Esa Espa­ña infe­rior que ora y bos­te­za- Fede de los Rios

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Veno como pele­grino nes­te ano san­to com­pos­ta­lano», leyó Bene­dic­to, el papa que habla a la per­fec­ción seis idio­mas y entre ellos el cas­te­llano, según dice la ofi­ci­na de pren­sa del Vati­cano. Y lo leyó ante el hijo del Bor­bón y demás auto­ri­da­des civi­les del Esta­do que habían acu­di­do a ren­dir­le plei­te­sía en San­tia­go de Com­pos­te­la. Pre­via­men­te, duran­te su via­je en avión (nue­va for­ma de pere­gri­na­je mucho más cómo­da y rápi­da), el pon­tí­fi­ce de los cató­li­cos afir­mó sen­tir pro­fun­da ale­gría por «estar de nue­vo en Espa­ña [el via­je com­pren­de Gali­za y Cata­lun­ya], que ha dado al mun­do una plé­ya­de de gran­des san­tos», aun­que mati­zó a ren­glón segui­do que «es ver­dad que en Espa­ña ha naci­do una lai­ci­dad, un anti­cle­ri­ca­lis­mo, un secu­la­ris­mo fuer­te y agre­si­vo como se vio en la déca­da de los años trein­ta. Y ese enfren­ta­mien­to, dispu­ta, entre fe y moder­ni­dad ocu­rre tam­bién hoy de mane­ra muy vivaz». Es nece­sa­rio, pues, «reevan­ge­li­zar Espa­ña». En los años trein­ta pudie­ron curar el lai­cis­mo que ayu­dó a des­tro­nar al ante­rior Bor­bón y redu­jo los pri­vi­le­gios de los faná­ti­cos sem­bra­do­res de igno­ran­cia en la men­te de los des­he­re­da­dos, los eter­nos enemi­gos de la razón. Con la ayu­da del Ejér­ci­to, unos cien­tos de miles de fusi­la­dos en trin­che­ras y cune­tas y unos millo­nes de exi­lia­dos, las aguas vol­vie­ron a su cau­ce y la Ley natu­ral, la que defien­den des­de siem­pre los que ocu­pan la silla de Pedro, la que dice que siem­pre ha habi­do y habrá ricos y pobres por­que así lo desea el Señor, vol­vió a pre­si­dir la piel de toro. Hoy, de momen­to, no hay peli­gro de que se repi­ta. Tene­mos la mis­ma monar­quía, idén­ti­ca Curia, la mis­ma Guar­dia Civil, los mis­mos polí­ti­cos o sus hijos; nun­ca la Igle­sia cató­li­ca reci­bió tan­to de las arcas públi­cas, los minis­tros socia­lis­tas juran su car­go ante la ima­gen del cru­ci­fi­ca­do y el espa­cio públi­co, ese que, teó­ri­ca­men­te por ser de todos, no per­te­ne­ce a nadie, aho­ra, a peti­ción de la sec­ta cató­li­ca, ese ágo­ra se vuel­ve tem­plo y el espa­cio se privatiza.

Ayer sába­do las dife­ren­tes pero igua­les cade­nas de tele­vi­sión, públi­cas y pri­va­das, retrans­mi­tían todos y cada uno de los absur­dos actos pro­ta­go­ni­za­dos tan­to por las auto­de­no­mi­na­das auto­ri­da­des reli­gio­sas como por las civi­les en un ámbi­to en prin­ci­pio per­te­ne­cien­te a lo pri­va­do y cos­tea­do por lo públi­co. Así pudi­mos pre­sen­ciar el paseí­llo del papa­mó­vil blin­da­do y rodea­do de guar­da­es­pal­das en el que via­ja el sier­vo de Jesús, aquél que iba en burro y ponía la otra mejilla.

¿Quié­nes son los des­na­tu­ra­li­za­dos pro­ge­ni­to­res de aque­llos niños que los de la comi­ti­va acer­ca­ban al ocul­ta­dor de pede­ras­tas para que les estam­pa­ra un óscu­lo en caritas?

¿Qué sus­tan­cias ingie­ren esos y esas ado­les­cen­tes que dan sal­ti­tos al tiem­po que gri­tan como pose­sos «ésta es la juven­tud del Papa» (que ade­más no rima) mos­tran­do unos ros­tros abso­lu­ta­men­te idio­ti­za­dos? ¿Por qué lo veo?, alguno se pre­gun­ta­rá. Por­que des­de peque­ño me atra­je­ron las his­to­rias de mie­do y con­tem­plar a las víc­ti­mas tan des­pro­te­gi­das y tan cer­ca de sus vic­ti­ma­rios me da mor­bo. ¿Qué que­réis que le haga? Maso­quis­ta no, pelín sádico.

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