El grupo donostiarra, ligado al españolismo realiza una gira por semejante estado, ignorando el boicot de innumenrables colectivos vascos
Decía Desmond Tutu que optar por la neutralidad en un caso de injusticia supone tomar partido por el opresor. En la misma línea, Albert Einstein aseguraba que el mundo es un lugar muy peligroso no por los que hacen el mal, sino por aquellos que se sientan a contemplar lo que ocurre. Graham Greene dibujaba en ‘El americano impasible’ el retrato del seráfico ignorante que siembre el desastre por donde quiera que pasa a pesar de sus buenas intenciones. Se podrían poner miles de ejemplos sobre los peligros del falso pacifismo, la neutralidad, el buenismo. El pensamiento blando, en definitiva. Todos esos ejemplos le cuadrarían a La Oreja de Van Gogh.
El grupo donostiarra comenzó la pasada semana una gira por Israel de diez días de duración. La visita incluye conciertos en Tel-Aviv, Lod y el Mar Muerto y la filmación de una película. Los componentes del grupo aseguran que no hay ninguna motivación política. Ellos irían a “cualquier lugar del mundo” a mostrar su música y además estarían “encantados de tocar en territorio palestino, simplemente no ha surgido”.
Concedamos a La Oreja de Van Gogh el beneficio de la duda. Supongamos que su único afán es artístico. O simplemente económico, con la legítima intención de abrir nuevos mercados. En el caso de que así sea, las consecuencias que se derivan de su visita muestran los peligros de la ignorancia, la irreflexión y la irresponsabilidad.
En primer lugar, su viaje a Israel está organizado por la Casa Sefarad-Israel. Esta institución está formada por el Ministerio de Asuntos Exteriores, la Comunidad de Madrid y el Ayuntamiento de Madrid (Miguel Ángel Moratinos, Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz Gallardón componen el Consejo Rector) y sus objetivos son, según rezan sus estatutos, “fomentar un mayor conocimiento de la cultura judía” y “desarrollar vínculos de amistad y de cooperación entre la sociedad española y la israelí”. En la práctica, la Casa Sefarad-Israel actúa como un organismo legitimador del Estado sionista y de su agresión al pueblo palestino. Por supuesto, esta legitimación no se hace de forma explícita, sino por omisión. Basta leer su boletín mensual. En él, no se hace ninguna referencia a la ocupación militar y civil de Palestina ni a la continúa vulneración de la legalidad internacional y de los derechos humanos. Por el contrario, todas las páginas están impregnadas de esa “normalidad” y “occidentalidad” que tanto persiguen los dirigentes hebreos: intercambios culturales y educativos, espectáculos, arte y literatura, viajes, encuentros comerciales, congresos, moda… Y Holocausto, mucho Holocausto. En este contexto, no deja de resultar de un cinismo atroz que la responsable de Prensa y Comunicación de la Casa Separad-Israel, Úrsula O’Kuinghttons, afirme que la banda no visitará Gaza y Cisjordania porque no se trata “de un acto de proselitismo”, sino “la historia de un grupo que descubre un país”. ¿Qué hace la institución para la que trabaja sino un proselitismo continuo del Estado de Israel y de su beligerancia hacia Palestina?
(Conviene recordar que la Casa Sefarad-Israel, creada en diciembre de 2006, es una concesión del Gobierno español a Israel y su actividad ‑incluidas las gestiones para la gira de La Oreja de Van Gogh- se financia con fondos públicos. Por el contrario, no existe ningún órgano de relaciones con Palestina de similar empaque, con autonomía presupuestaria y formado por las administraciones central, autonómica y local).
Otra consecuencia, y no menos grave, es la utilización que la sociedad israelí hace de la presencia de cualquier personaje de relevancia en el país, sea artista, político, científico, deportista o de otro ámbito. En esa estrategia de ‘normalidad’ y de reforzamiento de la ‘occidentalidad’, frente a un entorno árabe-oriental al que quieren presentar como bárbaro, incivilizado y fundamentalista, la llegada de famosos europeos o norteamericanos es recibida con una expectación desmesurada: los políticos se fotografían al lado de los artistas, los medios de comunicación cubren en directo todos sus movimientos, las entrevistas y los reportajes se suceden sin parar, los conciertos se saldan con llenos espectaculares… Así ha ocurrido en los últimos meses con Depeche Mode, Madonna o Leonard Cohen.
La Oreja de Van Gogh no ha sido una excepción. Por supuesto, los iconos culturales de esta ‘normalidad’ corrieron a dejarse ver junto a los donostiarras. En su concierto de Tel Aviv actuaron Noa, la ‘pacifista’ que justifica la masacre de Gaza a la vez que rechaza el Informe Goldstone que denuncia las atrocidades del ejército israelí, o la árabe-israelí Mira Awad, cuyo papel de ejemplo de la multiculturalidad que fomenta el Estado de Israel cada vez es más patético. El grupo, no obstante, parece no darse por enterado. “Es verdad que tocar en Israel puede estar cargado de connotaciones”, afirmaba su cantante, Leire Martínez, “pero nosotros vamos a disfrutar, a compartir con la gente; eso es lo importante”. Se olvida de que entre la gente que no escuchará su música está el millón y medio de árabes-israelíes ‑los llamados palestinos del 48- que no podrán permitirse ir a sus conciertos por falta de recursos (la brecha económica entre judíos y árabes-israelíes cada vez es mayor) o, simplemente, porque un guardia de seguridad les denegará la entrada. Ese millón y medio de personas, discriminadas social y jurídicamente, cada vez está más alejada de Mira Awad.
