No hace falta que me presente, sabéis quien soy y donde vivo.
La otra noche irrumpisteis en mi hogar, rompiendo nuestra intimidad, nuestra tranquilidad, nuestra familia, pero vosotros sabéis tan bien como yo, que no rompisteis nuestra dignidad.
Mentisteis, como es habitual en vosotros, pues me asegurasteis que no ibais a utilizar ciertos métodos (la verdad, no os creí). Nos extrañó tanto tacto y corrección, pero ahora lo sé: era sólo una careta. Una careta que debajo esconde el odio y la maldad.
¿Alguna vez os han dicho vuestros padres las veces que le dije yo a mi hijo, cuánto le quería y lo orgulloso que estaba de él?
No os odio, no, es algo peor. Os tengo miedo.
¿Qué sois capaces de hacer?