Recientemente ha sido muy publicitada la distinción concedida ‑gracias a su proyecto Euskampus- de Campus de Excelencia Internacional a la UPV. En este proyecto han participado la propia UPV junto a la Corporación Tecnológica Tecnalia y la Fundación Donostia International Physics Center, cuyo presidente es el conocido físico Pedro Miguel Etxenike. Un año antes la universidad vasca no consiguió alcanzar esa mención; sin embargo, ahora, la presentación de un envoltorio atractivo, el apoyo de los medios de comunicación y las instituciones públicas, la capacidad relacional y tenacidad de una persona como Etxenike y la melodía técnico-empresarial que desprende el proyecto han dado como resultado la obtención del mencionado título. No en vano el premio concedido por el Ministerio de Educación trata más bien de gratificar los esfuerzos por la transferencia de conocimientos que de reconocer en su carácter integral la calidad de una universidad. Y, en este sentido, la labor de marketing y la naturaleza de los acompañamientos resultan decisivos.
Las declaraciones de los participantes en este proyecto nos han parecido sintomáticas y muy en consonancia con el aire neoliberal que está impregnando el discurso social dominante, incluido el universitario. Junto a un fuerte narcisismo elitista: «Somos excelentes», «atractivos», «el recono- cimiento nos pone en el escaparate de la excelencia…», tenemos un marcado espíritu jerarquizado y competitivo: Nos colocamos «entre los mejores de Europa», vamos a competir en la «liga de la excelencia», «estamos en el primer puesto de los rankings de las universidades…», Y, por supuesto, una acentuada orientación a la mercantilización del saber: Obtener «la mejora del tejido empresarial», convertir «las ideas en productos», «buscar la atracción de empresas…». En fin, un despliegue de la ilusión tecnocrática, de la ideología tecnológica del progreso social como derivado del desarrollo científico-tecnológico en el sistema de producción capitalista. El proyecto trata «de generar ciencia de vanguardia para cambiar la sociedad, para mejorar el bienestar social», hay que crear un nuevo patrón «basado en la generación del saber para incorporar innovaciones radicales que permitan humanizar nuestra relaciones sociales…». Por lo visto se pretende extender a la universidad la norma neoliberal basada en construir un sistema humano donde predomine el valor mercantil, edificar un mundo donde cualquier cosa pueda transformarse en producto, en mercadería, incluyendo el conocimiento, las ideas y los pensamientos. Ya predijo Marx que la tendencia en el capitalismo es hacer todo medible según su valor monetario. Esa idea está formulada claramente por el secretario general de Universidades cuando enuncia la ley de plusvalía aplicada al sistema universitario: «Cada euro invertido en conocimiento en el entorno universitario produce de dos a tres euros en el ámbito regional-local».
La ciencia debería distanciarse de esta imposición del mercado. Tenemos que recordar que existen verdades, y entre ellas las científicas, que en su ser no son utilitaristas, no buscan rentabilidad económica ni plusvalías sociales directas. Se producen como gratuitas, desinteresadas y son excedentarias respecto a sus aplicaciones. En su esencia son ajenas a cualquier regla de mercado y valoración mercantil, aunque producen resultados socialmente útiles. Como tales verdades, se dirigen a la humanidad entera para añadir novedades al patrimonio cultural de la humanidad. Y han existido científicos e investigadores altruistas, sencillos y humildes que no han buscado ni «excelencias», ni liderazgos ni reconocimiento institucional y que han conseguido crear un pensamiento novedoso, activo y desinteresado. Muchas veces grandes pensadores científicos y humanistas han navegado contra corriente, sufriendo presiones por parte de los defensores del statu quo. No reduzcamos la Universidad a ser un centro de creación, elaboración y difusión de productos científico-técnicos para el mercado.
Tanto la investigación científica como las tareas universitarias contienen elementos que no son evaluables. Sin embargo, si queremos medir la calidad de la UPV desde un punto nacional y de auténtico progreso, se tendría que responder, entre otras, a las siguientes cuestiones: ¿Favorece esa universidad al proceso de construcción nacional vasco, la educación y difusión de valores propios y la defensa de los derechos nacionales? ¿Ayuda la UPV a la creación de una conciencia universitaria y social respetuosa con las libertades individuales y colectivas de los ciudadanos y desarrolla líneas de actuación y programas coherentes con ello, formulando denuncias claras ante su conculcación cotidiana por parte del Estado?
¿Fomenta en su actividad ordinaria las relaciones de convivencia basadas en la igualdad, la justicia, el respeto a las opiniones críticas, la no-imposición, la resolución negociada de los conflictos, la solidaridad entre sus miembros y la democracia interna? ¿Se rige la UPV por la prevalencia del pensamiento creativo, rupturista e independiente, la colaboración interdisciplinar, la conformación del trabajo en equipo, la pasión por el conocimiento y el equilibrio entre las diferentes disciplinas?
¿Las relaciones pedagógicas y comunicativas en su interior se asientan sobre principios no competitivos ni jerárquicos, de colaboración y participación, promoviendo estímulos al debate con una orientación encaminada a la formación integral de estudiantes y profesores?
Siguiendo a Koldo Saratxaga, ¿favorece la universidad la existencia de «una mentalidad crítica, analítica y de constante búsqueda y un código de ética que incluya honestidad, integridad y un enorme respeto por los derechos de los otros?».
Una evaluación de la Universidad siguiendo estos requerimientos nos daría una medida de su «excelencia» real. Quizás en este supuesto los resultados obtenidos no diesen pie para declaraciones tan triunfalistas como las arriba mencionadas.