertes como la de cadáveres? ¿Puede considerarse a la publicidad como generadora de violencia por fomentar el consumismo?
PREGUNTA CUARTA: ¿Qué papel tienen los procesos de alienación en la generación de violencia? ¿Podrías citar casos concretos?
PREGUNTA QUINTA: ¿Hay una relación directa entre la existencia de la pobreza y la violencia? Pregunto esto porque en la República Bolivariana de Venezuela, pese a los logros obtenidos por el gobierno revolucionario que ha disminuido sustancialmente la pobreza, más allá de la campaña mediática realizada en su contra para fabricar una imagen de un país invivible por la cantidad de crímenes y homicidios que se comenten, como lo ha señalado el New York Times, llegando a afirmar incluso que Venezuela es un país más peligroso que Irak, no se puede ocultar que la inseguridad producto de la delincuencia común es un problema serio. ¿Qué piensas al respecto? Asimismo, ¿cuál es la relación entre el consumo de drogas y alcohol y la delincuencia?
PREGUNTA SEXTA: En varios lugares del mundo se cometen crímenes contra la población trabajadora, realizados por mafias delincuenciales o por gente lumpen: robos a personas, casas y vehículos, asaltos y secuestros con armas a personas, privándoles incluso de la vida, violaciones, etc. La gente reclama mayor seguridad y, por ende, más vigilancia y control. ¿Se debería entonces brindar a las fuerzas del orden todo el apoyo por parte de la población? ¿La visión sobre las fuerzas represivas debe ser la misma, desde una perspectiva revolucionaria, incluso si la policía acude a defender a una persona o a una comunidad, barrio determinado frente a los robos o asaltos perpetrados por delincuentes comunes? ¿Es acertada está visión? ¿Qué medidas serían las adecuadas para que un colectivo social haga frente a ese tipo de delitos?
PREGUNTA SEPTIMA: En América Latina, particularmente en el Ecuador, las comunidades indígenas se han organizado para autodefenderse. Sin embargo, en la aplicación de su justicia, muchas veces se han llevado adelante actos contra los individuos acusados de un delito que son repudiados por otros sectores de la población como el colgar a las personas, desnudarlas, bañarlas en agua fría, azotarlas o incluso quemarlas. En los barrios también la gente se organiza frente a la ineficiencia policial y han colocado letreros en los que se expresa: “delincuente capturado, delincuente ajusticiado”. ¿Cuál es tu criterio sobre esto?
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RESPUESTA PRIMERA
PREGUNTA: “¿Puede atribuirse el origen de todo tipo de violencia a la estructura económica y a la existencia de la propiedad privada y de las clases sociales?”
RESPUESTA: Antes que nada debemos descubrir el origen de la violencia esencial, fundante, la que va unida a la explotación, la refuerza y a la vez es reforzada por ella, y de las violencias que se derivan de la primera, tanto de las múltiples violencias opresoras como de las violencias defensivas, justas y revolucionarias. Una vez resuelto este enigma, podremos avanzar en las restantes cuestiones. Las reflexiones sobre las violencias son tan antiguas como los conflictos violentos. Muy probablemente, no exista una práctica humana tan estudiada, tergiversada y ocultada como la de las violencias. B. Wasserstein inicia su extenso estudio sobre la barbarie moderna citando a W. Benjamín: “No existe un solo documento sobre la civilización que no sea al mismo tiempo un documento sobre la barbarie”[6].
A. Ferrill, historiador militar, afirma que apenas se puede pensar en violencia entre humanos antes del Paleolítico, reconociendo que existe un esqueleto neandertal con posibles signos de un lanzado en la pelvis[7]. Las pruebas de canibalismo de hace 1,3 millones de años descubiertas en Atapuerca[8] no permiten esclarecer si la víctima había muerto por accidente, causas naturales o por violencia humana. Guilaine y Zammit también reconocen la existencia de canibalismo entre neanderthales y aportan pruebas de que cromañones no eran “inofensivos”, se mataban mutuamente como lo muestran los restos de hace más de 22.000 años[9], coincidiendo con las tesis de G. Dyer arriba vistas.
Viniendo más hacia el presente, sobre el reconocimiento oficial de la existencia de violencias vemos que las más antiguas, de las descubiertas hasta hace una década, representaciones de extranjeros en el Antiguo Egipcio son prisioneros obtenidos en guerras con otros pueblos[10]. En la misma época, aparece de forma inequívoca lo que podemos definir en términos actuales como “explotación de un pueblo por otro”, u opresión étnica, etno-nacional o nacional. Oppenheim fija en la mitad del tercer milenio adne el momento en el que el mítico rey sumerio Lugalannemundu reina sobre una estructura social en la que la invasión, opresión y explotación de otros pueblos juega un importante papel[11]. F. J. Presedo defiende la tesis de que una lectura seria de los textos de finales del Imperio Antiguo egipcio (-2664 a ‑2181) sugiere la idea de tensiones sociales muy fuertes entre bandos reaccionarios y progresistas, con escenas de violencia de las masas que destruyen los archivos oficiales[12].
Los primeros himnos rigvédicos escritos en la India entre el ‑1500 y el ‑1000 narran las campañas militares del dios guerrero Indra destruyendo a sus enemigos[13]. Desde una perspectiva más general, J. Kuczinski investiga sobre uno de los orígenes fundamentales de la propiedad privada en muchas sociales, mostrando cómo el reparto desigual de los botines de guerra aumentaba las propiedades de los clanes y grandes familias dominantes, que se quedaban con la mayor parte, acumulando riqueza y poder y distanciándose de la mayoría social[14]. El mismo Buda, dejó constancia de las violencias e injusticias existentes en su juventud[15], más de 500 años antes de nuestra era. En la cultura judeo-cristiana, la que nosotros padecemos, las violencias están presentes desde el inicio de la Biblia, desde el derrocamiento del Ángel Caído, de la expulsión del Paraíso y del asesinato de Abel por Caín, que hace referencia a las luchas entre agricultores neolíticos en expansión al tener más productividad del trabajo, y ganaderos nómadas en retroceso.
Incluso desde una perspectiva cristiana actual que se basa en la lectura del Evangelio de Lucas[16], las violencias son vividas según la posición de cada sujeto colectivo e individual en la estructura de dominación. Según esta corriente, el apóstol Lucas definió las violencias en el siglo I según su naturaleza explotadora o explotada. Sin profundizar ahora en las contradicciones del cristianismo con respecto a las violencias, recordemos cómo el sacerdote guerrillero C. Torres concluye su investigación de finales de 1966 sobre la violencia en Colombia analizando el problema de la propiedad colectiva campesina[17] y de la propiedad privada terrateniente y minoritaria. Ahora bien, los poderes establecidos nunca han cejado en sus intentos por ocultar o destruir la versión dada por Lucas. P. Lafargue explica cómo Rockfeller sufragó la venta a precios populares de una versión de la Biblia purgada de toda referencia a las injusticias de los ricos y a los padecimientos de los pobres; y Lafargue continúa explicando que la Iglesia católica quemó vivo a Wiclef, primer traductor de la Biblia a la lengua popular[18].
Volviendo al pasado, no es casualidad que los sistemas defensivos estáticos, empalizadas, fosos, casas cerradas excepto por el tejado para defenderlas mejor, murallas, etc., surgieran sólo a partir del momento en el que los colectivos humanos habían logrado producir más de lo que consumían en el momento, acumulando así un excedente social como reserva para el futuro y, sobre todo, para cambiarlo por otros productos. Arrebatar este excedente social que incluía a las mujeres era –y sigue siendo– una de las razones básicas de la violencia llevada al extremo. En la alta edad media, por ejemplo, la guerra se hacía “para robar animales, grano, raptar muchachas, sorprender una torre, destrozar un molino”[19]. Aunque en la Antigüedad esta razón material básica se expresaba envuelta en otras, como la del honor, la tradición, la venganza recordada durante generaciones, estas otras causas ideológicas encubrían la razón material de fondo, aunque operaban con mucha autonomía relativa. Además, este proceso fue unido a la escisión social interna entre casas ricas y pobres, como paso al posterior surgimiento de las clases sociales enfrentadas[20].
R. Khawan, citado por J. Verstrynge, narra cómo actuó Alejandro Magno para tomar una ciudad tan fuertemente amurallada y con tantas reservas de agua y grano que era prácticamente inexpugnable: introdujo en ella a supuestos mercaderes neutrales bien provistos de dinero; aparentó levantar el cerco y marcharse; los habitantes, convencidos de que ya no había peligro, aceptaron los precios de los mercaderes y les vendieron las reservas de grano, tras lo que huyeron de la ciudad después de quemar todo el grano comprado; Alejandro volvió de inmediato a sitiar la ciudad que ya no tenía alimentos, y que se rindió a los pocos días[21]. La versión dada por R. Khawan pone en claro la interacción de todos los “factores económicos” que intervienen en el desenvolvimiento de las violencias.
Todos conocemos el interés material y hasta “científico” del expansionismo macedónico, pero este caso nos muestra cómo la búsqueda de estas ganancias, también de las sexuales, van unidas a la astuta utilización de las leyes de la economía mercantil precapitalista por Alejandro. La ley de la oferta y demanda también actúa en la economía mercantil precapitalista, y gracias a ella el pueblo atacado perdió su independencia alimentaria teniendo que rendirse. Alejandro asumió una pérdida económica previa, en palabras actuales una “inversión a fondo perdido”, para acaparar el mercado de grano, monopolizándolo; después lo destruyó, como los capitalistas cierran las fábricas que han comprando a la competencia para monopolizar la producción y después subir los precios. Alejandro se apoderó de la ciudad como un monopolio se apodera del mercado. A buen seguro que las ganancias obtenidas con la ocupación de la ciudad superaban con creces la “inversión a fondo perdido” realizada anteriormente.
La relación entre economía y violencias también aparece al desnudo en el Imperio Romano. En sus siglos de auge, Roma intervenía en lo económico prohibiendo las exportaciones de bienes estratégicos; gravando con impuestos las mercancías extranjeras, y modificando las tarifas de los pueblos ocupados para beneficiar a la economía romana. El Senado tomaba las decisiones de invadir tal o cual pueblo sólo después de estudiar la rentabilidad económica de la guerra con informes de espías que recorrían el pueblo a invadir disfrazados de comerciantes que luego se adueñaban del país conquista protegidos por las legiones[22]. Salvando las distancias entre el modo de producción esclavista-romano y el modo de producción capitalista actual, no existen mayores diferencias entre la planificación romana y la planificación norteamericana para apropiarse de los recursos iraquíes, por ejemplo[23].
Otras veces, la finalidad económica es admitida con franqueza: Pizarro respondió a un fraile que le exigía que tratarse mejor a los indios, que: “No he venido aquí para eso, sino para sacarles el oro”[24]. Pero además de sacarles el oro, los españoles les sacaban también la grasa de un indio gordo despanzurrado para hacer con ella “unto” con el que sanar las heridas de sus soldados como reconoció Bernal Díaz sin remordimiento alguno durante la conquista de México[25]. Obviando los poco más de cuatro siglos transcurridos desde entonces, no hay diferencia esencial entre la rentabilidad económica de la grasa humana realizada por los españoles y la rentabilidad económica de los campos nazis de exterminio[26]. Debemos recordar el origen occidental de estas prácticas “civilizadas” para entender correctamente la noticia de que la policía peruana detuvo a una banda de asesinos que mataban personas para vender a muy alto precio su grasa, convenientemente tratada, en la industria europea[27] de los cosméticos.
J. Petras hace un seguimiento histórico del papel de la violencia y de la barbarie[28] a lo largo del imperialismo, entendiendo a éste de una forma más general, no como la actual fase imperialista del capitalismo, sino como una práctica constante desde el modo de producción tributario hasta el capitalista, práctica en la que la violencia explotadora ha ido cambiando y adaptándose a las necesidades nuevas de cada modo de producción, pero manteniendo una constante elemental a lo largo de los siglos que no es otra que el recurso a las violencias más criminales para aumentar los beneficias de la minoría explotadora.
Podemos resumir lo visto hasta aquí con las palabras de Fidel Castro cuando centra el origen de la guerra desde que se tienen datos escritos en el interés de una potencia por saquear a otra, y pone como caso paradigmático actual a la justa resistencia iraní, que defiende sus intereses nacionales, frente a los “bastardos y groseros intereses materiales”[29] de los EEUU. Once años antes de estas palabras, el historiador C. M. Cipolla había adelantado una base explicativa que refuerza y confirma lo dicho por Fidel Castro. Cipolla, estudiando las mediaciones entre las excusas y pretextos ideológicos y las bastardas razones e intereses económicos, materiales, que se esconden debajo de la mentira propagandística del atacante, dijo que: “La religión facilitó el pretexto y el oro el móvil”[30]. Efectivamente, ahora mismo, tanto en la invasión de Iraq, de Afganistán y de la que el imperialismo está preparando contra Irán, por no hablar de otras muchas, en estas violencias injustas e inhumanas el pretexto de los EEUU y de sus aliados es, en primer lugar, la defensa de la civilización cristiana contra el “terrorismo islámico”, y luego otras excusas según las diferentes situaciones que iremos viendo.
Pero la pregunta de Dax Toscano es más rigurosa y abarcadora: ¿puede atribuirse todo tipo de violencia a la propiedad privada? Hemos visto que la propiedad privada es la causa de la violencia explotadora, y veremos que también es la causa de las múltiples formas en las que se ramifica la violencia explotadora para responder a cuantos colectivos humanos necesita explotar. Hay tantas violencias explotadoras como fuentes de riqueza explotable por la minoría propietaria de las fuerzas productivas. Dependiendo de circunstancias y realidades diferentes, el pretexto de la violencia opresora puede ser el oro, o la religión, o el sexo, o el arte, o la naturaleza, o la psicología, o el racismo, o la “democracia”, etc., pero al final del estudio marxista de la historia, y del papel que juegan las violencias en ella, descubriremos el oro, es decir, la ganancia económica expresada en algo tan elemental como es la mejora de las condiciones de vida de la minoría propietaria a expensas del empeoramiento absoluto o relativo de las condiciones de vida de la mayoría explotada.
Las mediaciones entre la religión y el oro, o entre el pretexto y el móvil, nos remiten básicamente al problema de la ideología y de la cultura, y estas cuestiones nos remiten a la fuerza al problema de la personalidad humana, del papel del inconsciente y del mundo subjetivo. En todo debate sobre las violencias, cuando nuestra investigación nos lleva a la dialéctica entre lo racional y lo irracional, entre el móvil económico de la violencia explotadora, racional y fríamente pensado, y las excusas irracionales que la minoría explotadora crea para justificar sus atrocidades, desde las religiones hasta el racismo pasando por la supuesta inferioridad de la mujer, de las naciones que aplasta, etc., cuando llegamos a este nivel crucial de la investigación tendemos a echarnos para atrás porque estamos entrando en nuestra propia vida, en nuestros propios egoísmos e impulsos irracionales.
