La organización independentista Endavant me ha pedido que le responda a las cinco preguntas que aparecen abajo, en una charla-debate al respecto. Pero me ha dado un trocito de papel muy reducido para escribir las respuestas, así que voy al grano.
A. Las causas de la crisis en el Estado español
B. Los escenarios a corto y medio plazo
C. Las posibilidades de confrontar la crisis desde posiciones de clase
D. La dialéctica de la lucha de clase y la lucha de emancipación nacional
E. Hegemonía y vanguardia. Claves para interpretar el papel del independentismo en la lucha política actual.
1. Las causas de la crisis en el Estado español
A finales de diciembre de 2003 publiqué en la Red el texto “Las crisis del marco estatal de acumulación”, escrito para un debate con independentistas gallegos, y destinado a avanzar en un debate más amplio con otros movimientos independentistas e internacionalistas. Hoy invito a que se relea y se critique a la luz de los acontecimientos ocurridos en estos casi siete años. La terrible “foto de las Azores” de marzo de 2003 –Aznar, Bush y Blair en representación del imperialismo asesino– reflejaba la euforia irracional de la burguesía española. Todo aparentaba ir viento en popa, aunque una mirada crítica, marxista, descubría rápidamente la gravedad de las crisis internas. Externamente, parecía que se habían logrado por fin tres de los cuatro objetivos fundamentales buscados en la segunda mitad de la década de 1970, a saber: integrar al capitalismo español en el capitalismo internacional; legitimar la monarquía y derrotar al movimiento revolucionario; el cuarto objetivo estaba sólo resuelto en parte ya que si bien las burguesías autonómicas y regionales colaboraban fielmente con el Estado, no sucedía así con el independentismo revolucionario. Exceptuando la resistencia tenaz de estos independentismos, el resto parecía encarrilado.
Menos de cuatro años después, en verano de 2007, la crisis financiera fue el detonante de una crisis mundial nunca vista antes porque, sobre la base de una sobreproducción excedentaria que no encuentra salida en el mercado, se amontonan de inmediato una crisis ecológica, una crisis energética y alimentaria y una crisis de hegemonía imperialista. De este modo, en solo un año, en verano de 2008, la chispa financiera se había transformado en una debacle de extrema gravedad que únicamente ahora, cuatro años después, algunos pocos intelectuales burgueses empiezan a vislumbrar. En el Estado español la crisis global reabrió las cuatro quiebras históricas que recorren el marco estatal de acumulación desde el siglo XVII y que se habían intentado cerrar para siempre con la engañufla de la “transición democrática”. ¿Cómo es posible que una crisis reabra semejantes fallas abisales? Releyendo en texto de diciembre de 2003 vemos cómo las cuatro quiebras nos remiten al fracaso histórico de la revolución burguesa en el Estado español. Y uno de los efectos de tal fracaso es la tecnofobia de la burguesía española, su desprecio a la ciencia y a la tecnología.
Según el FMI, el capitalismo español ha descendido del puesto 8 al puesto 12 e incluso al 13 si se tiene en cuenta el nivel adquisitivo de una población cada día más empobrecida. A la vez, en 2008 había retrocedido del 29 al 33 en la escala de productividad mundial, y ahora retrocede del 33 al puesto 42, es decir, ha retrocedido trece puestos en dos años. En un capitalismo mundializado la productividad del trabajo es decisiva para mantener, al menos, la capacidad exportadora, para competir en el mercado interno con las mercancías externas, y para evitar el inevitable empobrecimiento que conlleva el déficit comercial, que surge cuando se compra al exterior más de lo que se vende en el exterior. Y el capitalismo español es uno de los más deficitarios del mundo en este crucial tema, es decir, se empobrece un poco más en cada compre-venta que realiza. Un solo dato: la industria tecnológica ha decrecido un 7% en 2009, año en el que no había ninguna sola empresa española entre las 100 primeras en I+D+i del mundo. Semejante crisis se muestra sintéticamente en el hecho innegable de que la economía española estaba en quiebra técnica el 7 de mayo de 2010. El imperialismo, hablando por Obama, exigió al Estado español que destruyera al movimiento obrero y los derechos de las clases trabajadoras, y el 12 de mayo Zapatero en sólo dos minutos leyó en el Congreso 16 páginas de ataques devastadores contra las clases y naciones oprimidas. Desde entonces “España” se ha convertido en un “protectorado económico” del imperialismo.
