La revolución en Egipto está alcanzando un punto crítico. El viejo poder del Estado se derrumba bajo los golpes de martillo de las masas. Pero la revolución es una lucha de fuerzas vivas. El viejo régimen no tiene intención de rendirse sin lucha. Las fuerzas contrarrevolucionarias están pasando a la ofensiva. Hay feroces combates en las calles de El Cairo entre elementos pro y anti-Mubarak.
La “Protesta de millones» del lunes superó todas las expectativas. Más de un millón de personas abarrotaron la plaza Tahrir de El Cairo. Hubo 300.000 en las calles de Suez, 250.000 en Mahalla, 250.000 en Mansurá y una cifra impresionante de 500.000 manifestantes en Alejandría. Este poderoso movimiento no tiene ningún precedente en la historia egipcia.
Los manifestantes tomaron las calles de cada pueblo y ciudad. Según algunas estimaciones alrededor de 4 millones de personas se manifestaron ayer en Egipto. Por el contrario, los números de quienes salieron ayer a las calles para expresar su apoyo al Presidente fueron pequeños y, sin duda, estuvieron conformados por miembros de las fuerzas de seguridad, los burócratas y sus familias, todos los que tienen algo que perder si Mubarak es derrocado.
La revolución tiene enormes reservas de apoyo. Sin embargo, hay deficiencias en el campo revolucionario. Como hemos dicho desde el principio, el carácter espontáneo del movimiento es su principal fortaleza y su principal debilidad. Las fuerzas de la contrarrevolución son numéricamente más débiles (esto se demostró ayer). Pero los números no son todo en la revolución, así como en la guerra. Muchas veces en la historia un gran ejército compuesto por soldados valientes ha sido derrotado por un ejército profesional más pequeño y con buenos oficiales.
Los revolucionarios tienen la determinación, la valentía y la moral. Pero los contrarrevolucionarios tienen mucho que perder: sus puestos, posiciones, poder y privilegios. La desesperación les dará el valor para resistir. Y están organizados y bien entrenados. No hay la menor duda de que las tropas de choque de la mafia que hoy atacó a los manifestantes en la Plaza Tahrir eran policías sin uniforme. Esto no era una manifestación espontánea de lealtad hacia el Presidente, sino una acción cuidadosa que corresponde a un plan elaborado.
La estrategia de Mubarak
En Túnez, el Presidente Ben Ali decidió relativamente pronto que el juego había terminado y tomó un avión al exilio junto con su esposa y una gran cantidad de botín. El Presidente Mubarak de Egipto es más duro y obstinado. Ha decidido hacer caso omiso de los millones de manifestantes que gritaban a favor de su caída en las calles. A él no le importa lo que suceda con Egipto. Menos aún las preocupaciones de sus viejos amigos y aliados en Washington. Su único programa es la supervivencia. Su única perspectiva es el viejo lema de los déspotas: «Après moi le deluge!»: «¡Después de mí, el diluvio!»
Ahora todo el mundo debe darse cuenta de que la única manera de calmar el país es que el Presidente se vaya. Los autoproclamados «líderes de la oposición» han dejado claro que ellos ni siquiera dialogarán a menos que Mubarak desaparezca. No tienen otra opción, ya que las masas en las calles están vigilantes y no van a tolerar ningún compromiso.
Por lo tanto, la única esperanza para asegurar una «transición ordenada del poder», que los Estados Unidos tan fervientemente desean, es la eliminación inmediata de Mubarak. Pero John Simpson, el responsable de noticias internacionales de BBC News, un comentarista burgués inteligente, señala correctamente: «el único problema es que nadie le ha dicho a la multitud nada sobre esto en la Plaza Tahrir. Su lema es “Mubarak debe irse ahora” y no “Mubarak debe irse con honores dentro de varios meses y a continuación su sistema será mejorado ligeramente”. »
En el discurso de la noche pasada, Mubarak prometió marcharse después de las próximas elecciones y prometió una reforma constitucional, pero anunció que le gustaría quedarse hasta septiembre para supervisar el cambio. En su discurso del martes, Mubarak dijo que dedicaría su tiempo restante en el poder a garantizar una transición pacífica del poder a su sucesor (no ha mencionado a su hijo Gamal). Criticó las protestas y dijo que su prioridad era «restaurar la paz y la estabilidad». «Este es mi país. Aquí es donde viví, luché y defendí su tierra, su soberanía e intereses, y moriré en su suelo», dijo.