El gran historiador E. H. Carr ha reconocido abiertamente que “Desde que escribieron Marx y Freud, el historiador ya no tiene excusa para pensarse individuo separado, al margen de la sociedad y fuera de la historia. Estamos en la edad de la conciencia de sí mismo: el historiador puede y tiene la obligación de saber lo que está haciendo”[31]. La síntesis entre Marx y Freud propuesta por Carr nos permite avanzar en las mediaciones entre la excusa y la causa, la religión y el oro, pero también nos abre la puerta al universo recóndito de los largos efectos sociales de la violencia injusta, del terrorismo y de la brutalidad de la minoría propietaria. Por ejemplo, avanzando de Freud a la psicología política, la interacción de ésta con Marx nos permite avanzar en el estudio de la memoria de las generaciones de vascas y vascos actuales de los hechos traumáticos[32] acaecidos por la guerra contrarrevolucionaria y de ocupación nacional desencadenada con el golpe franquista de julio de 1936.
Ahora bien, aun reconociendo la importancia de Freud para comprender mejor las violencias, sin embargo al final de todo estudio debemos volver nuestra mirada al veredicto de la historia, y entonces nos encontramos con esta aplastante lección material resumida por R. Wright: “Los movimientos nativos de independencia fracasan habitualmente en el Nuevo Mundo debido a que los blancos tienen acceso a las armas y al apoyo exterior, mientras que los indios no”[33].
RESPUESTA SEGUNDA
PREGUNTA: “¿Los delitos que se denominan pasionales, que están relacionados con los celos, fundamentalmente, tienen alguna relación con la estructura económica y la existencia de la propiedad privada? ¿Puede pensarse que en una sociedad donde no exista la propiedad privada, estos hechos no se producirán?”
RESPUESTA: Debemos empezar por el principio material antes de bucear en las formas psicológicas en las que se presenta la violencia patriarcal, y en nuestro caso, los “delitos pasionales”. Heródoto, considerado como “primer historiador”, en el sentido actual de la palabra, empieza el primer libro –Clio– de su obra dando cuenta del rapto con violencia[34] de varias mujeres persas por navegantes fenicios cuando comerciaban con ellas en una playa. El rapto de mujeres es una práctica cotidiana en la antigüedad y Heródoto deja constancia de ella, pero es sólo una parte de la violencia patriarcal ya que ésta debe ser muy correctamente como “violencias multiformes”[35] que se arrastran desde tiempos inmemoriales. La guerra antigua tenía, como la moderna, una base precisa: la obtención de beneficios materiales, incluidos los sexuales. La obtención de mujeres era una de las razones de la guerra antigua, como indica G. Bouthoul[36], además de otros muchos autores. V. Sau ha dicho confirmado estas tesis y las ha ampliado mostrando cómo en el presente, en el capitalismo actual, las violencias contra las mujeres, las violaciones, etc., siguen muy activas y relacionadas con la idea de apropiación de la mujer por el hombre[37]. Tomamos conciencia de la importancia de la violación, en cualquiera de sus formas, cuando la insertamos en la práctica del Estado patriarco-burgués.
Las violencias múltiples, físicas y psíquicas, inherentes a todas las formas de violación deben ser estudiadas como parte de las prácticas de tortura y terrorismo que refuerzan el sometimiento de un grupo explotado, las mujeres, al grupo explotador: los hombres. Para comprender la dinámica de esta brutalidad hay que recurrir al Estado patriarco-burgués y viceversa, para conocer qué, cómo, por qué y para qué actúa este Estado hay que tener siempre en cuenta las violencias múltiples que sufren las mujeres y en concreto la violación, como ha demostrado C. A. MacKinnon[38]. Una visión feminista-crítica del Estado, del “Estado-varón”[39], nos facilita comprender la interacción entre el surgimiento del poder estatal, del sistema patriarcal y de la propiedad privada en manos masculinas, alrededor del ‑3500 y ‑2000, como se comprueba con la denominada “inversión de símbolos”: la virilidad se impuso a la feminidad[40], y la función social que cumple la violencia de género en esta explotación histórica[41]. E. Sanahuja indica por qué y cómo ya en la Antigüedad las mujeres trabajaban más y en peores condiciones que los hombres, lo que indica la existencia de una inicial desigualdad social[42], o explotación de sexo-género. R.P. Wright también ha confirmado semejante realidad extendiéndola a las divisiones de etnicidad, sexo-género y clase en la producción textil y en la posesión de los telares[43].
Aquí debemos recuperar a Carr y su tesis sobre Marx y Freud, aplicada a las violencias primeras habidas en la historia, las que padecen las mujeres y que, aparentemente, no tiene nada que ver con la economía. Hemos concluido la respuesta a la primera pregunta haciendo referencia a la acción de lo irracional en la vida racional, sin extendernos en mayores precisiones, porque son las bases teóricas mínimas e imprescindibles para asentar la respuesta a esta segunda pregunta de Dax Toscano. Freud ya nos advirtió de las fuertes resistencias inconscientes al análisis[44], y su magistral lección no sólo conserva su valía sino que se refuerza en lo relacionado con los “delitos pasionales”, con el terrorismo patriarcal en su forma cruda: o sea, y como dice el refrán popular: “la maté porque era mía”. Si aplicamos la teoría de Freud sobre la resistencia al análisis, salvando las distancias, a la negativa de muchas mujeres a reconocer públicamente el terrorismo patriarcal que padecen, resistencia que va en aumento[45], comprendemos la efectividad tanto de los mecanismos de miedo y de terror en el interior de las mujeres, como de sentimiento de superioridad y desprecio contra las mujeres en el interior de los hombres.
Semejante resistencia psicológica al “análisis”, en terminología freudiana, o al conocimiento crítico de la realidad de sumisión ante la violencia por las mujeres y de su ejercicio por los hombres, este comportamiento entra dentro de las mediaciones entre la excusa y el móvil de las que hablaba Cipolla. En nuestro contexto, resulta difícil para un hombre asumir abiertamente que la mujer es un simple “instrumento de producción”, según critican Marx y Engels en el Manifiesto del Partido Comunista. Y si lo asume, lo hace desde la ideología patriarcal más atroz e inhumana. En realidad, a un instrumento de producción, sea una mujer, un asno o un tractor, se le usa hasta agotarlo o romperlo y luego, cuando ya no tiene arreglo, se tira y se reemplaza por otro. La religión, el patriarcado, etc., son excusas para asumir que la mujer es ese instrumento de producción, y la sociobiología y el genetismo también, como lo veremos luego.
Un dato escueto nos sirve para entender la directa relación entre violencia, economía y sexo: en Europa hay no menos de 140.000 “mujeres esclavizadas por la prostitución” según expone M. R. Sauquillo[46], y todo indica que deben ser muchas más entre otras razones porque la crisis económica incrementa la prostitución. Como iremos viendo en las respuestas posteriores, la crisis también multiplica las violencias explotadoras en todos los niveles, sobre todo las violencias patriarcales domésticas[47], invisibilizadas la mayoría de las veces, sobre todo cuando se expresa en las mil torturas domésticas invisibles, físicas, psicológicas, afectivas, emocionales, etc.[48] Una de las razones que explican el aumento de las violencias domésticas es que la crisis económica actual frena los divorcios y las separaciones[49], multiplicando exponencialmente las probabilidades de violencia del más fuerte, el hombre, sobre la mujer, la más débil. Estas y otras realidades estructurales al capitalismo, aunque operan en espacios tenues y grises, poco visibles a la luz de la vida pública, son las que le llevan a V. Aldunate a sostener que para las mujeres es imposible vivir sin violencias. Citando a una feminista aymara lesbiana, Julieta Paredes, Aldunate habla de las sub-opresiones[50] que el poder patriarcal ejerce contra las mujeres.
Los “delitos pasionales” tienen múltiples causas pero todas ellas nos remiten al sentido de propiedad que tenemos los hombres sobre las mujeres. Las consideramos como nuestros “instrumentos de producción” de placer sexual, de tranquilidad afectiva, de trabajo doméstico, de educación de la infancia, de prestigio social; instrumentos que han de ser obedientes y dóciles. Nos hacemos una idea de la productividad de este instrumento al conocer que, sólo en el Estado francés, el trabajo doméstico no contabilizado oficialmente asciende a 41 mil millones de horas, entregadas gratuitamente al sistema patriarco-burgués[51]. Cuando ese “instrumento de producción” se niega a trabajar para nosotros en la tarea que más nos apetece, o lo hace mal y con indiferencia, o peor aún, pretende independizarse y conquistar su libertad, entonces reaccionamos furibundamente contra ella. Por lo general, antes de que se independice y para evitar que lo intente, el sistema patriarco-burgués ha desarrollado una enorme cantidad de técnicas de control, dominación e intimidación machista, en las que no vamos a detenernos ahora.
Y de la misma forma en que la dominación burguesa tiene uno de sus pilares en la “figura del Amo”[52], introyectada en la personalidad colectiva logrando que domine la indiferencia política, el sistema patriarco-burgués introduce la “figura del Amo” en la mayoría de las mujeres. Es así como se comprende que solamente se conozca una parte muy pequeña, ínfima, de los “delitos pasionales”, porque muchas mujeres han aceptado la ideología del Amo: “Las mujeres hemos desarrollado una alta tolerancia a la violencia sexual y mucho de eso se lo debemos a la misma buena voluntad de otras mujeres que consideraron una victoria amoldarse a los modelos de producción machistas capitalistas y popularizar el ideal”[53].En su interior, el hombre cree ser el Amo de la mujer, y reacciona como tal cuando ella intenta liberarse. Pero el Amo no sólo domina por el miedo sino también gracias a la complicidad de su víctima, sobre todo cuando es “adicta al agresor”[54]. Tanto la mujer que asume y justifica el “delito pasional” como el hombre de lo practica, ambos, asumen el criterio de culpabilidad de la violentada, ya habría alguna razón para el castigo[55].
Estamos ya en condiciones de terminar la respuesta a esta pregunta analizando cómo se irá apagando gradual y progresivamente la “figura del Amo” y sus múltiples violencias conforme se extingan los rescoldos dejados por la propiedad privada, especialmente por la propiedad patriarcal. Dado que la propiedad privada estructura la totalidad de la existencia capitalista, y dado que la propiedad de la mujer por el hombre es anterior a la propiedad capitalista, viendo esta secuencia histórica podemos aplicar a la violencia explotadora en general y a la machista en concreto, la definición “libertad” realizada por O. Negt cuando estudiaba la deriva autoritaria de la Alemania Federal desde comienzos de la década de 1960: “libertad igual al deseo de propiedad y mentalidad de propietario”[56]. Tanto en el sistema patriarco-burgués como en el modo capitalista de producción, la libertad es la libertad del propietario, es la praxis de la mentalidad de propietario.
Donde manda la mercancía, la mentalidad de propietario es el criterio que rige la definición de libertad. La mujer, al ser un “instrumento de producción”, es una mercancía que se compra y se vende en el mercado sexo-económico. El propietario de esa mercancía cree ejercitar su libertad “innata” dominando a su propiedad, extrayéndole toda su productividad y violentándola cuando sea necesario. La mentalidad de propietario es la mentalidad patriarcal por esencia, y las dos surgen de la propiedad privada. Cuando ésta se extinga y con ella sus remotas secuelas, las violencias sobre las que descansa y las que a la vez genera, también desaparecerán, y con ellas se habrá extinguido la libertad burguesa, patriarcal e imperialista.
Además de esto, el hecho de que vivamos todavía en una sociedad de la escasez relativa o absoluta, según los casos, este hecho es la causa de lo que E. Fromm define como la “psicología de la escasez”, es decir, la incertidumbre por el futuro ya que la relativa abundancia que ahora podamos tener –y el propio concepto de “abundancia” es relativo al contexto social existente– puede desaparecer mañana mismo por mil razones, desde una crisis socioeconómica que destruya puestos de trabajo, hasta una enfermedad o accidente, pasado por un cataclismo, o por cualquier otra razón, de manera que la “psicología de la escasez” provoca ansiedad, envidia, egotismo, etc., mientras que la “psicología de la abundancia” produce iniciativa, fe en la vida, solidaridad, etc.[57]. Fromm no habla de la “abundancia” de la que disfruta la burguesía, sino de la “abundancia” económica, cultural y éticamente asentada sobre otro modo de producción superior cualitativamente al capitalista. Una abundancia no cuantitativa ni propietaria de una clase minoritaria, sino cualitativa y pública, disfrutada por la sociedad en su conjunto. Desde esta perspectiva, una “sociedad de la abundancia” no producirá las violencias injustas ni las personalidades envidiosas y frustradas que malviven en una “sociedad de la escasez”.
La investigación histórica ha mostrado no sólo cómo la imposición de la propiedad privada destrozó las formas vida igualitaria basada en la propiedad colectiva, sino también cómo el avance del dinero y la destrucción de la economía de la reciprocidad y del trueque, rompió las formas de vida comunitaria. La investigación ha mostrado, por ejemplo, que los valores socioreligiosos de las naciones indias, centrados en un igualitarismo admirado por Marx y Engels, empezaron a corroerse cuando se inició la caza para cambiarla por dinero extranjero, ya que su religión les prohibía vender lo que el “Dueño de la Vida” había “colocado sobre la tierra”[58] para el disfrute y alimento de todos. La bibliografía científico-crítica sobre cómo la destrucción de la propiedad colectiva abrió una fase histórica de violencias y sufrimientos, en la que todavía estamos, esta bibliografía es tan aplastante que no vamos a extendernos en ella.
RESPUESTA TERCERA
PREGUNTA: “¿Los medios de comunicación son generadores de violencia o sólo reflejan la violencia que existe en la sociedad? ¿Los medios deberían dejar de publicar imágenes de violencia? ¿No es necesario que la población tenga conciencia a través de la imagen de lo que está sucediendo en su alrededor, en el mundo mismo, así se trate de imágenes fuertes como la de cadáveres? ¿Puede considerarse a la publicidad como generadora de violencia por fomentar el consumismo?”
RESPUESTA: En 1961 la Administración Kennedy elaboró el informe Iron Mountain que hablaba de la “guerra deseable”[59] y de otras tácticas como la de provocar el miedo social, difundir “noticias” de naves extraterrestres, generalizar el uso de juegos violentos en la sociedad y crear una policía internacional controlada por EEUU, etc. ¿Por qué la Administración Kennedy propició la utilización de juegos violentos en infancia norteamericana? A buen seguro que no se trataba sólo de activar la industria del juguete, sino de algo más, de educar a una generación infantil en el uso cotidiano del “juego de la guerra”, como preparación psicológica para la verdadera “guerra deseable” que el imperialismo necesitaba provocar. Pero estas medidas no venían solas. Ya en 1954 el presidente Eisenhower aprobó la práctica de la oración en la educación para reforzar las “armas espirituales” yanquis “en la paz y en la guerra”[60], dando un salto cualitativo en la larga experiencia manipuladora que tiene la burguesía norteamericana. Una década después de 1961, la dinámica directamente patrocinada por el Estado se reforzó en 1971 con la elaboración del Memorando Powell[61], en el que se proyectaba una contraofensiva estratégica para recuperar el poder hegemónico de EEUU, un poder en el que el denominado keynesianismo militar jugaba un papel clave.