Junto al problema de la quiebra, de la baja productividad y del déficit exterior, está también el problema de la caída del consumo interno, básico para reactivar la economía estatal que depende en un 60% de esta forma de consumo, porque las empresas que no pueden exportar deben vender dentro del Estado, o cerrar. Pero una población cada día más empobrecida compra cada día menos. Ahora, el 30% de las familias tienen dificultades o muchas dificultades para llegar a final de mes, y el 40% no tiene capacidad de pagar gastos imprevistos, mientras que el 25% de la infancia estatal malvive debajo del umbral de la pobreza, y según Cáritas el 22,7% de la población vive en la pobreza, un 3,4% más que en 2007. Además, la deuda global supera en un 60% al ahorro disponible y la del personal de a pie el 34% de lo que tiene ahorrado, y la morosidad se ha disparado a niveles de la crisis de 1996 – 97. Además, se dice ya que la economía española puede llegar a sufrir un “corralito” como la Argentina en 2001, que arruinó a la “clase media” y empobreció todavía más al pueblo trabajador, mientras que engordaba la alta burguesía. También se dice que la economía tiene un atraso histórico muy difícil de recortar y que puede llevarle definitivamente al vagón de cola de la UE.
2. Los escenarios a corto y medio plazo
Estos datos son los que ahora nos interesan fundamentalmente, teniendo en cuenta el poco espacio disponible. Y nos interesan porque no se trata tanto de debatir sobre la crisis “en el Estado español”, sino de la crisis “del Estado español” porque los escenarios a corto y medio plazo no dependen sólo de la crisis socioeconómica sino también de la evolución de las otras crisis expuestas. Por ejemplo, los fracasos sistemáticos de los planes en I+D responden a la incapacidad estructural del capitalismo español, desde sus pequeños empresarios hasta su burocracia estatal, pasando por la ignorancia social dominante y por el peso retrógrado y anticientífico de la Iglesia católica. Por ejemplo, es indudable que la tasa de paro irá bajando poco a poco, manteniéndose siempre alto, y que la economía tendrá pequeños repuntes al alza debido a las brutales medidas impuestas y a la lógica misma de las fases económicas en el capitalismo, ahora bien, siendo esto cierto, la debilidad intrínseca de la burguesía española condicionará negativamente estas recuperaciones, mientras que el Estado español no desarrolle una mentalidad burguesa orientada no tanto al látigo y al palo represivo como a la zanahoria de la incentivación y de la tecnología. En términos marxistas se trata de supeditar la plusvalía absoluta, basada en las largas jornadas agotadoras y en la privatización de los servicios sociales, a la plusvalía relativa basada en la tecnificación y en los servicios públicos. Pero semejante cambio exige de una profunda transformación del bloque de clases dominante, de su Estado y de toda la estructura sociopolítica y cultural española. Y esto no se va a producir porque a excepción de la burguesía vasca y una parte de la catalana, que por razones históricas de acumulación si han desarrollado esa mentalidad, el resto no lo ha hecho.
Además de este determinante estructural, tenemos otra tendencia que ya está condicionando cada vez más el futuro y el presente: el debilitamiento de la mal denominada “clase media”, fracción de la clase obrera que cree haber “ascendido socialmente” a pequeña y mediana burguesía, cuando en realidad su transitorio e inseguro avance es sólo un salario menos malo. La “clase media” es como una goma que se estira y se encoge al son de las crisis. Lo que ahora ocurre en una disminución como nunca antes de estas fracciones que descubren rápidamente su amarga condición. Exceptuando áreas en las “potencias emergentes”, en el resto del capitalismo la “clase media” vuelve a descubrir su realidad proletaria. La “clase media” estatal fue engordada deliberadamente por la dictadura franquista y luego impulsada d por el PP y su política de dinero barato para idiotizar y atar con deudas a las clases trabajadoras. La dirección impuesta a la crisis por la burguesía acelera esta tendencia y sus efectos contradictorios: amplios sectores de la ex “clase media” giran a la derecha, al PP y a UPyD, o a la indeferencia, mientras que en las naciones oprimidas giran hacia el autonomismo y el regionalismo conservadores.
