Al final de esta semana de largas sentadas, de muchas palabras entre el Gobierno de Zapatero, CC.OOO y UGT, de reuniones de cúpulas del PP y PSOE, de dimes y diretes entre Aralar y EA, luego de un blablablá general…, me invitó al cumpleaños de su hijo Harald Martenstein, que vino con su Zeit magazin en el sobaco.
El prosit fue un monólogo de padre:
“Me siento orgulloso de mi hijo, me espetó. Me recuerda a un famoso personaje histórico, al Conde von Moltke, jefe del Estado Mayor prusiano en la guerra franco-alemana de 1870⁄71. A Moltke se le conocía por el alias del “gran silente”. No le gustaba hablar. En una deliberación del Estado Mayor podía ocurrir perfectamente que pasara dos horas sin hablar. Y que de pronto se levantara, abriera la boca y pronunciara una frase de esas que hacen historia, como por ejemplo: “Marchar separados, golpear unidos”. Para, a continuación, sentarse y proseguir la reunión en silencio. La guerra estaba ya prácticamente ganada. Había que marchar separados y golpear unidos. Pensándolo bien era todo lo que cabía hacerse.
Una vez Moltke debía pronunciar un discurso sobre la monarquía ante el cuerpo de oficiales asistente y lleno de expectación. El discurso fue tan genial que puede ser reproducido aquí íntegramente: “¡Señores, el emperador, hurra, hurra, hurra!”. Mejor no pudo expresar el pensar del cuerpo de oficiales. Mi hijo está hecho de la misma madera. Sólo que el ejército no va a sacar partida de su ingenio militar, va a ser de los primeros que no tengan que cumplir el servicio militar.
Por su manera de ser, en la escuela mi hijo ha obtenido durante años peores notas que las merecidas. Por ejemplo, en una materia hacia un examen de un notable claro y obtenía un aprobado raspado. Al poner nota se viene valorando un 50% desde hace un tiempo la denominada “aportación oral”. En mi tiempo esto jugaba un papel cuando había duda entre dos notas, pero no más. En clase había una chavala tímida, que durante mi estancia en la escuela jamás le oí una palabra y siempre sacaba sobresalientes; hoy día es una abogada exitosa. Gente retraída, tímida, discriminada por nuestro sistema o negados para la autoexposición, pueden ofrecer muchas cosas porque, a menudo, son muy inteligentes y reflexivos. Acostumbrados a pensar antes de hablar, resulta que para cuando han cavilado pasó el tren y se quedaron en el andén. Ése es el problema.
Considero esta “aportación oral” un mito, su exaltación un síntoma de nuestro tiempo. En el examen en clase es la manera más objetiva de valorar y saber si uno domina la materia y sabe emplearla. Alguien levanta la mano cuando cree saber la respuesta, cuando no sabe no levanta. Pero lo que de verdad no se sabe se muestra en los exámenes. Oralmente resulta fácil trampear, preguntar al vecino u hojear en el libro, es más fácil engañar dependiendo del piquito de oro que uno tenga. Sé lo qué digo. Se educa a la gente a parraplear, a ser pestoso, a exhibirse, para la jungla.
Quizá fuera una salida. Veo que hoy día se puede discriminar sin ningún problema a las personas reflexivas, no así a los impedidos. Y es que por fin discriminar a los impedidos se ha convertido en tabú. También mediante un proceso modélico se podría lograr que un ser reflexivo fuera reconocido como estorbo, como impedimento; y hasta quizá el caso podría defenderlo con éxito aquella muchacha silenciosa y tímida de mi escuela. Su lema, ¿por qué no?, podría ser: “¡No hay por qué hablar siempre, hurra, hurra, hurra!”.
No sea que al final tengamos que reservar también plazas especiales para reflexivos, igual que para mujeres e impedidos.