Pero no menos necesario y urgente es que quienes luchamos contra la barbarie capitalista desde el interior de los países más desarrollados ‑en el corazón de la bestia, como decía el Che- nos unamos en un frente común y participemos activamente en todas las batallas políticas que se libran a nuestro alrededor. Y en estos momentos, la lucha de la izquierda independentista vasca es sin duda una de las más importantes (como lo demuestra el encono de los gobiernos español y francés en su vano afán de sofocarla), y todas las fuerzas genuinamente democráticas ‑es decir, anticapitalistas- debemos apoyarla por todos los medios. Y no solo por mera solidaridad, sino porque la lucha del pueblo vasco por la independencia y el socialismo ‑de cuyo éxito depende en buena medida el futuro político de Europa- es una de las más vigorosas expresiones de la gran batalla global por un mundo libre, justo y solidario. A veces se diría que la distancia entre Donosti y Madrid es mayor que la que hay entre Cuba y Egipto o entre Venezuela y Túnez, y todas las organizaciones de izquierdas, tanto las independentistas como las de ámbito estatal, tienen la ineludible responsabilidad de salvar esta brecha histórica (que el poder siempre se ha esforzado por mantener abierta) para confluir en un frente común, en el que las diferencias no sean motivo de discordia sino de enriquecimiento mutuo. Nunca hubo, en Europa y en el mundo, un momento más propicio para la unidad, y no podemos desaprovecharlo.
La historia no se repite, como creen los necios, ni se acaba, como quisieran los privilegiados. Lo que se repite es la brutalidad del poder; lo que se acaba es la paciencia de los pueblos.