La rigurosa investigación de Joanna Bourke[62] sobre el combate cuerpo a cuerpo nos aporta un argumento aplastante contra la tesis de la causa genética de las violencias, que luego criticaremos con más detalle, y a favor de la tesis social, en concreto la de la responsabilidad de la prensa capitalista en la provocación de las violencias. La autora desgrana página a página la totalidad de recursos propagandísticos, comunicativos, educativos, lúdicos y de diversión, políticos, religiosos y de las “ciencias sociales” en especial, que moldean la estructura psíquica de masas en el capitalismo –no retrocede a otros modos de producción– durante el siglo XX, preparando a las gentes, incluidas las niñas pequeñas, para la práctica de la violencia. Es muy reveladora la parte en la que la autora analiza el papel de la industria de los juguetes infantiles, explicando cómo para finales de la década de 1960 los padres podían comprar a sus hijos e hijas juegos completos que ayudaban a que se imaginasen ser “boinas verdes”[63]. Recordemos que los “boinas verdes” eran una unidad de elite especialmente adiestrada para exterminar eficazmente.
Recordemos también ahora, por no extendernos, cómo el informe Iron Mountain de 1961 proponía, además de provocar el miedo social, también ampliar el consumo de juguetes bélicos para facilitar la aceptación popular de la “guerra deseable”. N. Davies es autor de una excelente obra sobre los sacrificios humanos, sobre la violencia sacrificial, y además de negar el determinismo genético inherente a la tesis del “imperativo territorial”, igualmente criticada por otros autores, sostiene que la diferencia entre la violencia animal y la humana radica, en lo que concierne al sacrificio humano, en el papel de la religión. Y añade que la “sociedad moderna”, al separar la religión de la política, desacraliza la muerte, la masifica e incluso la reduce a un espectáculo tan frecuente que un niño o niña estadounidense llegaba a ver como promedio –a finales de la década de 1970 – , hasta 36.000 muertes en la televisión. N. Davies sostiene que “por lo que respecta a los niños, puede resultar poco clara la distinción entre la muerte ficticia y la muerte real, entre la salsa de tomate y la muerte verdadera”[64]. El tercio de siglo transcurrido desde la primera edición de la obra muestra cómo la confusión entre la sangre y la salsa de tomate es una de las dinámicas sociales desencadenantes de violencias y asesinatos.
Las niñas y los niños han sido inducidos al equívoco de confundir la salsa de tomate con la muerte, con la sangre humana, porque el sistema educativo completo, desde sus primeros días de existencia hasta su adolescencia, rezuma legitimación de la violencia opresora y deslegitimación de la violencia defensiva. La pasividad y la sumisión ante la violencia opresora y el rechazo irracional y miedoso a la digna y necesaria resistencia ante la injusticia y su violencia, esta norma es introducida en la psique infantil por complejos y efectivos sistemas de alienación pedagógica. Sistemas que forman parte de lo que M. Colussi define como “molde social”[65] que da forma a nuestra “personalidad violenta”: no es la genética ni la biología, ni son los “instintos animales” los que nos hacen violentos, sino el “molde social” creado por y para una minoría que controla el poder y la propiedad. R. Fisk ha mostrado muy recientemente cómo la denominada “literatura infantil” y en especial los comics dedicados a la infancia, han mantenido una permanente campaña legitimadora de la violencia imperialista de los EEUU desde la IIGM hasta el presente. Los estereotipos militaristas y violentos[66] han permanecido inalterables en su mensaje de fondo aunque sus formas externas iban siendo cambiadas según cambiaban las necesidades militares de los EEUU.
Si la militarización de las conciencias infantiles ya actúa plenamente en la industria del comic, por no hablar del cine creado por la factoría Disney, que rezuma violencia por las cuatro esquinas, lo mismo debe suceder con carácter de obligatoriedad ciega en el sistema educativo. Ello es debido a que el capitalismo es una totalidad y más temprano que tarde el autoritarismo reaccionario que crece en una de sus industrias, en este caso la relacionada con la infancia, termina pudriendo a todas las áreas restantes, especialmente a la educativa, porque entre la industria de la educación y la industria del espectáculo hay un nexo común irrompible, el del máximo beneficio empresarial. Es por esto que la pedagoga Patrocinio Navarro está en lo cierto cuando denuncia la militarización de la escuela[67] como parte de la militarización de la sociedad burguesa.
Pero si avanzamos de la educación militarista infantil al sistema universitario, vemos que la presencia del complejo industrial-militar se hace todavía más poderosa. T. Muñoz ha investigado la penetración del complejo financiero-industrial con negocios en la producción militar en el sistema universitario del Estado español[68], penetración intensificada tras el Plan Bolonia de la UE. Ya en 2007 la Ley de la Carrera Militar española agilizaba los sistemas de interacción entre el Ejército y las universidades para mejorar la formación científica de los militares e implicar a las universidades en la elaboración de programas bélicos[69].
He hecho hincapié en la interacción entre sistema educativo y medios de propaganda porque apenas se tiene en cuenta que la infancia tiene dos grandes canales de formación de su personalidad durante su primera y decisiva socialización: la familia y la educación, y que en medio de ellos actúan más tarde las relaciones de amistas formadas en las pandillas y grupos de amigas y amigos, y el sistema de propaganda. Pero los años decisivos en la formación de la personalidad en sus bases profundas son los vividos o malvividos entre la familia y la educación infantil. La adolescencia y la edad adulta son bombardeadas por al violencia mediática y según como haya sido su primera socialización, resistirá mejor o peor los impactos emocionales que, al principio, provocan las escenas macabras y sanguinolentas de la prensa. La violencia reflejada y hasta incitada por la prensa tiene más efectos prácticos en las personas que no han dispuesto de una primera socialización no violenta, que no hayan sufrido violencia en su infancia y que no han visto practicar la violencia en su entorno formativo, en su familia y en su medio educativo. Quienes han sufrido violencia en su infancia, y/o han visto sufrirla o practicarla en su entorno inmediato, estarán más predispuestos a reaccionar violentamente, sobre todo cuando asumen la ideología burguesa y sus valores.
Partiendo de aquí, los medios no crean la violencia, porque ya está inserta en la estructura social capitalista, en sus entrañas; los medios la manipulan, la recrean, la industrializan, la amplían con fines político-empresariales, resaltando tal o cual violencia concreta, o tal matiz de una violencia determinada para ocultar otras, etc. Los expertos se dieron cuenta bien pronto que hay que manipular todas las formas y órganos de la sensibilidad humana para que la comunicación sea efectiva[70], y lo hicieron. Manipular las emociones es la base de la actividad persuasiva de la prensa para impedir que el público realice un “análisis racional de los acontecimientos”[71]. Hay que mermar o anular la capacidad racional del pueblo, abusando de la truculencia más macabra. Según J. E. Oviedo: “Sangre, dolor, llantos, histerias colectivas, desastres, accidentes, todo sirve a los efectos “dramáticos” para despertar la sensibilidad del teleespectador, ayudado por una estética televisiva que privilegia la crispación espasmódica, los planos que van y vienen en pulsaciones nerviosas, los encuadres desestructurados y un ritmo permanentemente trepidante”[72], o como dice otro investigador: “bajo el ritmo del relámpago”[73].
La industria político-mediática no puede dejar de explotar estos recursos porque está en juego su tasa de beneficios y sus intereses políticos. Por esto fusionan las “noticias” sobre las violencias que previamente han fabricado, y junto a otras manipulaciones, presentan una justificación del terrorismo práctico del imperialismo mediante el terrorismo mediático[74] que ha creado la industria política-mediática. Dax Toscano[75] ha investigado con excelente rigor y profundidad esta industria productora de terrorismo mediático, que en realidad es parte del terrorismo en cuanto tal. La vorágine caótica y precipitada de desastres, asesinatos, hambrunas, enfermedades, desgracias y violencias múltiples que cada segundo escupen los medios de propaganda, huyendo de la mínima contextualización, busca reforzar en el pueblo el “afán evasivo respecto a sus problemas, a sus fobias, derivadas en buena parte de la confusión, la inseguridad y el miedo que le inspira la sociedad tecnocrática actual”[76], para, por fin, lograr que “el ciudadano esté física y cognoscitivamente aislado”[77]. Aislado del entorno, inseguro y miedoso, confuso, sin capacidad física de pensar por él mismo, el pueblo, las personas, pueden aceptar más fácilmente la violencia explotadora y asumir el pacifismo pasivo y cobarde que reniega de todo derecho de rebelión, de justa violencia defensiva ante la injusticia.
Es en el problema del miedo incitado por el poder, que revela las contradicciones irreconciliables del capital, en donde con más insistencia obsesiva se vuelcan los ideólogos con aires reformistas, como es el caso del demagogo D. Innerarity que en su artículo sobre el miedo global[78] hace esfuerzos titánicos para exculpar al sistema capitalista adaptando a Hobbes a las condiciones presentes. Hobbes vivió en la primera fase del capitalismo, cuando aún no había superado todas las trabas medievales, y entre ellas la dependencia cognitiva hacia el símil zoológico; es por esto que el hobbesiano “homo hominis lupus” sólo es válido para esta fase inicial, ya que en el capitalismo industrial desarrollado, en el imperialismo, el lema no es otro que el de “homo hominis mercator”, es decir, el hombre es el mercader para el hombre, o dicho en palabras de G. Kolko: “para el capitalismo, la guerra no es más que la continuación del mercado por otros medios”[79]. Naturalmente, es imposible exigir estos niveles de rigor teórico a la casta intelectual burguesa anclada en Hobbes, por lo que recomendamos se estudie a J. Ramos cuando demuestra por qué existe una violencia legítima[80] opuesta en todo a la violencia ilegítima e injusta.
Para ir acabando esta respuesta, basta por ejemplo un estudio serio de la industria político-mediática que presta especial atención a su rama de mercadotecnia, de marketing, para descubrir de inmediato la responsabilidad de la burguesía en la generalización de miedos y violencias. No estamos planteando la necesidad de volver al rigor teórico del proceso de extracción de plusvalor y su transformación en plusvalía para, dentro de ese proceso, descubrir las causas burguesas de la violencia fundante e injusta. Simplemente nos limitamos a dos ejemplos entre los miles disponibles. El primero explica cómo a comienzos de 1917 Rockefeller y Morgan, y otros doce magnates todopoderosos, organizaron una reunión para ver cómo convencer al pueblo norteamericano para que apoyase los planes de entrar en la guerra mundial. Decidieron controlar los 25 periódicos más influyentes y comprar su línea editorial, se cambiaron sus directores y se impuso una línea informativa común en lo esencial sobre la urgencia de entrar en la guerra contra Alemania[81], objetivo logrado además con la utilización de otros métodos.
El segundo ejemplo se centra en el estudio de la esfera de la circulación de la mercancía, y concretamente del marketing, en esta parte del proceso entero de la acumulación del capital, también se generan violencias y miedos. P. A. Honrubia sostiene que las tres pretensiones de la publicidad son incitar al consumo compulsivo, someter y alienar al ciudadano y atacar la libertad individual[82]. En mayor o menos grado, directa o indirectamente, los tres objetivos de la publicidad repercuten en las causas propiciadoras de las violencias y de los miedos.
RESPUESTA CUARTA
PREGUNTA: “¿Qué papel tienen los procesos de alienación en la generación de violencia? ¿Podrías citar casos concretos?”
RESPUESTA: Dax Toscano, como buen marxista, sabe que una de las dinámicas sociales que refuerzan la alienación es el consumismo, y por eso ha planteado la pregunta de sus relaciones con las violencias inmediatamente después de la pregunta sobre el consumismo y éstas. Muy correctamente, Honrubia ha confirmado esa dialéctica causa-efecto. Una de las mejores definiciones de lo que es la alienación, quitando las realizadas por Marx[83], la encontramos en L. Silva cuando dice que es el “paso universal del valor de uso al valor de cambio”[84], es decir, es la victoria definitiva de la mercancía y del dinero sobre la naturaleza humana y sus potencialidades liberadoras. Forzando un poco la tesis de un psicoanalista podemos decir que la alienación se produce cuando “lo subjetivo ha ingresado en la forma mercancía”[85].
Para el problema de las violencias esta segunda definición nos sirve de mucho porque plantea abiertamente la dialéctica entre los subjetivo, la personalidad en su conjunto, y la estructura económica capitalista expresada en su peculiaridad única: la mercancía. Si a estas palabras le añadimos una referencia directa al papel de la industria político-mediática, nos encontramos con la opinión de L. Delgado: “Para decirlo de una manera llana, alienación es el proceso ideológico mediante el cual un individuo —o colectivo— se ve forzado a alterar y trastornar su conciencia de clase y su manera típica y humana de reaccionar, hasta el punto de tornarla inconciliable con aquello que debía mínimamente esperarse de su condición”[86].
Mészáros ha prestado especial atención al ascenso de la subjetividad colectiva desde la alienación, o enajenación, a la emancipación humana plena. Demuestra que la desalienación no debe limitarse a la emancipación religiosa[87], por muy necesaria que sea, sino que debe superar esta fase y materializarse en el tránsito revolucionario al socialismo mediante, entre otras cosas, la democracia directa[88]. La desalienación es un procesos esencial y eminentemente político que puede ir y que muy presumiblemente irá unido a diversos niveles de violencias opresoras y liberadoras. La burguesía conoce perfectamente el poder emancipador de la desalienación y, para frustrar su avance impone un “lenguaje neutral”. Según J. P. Garnier: “‘Capitalismo’, ‘imperialismo’, ‘explotación’, ‘dominación’, ‘desposesión’, ‘opresión’, alienación’…Estas palabras, antaño elevadas al rango de conceptos y vinculadas a la existencia de una “guerra civil larvada”, no tiene cabida en una “democracia pacificada”. Consideradas casi como palabrotas, han sido suprimidas del vocabulario que se emplea tanto en los tribunales como en las redacciones, en los anfiteatros universitarios o los platós de televisión”[89].
