A veces uno amanece extrañamente apesadumbrado. Sin saber el motivo o la causa de ese pesar que ralentiza el pensamiento al tiempo que vuelve torpes nuestros movimientos. Pues bien… ahí va una hipótesis: ¿Y si fuera la huella de la denodada lucha diaria contra la estulticia que ni siquiera el sueño reparador pudiese borrar?
Si digo estulticia no es por pedantería, sino porque el concepto abarca mucho más que cualquiera de los sinónimos como estupidez, fatuidad, bobería, necedad, tontería, idiocia o sandez. Suena con más rotundidad, más descriptiva. Quizás el sinónimo más cercano a estulto sea el de gilipollas. Igual de rotundo, como el de bobo, que su pronunciación nos llena la boca satisfactoriamente.
Lo afirma en el inicio del «Eclesiastés» el propio Salomón: «stultorum infinitus est numerus». Los tontos son legión. Y prosigue más adelante «los necios me rodean como avispas». Por ello a mi amigo Fermín, cuando joven, su madre, acumulo del saber que procura la experiencia, le decía:
-Huye de los tontos, hijo. Con los malos pudiera caber esperanza, ya que para la maldad es necesario el pensamiento; con los tontos no. Con ellos no hay esperanza alguna.
Porque las ocurrencias de los estultos no brotan sin raíces, no son flor de un día. Son fruto de la evolución del conjunto de la especie. Con aquellos homínidos que bajaron de los árboles y adoptaron la postura erecta descendieron otros protohomínidos de similar aspecto físico pero con disímil desarrollo encefálico. Poseían la particularidad de poder cruzarse con homínidos y sus híbridas crías no resultaban estériles, como ocurre con las mulas.
Algunos de ellos suelen desempeñar oficios al servicio de espabilados homínidos que los utilizan dándoles pábulo afirmando que son los más necesarios para la sociedad. Botín y Zapatero serían ejemplo de ello.
En la Humanidad se produce la acumulación de saberes, ciencias y técnicas desarrolladas por las diferentes civilizaciones a lo largo de la Historia. En los tontos lo que se acumula es la estulticia, formando una especie de inconsciente colectivo que dirige cada una de sus acciones y palabras sin necesidad de reflexión. Bien es cierto que la capacidad de habla es limitada por una especie de neuronas-consigna. Si la oración a recitar es cortita… bueno, ni tan mal; ahora bien, si la ocasión exige más de una subordinada, se jodió el asunto. De muestras hay más botones que en las sotanas del Sínodo Episcopal. Cómo no evocar al niño del acordeón y a Basagoiti, su relevo, e incluso López en las Vascongadas. No digamos en el Viejo Reyno, donde destacan oradores de la talla de Miguel Sanz y Roberto Jiménez.
Resulta terrible descubrir que los Botín, los Ortega, los Koplowitz, los Del Pino, los Bañuelos… en definitiva, los que manejan la tela, no necesiten políticos de otro orden para cortar el bacalao. Un puro acto de soberbia. Es decirnos: vais a ser engañados por gentes resistentes a atinar con la realidad; individuos capaces de aunar la estulticia especulativa con la práctica. Os habéis vuelto tan gilipollas que no tenemos necesidad de otros.