En las últimas semanas, millones de árabes, mujeres y hombres, jóvenes y de más edad, obreros, estudiantes, agricultoras, han salido a la calle y se han enfrentado contra las fuerzas de sus dictadores. No ha sido sólo una concentración grandiosa en una plaza de El Cairo. Empezó en el campamento saharaui de El Aaiún, desalojado brutalmente en noviembre pasado. Y después han seguido millones en las calles de Túnez, de El Cairo, de Suez, de Alejandría, de Amán, de Argel. En Siria y en Yemen. En todos esos lugares, han derrochado coraje, imaginación, espíritu de sacrificio y fe en el futuro.
Han echado a Ben Ali. Han echado a Mubarak. Pero no se contentan con la cabeza de las dictaduras. Los pueblos quieren un cambio de régimen. Quieren democracia y justicia. La lucha va a ser larga. Y el precio está siendo enorme: Desde hace tres semanas, en Egipto, más de trescientos muertos y miles de heridos. Y en sus cárceles se continúa torturando. En Túnez, desde mediados de diciembre han muerto 219 personas y 510 resultaron heridas.
La revolución árabe necesita nuestro apoyo. Necesita nuestro apoyo porque la Unión Europea y los Estados Unidos son los principales valedores de las políticas represivas de esos gobiernos, y porque algunas empresas europeas se lucran con esa represión. Israel, su principal baza en la región y el único país del mundo que sigue defendiendo abiertamente al dictador Mubarak ha recibido, igual que éste, el apoyo de los gobiernos del Norte. Ben Alí, Mubarak y los demás han actuado sabiendo que la Unión Europea o apoyaba directamente o miraba para otro lado cuando cometían sus atrocidades.
Después de treinta años de apoyarles, no nos vale que ahora se las den de demócratas. No han cambiado. El partido de Mubarak ha estado prácticamente hasta anteayer en la internacional socialista. Dos ministros franceses pasaron sus vacaciones invernales invitados por miembros destacados de los regímenes tunecino y egipcio. ¿Cómo se puede dejar en manos de gente así la defensa de la democracia en el sur del Mediterráneo?.
Y, además, nos tenemos que solidarizar porque los pueblos del sur del mediterráneo nos están recordando algo importante: que la movilización de los pueblos, la lucha de los y las de abajo, es capaz de hacer caer dictaduras. Que lo que parece eterno deja de serlo en unas pocas semanas. Que los grandes de la tierra pueden ser derrotados, que sus fortunas no son suficientes para parar la historia.