El concepto de “democracia pacificada” tiene en sí mismo un contenido claro de violencia represiva que ha “pacificado” la democracia abstracta. La supresión del vocabulario oficial y “culto” de palabras como alienación y las restantes que cita Garnier es de hecho una violencia cultural y simbólica explícita, según la tesis de H. Pross de que “La violencia simbólica es el poder de imponer a otros seres humanos la validez de significado mediante signos, con el efecto de que estos otros seres humanos se identifiquen con el significado validado”[90]. La violencia simbólica va mermando la capacidad de pensamiento independiente y crítico de las gentes explotadas, sin recursos conceptuales, de modo que terminan interpretando la realidad en la que malviven con las normas y creencias elaboradas por la clase dominante. Una parte especialmente dañina de la violencia simbólica es la “violencia epistémica” inserta en las “ciencias sociales”, como explica S. Casto-Gómez al recuperar esta importante definición crítica elaborada por Gayarik Spivak[91]. Volveremos a la “violencia epistémico” cuando estudiemos los esfuerzos del sistema burgués para erradicar del lenguaje culto, oficial y dominante el uso de concepto científico-críticos como alienación, capitalismo, explotación y otros más que nos remiten a las violencias varias.
Tenemos el ejemplo del despido del puesto de trabajo, del paro. La ideología burguesa sostiene que el paro es un “fenómeno natural” y “lógico” en una sociedad en la que los “ciudadanos libres” pueden negociar en libertad las condiciones del contrato laboral. El ciudadano-patrón y el ciudadano-obrero no tienen por qué llegar siempre a un “acuerdo entre iguales”, sino que tienen “libertad” para no aceptar las “condiciones del mercado”. Si es el ciudadano-obrero el que rechaza el contrato nuevo, exigiendo uno mejor pero rechazado por el ciudadano-patrón, entonces pierde su trabajo y se queda en paro. La violencia simbólica refuerza la alineación del obrero, que termina aceptando pasivamente la nueva realidad de parado, interpretándola como natural. Sin embargo, desde una perspectiva marxista, el despido no es otra cosa que “la violencia del poder privado”[92] de la clase burguesa sobre la clase trabajadora.
Pero la alienación también está reforzada por otros mecanismos de orden psicológico, como la “figura del Amo” antes descrita; como el terrible “miedo a la libertad” analizado por E. Fromm[93]; como el “miedo al placer” estudiado por el feminismo radical, etc. Sin extendernos mucho, P. Brückner sostiene que: “La prohibición colectiva de buscar o preguntar fuera del campo de los problemas abiertos (los que están permitidos por los estilos educativos autoritarios) provoca miedo en el que se atreve a hacerlo, si es que ha llegado ya a proyectar sobre sí mismo aquellas exigencias de prohibición; incluso las desviaciones de un método establecido, llegan a producirle intranquilidad. Aquí es donde termina la formación y comienza la obediencia social”[94].
Vistos en su conjunto, estos y otros factores permiten comprender en su justo alcance uno de los efectos más devastadores de la alienación llevada a sus últimas consecuencias, es decir, cuando ha penetrado en lo más profundo de la estructura psíquica de las clases explotadas. Nos referimos a la contundente crítica de W. Reich a la “normalidad” dominante: “La psicología burguesa tiene por costumbre en estos casos el querer explicar mediante la psicología por qué motivos, llamados irracionales, se ha ido a la huelga o se ha robado, lo que conduce siempre a explicaciones reaccionarias. Para la psicología materialista dialéctica la cuestión es exactamente lo contrario: lo que es necesario explicar no es que el hambriento robe o el explotado se declare en huelga, sino por qué la mayoría de los hambrientos no roban y por qué la mayoría de los explotados no van a la huelga. La socioeconomía, por tanto, explica íntegramente un hecho social cuando la acción y el pensamiento son racionales y adecuados, es decir, están al servicio de la satisfacción de la necesidad y reproducen y continúan de una manera inmediata la situación económica. No lo consigue cuando el pensamiento y la acción de los hombres están en contradicción con la situación económica y, por tanto, son irracionales”[95].
La persona alienada está siempre en permanente contradicción con la realidad, aunque no es consciente de ella, sino que la asume como “normalidad”, porque malvive dentro de la irracionalidad del sistema. Un ejemplo de lo que decimos lo tenemos en la mujer explotada, con una triple opresión –patriarcal, nacional y de clase– y que, pese a ello, avanza de rodillas ante la virgen de Fátima para implorar que los comunistas no ganen las elecciones. Lo irracional de este comportamiento permite al sistema que las clases explotadas no se subleven. La alienación le dice que la resistencia es pecado mortal, y que es virtud la sumisión al poder. Otro ejemplo es el del obrero que cree que una huelga no sirve para nada, y que es negativa, porque paraliza la economía, porque le hace perder parte del salario, porque enfurece al empresario que puede tomar medidas de represalia “justas” y porque, en definitiva, “siempre habrá ricos y pobres”. Mientras los compañeros en huelga sufren penuria económica y son machacados a golpes por las fuerzas represivas, el obrero alienado espera a que termine el choque entre la violencia burguesa y la violencia obrera, para seguir trabajando como un buey.
Por no extendernos, hay otros ejemplos sobre los efectos de la alienación de las varias formas de violencia que se sufren en el capitalismo. Uno es la alienación ante el modelo oficial de imagen externa que impone el sistema. Se trata de una alienación unida a la violencia simbólica de la imagen corporal, e inseparable de los efectos del consumismo, durante el cual la propia imagen: “se pierde la consciencia de la autoposesión, se cosifica el yo individual depositándolo en el cuerpo físico, para a continuación externalizarlo, hacerlo público, someterlo a todo tipo de limitaciones y exigencias. El cuerpo es utilizado como posesión, del mismo modo que lo es el vestido, la simbiosis cuerpo-vestido-imagen es ofrecida ante la sociedad esperando que “caiga” bien, ser aceptados, deseados, comprendidos. Se trata de poner en el mercado de compra-venta la imagen de nosotros mismos. El cuerpo y, de su mano, el individuo, entra así en el mercado, se comercializa, y se hace parte del mismo. Es lógico entonces que el vendedor y el comprador se confundan en la misma persona”[96].
Hemos dicho arriba que la alienación consiste en la victoria del valor de cambio sobre el valor de uso, de la mercancía sobre la subjetividad. Esto mismo viene a decir D. Quessada[97] en su crítica a la publicidad y a sus efectos, cuando vence la distancia entre el sujeto y el objeto, entre la subjetividad y la mercancía. La publicidad supera la dicotomía de Kant entre el sujeto y el objeto, y busca la fusión de ambos pero bajo la dirección de la cosa, de la mercancía, que ha absorbido al sujeto, a la subjetividad, aunque esta crea que se ha realizado como tal precisamente comprando la mercancía añorada, la cosa que la mercadotecnia le ha presentado como la solución de todos sus problemas y frustraciones.
¿Qué puede ocurrir cuando por resulta imposible cumplir con el mandato burgués de realizarse como “persona libre” mediante la alienación en la mercancía que nos subsume y anula? G. Kazi responde así: “Cuando no puede satisfacer el deseo de adquirir una determinada mercancía, el sujeto sufre y se menosprecia a sí mismo por esa imposibilidad; pero si en cambio fuera consciente de las relaciones de explotación, advertiría que la acumulación del capital da al explotador una aproximación distinta al objeto en cuestión, sobre todo aquello que se refiera a un deseo-satisfacción diferente al del explotado (…) La insatisfacción del deseo de adquirir un objeto siempre causa angustia, mas en un sujeto crítico le esclarece su condición de oprimido, en tanto que un sujeto alienado deriva en un sufrimiento que ahonda su opresión. Otro tanto ocurre cuando se satisface el deseo de adquirir una mercancía, pues el “placer” que otorga suele opacar las diferentes perspectivas del explotado y del explotador hacia el objeto”[98].
La imposibilidad de cumplir con la orden consumista ahonda el sufrimiento y la opresión que padece de forma inconsciente el sujeto alienado. Muchos estudios críticos muestran que en estas condiciones, las personas alienadas tienen menos capacidad de autocontrol y de reflexión crítica sobre sus necesidades y sus capacidades. En un entorno de endurecimiento de las condiciones de vida y trabajo, cuyas causas son desconocidas para el sujeto alienado, se multiplican las necesidades inconscientes de alternativas falsas, engañosas, paliativos necesarios para soportar la creciente dureza de la vida cotidiana, sus miedos, frustraciones y violencias múltiples. Los estudios recientes muestran un aumento en el consumo de cibersexo, de la falsa sexualidad que ofrece Internet, del alcoholismo en las mujeres y en la juventud, y los cambios en el uso tradicional de otras drogas como los estimulantes, las anfetaminas y sus derivados, así como de la cocaína, etc., cambios realizados bajo la presión de las nuevas realidades sociales y que tienen efectos duros aunque todavía muy poco estudiados sobre la calidad de vida de las personas[99]. Se acrecientan, por tanto, las condiciones objetivas y subjetivas para la aumento de las violencias.
RESPUESTA QUINTA
PREGUNTA: “¿Hay una relación directa entre la existencia de la pobreza y la violencia? Pregunto esto porque en la República Bolivariana de Venezuela, pese a los logros obtenidos por el gobierno revolucionario que ha disminuido sustancialmente la pobreza, más allá de la campaña mediática realizada en su contra para fabricar una imagen de un país invivible por la cantidad de crímenes y homicidios que se comenten, como lo ha señalado el New York Times, llegando a afirmar incluso que Venezuela es un país más peligroso que Irak, no se puede ocultar que la inseguridad producto de la delincuencia común es un problema serio. ¿Qué piensas al respecto? Asimismo, ¿cuál es la relación entre el consumo de drogas y alcohol y la delincuencia?”
RESPUESTA: Tenemos que precisar de qué violencia se trata, y de qué pobreza se trata. Es cierto que la explicación inmediatamente posterior encuadra ambas cuestiones, pero aún así es necesario aclarar, primero, que la pobreza es en realidad empobrecimiento causado históricamente por la explotación capitalista, lo que más tarde o más temprano genera violencias varias, unas defensivas y revolucionarias, pero otras individuales, de personas que o bien no tienen otro medio de subsistencia, o bien han caído en las denominadas “redes de delincuencia”, redes que pueden tener lazos directos o indirectos con “poderes oscuros” de la burguesía, incluso con aparatos de su Estado. En la situación latinoamericana, las “maras” son un ejemplo concluyente de lo que hablamos, como lo explica muy bien el médico psiquiatra R. Kepfer en la entrevista que le hace M. Colussi: “Las maras reciclan las violencias que están por toda la sociedad; su violencia no es sino la violencia aprendida de lo que encuentran en otros espacios de la sociedad” [100]. Es el capitalismo el que alimenta estas y otras violencias, muchas de las cuales son muy beneficiosas para la minoría explotadora, como venimos insistiendo. Y dentro de la realidad capitalista están los aparatos estatales, que centralizan estratégicamente las violencias reaccionarias múltiples y que teledirigen muchas de las violencias juveniles organizadas, como veremos luego al volver al problema de las “maras”
Tenemos en caso de Centroamérica, en donde el “crimen organizado” va expandiéndose apenas sin obstáculos, en donde las maras y el pandillismo juvenil se están constituyendo en fuerzas sociales con influencia pública nefasta, reaccionaria, como explica M. A. Gandásegui en su estudio sobre toda el área mesoamericana. Por ejemplo: “Al igual que en Panamá, las causas que permiten la aparición de estas organizaciones criminales son las políticas públicas equivocadas que ejecutan los gobiernos de turno que desintegran las instituciones básicas de la sociedad. Estas políticas de flexibilización del trabajo y de “apertura” a inversiones de capital “sucio” se hacen cada vez más peligrosas al ser subordinados los gobiernos por los intereses del crimen organizado”[101]. La delincuencia organizada y permitida es un método muy frecuentemente empleado por burguesías débiles que necesitan destruir la centralidad sociopolítica del pueblo trabajador durante generaciones, para explotarlo más fácilmente. Cuando estas burguesías se enfrentan a poderosos movimientos insurreccionales, armados y coherentes, el “crimen organizado” pasa a ser un componente más de la política, como es el caso de Colombia y de su “narcopolítica”[102], país en el que la política y el poder están “marcados”[103] por el narco.
Venezuela sufre especiales presiones del “crimen organizado”, lo que agrava el problema de la violencia delincuencial y de la (in)seguridad, como demuestra L. Britto con la profundidad que le caracteriza:
“Los niños nacidos y formados durante el gobierno bolivariano están por cumplir diez años. Sus crímenes no exceden de robarle la merienda a un compañerito. La estadística delictiva es nutrida por personas nacidas y formadas durante la Cuarta República. Sus defensores escupen hacia arriba al culpar al proceso por los actos de una generación que se formó mientras ellos estaban en el poder. La dificultad de controlar una frontera de más de dos mil kilómetros ha permitido una penetración paramilitar que denunciamos hace tiempo. El año antepasado, el Presidente reconoció que la invasión llegó a Caracas. Los infiltrados cobran vacuna y montan alcabalas, suplantan al hampa criolla, asesinan dirigentes agrarios y sindicales, reducen al pavor a las comunidades mediante crímenes horrendos y legitiman sus capitales mediante bingos, casinos, salas de juegos y prostíbulos apadrinados por lo más corrupto, amoral y nauseabundo de las autoridades. Según el Informe 1998 – 2000 de la Oficina de la ONU contra la Droga y el Delito, Colombia presentaba para entonces una tasa de 61,7847 homicidios por cada 100.000 personas, la más alta del mundo y más del doble de la de 31,6138 por cada 100.000 personas que entonces mostraba Venezuela. Alguna computadora mágica serruchó después la tasa de Colombia reduciéndola a 37 y elevó la nuestra a 48. (…) Se recurre a la violencia para obtener o conservar un bien cuando los restantes procedimientos fallan. En sociedades donde una ínfima minoría acapara los bienes indispensables, las mayorías desposeídas optan entre violencia o inanición. Si un sistema comunicacional las convence veinticuatro horas al día de que sólo quien tiene vale, la violencia se convertirá en valor”[104].
Aun así, la situación venezolana, pese a su gravedad, puede ser bastante mejor en esta cuestión que la de otras revoluciones del pasado –sin entrar ahora a valorar qué es y cómo va el proceso bolivariano en Venezuela– en las que la delincuencia, el mercado negro, el bandolerismo, etc., fueron un arma contrarrevolucionaria muy poderosa. La experiencia de la revolución bolchevique es aleccionadora en este caso, aceptando todas las distancias entre la URSS de entonces y la Venezuela de ahora. Aquí no tenemos más remedio que recordar a C. Rakovsky, que en 1928 habló de “las masas reducidas a la mendicidad o semipauperizadas que, gracias a los subsidios irrisorios otorgados por el estado, viven en el mismo límite del hambre, del robo y de la prostitución”, mientras que la burocracia en formación ya bastante asentada en aquella época vivía ya bastante mejor, disfrutando de todos los privilegios de una “nueva categoría social”[105] que se desentiende de la represión que ella misma lanzaba contra sus antiguos camaradas de lucha. Algunas de las críticas de este viejo y heroico bolchevique, intachable en su comportamiento ético y político, tienen cierta aplicabilidad a la izquierda venezolana actual, como cuando denuncia las enormes dificultades que tenían que superar los obreros rusos para adquirir formación teórica marxista[106], porque la lucha contra la delincuencia y el crimen organizado e instigado por el imperialismo para aplastar a Venezuela sí requiere de una especial formación teórica.
