Hace unos días el vicepresidente del Gobierno español, Alfredo Pérez Rubalcaba entregó en el Real Teatro de Las Cortes de San Fernando (Cádiz), el Premio de la Libertad de Expresión y los Valores Humanos a Mario Vargas Llosa. Enterados, los ex trabajadores de Delphi (que aún siguen pendientes de recolocación) se apostaron en las cercanías, lo que obligó al vicepresidente a entrar por una puerta lateral y salir en su coche oficial a la conclusión del acto, como alma que lleva el diablo.
Al respecto, un informativo de Canal Sur Televisión ofreció imágenes sobre el festejo. Mientras dentro, Rubalcaba y Vargas Llosa lucían afectada solemnidad, fuera los obreros gritaban “menos medallas y más trabajo” y arrojaban huevos contra la fachada del recinto donde la burguesía y el intelectual comprometido con el fascismo se lanzaban piropos mutuos.
Debido a que los gritos eran demasiado evidentes, la presentadora del informativo tuvo que decir que Vargas Llosa había recibido un premio a la libertad de expresión, añadiendo que esa misma libertad permitía a los trabajadores de Delphi plantear sus reivindicaciones.
Ese comentario, obligado por las circunstancias, está impregnado, bajo mi punto de vista, de gran cinismo. Pocas cosas cambiarán, mientras sea la oligarquía, y no la clase obrera, quien detente los resortes del poder. ¿Devolverá esa vacua libertad a los obreros y a todos los excluidos en general, el derecho a trabajar y desarrollar una vida digna, por mucho que les toleren su reclamo público? ¿Libertad de expresión burguesa? ¿Para qué?