Por último, las lentas e inseguras recuperaciones económicas, que apenas reducirán la tasa del paro, así como el desinfle de la “clase media”, estas dos dinámicas aceleran otra más global: el retraso en la recomposición de la centralidad del movimiento obrero y revolucionario. Las crisis son usadas por la burguesía para asestar terribles golpes a la centralidad obrera y popular. Las grandes barriadas trabajadoras, así como las áreas de vida de la golpeada “clase media”, sufren un deterioro imparable en sus condiciones de vida, cultura y disfrute. A la vez, el ataque reaccionario sin parangón contra los derechos sociales, laborales, sindicales y político-democráticos que ha lanzado el PSOE con la excusa de la crisis, multiplica las dificultades de todo tipo, y refuerza la insolidaridad y el miedo al futuro, pero a la vez y por el lado opuesto, facilita la radicalización y concienciación política. La orientación que tome esta pugna entre la salida derechista y la izquierdista dentro de las masas explotadas depende en buena medida de la existencia en su interior de organizaciones revolucionarias arraigadas en la vida popular. Los resultados de la huelga general del 29‑S se explican en buena medida teniendo en cuenta estos y otros factores, y según el contexto nacional de cada zona de lucha, por ejemplo las diferencias entre Euskal Herria y los Països Catalans.
3. Las posibilidades de confrontar la crisis desde posiciones de clase
Siempre es posible luchar contra la crisis porque siempre existe una lucha sorda y latente contra la explotación asalariada, pero el problema radica en nuestras limitaciones teóricas para descubrirla. La lucha sorda y subterránea tiende a emerger a la superficie sólo después de transcurrido un tiempo desde la aparición incuestionable de la crisis económica, es decir, la lucha de clases empieza a superar la censura mediática conforme los efectos de la crisis azotan la ideología reformista en el seno de la clase obrera y facilitan el avance de la teoría revolucionaria. Se trata de un proceso global que se muestra en el hecho perceptible de que la crisis estrictamente económica se transforma en crisis socioeconómica y avanza a crisis político-económica, es decir, avanza hacia el problema del poder político como quintaesencia del poder económico, del poder sobre el Estado y sobre la propiedad privada. Y es que en el fondo de toda crisis económica late el problema del poder y de la propiedad, del Estado de clase, y en nuestro caso, de la explotación nacional. Pero el avance de la lucha estrictamente económica a la socioeconómica y a la político-económica, para acabar en la lucha revolucionaria por el poder y por la independencia, siempre es obstruido, desviado y/o derrotado por la burguesía, y su resistencia aumenta conforme avanza el pueblo en su liberación.
Debemos saber que la lucha contra toda crisis económica, por pequeña que sea, siempre tiene contenido político, que tiende a hacerse determinante según la crisis crece hasta que carcome el poder burgués. Por tanto, para luchar contra cualquier crisis por enana que sea, lo decisivo es encontrar su conexión con la política y con el poder, por débil o inexistente que parezca a primera vista. La afirmación de la esencia política de toda crisis separa al marxismo del anarquismo y del reformismo, y más en las naciones oprimidas y en la lucha antipatriarcal, porque la política siempre es poder sobre y de la propiedad de las fuerzas productivas, sobre y del Estado y sus violencias, sobre y del cuerpo de la mujer. Descubrir la esencia política de toda crisis y su contenido de poder requiere de tres esfuerzos conjuntos: existencia de una organización revolucionaria, implantación práctica en la injusticia contra la que se lucha, y formación teórica de la militancia que interviene en esa lucha.
El contenido político de toda crisis nunca puede ser adquirido de forma abstracta y teoricista desde fuera de las luchas concretas. La politización abstracta y libresca sólo se produce en el medio universitario que degenera rápidamente en el dogmatismo sectario, para acabar casi siempre en la decepción, antesala del derechismo. En el movimiento obrero, es la totalidad de la lucha de clases la que aporta esta experiencia en general, pero es la experiencia concreta de cada lucha particular la que lo asegura. La interacción entre la experiencia general y la particular sólo se perfecciona en la misma lucha, siendo imprescindible el acercamiento de las organizaciones revolucionarias, el abandono de su sectarismo, dentro de un marco de democracia obrera y popular expansiva. La ideología pequeñoburguesa del proletariado dificulta o impide la toma de conciencia si no se realiza ésta mediante la pedagogía del ejemplo, de la práctica, y respetando las formas asamblearias de autoorganización obrera. La dialéctica entre espontaneidad y organización, crucial, debe equilibrar ambos extremos huyendo tanto del dirigismo verticalista y burocrático como de la inconsciencia aventurera y precipitada carente del mínimo debate constructivo sobre las fuerzas propias y las del enemigo.