Es aquí en donde vemos la importancia de la última cuestión planteada por Dax Toscano en esta pregunta: “¿cuál es la relación entre el consumo de drogas y alcohol y la delincuencia?”
Hay una relación individual muy estudiada que se expresa tanto en las reacciones violentas de las personas sometidas a los efectos inhibidores y excitadores de muchas drogas, como en la “pequeña delincuencia” de robos y atracos para comprar las dosis necesarias cuando se ha caído en la drogodependencia. La burguesía magnifica esta pequeña delincuencia, que es la que abarrota las cárceles, sobre todo en períodos de profunda crisis económica[107] con presos de las clases populares. La “inseguridad ciudadana” jaleada por el sistema tiene en esta delincuencia menor su gran baza argumentativa, aparte de la del “terrorismo”. Pero la gravedad del problema radica en el doble papel del narcocapitalismo. Antes de seguir debemos saber que hay investigadores que sostienen que la gran banca imperialista se salvo del desastre durante los primeros días de la crisis financiera de verano de 2008 gracias al dinero del narcotráfico internacional[108], siendo los bancos yanquis los que con más impunidad lavan el narcodinero, como se ha vuelto a confirmar hace muy poco al saberse que el Banco Wachovia había blanqueado nada menos que 380.000 millones de dólares de cárteles mexicanos, y que ha salido de rositas tras pagar una multa de sólo 160 millones[109].
Veamos el caso de El Salvador que, como Venezuela, también es zona de paso de drogas a otros países: se ha demostrado que la existencia de redes internacionales de tráfico de drogas, que no sólo de venta para el consumo final, acrecienta la inestabilidad social[110] en los países por donde transita. Pero centrémonos en Venezuela, para seguir con la pregunta. R. Bracho explica que el 20% del dinero que circula por el mundo procede de las drogas y que el 10% de la población mundial las consume asiduamente. Aplicando esta realidad a Venezuela, Bracho sostiene con toda la razón que: “La adicción a las drogas no es un problema de salud, es mucho más que eso, lamentablemente. Quienes pretendan que se aborde desde el modelo de problema de salud pública solo representarán a las fuerzas de resistencia al cambio. El problema es un problema no solo médico, es social, es político, es educativo, es de seguridad nacional. Hay una guerra, una invasión, las drogas son misiles silenciosos que apuntan desde Colombia a nuestras mejores generaciones. Por lo tanto el abordaje revolucionario debe ser integral, con la misma intensidad desde lo sanitario, como desde lo social, como desde lo militar y político hasta lo comunal”[111].
En las luchas sociales, la creación de la “inseguridad ciudadana”, y de las sensaciones de miedo y temor entre las personas alienadas o con poca conciencia, es una de las bazas reaccionarias de la clase dominante desde siempre, pero especialmente agudizada en el capitalismo, que se orienta, en primer lugar, a dirigir social y políticamente a las personas psicológicamente autoritarias, débiles en su autoestima y autoconocimiento, que necesitan de una autoridad superior a ellas que les guíe por su existencia. W. F. Stone, tras una extensa referencia a muchas investigaciones sobre este decisivo asunto, sostiene que: “el autoritario tiende a utilizar la superstición y la estereotipia para desplazar la causalidad hacia fuerzas externas, fuera del control personal. El miedo a la propia debilidad le lleva a valorar exageradamente el poder y la fuerza”[112].
Pero hemos dicho que se trata del primer paso, ya que luego siguen otros pasos destinados a ampliar la masa social de apoyo a las políticas reaccionarias, pretendiendo llegar a sectores no tan alienados, sino incluso con algunos niveles de conciencia política. Saltando de Venezuela a la Europa más “civilizada”, esto mismo es lo que está haciendo ahora la burguesía más “democrática”, por no hablar de la derecha neofascista[113]. La manipulación y exacerbación del racismo es uno de los métodos para crear “inseguridad ciudadana”, pero no el único ya que aumentan los ataques represivos contra las izquierdas revolucionarias políticas, sindicales y culturales a raíz de la “guerra social”[114] que renace en Europa.
Sin embargo y a pesar de la extensión de esta respuesta, solamente analizamos una parte del problema, porque la otra es la que trata de la ideología burguesa justificadora de la represión que ejerce contra el pueblo en general utilizando tanto la excusa de la delincuencia como la interpretación supuestamente “científica” de las “causas genéticas” e “instintivas” de la violencia en general. La burguesía no ceja en impulsar la “ciencia genética” en busca del santo grial que demuestre para siempre la “inferioridad natural” de los pobres, de los “pueblos atrasados”, de las “razas inferiores”, de las mujeres, es decir, de la fuerza de trabajo humana explotada por el imperialismo occidental liderado por los EEUU. Es esta ideología inhumana la que envolvía moralmente las atrocidades de los médicos yanquis en Guatemala cuando infectaban de sífilis a centenares de personas para experimentar en sus cuerpos[115], como habían hecho los nazis muy pocos meses antes en Europa.
La creencia en la superioridad racial y genética no sólo se aplica a las “razas inferiores”, sino también a las clases explotadas, a las mujeres y a todos los colectivos susceptibles de ser explotados por la “clase superior”. La violencia que aplica así esta minoría “superior” está justificada por cuanto defiende los “valores de la civilización y el progreso”, de modo que, al final, estaba asegurada la victoria de Occidente sobre sus enemigos externos e internos debido al determinismo genético[116], como explican varios autores en un texto clásico de lectura obligada para entender el resto de esta respuesta.
La represión de las violencias de todo tipo por parte de la burguesía encuentra buena parte de su legitimación en la ideología de la eutanasia social, de la sociobiología y del genetismo, en cuanto supuestas “razones científicas” que exculpan a Occidente de sus actos, ya que, además de cumplir con su “destino manifiesto”, también alumbra a la humanidad con la luz del progreso. E. Dussel[117], y otros autores también, ya ha pulverizado esta mentira así que no nos extendemos. Tampoco repetimos la historia de estas tesis desde finales del siglo XIX hasta ahora, y sus esenciales conexiones con lo más reaccionario de las corrientes individualistas de la economía política burguesa.
Acercándonos al presente, hay que recordar que ya en 1947, los primeros neoliberales organizados casi secretamente en Mont Pelerin, Suiza, comenzaron la redacción de su documento fundacional afirmando que “Los valores centrales de la civilización están en peligro”[118]. Aunque hace mucho tiempo que se desmontó definitivamente toda tesis sociobiológica, siempre es conveniente actualizar esas críticas sobre todo cuando nos encontramos ante la realidad de la violencia. La necesidad de este debate aparece clara cuando vemos cómo desde nada menos que 1976 se han tergiversado involuntaria o voluntariamente la tesis de R. Dawkins en beneficio de la versión más fanáticamente neoliberal y antidemocrática a partir del equívoco título de su conocido libro “El gen egoísta”[119] y de algunas lagunas explicativas que contenía su primera versión.
Chorover investigó cómo la sociobiología actuaba para la “pacificación del cerebro” de los “violentos”, y pone como un ejemplo entre mil los planes de intervención represiva de las instituciones médicas oficiales para aplastar las grandes movilizaciones antirracistas realizadas por la población negra en otoño de 1967. La burguesía blanca necesitaba extirpar definitivamente los “estallidos de violencia”[120] de las masas explotadas y la sociobiología y el genetismo eran una “ciencia” adecuada para ello. Recordemos que estos planes, que tenían claros antecedentes en anteriores crisis sociales, se idearon en un período marcado por el informe Iron Mountain de 1961 y el Memorando Powell de 1971, y dentro de la doctrina del “destino manifiesto” que, según dicen, guía el destino de Norteamérica desde la mitad del siglo XIX en post del máximo bienestar de su pueblo.
En realidad, no existe diferencia cualitativa alguna, en el plano de la propaganda ideológica, entre el “destino manifiesto” que justifica todas las atrocidades del imperialismo yanqui, y la prioridad nazi por el bienestar de la “comunidad del pueblo”[121] alemán. La sociobiología fue uno de los componentes fuertes del nazismo y la brutalidad extrema de este régimen para saquear sistemáticamente a casi toda Europa a fin de evitar las hambrunas y padecimientos que sufrió el pueblo alemán desde 1916, y que propiciaron la oleada revolucionaria iniciada en 1918 y sostenida con altibajos hasta el triunfo nazi en 1933, este expolio denominado “crímenes en beneficio del pueblo”[122], apenas tiene diferencia esencial alguna con el expolio de media humanidad por EEUU para garantizar su “destino manifiesto”. Buena parte del problema de las actuales violencias tiene en estas semejanzas estructurales una de sus explicaciones más obvias.
Chorover, como hemos visto, hablaba de la violencia implícita al genetismo como instrumento para la “pacificación del cerebro”; el “destino manifiesto” tiene la finalidad de asegurar “el estilo de vida americano”, del mismo modo que el nazismo buscaba “comprar a los alemanes” para impedir otra revolución bolchevique. La sociobiología es un componente estructural de estas prácticas imperialistas genocidas y, ahora mismo, no transcurre una semana sin que leamos en prensa una noticia sobre el penúltimo “descubrimiento científico” sobre la determinación genética de la violencia humana. Es por esto que conviene rescatar los textos científicos que dejan las cosas claras. La versión dominante en la sociobiología y genetismo pretende argumentar la superioridad de la “raza blanca”, el determinismo biológico de la conducta humana y de las “aberraciones” en su comportamiento, etc., pero los avances científicos han pulverizado estas tesis[123].
Otras investigaciones también critican la superficialidad, las trampas y las falacias del genetismo[124], las estrechas relaciones de la biotecnología genética con la industria capitalista, el uso represivo y de control social que hace el capitalismo de la genética por él desarrollada, limitando la privacidad y las libertades civiles[125], etc. Los denominados “perfiles genéticos” son masivamente usados en la represión política de la disidencia mediante el fichaje policial[126]. Felizmente, la crítica marxista al determinismo está abarcando, además de al biológico, también a su opuesto, el cultural, que repite los errores del anterior, negando la dialéctica entre lo natural y lo social[127], negando así el principio socionatural de la especie humana, principio en el que el componente social, colectivo y consciente puede dirigir la humanidad al socialismo.
No hay duda de que sólo esta visión dialéctica de la interacción entre lo social y lo biológico puede servirnos de guía crítica cuando leemos noticias aparentemente asépticas y neutrales sobre el control de la genética del miedo, avances científicos realizados sobre ratones que mostrarían que se puede cortocircuitar el proceso instintivo del miedo con el símil del “interruptor del miedo”[128]. Aunque se reconoce que el proceso del miedo y de las muy diferentes reacciones que puede producir, desde la huída hasta la lucha desesperada pasando por la parálisis, es más complejo de lo que se esperaba, siempre queda en el aire la duda sobre si el mecanismo interruptor del miedo puede ser aplicado a la especie humana. Pero si usamos la dialéctica materialista vemos que, desde antiguo, existen muchos “interruptores” del miedo destinados a convertir a los seres humanos en fanáticos violentos contrarrevolucionarios, capaces de asesinar a su madre y violar a su hermana si se lo ordena la autoridad establecida. Recordemos, por ejemplo, el escapulario católico con una imagen del Sagrado Corazón de Jesús y el lema “Detente bala, Dios está conmigo”, con el que atacaban las tropas franquistas en la guerra de 1936 – 39, tras ser exhortadas por el capellán y beber grandes y generosos tragos de coñac o “saltaparapetos”.
Pero existe una visión menos dura de la biotecnología, sociobiología y genetismo que incluso busca aires de “neutralidad científica” en el estudio de la biotecnología en general, aunque tiene que reconocer la necesidad de un empleo riguroso del “principio de precaución”[129], que en sí mismo anularía buena parte de las investigaciones biotecnológicas actuales, sobre todo las relacionadas con los ejércitos imperialistas[130]. Otros autores progresistas envuelven con una mezcla de postmodernismo, decostrucción y hasta el “segundo” Wittgenstein sus denuncias al intento del control y dirección “democrática” de la sociedad mediante la manipulación genética[131], mientras se ignora la existencia del capitalismo y de sus efectos generadores no sólo de violencias múltiples sino también de la propia industria genética.
Por no extendernos, en lo relacionado con la agresividad humana también prolifera la asepsia que escurre el bulto ante los problemas cruciales de la estructura de poder y explotación, limitándose a reconocer la “complejidad del problema” de la agresividad, la interacción entre los factores biológicos y los sociales, aunque al final surge el ataque velado a los defensores de los derechos sociales, echándoles en cara que su rechazo a nuevos fármacos para controlar la “violencia patológica” dificulta la investigación científica al respecto[132]. Tal vez sea pura casualidad, pero la última página del libro es un anuncio de una de las más potentes empresas biomédicas.
Centrándonos en el problema de la agresividad y de las violencias, Langaney destrozó los mitos del macho humano, supuesto clon del “macho dominante” en las especies animales, que para multiplicar su estirpe, imponerse en la “jungla humana” y aumentar su propiedad privada, se comporta agresivamente pero controlando su “natural instinto violento”. Tras estudiar minuciosamente las relaciones entre sexualidad y territorio en muchas especies este científico sintetizó teóricamente tres límites insalvables que caracterizan y diferencian la agresividad y la violencia animal de la humana: no debe practicarse contra las hembras; no debe ser sistemáticamente mortal, y la agresión no es siempre una ventaja para el atacante[133]. Veremos en las respuestas que ninguna de estas tres constantes animales es respetada por las violencias opresoras, las que practican las clases propietarias de las fuerzas productivas. Aquí, en la propiedad privada, radica en último análisis la diferencia cualitativa entre la agresividad y violencia animal y la humana.
C. Martínez se ha hecho eco de las investigaciones de Janes Goodall sobre los chimpancés en sus cacerías para proveerse de carne matando a otros monos y comiéndoselos. Los chimpancés atacantes, que se comían algunas a las crías del grupo atacado, sin embargo se apropiaban de sus hembras y de sus crías, que pasaban a integrarse en el grupo victorioso. Pero lo decisivo es que la autora aporta datos incuestionables sobre la predominancia abrumadora de la cooperación mutua y la afectividad dentro de los grupos y el papel de la agresividad y violencia en su seno, mostrando que no se puede extrapolar a la especie humana algunos comportamientos puntuales en chimpancés[134].
