Las respuestas políticas a la debacle de los últimos años sólo pueden encontrarse «si domina la claridad sobre las causas, los actores, los procedimientos y las consecuencias de la crisis», escribe Altvater al comienzo de su último libro. Hay que reconocer que el texto fue escrito aquí y allá con cierta premura: la plataforma petrolífera no se llama «Deepsea Horizon» y el rey griego en cuyas manos todo se transformaba en oro era Midas, no Creso. Nada de eso cambia, en fin, que Altvater tenga cosas muy importantes a decirnos. Su fortaleza es el pensamiento en diferentes planos: argumenta contra los programas de austeridad y el endeudamiento de los países de la Unión Europea porque agravan sus problemas y, al mismo tiempo, es capaz de ver por encima y más allá del actual sistema, obligado al crecimiento.
La crisis en el corazón del capitalismo
¿Cómo se ha llegado a esta crisis? Altvater mira hacia atrás y muestra que los desarrollos de los últimos años no fueron un accidente: «la creación de cada vez más deuda y, en consecuencia, también de más deudores es un requisito previo a la adquisición de activos financieros y que éstos puedan mantener valores estables y aumentar.» Contraer una deuda no es «ninguna expresión de incompetencia económica», sino «la condición del capitalismo moderno para el funcionamiento del sistema».
Las crisis de deuda existen desde hace mucho: Altvater muestra cómo los créditos de dólares baratos en los años setenta condujeron al enorme endeudamiento del «Tercer Mundo» y cómo la deuda fue una razón importante en el desplome de los países del socialismo real. En los años noventa le tocó el turno a las naciones emergentes y hoy las crisis ha alcanzado al corazón del capitalismo.
Los mecanismos tampoco son nuevos. Pero los mercados financieros desregulados, con sus nuevos «instrumentos», son mucho más peligrosos. Altvater compara a los mercados financieros con el cielo, frente al cual tienen lugar «conflictos sociales completamente mundanos entre trabajo asalariado y capital». Todo lo que «el cielo» obtiene de beneficio –algo así como la canibalización de empresas y la venta de su parte más lucrativa– afecta a la «tierra», a menudo en un sentido negativo. El autor conoce el mundo de los mercados financieros: explica qué son los créditos subprime o los Credit Default Swaps, por qué una cobertura del capital social puede hacer aumentar la tasa de retorno de un banco, cómo las agencias de calificación contribuyen a la crisis y por qué el capitalismo financiero funciona como una máquina de redistribución de abajo para arriba.
Altvater no es uno de esos izquierdistas que claman contra el capitalismo de casino mientras idealiza la «economía real». Sabe que al lado del «cielo» y de la «tierra» aún hay un tercer plano a tener en cuenta: la naturaleza. Parece banal y, aún así y con todo, se olvida muy a menudo: «la naturaleza funciona de modo muy diferente a una empresa capitalista. En la naturaleza no hay eficacia ni beneficio.» Quien pretenda calcular los costes de la destrucción medioambiental en términos monetarios se engaña a sí mismo: «Aunque queramos compensar una planta o una especie animal exterminada en dinero, nunca estaremos en la situación de devolverles la vida.»
La economía expulsa también a la naturaleza a los márgenes. Donde es más claro es en las energías fósiles: «Son la fuente de la que se nutren las índices más elevados de crecimiento económico»; y están tocando fondo. También otros recursos y la tierra cultivable se vuelven escasas, las emisiones aumentan la temperatura global: la economía, y con ella los beneficios, no pueden crecer ilimitadamente dentro de «los límites de la esfera del planeta Tierra.»
Esbozo en lugar de plan de acción
Los límites del crecimiento son una razón de peso por la que Altvater no cree en las bombas de inflado a partir de las recetas de John Maynard Keynes de los años treinta. Él arguye entre otras razones la interconexión, cada vez mayor, entre los mercados laboral y financiero, por lo que ningún país es ya autónomo en el diseño de su política monetaria. Más «paños calientes al sistema» sólo conseguirían agravar los problemas ecológicos y sociales. Tampoco la idea de un nuevo Green New Deal, que debería traer un nuevo crecimiento merced a nuevas tecnologías ecológicas, convence a Altvater: sus representantes tienen una «ingenua confianza elemental en las capacidad de funcionamiento y reforma del sistema mundial capitalista.»
Se necesita el socialismo, dice Altvater. Con ello no quiere decir un «regreso a la Unión Soviética»: «A diferencia del socialismo del siglo XX, el socialismo del siglo XXI debe poner en el centro de la cuestión la ecología social.» También rechaza la planificación central: «demasiado complicada, demasiado burocrática y demasiado autoritaria». Se aspira a un sistema económico sin crecimiento, beneficio ni tasas de retorno. ¿Cómo llegar a él? Altvater no ha elaborado ningún plan de acción, pero sin embargo señala una dirección: protección y recuperación de las propiedades comunales como el agua, el suelo y la educación, economía cooperativa y regulación de los mercados financieros.
Altvater es realista cuando afirma que no hay una revolución a la vista. Lo que se necesita no obstante son «transformaciones revolucionarias» hacia las energías renovables. Por sí, solamente esto poco cambiaría: «Las energías renovables son más lentas, no permiten la enorme aceleración de todos los procesos en el trabajo y en la vida como era posible con las energías fósiles.» Los movimientos sociales y el estado pueden ser complementarios en esta labor: «Si las inversiones ecológicas y sociales útiles no comportan el suficiente beneficio y en consecuencia no se aplican, entonces es la mano visible quien debe aplicarlas.»
Con todo, ¿cómo logramos una mayoría? El autor no proporciona ninguna respuesta. El último capítulo, el referido a los objetivos, es un esbozo, y en él Altvater cita al recientemente fallecido historiador Tony Judt: «cuanto más perfecta es la solución, más horribles sus consecuencias.» Procesos abiertos y democráticos en vez de un Comité Central: ésta es una de las más importantes lecciones del siglo XX.
Bettina Dyttrich es una colaboradora habitual de la revista política alemana WOZ.