El discurso fue interpretado por los manifestantes como una provocación. Lejos de calmar las cosas arrojó de nuevo más gasolina al fuego. La reacción de los manifestantes a la declaración de Mubarak fue de incredulidad, primero, y a continuación, de indignación. «El discurso es inútil y sólo enciende nuestra ira», dijo un manifestante, Shadi Morkos, a Reuters. «Continuaremos la protesta». Se trata de una reacción universal.
Anoche, los manifestantes permanecieron acampados en la Plaza Tahrir diciendo que la promesa de Mubarak no era suficiente, y cantaban: «¡No nos iremos! ¡Él se irá!» Las masas no desean dar tiempo a Mubarak para que maniobre. Quieren que sea derrocado y sometido a juicio. En las manifestaciones de ayer se veían efigies suyas ahorcadas. Esto demuestra el ánimo real en las calles.
Todo el mundo sabe que fue él quien dio la orden de disparar a los manifestantes el viernes pasado. La televisión mostró al padre de un joven asesinado en una manifestación, llorando y gritando: «Están matando a nuestros hijos». Ahora, el régimen está atacando a personas desarmadas con la intención de asesinar. Gente desarmada está siendo golpeada, apedreada y gaseada en la Plaza Tahrir. Con este régimen no puede haber ninguna tregua, ni paz ni perdón.
Un precedente histórico
Egipto está en las garras de una batalla titánica entre revolución y la contrarrevolución. Hasta este momento las manifestaciones habían sido totalmente pacíficas. Esto había imbuido a las masas de una falsa sensación de seguridad. Ahora se han disuelto todas las ilusiones. Las masas están recibiendo su bautismo de fuego. El plan de Mubarak es recuperar el control de la Plaza Tahrir y, por lo tanto, de tomar la iniciativa, que ha estado hasta ahora en manos de los revolucionarios. La lucha por el poder ha comenzado en serio.
Todo esto ha sido cuidadosamente preparado de antemano. Los manifestantes antigubernamentales están desarmados y no estaban preparados para el conflicto. Las fuerzas progubernamentales están armadas y han utilizado gases lacrimógenos, que han arrojado a las multitudes, incluidos los niños. Han entrado a la Plaza montados a caballo y en camellos. Con la ventaja de la sorpresa y la superioridad de sus armas y tácticas, mientras escribo estas líneas, los contrarrevolucionarios están obligando lentamente a retroceder a los revolucionarios. Han arrestado a manifestantes que, a continuación, son entregados al ejército. Su destino es desconocido.
En el contexto de estas acciones es evidente que el discurso de Mubarak de anoche fue parte integral de un plan para hacer retroceder la revolución paso a paso. Al prometer concesiones y proponer el ofrecimiento de permanecer hasta septiembre, tenía la esperanza de ganar el apoyo de los elementos vacilantes: las clases medias que temen inestabilidad y desean «orden»; la burguesía que teme una revolución como la peste y le gustaría que sus negocios retornaran a la normalidad; las capas atrasadas y políticamente inertes que no comprenden nada y gravitan alrededor de los grandes nombres, de los hombres fuertes y de cualquier que esté en el poder; las clases de criminales depravados y lumpenproletarios que venden su lealtad política al mejor postor. Estas son las reservas sociales de la contrarrevolución que ahora se están movilizando contra la revolución.
Existe un precedente histórico claro. El 17 de octubre de 1905 (30 de octubre en el nuevo calendario) en respuesta a la revolución rusa de 1905, el zar Nicolás II emitió el Manifiesto de Octubre. El régimen estaba en lo que parecía ser una situación imposible. Se enfrentó a un movimiento revolucionario colosal y a una huelga general. En muchas zonas los comités revolucionarios de los trabajadores (los Soviets) estaban tomando el control de la sociedad.
El manifiesto se comprometía a conceder las libertades civiles al pueblo: incluyendo la inmunidad personal, libertad de religión, libertad de expresión, libertad de reunión y libertad de asociación; y la convocación de un Parlamento, la Duma, elegido en sufragio universal masculino. Fue una gran victoria sobre el papel, pero en la práctica la democratización fue insignificante. El zar permaneció en el poder y ejerció el derecho de veto sobre la Duma, que disolvió varias veces.
El manifiesto fue un gigantesco fraude, así como las reformas prometidas por Mubarak, pero fue suficiente para comprar a una capa que previamente había apoyado la revolución. Los burgueses liberales inmediatamente la apoyaron, rompieron con la revolución e hicieron las paces con el zar. Deseaban «estabilidad», como lo deseaba una gran parte de las clases medias. Su defección preparó el camino para una reacción contrarrevolucionaria.