Basándose en los mismos estudios de J. Goodall y de otros muchos investigadores, G. Dyer también resume las “guerras” entre chimpancés, indicando que alrededor de un 30% de machos de cada grupo mueren en esos “conflictos”. Extiende su análisis a las diversas “guerras” entre las comunidades humanas del paleolítico en base a los datos disponibles reconociendo la existencia de violencia entre los Neanderthales, y profundiza en las “guerras” entre las comunidades recolectoras itinerantes, llegando a la conclusión de que la causa originaria de las violencias animales y humanas no radica en los genes sino en la disponibilidad de los recursos energético[135], afirmación antigenetista que refuerza más adelante al insistir en que la violencia entre los babuinos, como entre los primates en general y en los humanos, no responde a causas genéticas sino sociales[136].Y para terminar con las “guerras” de los chimpancés, investigaciones recientes también confirman estas conclusiones[137] que hunden las patrañas genetistas.
Por tanto, concluyendo, el imperialismo necesita provocar la delincuencia social en todas partes para generalizar el miedo, y con él la “dependencia autoritaria” de los sectores alienados, que actúan como base de masas y fuerza de choque de la contrarrevolución. En Venezuela esta táctica es una realidad diaria. Pero también tenemos que conocer la ideología justificadora de las atrocidades represivas, basada en la creencia anticientífica de la “superioridad” del propietario de las fuerzas productivas sobre quien únicamente sólo tiene su fuerza de trabajo para malvivir vendiéndola al empresario por un salario.
RESPUESTA SEXTA:
PREGUNTA: “En varios lugares del mundo se cometen crímenes contra la población trabajadora, realizados por mafias delincuenciales o por gente lumpen: robos a personas, casas y vehículos, asaltos y secuestros con armas a personas, privándoles incluso de la vida, violaciones, etc. La gente reclama mayor seguridad y, por ende, más vigilancia y control. ¿Se debería entonces brindar a las fuerzas del orden todo el apoyo por parte de la población? ¿La visión sobre las fuerzas represivas debe ser la misma, desde una perspectiva revolucionaria, incluso si la policía acude a defender a una persona o a una comunidad, barrio determinado frente a los robos o asaltos perpetrados por delincuentes comunes? ¿Es acertada está visión? ¿Qué medidas serían las adecuadas para que un colectivo social haga frente a ese tipo de delitos?”
RESPUESTA: Es muy cierto que en muchos lugares del mundo las mafias atacan a la población trabajadora, robándola, violando y matando. En cada sitio habrá que hacer un estudio concreto, pero en líneas generales debemos tener en cuenta, como mínimo, cinco caras del problema. Una es la pequeña delincuencia, los “rateros”, “camellos de barrio”, “carteristas”, “manguis”, “pinchotas”, etc., que a lo sumo atacan a la pequeña burguesía, pero que apenas se atreven con las zonas residenciales y de negocios muy protegidas policialmente. Otra es el “ladrón especializado”, grupos especializados en robar a burgueses, joyeros, banqueros, grandes empresas, saquear zonas residenciales, etc., y que apenas se mezclan con la “pequeña delincuencia” porque está muy penetrada por la policía. Además, están las grandes mafias de los negocios ilegales mundiales, relacionadas o no con los servicios secretos de los Estados, que no dudan en asesinar a cualquiera, desde el pequeño trapichero de barrio que no ha pagado a tiempo el precio de su droga a la red de reparto, hasta secuestrados pasando por prostitutas, sin olvidar a los sicarios, y que puede colaborar con los servicios secretos burgueses en el narcotráfico, armas, etc.
También están los servicios especiales de las policías, que controlan más o menos estas redes, infiltradas en ellas o con delatores en su seno, y que pueden recurrir a delincuentes para que realicen determinadas operaciones sucias sin dejar ningún rastro político, además de los “servicios de limpieza” dedicados a “matar por control remoto”, servicios ultrasecretos a los que ni el Premio Nóbel de la Paz, Obama, se atreve a pararles los pies[138]. Por último, están los verdaderos criminales, la burguesía en su conjunto y los banqueros en particular, sin olvidar a al Estado del Vaticano y sus permanentes escándalos económicos[139]. Recordemos la pregunta de B. Brecht: ¿Quién es más delincuente: el que atraca un banco o el que funda un banco? No hay duda de que estas cinco caras del problema se presentan mezcladas en parte en ciertos momentos pero las izquierdas no pueden cometer el error de centrarse en la primera cara, la de la delincuencia social más básica, ni en la tercera, la de las grandes mafias criminales, sobre todo cuando en medio de la crisis actual, los Estados burgueses centralizan y disciplinan sus diferentes fuerzas represivas, e incluso crean otras nuevas, de masas, adaptando a las condiciones americanas las lecciones del nazifascismo europeo.
Las izquierdas han de tener una visión crítica de papel que juegan las violencias delicuenciales en el capitalismo sobre explotador y en crisis. Como hemos dicho arriba, volvemos a la realidad creciente de las “maras” porque, a nuestro entender y desarrollando la tesis de M. Colussi[140], estamos ante la aplicación a las Américas de una práctica alemana de extrema derecha justo desde 1918, cuando tras la derrota de la guerra, estalló la revolución. La burguesía alemana organizó grupos de jóvenes soldados y oficiales de extrema derecha para exterminar a la revolución en Alemania y a los bolcheviques en los países bálticos que habían pertenecido al imperio zarista. Luego Mussolini hizo otro tanto con los “camisas negras”, y todos los movimientos nazifascistas repitieron ese método tan efectivo.
Hay diferencias llamativas, como que las “maras” están formadas por jóvenes lumpen, mientras que en los grupos europeos también participaron jóvenes de la nobleza y de la burguesía. Salvando estas y otras diferencias, el método y el fin es el mismo: aterrorizar e imponer la pasividad desunida al pueblo trabajador sin que, por el momento, tengan que intervenir las fuerzas represivas oficiales del Estado. Pero la mayor diferencia, la cualitativa, con respecto al pasado, consiste en el mismo capitalismo, en el papel que tiene ahora las masas ingentes de dinero sucio y ensangrentado que surge a chorros del narcocapitalismo. Semejante negocio necesita de un entramado complejo, diversificado en extremo y hasta tal punto ubicuo y adaptativo que ha penetrado en todos los rincones del capitalismo, incluido el Vaticano[141].
Antes de seguir es menester precisar un poco de qué hablamos cuando hablamos de narcocapitalismo y crimen organizado: “Estas organizaciones criminales nos manejan nuestro tiempo, pues nos imponen su lógica asesina y destructiva y como podemos apreciar forman parte del circuito económico mundial. Hoy el Crimen Organizado representa el 5% del Producto Bruto Mundial. En un hipotético ranking de PBI, hoy el top five sería de la siguiente manera: 1º Unión Europea, 2º Estados Unidos, 3º Japón, 4º el Crimen Organizado y 5° China. La red de “servicios” que abarcan al Crimen Organizado es muy variada: ropa, medicamentos, cosméticos, electrodomésticos, juegos, equipos electrónicos, trata de blancas, armas, juego, emprendimientos inmobiliarios, mas el apetecible y superrentable comercio de droga. Por todos esos conceptos se logra recaudar alrededor de 700.000 millones de euros”[142].
Dominando estos datos entendemos perfectamente qué son y qué poder tienen las “maras”, el pandillismo, la mafia organizada y conectada con la corrupción e ineficiencia del Estado, etc. M. A. Gandásegui se ha hecho eco de una estremecedora entrevista que el diario brasileño O Globo hizo a un jefe mafioso que dirige crimines desde una de las cárceles de Sao Paulo. Leamos lo que sigue: “No hay más proletarios o infelices o explotados”, señala Marcola. “Hay una tercera cosa creciendo, cultivada en el barro, educándose en el más absoluto analfabetismo, diplomándose en las cárceles, como un monstruo escondido en los rincones de la ciudad. Ya surgió una especie de post miseria que genera una nueva cultura asesina, ayudada por la tecnología, satélites, celulares, internet y armas modernas (…) O Globo pregunta: ¿Pero, qué debemos hacer? Marcola contesta: “Les voy a dar una idea, aunque sea en contra de mis intereses. ¡Agarren a «los barones, narcotraficantes del polvo» (cocaína)! Hay diputados, senadores, empresarios y ex presidentes metidos en el tráfico de la cocaína y de las armas. ¿Pero, quién puede meterles mano? ¿El Ejército? Nosotros somos hormigas devoradoras, escondidas en los rincones. Para acabar con nosotros necesitan estallar una bomba atómica en las favelas. ¿Ya pensó? ¿Ipanema radio-activa?”[143].
Teniendo esto en cuenta la pregunta de Dax Toscano de que: “la gente reclama mayor seguridad y, por ende, más vigilancia y control. ¿Se debería entonces brindar a las fuerzas del orden todo el apoyo por parte de la población?”, adquiere decisiva importancia para las izquierdas. La respuesta, pienso yo, tiene que venir de otro lado, de la política independiente de la izquierda revolucionaria en todos los aspectos, y especialmente hacia el Estado y sus medios represivos. Podemos adelantar parte de la respuesta leyendo estas palabras sobre el concepto abierto e incluyente de “autodefensa integral” que reproducimos extraída de la entrevista que J. Lofredo hizo al mexicano Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente –ERPI – , según la cual: “reivindicamos la autodefensa integral, no sólo la que se basa en las armas, sino en la defensa legítima de la producción, de la educación, la cultura, la salud y las luchas organizadas del pueblo que van desde la exigencia de servicios como el agua, la luz las carreteras, etc., hasta la lucha política por una autentica democracia”[144]. Poco antes de estas palabras el portavoz del ERPI había hablado de la necesidad de una ética anticapitalista y antipatriarcal que proteja a la estrategia y táctica del ERPI de quienes supeditan los medios a los fines, es decir, de quienes no aceptan la necesidad de una ética revolucionaria inserta en la acción política y que actúa como garante de la dialéctica entre fines y medios, medios y fines.
En la lucha contra las “maras” y la delincuencia organizada con el apoyo directo o indirecto del Estado, el concepto de “autodefensa integral” se aplica en el sentido de una práctica concienciadora y organizadora de las masas para su autodefensa sin tener que depender del Estado burgués, de su judicatura y de sus fuerzas represivas, pensadas pasa aplastar a los empobrecidos, condenarlos a penas de prisión por cualquier delito menor contra la propiedad privada, mientras que la burguesía, los empresarios, banqueros y terratenientes hacen negocios millonarios. La autodefensa integral está especialmente pensada para los pueblos sin poder revolucionario propio, que tienen que empezar desde la nada y contra Estados cada vez más podridos, corruptos y represores, como el mexicano[145]. Se trata de ir creando contrapoderes populares dedicados a la lucha contra el crimen organizado desde y para un proyecto comunista, nunca desde un proyecto ambiguo, populista-reaccionario y racista, machista y con claras resonancias protofascistas o neofascistas. En Europa también se han creado estos “piquetes ciudadanos”, mayoritariamente de derechas y pequeño burgueses autoritarios, o abiertamente fascistas como las “rondas negras”[146] italianas.
Pero nosotros debemos avanzar en justo lo contrario: Se trata de que esos contrapoderes avancen en un doble poder coordinado para autodefensa popular en esos y otros problemas. Hay experiencias prácticas que demuestran que eso puede lograrse siempre que se mantenga la coherencia ético-política y teórica entre los fines y los medios. Pero simultáneamente a este avance, hay que mantener una crítica política radical de la teoría burguesa de la “administración pública” como algo separado cualitativamente del Estado. La crítica del mito de la neutralidad de la “administración pública” es decisiva sobre todo en la cuestión de la judicatura, las leyes, etc., porque mucha gente oprimida cree en la neutralidad de la ley frente al explotador y el explotado. Con toda razón, O. Guerrero sostiene que: “la administración pública no es la administración de la sociedad, sino la administración del Estado en la sociedad, el poder ejecutivo que gobierna en interés de las clases dominantes en la medida en que el Estado es su propio representante. La administración pública es el gobierno en acción, el poder ejecutivo delegacional del Estado en la sociedad, es decir, los intereses de las clases dominantes frente al resto de la sociedad (…) Decir administración pública es decir, a la vez, política y administración”[147].
La “administración pública” pierde todavía más su nulo contenido “público” conforme nos introducimos en los espacios de poder decisivos, la economía, el ejército, la judicatura, etc., en los que el Estado controla muy estrictamente la fidelidad de la “carrera funcionarial” al amo burgués. La teoría marxista del Estado, que no podemos desarrollar aquí, insiste en esta esencia política reaccionaria de estos aparatos oficialmente “públicos” pero herméticamente cerrados al control democrático, sobre todo cuando éste es ejercido por el pueblo. La burocracia estatal se nutre de técnicos provenientes de la burguesía y de la media burguesía, y en mucha menor medida de la pequeña burguesía. Proporcionalmente a la composición cuantitativa de clases en el capitalismo, es muy reducido el tanto por ciento de la “administración pública” de origen obrero y trabajador, y su enana presencia se reduce aún más en los aparatos decisivos. Según R. Miliband: “En una época en la que tanto se habla de la democracia, de la igualdad, de la movilidad social, de la desaparición de las clases y de todo los demás, en los países capitalistas avanzados ha seguido siendo un hecho fundamental el que la gran mayoría de hombres y de mujeres de estos países ha sido gobernada, representada, administrada, juzgada y mandada en la guerra por personas procedentes de otras clases económica y socialmente superiores y relativamente distantes”[148].
El tercio de siglo transcurrido desde que se escribieron los dos textos citados ha corroborado su veracidad teórica, especialmente a partir de la aceleración de las crisis parciales desde la década de 1990 en diversas partes del mundo, y sobre todo desde su confluencia y síntesis explosiva en la crisis mundial a partir de verano de 2007 hasta ahora. Son los pueblos explotados por burguesías débiles y brutales, y las naciones ocupadas por Estados extranjeros, los que más imposibilidad tienen de acceder a la “administración pública”, y prácticamente ninguna de influir en su funcionamiento. Lo visto hasta aquí no quiere decir que haya que dar por perdida e imposible la lucha concienciadora en el interior de las burocracias más cercanas al pueblo, incluso entre la tropa de base del ejército. La experiencia revolucionaria, teorizada brillantemente en los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista y verificada siempre hasta ahora, indica la necesidad de minar desde dentro estos aparatos estatales, pero sin hacerse demasiadas esperanzas. Estudiando la sangrienta experiencia latinoamericana, M. Colussi resalta los límites de esta tarea en algo tan fundamental como son los ejércitos formados por los EEUU para mantener su poder sobre los pueblos de las Américas, y concluye con una cuestión a la que volveremos por su importancia, la de los “golpes suaves”[149] para “defender la democracia” tal cual la define el imperialismo.
