Rubal­ca­ba y La Hoja de Coca- Car­los Tena

La ances­tral cos­tum­bre de mas­ti­car hoja de coca, hecho que se da en incon­ta­bles para­jes de paí­ses situa­dos a altu­ras supe­rio­res a los dos mil metros sobre el nivel del mar, pare­ce que moles­ta a los gobier­nos que han desa­rro­lla­do la tec­no­lo­gía sufi­cien­te como para, mer­ced a los des­cu­bri­mien­tos de quí­mi­cos lau­rea­dos en uni­ver­si­da­des del pri­mer mun­do, con­ver­tir esa plan­ta en una sus­tan­cia más coti­za­da en el mer­ca­do que el oro o el petróleo.

Hace unos días, duran­te una rue­da de pren­sa, y vis­to que la mayor par­te de la comu­ni­dad inter­na­cio­nal está anor­mal­men­te preo­cu­pa­da por una cos­tum­bre tan anti­gua como el hom­bre (cuyo ori­gen se pier­de en la noche de los tiem­pos en Boli­via, Colom­bia y Perú), el minis­tro espa­ñol de Inte­rior Alfre­do Pérez Rubal­ca­ba fue pre­gun­ta­do acer­ca del tema en cues­tión (mas­ti­car la hoja de coca), lo que dejó momen­tá­nea­men­te des­co­lo­ca­do al fun­cio­na­rio, que sue­le estar pre­pa­ra­do tan solo para seguir des­ca­li­fi­can­do a la izquier­da aber­tza­le en el com­pro­mi­so de luchar por sus obje­ti­vos recha­zan­do la vio­len­cia, has­ta que tras diez segun­dos de silen­cio (que a los pre­sen­tes se les hicie­ron horas), salió por pete­ne­ras cán­ta­bras, y tra­gan­do un vaso de agua de Sola­res a toda velo­ci­dad, res­pon­dió mien­tras par­pa­dea­ba con el mis­mo esti­lo de Maru­ji­ta Díaz: “No ten­go una opi­nión for­ma­da al res­pec­to”.

¿Qué podría­mos dedu­cir de tama­ña res­pues­ta, reple­ta de subli­mi­na­les incóg­ni­tas? ¿Aca­so Don Alfre­do no ha mas­ti­ca­do jamás esa hoja, cuyo líqui­do con­ve­nien­te­men­te ser­vi­do en infu­sión sir­vió a la Rei­na de Espa­ña como uti­lí­si­mo reme­dio al mal de altu­ra, cuan­do la augus­ta dama cami­na­ba por las mon­ta­ñas boli­via­nas? ¿Es que por ven­tu­ra Rubal­ca­ba no tuvo siquie­ra la pers­pi­ca­cia de lla­mar de inme­dia­to a la espo­sa del Bor­bón, para deman­dar­la acer­ca de las ven­ta­jas o per­jui­cios de tal bebe­di­zo? ¿Cómo es posi­ble que un minis­tro de la inte­li­gen­cia del san­tan­de­rino, que­de en entre­di­cho ante una ino­cen­te pre­gun­ta como esa? ¿Tal vez pre­fi­rió dar la calla­da por res­pues­ta, has­ta que regre­sa­ra a su des­pa­cho ofi­cial, soli­ci­tar de inme­dia­to una con­fe­ren­cia urgen­te con la Casa Blan­ca y pre­gun­tar a Oba­ma: “Plea­se, Barak, can you tell me what do you think about the coca leaf?”*, como hubie­ra dicho su jefe Zapa­te­ro en ese inglés tan flui­do que mane­ja en la inti­mi­dad? Cues­tio­nes, de momen­to, sin dilucidar.

Los cole­gas que asis­tían a la rue­da de pren­sa que­da­ron petri­fi­ca­dos; pero quien for­mu­ló tama­ña cues­tión, estoy segu­ro de que jamás va a ser invi­ta­do de nue­vo a un acto simi­lar, en el que Rubal­ca­ba fue­se el minis­tro inte­rro­ga­do. Hubo perio­dis­tas que, hablan­do con el fun­cio­na­rio tras el peque­ño inci­den­te, escu­cha­ron de sus labios una con­tri­ta que­ja, en la que el de Inte­rior se lamen­ta­ba de la incon­ve­nien­cia de la cues­tión sobre ese pro­duc­to de la natu­ra­le­za, así como lo impro­pio de la pregunta.

Tal vez el pla­ne­ta esté equi­vo­ca­do. Pue­de que esa plan­ta que pro­por­cio­na todo tipo de bie­nes a sus con­su­mi­do­res, no pro­vo­que las mis­ma ven­ta­jas en Cádiz o Sid­ney, pero mani­pu­la­da por quí­mi­cos al ser­vi­cio del capi­ta­lis­mo (pien­so por ejem­plo en Javier Sola­na), se con­vier­te en una cata­ra­ta de dine­ro blan­quí­si­mo, que lue­go se hace negro y más tar­de vuel­ve a blan­quear­se, inclu­so en el Vati­cano. Y de eso sí saben Rubal­ca­ba, la Guar­dia Civil, la Poli­cía, la CIA, la DAS, la DEA, el FBI y un vecino de Mala­sa­ña, que tra­fi­ca con ella en peque­ñas dosis, para que algu­nos crea­do­res sigan cre­yen­do que las musas se encie­rran en una papelina.