Al mismo tiempo, cuando el zar anunció sus reformas, desencadenó las «fuerzas oscuras» sobre las masas: el lumpenproletariado, la escoria de los barrios bajos, los pogromos antisemitas, para ahogar la revolución en la sangre. Mubarak intenta hacer lo mismo. En Rusia, los pogromos fueron organizados por la policía zarista. En el Cairo los ataques contrarrevolucionarios son organizados por la policía de civil, haciéndose pasar por «manifestantes pro-Mubarak».
Al mismo tiempo, mientras sus secuaces destrozan cráneos en la Plaza Tahrir, Mubarak ha anunciado que los bancos y tiendas se reabrirán el domingo, el primer día de trabajo después del fin de semana islámico. La intención es crear la impresión de un retorno a la normalidad. Pero la normalidad no volverá a Egipto durante mucho tiempo.
Washington preocupado
En Washington se están poniendo cada vez más nerviosos. Mientras más tiempo se aferre Mubarak al poder, mayor será el riesgo de lo que ellos llaman «caos». Los últimos acontecimientos han confirmado sus peores temores. Egipto se puede deslizar hacia la guerra civil. Los estadounidenses no estarían demasiado preocupados por eso, pero el problema es que destruiría todos sus planes para una «transición administrada».
En una declaración realizada después del discurso de Mubarak, Obama dijo que Estados Unidos tendría mucho gusto en ofrecer asistencia a Egipto durante el proceso de transición. Modestamente, declaró que no era el derecho de su país dictar la ruta a Egipto, pero que cualquier transición debería incluir a las voces de la oposición y llevar a elecciones libres y justas: «Es mi creencia que una transición ordenada debe ser significativa, debe ser pacífica y debe comenzar ahora».
A pesar de las tranquilizadoras palabras de Obama acerca de no tener ningún derecho a elegir los líderes de otras naciones, me parece recordar que Washington tuvo algo que ver con la eliminación (y el juicio) de Slobodan Milosevic y, de alguna manera, también jugó un papel decisivo en la eliminación (y ejecución) de Saddam Hussein. También recordamos el entusiasmo con que los Estados Unidos proclamaron la política del «cambio de régimen» como la mejor manera de deshacerse de los dictadores y marcar el comienzo de la «democracia» (bajo control estadounidense).
Aquí la realidad cínica de la democracia burguesa se destaca con toda su desvergüenza. El imperialismo estadounidense siempre considera que es el derecho de su país eliminar a los líderes que son desobedientes y sustituirlos por dirigentes más flexibles. Con este fin, la «democracia» es tan buena excusa como cualquier otra. Pero cuando se trata de los regímenes que son amistosos con los intereses de Estados Unidos, al instante desaparecen todos los escrúpulos sobre democracia y los derechos humanos. El policía del mundo se ve afectado de repente por un ataque de legalidad escrupuloso: «no es el derecho de nuestro país dictar la ruta a Egipto» – ni, por supuesto, de Arabia Saudita, Jordania, Marruecos o cualquiera de los numerosos regímenes desagradables que son buenos amigos de Estados Unidos en el mundo.
Obama afirmó que le había dicho todo esto a Mubarak durante una llamada telefónica de 30 minutos. Sería interesante conocer el contenido preciso de esta conversación telefónica, pero nos imaginamos que no habrá sido muy cordial. Cuando el actual ocupante de la Casa Blanca dice que una transición ordenada «debe comenzar ahora», esto es aproximadamente lo que los estadounidenses se atrevieron a decirle a Mubarak: «¡Por amor de Dios, vete!»
Hay una razón muy buena por la que Obama no puede decirle Mubarak que se vaya, al menos en público. Los estadounidenses tienen que elegir sus palabras con sumo cuidado porque están siendo seguidas cuidadosamente por los gobernantes de Arabia Saudita, Jordania y Marruecos, que se sienten la tierra temblando debajo de sus pies. Simpson, una vez más, explica:
«La oferta del Presidente Mubarak de retirarse causará ondas de choque en todo el Oriente Medio. Hasta hace poco tiempo el régimen en Egipto parecía sólido como una roca.
«Ahora los gobiernos autocráticos desde África del Norte hasta Yemen, Siria y, tal vez incluso, Arabia Saudita buscarán maneras de aplacar el descontento en casa.»
Las ondas de choque de Egipto siguen agitando a todos los países vecinos. Erdogan, el primer ministro de Turquía, fue el último en ofrecer asesoramiento amistoso al asediado Mubarak. En el tipo de enunciado oscuro que asociamos con la diplomacia otomana aconsejó a su amigo de El Cairo un «paso diferente». Se omite agregar el pequeño detalle de que era un paso sobre un acantilado muy empinado.
¿Qué pasa ahora?