Por eso es tan importante el boicot cultural dentro de la campaña de Boicot, Desinversiones y Sanciones contra Israel. Porque ataca a una de las líneas prioritarias del sionismo: la proyección de una imagen de normalidad, occidentalidad y cosmopolitismo mediante la cultura. Es una estrategia bien definida y a cuya puesta en práctica el Estado hebreo dedica ingentes recursos. El debate en las organizaciones que secundan la campaña de Boicot, Desinversiones y Sanciones sobre la conveniencia de boicotear manifestaciones artísticas ha sido muy intenso. Baste recordar las recientes visitas de Noa o Mayumaná. Y muchos aún albergan dudas. Quizás para disiparlas habría que tener siempre presentes las palabras de Arye Mekel, director general de Asuntos Culturales del Ministerio de Asuntos Exteriores de Israel, tras la matanza de Gaza: “Enviaremos por todo el mundo a nuestros novelistas y escritores más conocidos… De esta forma mostraremos el rostro más amable de Israel y evitaremos que se nos identifique únicamente en un contexto de guerra”. (The New York Times, 3 de marzo de 2009). En los meses posteriores a la masacre, el Ministerio de Asuntos Exteriores de Israel destinó dos millones de dólares para mejorar la imagen del país a través de la cultura y del espectáculo.
Si para el Estado de Israel su proyección exterior a través de la cultura es prioritaria, el desenmascaramiento de esa estrategia debe ser también prioritario para la campaña Boicot, Desinversiones y Sanciones. Y ese desenmascaramiento ha de llevarse a cabo en dos direcciones: mediante el boicot tanto a los artistas israelíes que salen al extranjero como a los artistas extranjeros que van a Israel.
Por último, otros resultados negativos de la gira de La Oreja por Israel son imputables tan sólo a los miembros del grupo, bien a su ignorancia o al deseo de no ofender en lo más mínimo a sus anfitriones (en el caso de que sea por ignorancia, tal vez el guitarrista y compositor del grupo, Pablo Benegas, debería pedirle a su padre, el político socialista Txiki Benegas, que le diera unas lecciones básicas de geopolítica de Oriente Próximo).
Dicen los músicos que estarían “encantados” de tocar en territorio palestino, pero simplemente “no ha surgido”. Pues bien, La Oreja de Van Gogh sí va a tocar en Palestina. Su concierto previsto en el Mar Muerto se llevará a cabo en pleno territorio palestino. Porque el Mar Muerto es Palestina, tanto según el Plan de Participación de las Naciones Unidas de 1947 y del armisticio de 1949 como de las sucesivas resoluciones. También tienen programada una actuación en Lod, quince kilómetros al sudeste de Tel Aviv. Lod es la antigua ciudad árabe de Lydda, que, según el Plan de Participación, correspondía al estado palestino. Tropas judías la conquistaron en 1948 y deportaron a su población, en una operación inscrita en una estrategia de limpieza étnica (Ilan Pappé, ‘La limpieza étnica de Palestina’, Editorial Crítica, 2009). Y finalmente, en su página web han colgado fotografías de su visita al Muro de las Lamentaciones. En el texto que acompaña a las imágenes se asume que el Muro de las Lamentaciones se encuentra en Israel. En realidad, el Muro de las Lamentaciones está en la Ciudad Antigua que, a su vez, pertenece a Jerusalén Este, territorio palestino y, en consecuencia, zona bajo ocupación.
La repetición de forma acrítica del lenguaje oficial israelí cala como la lluvia fina: la historia se tergiversa o se olvida, la realidad se falsea o se oculta y se impone la aceptación de los hechos consumados como única verdad. En palabras de Amira Hass, periodista israelí especializada en asuntos palestinos, ese lenguaje oficial “alienta a la gente a no saber” y “borra la percepción del verdadero proyecto que está en marcha: una mezcla especial de ocupación militar, colonialismo, apartheid, autogobierno palestino en enclaves aislados y una democracia sólo para judíos”.
Por eso, por los graves peligros que entraña la ignorancia, habría que mostrar a los miembros de La Oreja de Van Gogh la realidad de lo que ocurre en Palestina. Un buen cauce es la entrada que bajo el título de Shalom han creado en su página web.
http://www.laorejadevangogh.com/blog/?p=816&cp=5#comment-221475
Y después instarles a actuar en consecuencia. La responsabilidad de un grupo que ha vendido cerca de siete millones de discos y cuya base de seguidores está compuesta en su gran mayoría por adolescentes es mucha. Muchos de ellos acudirán a ver la película que está en marcha. Desde la Casa Sefarad-israel se asegura que el objetivo de la cinta es “enseñar al público español la realidad del país desprovista, eso sí, de cualquier estereotipo”. Ojalá sea así y el filme evite los tópicos de la ‘normalidad’, ‘occidentalidad’ y del ‘sufrido pueblo asediado por millones de árabes furibundos que rechazan las sucesivas ofertas de paz’. Ojalá la película refleje sólo y tan sólo la realidad de lo que allí ocurre. Y después, que sea el público el que juzgue.
La Oreja de Van Gogh tendría que tomar conciencia de esta realidad no por miedo a un boicot, sino por ética, por justicia y por solidaridad; por no ser de los que se quedan mirando mientras otros hacen el mal; por no ser el americano impasible de esta historia, y porque, optando por la neutralidad, se colocan al lado del opresor.