De ese tema, los boli­via­nos que mas­ti­can la hoja no saben nada. Y Evo Mora­les se cabrea, con razón, ante la vesa­nia e hipo­cre­sía de quie­nes quie­ren meter­se en el huer­to lati­no­ame­ri­cano para impe­dir que las gen­tes del área pue­dan res­pi­rar a gus­to, con­tro­lar el mal de altu­ra, oxi­ge­nar su san­gre y seguir vivien­do en paz.

El mun­do que lla­man civi­li­za­do, ese que defien­de Rubal­ca­ba, podría caer un día sobre los espá­rra­gos de Nava­rra si un cien­tí­fi­co des­cu­brie­se que, mani­pu­la­dos con sus­tan­cias de todo tipo, pudie­ran cau­sar los mis­mos efec­tos del LSD.

El IV Reich (USA y la Comu­ni­dad Euro­pea) ha con­tro­la­do has­ta hoy (y aún lo hace) una hoja como de del taba­co (que es ino­cen­te, como la de coca), per­mi­tien­do que sus fla­man­tes indus­trias dedi­ca­das a la fabri­ca­ción de ciga­rri­llos, alte­ra­sen quí­mi­ca­men­te su com­po­si­ción, mez­clán­do­la con amo­nía­co, papel, alqui­trán, otros ele­men­tos aje­nos a la plan­ta, para que la dro­go­de­pen­den­cia hicie­ra sus fru­tos y las arcas del esta­do repar­tie­ran divi­den­dos entre los minis­tros de gobier­nos yan­quis y euro­peos. El capi­ta­lis­mo es maes­tro en ese tipo de estra­te­gias. Nin­gún ciu­da­dano de Boli­via se escan­da­li­zó sobre la cos­tum­bre de los vaque­ros yan­quis por mas­ti­car taba­co. Y menos aún, plan­tear en los foros inter­na­cio­na­les la lega­li­dad de ese hábito.

Lo malo es que el minis­tro Rubal­ca­ba igno­ra siquie­ra por qué no tie­ne una opi­nión for­ma­da, sobre las ven­ta­jas que apor­ta a los habi­tan­tes de aque­llos para­jes mon­ta­ño­sos el meter­se en la boca unas hojas de coca y mas­car­las con sua­vi­dad y mimo. Rubal­ca­ba igno­ra que es un ejem­plo vivo del ciu­da­dano que pade­ce ausen­cia de cri­te­rio. Es minis­tro de un gobierno que se plie­ga a los deseos de otro, cuya sede radi­ca en Washing­ton, don­de el pre­si­den­te no se dro­ga (excep­to cuan­do ve la tele­vi­sión), pero ame­na­za con des­fo­liar el terri­to­rio boli­viano por­que, según sus ase­so­res, aque­lla plan­ta no debe seguir cre­cien­do, a menos que se logre el sue­ño ocul­to de los empre­sa­rios nor­te­ame­ri­ca­nos: lle­var­la al terri­to­rio EEUU para que crez­ca al nivel del mar, y una vez tra­ta­da en labo­ra­to­rio se con­vier­ta en un nue­vo trans­gé­ni­co como el arroz, el maíz o la san­día. Qué nego­cio, oiga.

Enton­ces, media huma­ni­dad ya habría deja­do de fumar esa hoja de taba­co adul­te­ra­da, cum­plién­do­se aque­llo que me comen­ta­ba un joven direc­ti­vo de la Rey­nolds, hace ya trein­ta años, duran­te un con­cier­to de Bru­ce Springs­teen: “Si la hoja de coca hubie­ra cubier­to las pra­de­ras de EEUU, hoy el mun­do esta­ría esni­fan­do cocaí­na, sin pro­ble­ma alguno”. No obs­tan­te, la Coca-Cola es la rei­na de los refres­cos, a pesar de que los gobier­nos del mun­do saben que en la com­po­si­ción del bre­ba­je más exi­to­so de la his­to­ria, se sigue intro­du­cien­do el extrac­to de hoja de coca, aun­que se nie­gue en los medios oficiales.

Y me pre­gun­to final­men­te: ¿Cómo Alfre­do Pérez Rubal­ca­ba va a tener una opi­nión for­ma­da, acer­ca de si es bueno o per­ju­di­cial mas­ti­car esa plan­ta, cuan­do es inca­paz de hacer lo pro­pio (y menos dige­rir) una hoja de ruta tan atrac­ti­va como la que la izquier­da aber­tza­le le ha pues­to en el camino? Oxí­geno, por favor, nece­si­ta­mos oxígeno.

Nota.- ¿Pue­de decir­me qué pien­sa sobre la hoja de coca?

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