John Simpson agrega lo siguiente:
«En cada revolución, popular, o de otro tipo, llega un momento crítico en el que punto de inflexión decide el futuro. […] El hecho es que todavía no estamos en el punto de inflexión. Pero lo sabremos cuando lo vemos».
De repente hay una respuesta a la pregunta básica: ¿son los manifestantes demasiado fuertes para la estructura del poder, o podrían ser derrotados por los gobernantes?
Continúa:
«Todas las revoluciones populares comparten ciertas similitudes básicas. La gran multitud, a menudo reunida por primera vez, cree que está obligada a ganar porque son muchos y su determinación es muy grande. Pero si la estructura política rehúsa dar la batalla por perdida y mantiene el apoyo del ejército y de la policía secreta, entonces puede sobrevivir. Todo depende de cuán fuerte y resistente sea la estructura del Gobierno».
Simpson compara la situación en Egipto con el derrocamiento de los regímenes estalinistas en Europa Oriental hace dos décadas. Hice la misma comparación en un artículo la semana pasada. Los paralelos son instructivos. Sobre el papel, estos regímenes parecían sólidos e inconmovibles. Poseían ejércitos poderosos, la policía y los servicios secretos. Pero en el momento de la verdad demostraron ser frágiles y poco resistentes.
El caso de Rusia en 1991 es aún más sorprendente. Los manifestantes que derribaron el viejo régimen eran pocos en número y estaban intranquilos esperando la reacción del Gobierno, pero el Gobierno fue aún más débil y colapsó sin luchar. Ahora vemos un fenómeno similar. En Europa oriental las masas se mantuvieron en manifestación permanente hasta que el viejo régimen simplemente cedió a la multitud. Eso es lo que estamos viendo ante nuestros ojos en Egipto. Pero hay una diferencia. Mubarak se niega a irse.
Las masas están en las calles en grandes cantidades, pero Mubarak ha desatado las fuerzas de la contrarrevolución contra ellas y el ejército se limita a mirar ¿Qué hacer? El pueblo ha interpretado correctamente que si una semana de manifestaciones ha empujado al Presidente hasta esta situación, entonces hay que incentivar toda acción para mantener la presión sobre él. El siguiente punto de inflamación será el viernes, cuando se llevará a cabo otra manifestación masiva después de las oraciones de los viernes. La palabra que va rondando ahora es que el siguiente paso será una marcha al palacio presidencial.
El pueblo exige justicia y venganza. Aquellos que son culpables de crímenes contra el pueblo deben ser entregados a los tribunales populares para responder por sus acciones. Esto es aplicable no sólo a la policía que dispara contra los manifestantes desarmados, sino también al hombre que dio las órdenes. La insurrección es la salida. A fin de tener éxito, el movimiento obrero debe desempeñar un papel clave.
Fueron las ondas largas de las huelgas y protestas obreras las que desempeñaron un papel clave en el debilitamiento del régimen y en la creación de este movimiento. Ahora, los trabajadores están formando sindicatos independientes. Tienen el poder para paralizar el país y también de organizar la economía. Se habla de trabajadores ferroviarios que se han negado a transportar tropas y fuerzas de seguridad que iban a ser utilizadas para la represión.
La convocatoria de una huelga general a nivel nacional es la única respuesta a la utilización de bandas de matones contra manifestantes desarmados. A fin de prepararse para esto y mantener el orden, hay que establecer en todas partes comités de lucha (los lugares de trabajo, barrios y cuarteles) y vincularlos a nivel local, regional y nacional. De esta manera, el pueblo revolucionario puede tomar el poder y elegir a sus propios representantes, no a los «líderes» autoproclamados o a personas puestas en ese lugar por el Embajador de Estados Unidos.
Lo que estamos viendo es una acción desesperada de la retaguardia del viejo régimen. El viejo orden es como un animal herido que se niega a morir y se defiende golpeando. El nuevo orden está luchando por nacer. El resultado de este conflicto de vida o muerte determinará el destino inmediato de la revolución. La revolución debe defenderse a sí misma. Debe armarse para resistir los ataques de los contrarrevolucionarios. Pero la mejor forma de defensa es el ataque. Es hora de que el movimiento vaya más allá de las manifestaciones masivas.
La única forma de matar a una serpiente es golpearla en la cabeza. La pasividad es la muerte de la revolución. El poder no cae en las manos como una manzana podrida. En lugar de permanecer en la Plaza Tahrir, las masas deben ir a la ofensiva, marchar al palacio presidencial y tomar el poder. Las masas revolucionarias deben confiar sólo en sus propias fuerzas. Es la única forma de salvar la revolución y de conseguir una victoria decisiva.