No hay duda de que el pandillismo y las “maras” son parte de la estrategia propiciadora de las intervenciones represivas mayores, duras o suaves, por lo que es tan importante avanzar en la práctica del derecho a la autodefensa integral también contra esas agresiones. Tareas como la educación en leyes y en abogacía, la creación de organizaciones populares que orienten la defensa legal de las personas agredidas para que no sean engañadas por las trampas y mentiras de la ley burguesa, la realización de encuentros y debates nacionales e internacionales sobre los derechos humanos y las relaciones entre el crimen organizado y el Estado burgués, estas y otras tareas entran dentro de la autodefensa integral legal, pacífica y no violenta, capaz de ir aglutinando a crecientes sectores golpeados por esas violencias. Llegados a este punto, es menester explicar las relaciones entre la violencia y la resistencia populares: “La clase dominante no distingue entre violencia y resistencia. La rebelión de los excluidos de la banlieu parisina y de las grandes ciudades de Francia exige violencia frente a la violencia de los que detentan el poder y los medios de producción y, al mismo tiempo, la resistencia a la pérdida de las conquistas sociales de aquella generación de emigrantes que ayudaron en la postguerra. Lo mismo ocurre con los niños de la Intifada ante la violencia sionista. Es la resistencia del excluido y la lucha por el reconocimiento”[150].
Muchas, sobre todo las primeras, de las acciones de la justicia popular en la aplicación de la autodefensa integral serán acciones de resistencia, ya que los ataques de las “maras” atentan contra derechos inalienables y hasta reconocidos de mala gana por las burguesías de esos países. Son acciones de autodefensa integral resistente frente a los ataques del crimen mafioso legitimado por la pasividad e incapacidad del Estado para defender al pueblo. Y esas acciones deben disponer de los mejores recursos legales de autodefensa integral, de modo que vayan ganando la batalla de la legitimidad popular. Ahora bien, la resistencia siempre tiene que hacerse dentro de una perspectiva histórica que contante teóricamente la denominada “inevitabilidad”[151] de la violencia revolucionaria en base a una correcta definición del sistema imperialista en su conjunto. Desde esta perspectiva, podemos volver a la muy confirmada tesis de Rosa Luxemburgo sobre la interacción entre violencia y parlamentarismo, tesis elaborada en la primera década del siglo XX:
“El terreno de la legalidad burguesa del parlamentarismo no es solamente un campo de dominación para la clase capitalista, sino también un terreno de lucha, sobre el cual tropiezan los antagonismos entre proletariado y burguesía. Pero del mismo modo que el orden legal para la burguesía no es más que una expresión de su violencia, para el proletariado la lucha parlamentaria no puede ser más que la tendencia a llevar su propia violencia al poder. Si detrás de nuestra actividad legal y parlamentaria no está la violencia de la clase obrera, siempre dispuesta a entrar en acción en el momento oportuno, la acción parlamentaria de la socialdemocracia se convierte en un pasatiempo tan espiritual como extraer agua con una espumadera. Los amantes del realismo, que subrayan los “positivos éxitos” de la actividad parlamentaria de la socialdemocracia para utilizarlos como argumentos contra la necesidad y la utilidad de la violencia en la lucha obrera, no notan que esos éxitos, por más ínfimos que sean, sólo pueden ser considerados como los productos del efecto invisible y latente de la violencia”[152].
Quiérase o no admitirlo, lo cierto es que desde 1906 la historia ha confirmado estas palabras de la revolucionaria comunista asesinada por la socialdemocracia. Para el debate sobre las “maras” y el pandillismo, y en general sobre las relaciones entre la política parlamentaria y la política de izquierdas, lo dicho por Rosa Luxemburgo muestra que la autodefensa integral debe ser consciente de que sólo la movilización socialista de las masas puede parar los pies a la burguesía en general, y a sus esbirros del crimen organizado en concreto. De hecho, de entre quienes la asesinaron a ella y a millares de revolucionarias y revolucionarios, entre esos asesinos a sueldo del capital había mucho criminal, lumpen y esbirros.
Hasta ahora analizamos la lucha contra la delincuencia criminal del pandillismo y de las “maras” en los países en los que el pueblo trabajador no tiene, todavía, influencia política, y menos aún el poder político en áreas importantes del Estado y de su administración “pública”. Para las condiciones más avanzadas en libertades, derechos y poderes populares, como Venezuela, F. Sierra hizo una brillante denuncia del sistema político-judicial reaccionario abrumadoramente mayoritario en las Américas, extendiéndolo incluso a Europa, y además se atrevió a enumerar cinco propuestas que repetimos aquí: 1) demostrar que la inseguridad la crea la derecha; 2) medidas sociales y creación de empleo; 3) expropiar tierras y fábricas para crear empleo y reducir la delincuencia común; 4) reformar el código penal instaurando la democracia y la justicia, y reprimiendo la criminalidad burguesa; y 5) organizar nuevas policías, tribunales y sistemas penitenciarios en base a la idea de delitos mayores y delitos menores”[153].
Como se aprecia, estas propuestas van en la dirección estratégica de romper con el capitalismo y con su propiedad. Formalmente no cuestionan el sistema capitalista, pero en la realidad latinoamericana llevan al límite la cuestión decisiva del poder y de la propiedad privada ya que si, por ejemplo, se quiere masivamente ampliar los derechos sociales y crear empleo en las condiciones del capitalismo actual, más temprano que tarde se chocará frontalmente con los intereses del capital; enfrentamiento que se acelerará si, encima, se procede a la expropiación de tierras y fábricas para crear empleo. Es cierto que la nacionalización de las fuerzas productivas por si misma no es una medida revolucionaria, pero en el contexto actual, y más en el latinoamericano, su sola enunciación produce pánico en las burguesías y pone en marcha los motores de la IV Flota yanqui, potencia que como bien advierte L. Alzaga: “planifica con tiempo”[154]. Las reformas del código penal pueden ser toleradas por la burguesía durante un tiempo, a la espera de que triunfe su golpe contrarrevolucionario para endurecer todavía más la antigua ley que ya les beneficiaba en todo. Por último, la reforma del sistema policial, carcelario y judicial –se supone que también del militar– provoca más irascibilidad, odio y furia en la clase dominante que la reforma de la ley, y tanta como la expropiación de sus fábricas y tierras, ya que las armas son tan importantes, al final, como la propiedad privada, de hecho, la burguesía sostiene que las armas son de su exclusiva propiedad, y que el pueblo debe estar desarmado.
Son estas y otras tendencias de fondo las que explican no sólo la situación venezolana sino también toda la experiencia histórica del doble poder en cuanto período temporal muy corto y tenso en el que todas las contradicciones irreconciliables se aproximan rápidamente al punto crítico del estallido violento. Carecemos de espacio para hacer aquí una crítica de las utopías de quienes rechazan la teoría marxista del poder político, del Estado de clase, etc. Para la cuestión de las “maras”, semejantes ilusiones idealistas e ingenuas son un muy serio peligro, ya que además de confundir y desorientar al pueblo aplastado, al decirle que no hace falta crear contrapoderes populares que ejerciten la autodefensa integral, también ayudan a ocultar la realidad del Estado burgués, su esencial terrorista. Holloway, por ejemplo, no presenta ningún argumento histórico y lógico[155] contra Lenin, Rosa Luxemburgo, Trotsky, Gramsci, Mao, el Che, etc., y los excomulga tajantemente sin ofrecer alternativa alguna a quienes son machacados por el crimen organizado.
La referencia a lo dicho por L. Alzaga sobre el largo tiempo de planificación con que actúa el imperialismo es especialmente válida para comprender que las maras pueden ser, y son, un eslabón en la cadena de acontecimientos que el imperialismo planifica. No es casualidad que el pandillismo tuviera en Honduras una especial fuerza –alrededor de 100.000 jóvenes, según la seria investigación de Dax Toscano[156]– y que el golpe militar en este país intentara auto legitimarse en base a la “defensa de la democracia”. Pues bien, el golpe militar en Honduras, que M. A. Toscano[157] ha investigado con vibrante rigor, es un ejemplo perfecto de la nueva teoría “postmoderna” del “golpe suave” elaborada por la doctrina yanqui de la contrainsurgencia remozada en 2006[158]. Aquí tenemos que recordar a lo anteriormente dicho por M. Colussi sobre las “maras” como fuerzas reaccionarias, los militares, los “golpes suaves” y la “defensa de la democracia” según la define los EEUU.
Moviéndonos ya en un plano general, debemos detenernos un instante en las implicaciones de esta concatenación de secuencias planificadas que nos remite al Estado burgués, porque la delincuencia criminal practicada contra el pueblo permite una muy efectiva manipulación propagandística reaccionaria en aquellos países en los que, por las razones que fuesen, ya no existe un peligro revolucionario especialmente grave, ni tampoco una amenaza exterior, por lo que la burguesía ha de crear un “enemigo interno” atroz que provoque miedo y que, junto a otras razones, justifica un golpe militar. La “inseguridad ciudadana” es, como venimos diciendo, uno de los métodos más efectivos para explicar “golpes suaves”, ya que los “golpes duros” los reserva la burguesía para aplastar el “peligro comunista”. Pues bien, desde hace dos décadas el imperialismo pretende justificar sus violencias suaves y duras, sus diferentes golpes de Estado, con una serie de argumentos que, al final, nos remiten al mismo punto: la defensa de la democracia, de los derechos humanos, etc., mediante el “uso controlado” de la violencia legitimada por las Instituciones Internacionales, o dicho por J. R. Pauwels: las “guerras buenas”[159] ante las que no podemos neutrales en modo alguno. La base argumental es la misma para masacrar Iraq con la excusa del “terrorismo” y para preparar un golpe suave en otro país con la excusa de la narcodelincuencia.
Sin embargo la mayoría de la casta intelectual, exceptuando honrosas minorías, ha terminado aceptando y justificando la “violencia buena”, la “intervención humanitaria”, etc., sin darse cuenta de que retroceden al vergonzoso apoyo al colonialismo e imperialismo occidentales de amplios sectores de la intelectualidad de finales del último tercio del siglo XIX y comienzos del XX, justificación que llegó a ser asumida en su versión “progresista” por significativos sectores de la socialdemocracia europea, con decisivo poder interno sobre el funcionamiento de la II Internacional[160]. Al final del siglo XX buena parte la intelectualidad progresista fue plegándose a la ideología burguesa bajo las presiones del postmodernismo, postmarxismo, etc., de manera que apenas existió una crítica fuerte al imperialismo armado y cultural de la época. Las instituciones del capital habían creado una eficaz red de organismos “civiles sin afán de lucro” aparente, ONGs, etc., que envolvían a los intelectuales supuestamente “críticos”. Aún así, J. Bricmont desmontó una a una todas las patrañas “humanitarias” demostrando, entre otras cosas, que eran elaboradas por las numerosas organizaciones “civiles” generosamente subvencionadas por la burguesía[161]. Por su parte, J. A. Valera había destrozado no sólo el argumento de la “intervención humanitaria” tal cual se definía a comienzos de 2003 sino que profundizó en su crítica hasta demostrar la conexión de fondo entre el lenguaje bélico, la estructura psíquica y la estructura del poder imperialista[162].
Uno de los argumentos de las “guerras humanitarias” consiste en presentar una imagen rectilínea e idílica del aumento de las “leyes de la guerra” que limitan sus atrocidades y que la “humanizan”. Pero la experiencia histórica dice lo contrario, sobre toda la más reciente y en especial cuando se trata de las violencias de todo tipo que tienen que padecer las mujeres[163], la infancia y las personas mayores y no combatientes. Por lo demás, es conveniente releer, entre otros muchos, a M. Walzer cuando en lo más duro de la euforia belicista del imperialismo, en 2003, se atrevió a argumentar por qué había que optar por las inspecciones y no por la guerra[164]. Debemos decir que Walzer reconoce que existen situaciones en las que “la lucha armada es necesaria para lograr la libertad de los seres humanos”[165]. En cuanto a la historia de los intentos de regulación de la guerra G. Parker escribe sobre el “ceremonial de las atrocidades”[166] en donde muestra la relatividad y los altibajos de las sucesivas regulaciones de las guerras, hasta llegar a las atrocidades de finales del siglo XX.
Reforzando esta visión crítica, la organización chilena Frente Patriótico Manuel Rodríguez nos recuerda cómo las burguesías se unen para regular entre ellas el ejercicio de sus violencias para legitimarlas y a la vez deslegitimar y condenar las violencias defensivas de las clases y naciones oprimidas[167]. Considerando estas y otras críticas fundadas, son baldíos los esfuerzos de algunos, como A. E. Bellamy, por emborronar la cuestión con abstracciones que no reconocen la diferencia cualitativa entre las violencias opresoras y oprimidas[168], y en las que, por tanto, no existen fuerzas determinantes como el capitalismo imperialista[169].
Pero sin duda, la definitiva desautorización de estas patrañas surge de su fracaso estratégico en los objetivos que decía querer conseguir: acabar con la producción de drogas[170], acabar con la explotación de la mujer[171], reinstaurar la “democracia” y los “derechos humanos”, etc. Viendo ahora la realidad en todos los lugares donde los pueblos han sufrido este “humanitarismo”, desde Estados hasta zonas geográficas, es innegable que el vencedor sobre decenas de miles de cadáveres es el imperialismo.
RESPUESTA SEPTIMA:
PREGUNTA: “En América Latina, particularmente en el Ecuador, las comunidades indígenas se han organizado para autodefenderse. Sin embargo, en la aplicación de su justicia, muchas veces se han llevado adelante actos contra los individuos acusados de un delito que son repudiados por otros sectores de la población como el colgar a las personas, desnudarlas, bañarlas en agua fría, azotarlas o incluso quemarlas. En los barrios también la gente se organiza frente a la ineficiencia policial y han colocado letreros en los que se expresa: “delincuente capturado, delincuente ajusticiado”. ¿Cuál es tu criterio sobre esto?”
RESPUESTA: Lo primero que debemos considerar es la relatividad sociohistórica de los valores con los que nosotros analizamos, y criticamos, a los pueblos que no han transitado por el largo camino de la formación capitalista, o que han transitado poco y en medio de muchas interconexiones con otros modos de producción en los que la propiedad colectiva, comunal, mantenía mucha presencia. Antes de entrar a la respuesta detallada, debemos saber que conceptos que para nosotros son muy importantes como los de “libertad”, “propiedad” y otros, tenían otros sentidos para otras civilizaciones, e incluso ni existían como ha demostrado V. Yakobsón en su investigación sobre el Oriente Antiguo[172] aplicando el método del materialismo histórico a este problema, lo que nos permite inferir que algo idéntico sucedía en amplias zonas de la América anterior a la invasión europea.