4. La dialéctica de la lucha de clase y la lucha de emancipación nacional
Una de las debilidades del independentismo socialista en los Països Catalans es la lenta formación de un sindicalismo sociopolítico catalanista que oriente al pueblo trabajador por los vericuetos de la lucha de clases. No es una debilidad exclusivamente achacable al independentismo, sino que pienso que nace de la forma histórica de acumulación de capital en la nación catalana oprimida nacionalmente, mientras que en Euskal Herria y en Galiza el proceso ha sido diferente como se sabe. No soy nadie para dar consejos, pero estimo que la posibilidad de luchar contra la crisis desde posiciones de clase pasa inevitablemente por el fortalecimiento de ese sindicalismo catalanista. Cierto es que aquí el sindicalismo estatal es menos nacionalista español que en Euskal Herria, aunque la cosa varía según los territorios catalanes, pero estimo que sigue siendo fundamental que la nación trabajadora catalana tenga su sindicalismo independentista y mayoritario.
Me consta que se avanza hacia ese objetivo respetando ritmos y procedencias, y las dos cosas básicas que voy a decir a continuación pretenden ayudar en ese objetivo. La primera es el independentismo de izquierdas ha de marcar muy nítidamente su diferencia cualitativa con respecto al pseudo-independentismo de derechas y reformista. No puede existir un independentismo serio que sea de derechas, porque más temprano que tarde siempre surge el problema decisivo de la propiedad privada: ¿de quién es la nación catalana, de quienes diciéndose independentistas aceptarían gustosamente bases extranjeras, yanquis por ejemplo, y la supeditación del país al imperialismo, o del pueblo trabajador y socialista? En el capitalismo actual, mundializado, no puede existir otra independencia que la socialista e internacionalista. El independentismo solamente puede extenderse y enraizar en una clase obrera tan compleja como la catalana –también la vasca lo es, y mucho– si demuestra con sus actos que forma parte del pueblo trabajador. ¿Cómo hacerlo?
La respuesta a esta pregunta es la segunda cosa que quiero decir. Desde comienzos del socialismo, la interacción entre el programa mínimo o táctico, y el programa máximo ha sido siempre el método adecuado para hacer que el fin esté dentro de los medios usados. La dialéctica fines-medios es fundamental para el independentismo socialista, y más aún en un período de crisis global que abre una fase histórica muy larga de contradicciones agudizadas al extremo. Según sean los cambios coyunturales deben adaptarse los medios al fin, pero nunca a la inversa. Los medios son tácticas dependientes de su efectividad, siempre valorada según se avance o retroceda en el camino a los fines buscados, nunca a la inversa. Es el fin, el objetivo, el que determina los medios que hay que emplear. Y cuando el fin el la creación de una República Socialista, con su Estado obrero y su pueblo en armas, entonces se ha de ser lúcidamente consciente de que el capitalismo nacionalmente opresor es y será el enemigo a batir. La potenciación de un movimiento obrero y popular independentista surge como una necesidad elemental que aúna en sí mismo el contenido de medio y de fin.
5. Hegemonía y vanguardia. Claves para interpretar el papel del independentismo en la lucha política actual.
El marco estatal de acumulación, o “España”, sufre quiebras profundas agudizadas en los momentos de crisis capitalista mundial. La crisis que ahora se desenvuelve, y que no está en modo alguno cerrada sino que volverá a sufrir nuevos terremotos, obliga a la burguesía española a realizar un desesperado esfuerzo para no quedarse definitivamente en la periferia del imperialismo occidental cada vez más amenazado por otros bloques interestatales en expansión. Las fallas internas agravan las dificultades inherentes a la crisis mundial. Un ejemplo de lo que decimos lo tenemos en que ahora mismo está asumido ya que la independencia española se ha reducido en lo exterior a ser un “protectorado económico” del imperialismo, lo que, de rebote, multiplica el nacionalismo español en el interior de su Estado. A mayor dependencia y debilidad externa, mayor nacionalismo opresor interno. La angustiosa situación de mayo’10 antes vista ha sido “olvidada” en este verano por la conjunción de tres grandes espectáculos alienadores: el redivivo terrorismo moral de la Iglesia católica en defensa de la castidad para silenciar los escándalos sexuales y económicos; el debate sobre las corridas de toros y el mundial de fútbol. O sea, el nacionalismo español se ha reforzado arrodillándose ante las pelotas, los cuernos y las vírgenes.