Partiendo de este imprescindible relativismo sociohistórico, debemos releer a Pasukanis porque demostró las dinámicas de fondo que impulsaron la evolución de la “justicia” basada en el derecho a la venganza de sangre[173], –o ley del talión, o de Lynch, etc., para entendernos – , por parte de la persona agredida, a la “justicia” basada en otras formas menos duras y directas y progresivamente centradas en el resarcimiento económico, en el ostracismo, o en otros métodos. P. Garelli confirmó las tesis de Pasukanis al estudiar la evolución de la “justicia” en los primeros Estados, sintetizándola en cuatro fases: una, la ley bruta de la venganza de sangre; dos, pasar al castigo económico como alternativa al descuartizamiento físico; tres, tendencia al aumento de los castigos económicos y al descenso de los castigos físicos; y cuatro, tendencia a la unificación de penas y al aumento del castigo a los esclavos[174]. Sabemos que la evolución humana tiene múltiples vías, pero estas investigaciones pueden servirnos para encuadrar el marco de posibilidades más o menos limitadas de evolución general. Según I. Diákonov, los australianos del mesolítico o neolítico inferior sabían que por “el rapto de mujeres de una tribu ajena correspondía matar a uno o dos miembros de la tribu de los raptores, y en una sociedad preestatal posterior (por ejemplo, entre los islandeses antiguos) la costumbre imponía con exactitud las normas de la multa por haber matado a personas que ocuparan en la tribu alguna posición social, por hurto de ganado, etc.”[175].
Uno de los castigos más duros en todas las sociedades, también en la actual capitalista, es el del ostracismo, o destierro en extremas condiciones de soledad y desamparo, de indefensión. La comunidad expulsaba a quién o a quienes suponían un peligro para su equilibrio interno. La experiencia de la nación siux es concluyente ya que la expulsión de la vida colectiva suponía prácticamente la muerte. La democracia colectiva existente en las sociedades anteriores a la propiedad privada aseguraba que las personas condenadas al destierro u ostracismo pudieran ser acompañadas por otras personas, por familiares o amigos, o por quienes no estaban de acuerdo con la decisión colectiva de destierro por considerarla injusta[176]. El destierro u ostracismo, en aquellas condiciones, podía suponer la muerte o, al menos, un profundo trastorno psíquico. Lo más significativo es que conforme avanza la imposición de la propiedad privada también avanzan los años de destierro. En la Grecia clásica el castigo llegó a ser de diez años[177], y después se ha llegado al destierro de por vida, o a la cárcel de por vida.
Centrándonos ya en las Américas, sabemos que antes de la extrema violencia asesina desatada por las fueras represivas en varios Estados andinos contra las guerrillas, antes de esta ofensiva, “matar era excepcional (…) un lema en el campo era “castigar pero no matar” (…) la sanción límite era la expulsión de la comunidad y la pérdida de estatus del “comunero”. Sin embargo, aunque el matar era excepcional antes del conflicto armado, había algunos casos en los que se aplicó la “pena de muerte”. Por ejemplo, en Carhuahurán, en 1975 o 1976, mataron a una familia de abigeos que había ignorado las múltiples advertencias de las autoridades comunales para que cesaran de robar ganado y se desplazaran hacia otra zona. Siguiendo un patrón común, las autoridades les habían dado tres castigos y oportunidades de dejar de robar antes de tomar esa fatal decisión”[178].
Las sociedades precapitalistas no occidentales, tributarias y no cristianas, por lo general eran especialmente dadas a controlar el ejercicio de la pena de muerte. Ahora sabemos que los cronistas españoles aumentaron desorbitadamente por razones de propaganda los famosos “sacrificios humanos” atribuidos a los aztecas y a otras culturas por los invasores europeos. Del mismo modo, la violencia sacrificial de estas culturas no llegaba a la metódica frialdad mercantil de la violencia capitalista, como afirman muchos estudiosos del tema, entre ellos S. Lindqvist que sostiene que: “Las acciones sanguinarias de los blancos son aún más atroces porque las practican hombres de un alto desarrollo intelectual. No se puede decir que la violencia sea ejercida por personas aisladas, que podrían ser hechas responsables individualmente. No”[179]. Sometidos a una rapidísima y estremecedora liquidación de sus pueblos, las gentes de las Américas no tuvieron otra alternativa que aceptar pasivamente su desaparición o resistirse a ella mediante el uso conveniente y astuto de todas las formas de resistencia. Como en situaciones idénticas, el territorio propio y la identidad de grupo aparecen como los más eficaces recursos de supervivencia colectiva e individual, según demuestra Th. Jordan[180]. La importancia de la “tierra-territorio”, la “genealogía civilizatoria” del pueblo que habita esa “tierra-territorio” ha sido resaltada P. Mamani Rodríguez[181]. De este modo, la defensa de la identidad colectiva y del territorio propio es una prioridad vivencial para los pueblos explotados al extremo.
Una vez vista esta base material y cultural podemos emancipar nuestro pensamiento de la dogmática occidentalista y comprender que, bajo las enormes presiones diarias de la explotación global, y en el marco de su cultura, estos pueblos toman medidas defensivas que pueden parecernos muy duras. En la misma necesidad de análisis independiente y objetivo se encontraron Marx y Engels cuando estudiaron las formas de lucha anticolonial de la segunda mitad del siglo XIX. Hablando sobre las tácticas chinas, Engels escribió:
“Envenenan al por mayor el pan de la comunidad europea de Hongkong, y lo hacen con la más fría premeditación […] Suben a bordo de barcos mercantes portando armas ocultas y durante la travesía matan a toda la tripulación y a los pasajeros europeos, y se apoderan del barco. Secuestran y matan a todos los extranjeros que tienen a su alcance […] Aun fuera de China, los colonos chinos, las personas hasta ahora más dóciles y sumisas, conspiran y de pronto se alzan en una insurrección nocturna […] ¿Qué puede hacer un ejército contra un pueblo que recurre a semejantes formas de lucha? ¿Dónde, hasta qué punto deberá penetrar en territorio enemigo; cómo se mantendrá allí? Los que trafican con la civilización, los que bombardean una ciudad indefensa y suman las violaciones al asesinato, pueden calificar este sistema de cobarde, bárbaro, atroz; ¿pero qué les importa a los chinos, si tiene éxito? Puesto que los ingleses los tratan como si fuesen bárbaros, no les pueden negar toda la ventaja de su barbarie. Si sus secuestros, sus ataques sorpresa, sus matanzas de media noche son lo que nosotros denominamos cobardía, los que trafican con la civilización no deben olvidar que, según sus propias manifestaciones, no hubieran podido resistir los medios de destrucción europeos con sus formas de lucha corrientes. En resumen, en lugar de moralizar sobre las horribles atrocidades de los chinos, como lo hace la caballeresca prensa inglesa, es mejor reconocer que ésta es una guerra por aris et foci, una guerra popular por la conservación de la nación china con todos sus abrumadores prejuicios […] pero, aún así, una guerra popular. Y en una guerra popular los medios que emplea la nación insurgente no pueden medirse con las reglas usualmente reconocidas de una guerra regular, ni por ninguna otra norma abstracta, sino sólo por el grado de civilización alcanzado por esa nación insurgente”[182].
Es cierto que Engels analiza una situación mucho más extrema que la presentada por Dax Toscano en su pregunta, en la que se ciñe a las formas de “justicia” indígena, y no a las formas de resistencia de una nación insurgente. Pero el método de Engels nos sirve para estructurar la respuesta a Dax Toscano porque los pueblos afectados por la criminalidad incontrolable deben responder de alguna forma, y lo hacen recurriendo a sus tradiciones colectivas con una efectiva capacidad de interrelación funcional de las formas de lucha. ¿Qué tenemos que hacer las izquierdas revolucionarias frente a todo ello? Pienso que la respuesta adecuada es la que busca la integración de la autodefensa integral con sus normas socialistas arriba expuestas, con la identidad y tradiciones culturales de los pueblos que se autodefienden de la criminalidad como pueden. La experiencia muestra que imponer por la fuerza a los pueblos criterios, normas y códigos extraños, que nos les defienden apenas y que, encima, pueden ser instrumentos de poder de una minoría dominante corrupta que usa su “justicia” y sus policías para beneficio propio y en contra del pueblo, imponer este método acaba siendo contraproducente.
Sabemos desde hace tiempo que el imperialismo utiliza en contra de la revolución los errores de las izquierdas en su trato a los pueblos indígenas[183], e igualmente sabemos que la ocupación neocolonial está siendo reforzada por las recientes innovaciones en la “ciencia” de la antropología como arma imperialista[184]. Estas armas conceptuales permiten disimular la bruta soberbia contra todo lo indígena, el desprecio occidental de la mentalidad indígena y los rápidos ritmos de integración casi forzada de estos pueblos en la “civilización”. Estos y otros métodos son diariamente utilizados por el imperialismo para destrozar desde dentro los procesos revolucionarios. La propia experiencia ecuatoriana sirve como punto de reflexión urgente. En el repaso que hace H. Blanco de las luchas indígenas por la defensa de la Madre Tierra, explica cómo los pueblos originarios del Ecuador fueron la fuerza determinante en las derrotas de la derecha y de la victoria de Correa, e inmediatamente añade que estos pueblos ahora se enfrentan a Correa para defender sus territorios amenazados por las petroleras, la ley de aguas, las leyes sobre educación y en exigencia de que se aplique la constitución plurinacional[185] del Estado ecuatoriano.
Siguiendo con la experiencia ecuatoriana, R. Espinoza ha reactivado un debate clásico en la historia movimiento obrero mundial siempre que éste se encuentra con el problema de las organizaciones revolucionarias estatalistas que no aceptan, o lo hacen a regañadientes, el debatir sobre las formas organizativas propias de los pueblos oprimidos nacionalmente, o sea, si las naciones originarias del Ecuador tienen el derecho a organizarse políticamente[186] fuera de los partidos tradicionales occidentalizados, un debate que refleja la independencia política casi de facto del movimiento indígena desde hace mucho tiempo, por lo menos desde que en 1990 la CONAI realizó un levantamiento nacional arrestando a 12 militares, ocupando el Congreso ecuatoriano durante dos días en mayo de 1991, etcétera y obligando al gobierno conceder determinados derechos en 1992 que no podemos exponer ahora[187]. Por tanto, el debate sobre la forma-partido y la forma-movimiento, clásico debate en todos los procesos de liberación nacional, no responde a una genialidad individual sino a las exigencias objetivas del proceso revolucionario.
Este debate recorre cada vez más fuertemente la política revolucionaria en las Américas, repitiendo casi al milímetro la misma dinámica acaecida en todos los continentes en los que la revolución se veía frenada por el nacionalismo imperialista de las organizaciones supuestamente “revolucionarias”, pero defensoras del estatalismo de sus burguesías “nacionales”. Sin mayores precisiones ahora, un ejemplo más de la importancia estratégica de resolver armónicamente este debate en beneficio de los intereses de la humanidad explotada y de los derechos de los pueblos, lo tenemos en lo relacionado con el movimiento armado Manuel Quintín Lame, creado por las naciones originarias del Cauca, Colombia, y desmontado una vez cumplido sus objetivos[188]. No podemos extendernos ahora en estas cuestiones que reactivan discusiones permanentes en la historia de la revolución socialista mundial, por lo que exigen un rigor teórico apreciable, y que se complejizan todavía más en el caso de los denominados “pueblos originarios” en las Américas, como muy bien reconoce Aníbal Quijano[189].
Pero, como venimos diciendo, la importancia de esta cuestión, al igual que la del método empleado por Engels para enjuiciar la violencia de las masas chinas sin aceptar la mentirosa versión colonialista, esta importancia supera los límites de su especificidad concreta para iluminarnos sobre los problemas tan importantes planteados por Dax Toscano en su última pregunta. En efecto, antes que nada, debemos huir del imperialismo conceptual y axiológico eurocéntrico y avanzar en la concreción enriquecedora del marxismo gracias a las nuevas necesidades y realidades, ampliando la senda abierta, entre otras corrientes innovadoras, por la de denominada “epistemología del sur” en la que tanta importancia tiene la cultura de los pueblos indígenas y afroamericanos[190]. Y sobre esta base podemos y debemos elaborar estrategias y tácticas de desarrollo de la autodefensa integral aplicada a la lucha contra el crimen organizado, pero también para el control preventivo de la delincuencia individual, la ejercitada al margen del crimen organizado.
El conocimiento de la cultura popular, con sus aspectos positivos y negativos, es imprescindible para avanzar en esta tarea, porque sin ese conocimiento estaremos en manos de la antropología contrainsurgente, que nos engañará, y fracasaremos en la práctica en el interior de las masas explotadas que piensan y actúan con sus normal tradicionales cuando las oficiales demuestran ser contraproducente e inútiles. Y no podremos entender las formas organizativas que sustentan la “justicia popular” síntesis entre usos precapitalistas asumidos como propios, y leyes capitalistas no aceptadas del todo, en las barriadas empobrecidas del Ecuador, sin un conocimiento de su cultura, y viceversa, no entenderemos la cultura popular sin un conocimiento de su autoorganización práctica. T. Shanin reflexiona muy oportunamente sobre cómo incorporar las “tradiciones vernáculas revolucionarias” al acerbo marxista, haciendo especial hincapié en el problema del campesinado al que el propio Lenin fue tan receptivo desde 1904, como mínimo[191].
Los marxistas debemos aplicar a estos problemas que desbordan el eurocentrismo de nuestra cultura política, el mismo método de Marx cuando se enfrentó al problema de las luchas sociales de todo tipo en el imperio zarista, a la realidad de las comunas campesinas y del fortísimo arraigo de masas del muy poco conocido y muy desprestigiado “populismo ruso” del último tercio del siglo XIX: aprender la lengua rusa para conocer las contradicciones en su desenvolvimiento interno, sin depender de las versiones interesadas. Dominar la lengua rusa era imprescindible no sólo para profundizar en el estudio de la comuna rural y del modo de producción asiático, sino también para comprender tanto cómo se gestaba la revolución en Rusia como para comprender cómo podría gestarse la revolución en el resto del mundo, donde el campesinado era abrumadoramente mayoritario y ya defendía sus tierras comunales, su cultura y su identidad a la desesperada de los ataques colonialistas[192]. En ambas cuestiones la historia ha dado la razón a Marx, y se la ha quitado a los “euromarxistas”.
Nosotros tenemos que aprender críticamente la “justicia popular” de estos pueblos que es una mezcla entre prácticas precapitalistas y capitalistas, estudiar sus conexiones con la vida total y con la identidad colectiva tal cual se expresa en sus contradicciones y límites. Y conforme vamos avanzando en ese conocimiento libre de las mentiras de la antropología contrainsurgente, a la vez de ese esfuerzo de enriquecimiento civilizaciones y humanista, debemos ayudar a la autodefensa integral contra el crimen, argumentando paciente y pedagógicamente desde el interior de la propia realidad, mostrando alternativas revolucionarias, explicando por qué y cómo hay que aplicar otras penas y castigos, otras soluciones no capitalistas a esas delincuencias menos y mayores. Y aplicando siempre la máxima del Che Guevara según la cual la práctica es la mejor pedagogía, porque la victoria sobre el crimen organizado, las violencias múltiples y el capitalismo sólo será definitiva e irreversible en el comunismo, y mientras tanto la lucha es y será nuestro “ideal de vida”, como reconocía Marx.
IÑAKI GIL DE SAN VICENTE.
EUSKAL HERRIA (10−10−2010)
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