Pero el verano pasó y la huelga del 29‑S, las movilizaciones en Catalunya, el proceso vasco, la lucha gallega por su lengua, la bancarrota de las corruptas administraciones autonómicas y regionales, y un largo etcétera, han echado al basurero el montaje del verano, aunque la derecha neofascista ha salido reforzada. En esta coyuntura, la otra parte del bloque de clases dominante, la representada por el PSOE, ve que casi ha perdido ya el Gobierno en 2012 y, para mantenerse en él, debe abrir algo parecido a una “segunda transición”, que estabilice el orden interno suficiente como para que las clases y naciones oprimidas se dejen explotar tan bestialmente y durante tantos años como lo expuesto por la reforma del PSOE leía el 12 de mayo’10. La primera “transición” tuvo cuatro objetivos vitales, según hemos visto arriba. Ahora, uno de los cuatro, el de la derrota del movimiento revolucionario, tiene menos urgencia que entonces aunque todo indica que la izquierda político-sindical está iniciando una recomposición lenta pero sostenida. Sin embargo, los independentismos de las naciones oprimidas no están derrotados sino que, además de haber superado momentos muy duros en los Països Catalans, Galiza, etc., se han recuperado bastante y, sobre todo, disponen de una perspectiva más depurada que hace un tercio de siglo, pero también se ha centralizado el nacionalismo español alrededor de fuerzas políticas entonces inexistentes.
La actual crisis “del Estado”, más grave que la de entonces, exige una “negociación” más dura entre la burguesía española y las autonómicas. Es decir, estas segundas tendrán que hacer más concesiones que entonces, por mucho que el PSOE haya prometido algunas cosas al PNV muy recientemente, apurado por su extrema debilidad política. Del mismo modo, el PSOE puede abrir una vía muy controlada de reconocimiento lento y siempre inseguro de los derechos del Pueblo Vasco en la medida en que ello le redunde en votos cara al ciclo electoral que ahora empieza, y que llegará al punto crítico en las estatales del 2012. Que estas cesiones a Euskal Herria sean definitivas en el tiempo, es muy dudoso, porque hasta ahora ningún gobierno español, sea monárquico o republicano, ha cumplido los acuerdos negociados con el Pueblo Vasco, siempre ha terminado rompiéndolos unilateralmente. Por otra parte, es todavía más dudoso, por no decir imposible, que esta línea aplicada ahora a Hego Euskal Herria sea también aplicada al resto de naciones oprimidas.
Para concluir, el independentismo y su vanguardia han de avanzar como fuerzas hegemónicas en sus pueblos, lo que exige, primero, saber qué cambios sociales provoca la crisis en su economía, en sus clases, en su identidad, ya que sin este estudio todo lo demás es ir a ciegas; segundo, saber con qué fuerzas nuevas puede nutrirse el independentismo, pero también saber qué piensa el Estado a medio y largo plazo, no solamente a corto; y tercero, saber que si bien la crisis “en el Estado” nos enseña lo inmediato y externo, lo decisivo es estudiar la crisis “del Estado” que nos enseña las entrañas del monstruo, su naturaleza como marco de acumulación del capital, con sus contradicciones estructurales. No puede haber avance alguno a la hegemonía nacional sin esta capacidad de la vanguardia de ir teórica y políticamente por delante de las estrategias del Estado. Conocer la hondura histórica de la crisis “del Estado” y su capacidad para maniobrar, engañar, desorientar e integrar las luchas, aislando a quienes no se rinde para machacarlos sin piedad, esta sabiduría debe ser aplicada siempre, y con ella lo que se define como “principio de precaución”, es decir, desconfiar del opresor, elemental en la libertad humana, en el conocimiento y en la ciencia.
IÑAKI GIL DE SAN VICENTE
EUSKAL HERRIA 1‑XI-2010