¿A quién va a extrañarle el hecho de que se critiquen las medidas tomadas por la Asamblea Nacional de la Revolución, como que se pongan en solfa y fracasen aquellas bienintencionadas disposiciones, una vez que en su aplicación posterior se ha demostrado la inutilidad de las mismas?
Lo he comprobado personalmente en Cuba durante seis años. Y no he visto en ese tiempo ni una sola agresión por parte de un agente contra un ciudadano. En España se sigue torturando (aunque los relatores de la ONU lo denuncien) sin que las autoridades hagan otra cosa que decir. “Apaga la cámara”, “Eso no es cierto”. ¿Verdad, señor Camacho?
No entiendo por qué se exige, desde una supuesta postura izquierdista, que el sistema que por fortuna rige los destinos de la isla más digna del globo, tenga que poseer el don de la infalibilidad, cuando en el llamado mundo libre es notorio no sólo el fracaso rotundo del régimen capitalista en todas las áreas: económica, social, política, sindical y cultural, sino de la capacidad de una buena parte de su intelectualidad para que los árboles no oculten el bosque. Mirar la paja en el ojo ajeno y hacerse el sueco ante la viga en el propio, es un defecto consuetudinario en la derecha y la izquierda. Forma parte del marujeo hispano de toda la vida.
Con toda razón, mi admirado Santiago Alba (gracias por tus reflexiones allá donde te encuentres) afirmaba en cierta ocasión. “Yo no apoyo a Cuba; me apoyo en ella”. Me da en la nariz que hay muchas personas que, para mostrar su cara democrática, solo han hallado una solución: atacar a Rajoy y tratar en vano de insultar a la Revolución en América latina. Del Ché a Chávez, de Morales a Ortega. Lo malo es que con la otra, aceptan silentes las órdenes de Rubalcaba, lloran junto a Garzón, sonríen ante el monarca y abrazan a fascistas. ¡Ah¡… y condenan a Gadafi porque han oído que es un dictador. ¿No era este señor un mandatario al que el gobierno de Juan Carlos de Borbón vendía armamento desde hace treinta años?
Me cuesta comprender la obsesión que mantienen los llamados demócratas cuando se menta la palabra Cuba. Son los mismos que callan cuando se abren las fosas comunes en Colombia, que miran al dedo que señala el cielo cuando se asesinan periodistas y líderes obreros en Honduras; que ponen cara de comprensión al conocer el genocidio mapuche en Chile; que ríen divertidos cuando las autoridades argentinas retienen un avión de las Fuerzas Armadas de los USA, repleto de droga y otras menudencias; que comentan con parsimonia y serenidad el millón de personas muertas por la violencia de los mercenarios de aquel país norteamericano en Irak, miles en Afganistán, en la extinta Yugoslavia y otros países.
Me lo recuerdan torpezas (pequeños detalles muestran grandes carencias) como la del realizador Fernando Trueba, cuando afirma que en su última obra quería reflejar cómo bailaban los cubanos en los años 50. ¿Qué pasa? ¿Acaso el cha cha chá, el son, el guaguancó y el mambo ya no se expresan con los mismos pasos? ¿Por ventura se terminó el jolgorio en La Tropical? ¿Quizá es que desconozco la existencia de un manual, escrito por Fidel pero en poder de Trueba, donde se ordena cómo debe bailar un verdadero revolucionario? Boberías (se dice en Cuba) como esta definen a las claras el talante y carácter de un intelectual descarrilado.
Es curiosa esa manía enfermiza con Cuba. Parece como si la conciencia de quienes piensan como el creador de El Sueño del Mono Loco (ejemplo de cine de autor) o Too Much (pestiño con Oscar), sufriera un síndrome similar a quien padece otra clase de mono, al comprobar que no tiene a mano su ración de tabaco, alcohol, heroína, cocaína, televisión u otra droga de idéntica potencia.
Mi buen amigo José Manuel Martín Medem, sin detenerse a otra reflexión que la que se desprende de quien no se ha quitado de encima el tufo neocolonialista (de colonia barata), ha vuelto a salir a la palestra en el espléndido periódico Diagonal. La entrevista se comenta por sí misma. En su día respondí a ese tipo de crítica*, más parecida al maltrato político que al producto de una serena meditación, como debería ser en un ex corresponsal que ejerció dicho puesto laboral, en la maltrecha RTVE de nuestros pecados. Aplicando el aserto de Alba, Medem se ha desequilibrado.
Mi colega quedó prendado de la isla y de sus gentes, resultado de un sistema solidario, pacífico, culto y agobiado por un bloqueo de más de medio siglo, que comete errores, fallos, pero que no dispone de más dinero que el que genera sus escasas riquezas naturales. Y aún así, el sistema sigue dando ejemplos en organismos internacionales como la FAO o la UNESCO.
La sociedad cubana, incluyendo lógicamente a la policía, es ejemplar. No he visto (seis años allá me lo corroboraron) una ciudadanía tan amante de la alegría, el chiste, la bulla, la discusión, el debate, la participación y, como es obvio, el cabreo y la protesta cuando de censurar unas medidas se trata. Jamás de la violencia y el maltrato. ¿Acaso es que Medem imagina que el efecto tunecino va a alcanzar a esos once millones de cubanos, que resisten contra viento y marea los intentos de manipulación constante que brotan, incluso de pretendidos amigos?
Me produce cierta sorna la ofuscación de quien así cree reflexionar. Que no se preocupen los Medem, García Montero, Pilar Bardem o la hermana de Fidel y Raúl. El pueblo cubano es todo menos estúpido. Conocen las aparentes bondades del capitalismo, sobre todo cuando comprueban in situ (hay miles de cubanos trabajando fuera de la isla con contratos o becas, que no renuncian a su patria ni al perfeccionamiento de su Revolución) y dentro del país, las calamidades del egoísmo y la hipocresía generada por estos regímenes basados en la violencia, la estafa, la mentira, la deserción (ahí están CCOO y UGT, IU y otros colectivos) y la subida constante de los precios en los alimentos más esenciales.
El desánimo y la indiferencia, enfermedades gravísimas, nacen del fracaso de las protestas controladas que los gobiernos capitalistas toleran, permitiendo que en el falso nombre de la cacareada libertad de expresión (terapia de grupo), se mitigue por ejemplo la furia de quienes odian la guerra (con Aznar, los intelectuales españoles protestaban airados; con Zapatero es diferente aunque el genocidio continuase), y de los casi cinco millones de parados que asolan el panorama español.
La sociedad padece esa pandemia llamada resignación. Pero que nadie en el parlamento quede tranquilo. Hay señales que indican, como en Teherán o Trípoli, que algo similar acontece en Wisconsin o Atenas, aunque los medios de comunicación no exhiban tan a menudo (o jamás) esas manifestaciones. Hay indicios para pensar que lo de El Cairo o Rabat podría suceder en nuestro primer mundo, aunque para ello haya que robarle el petróleo a los libios. Con el que se hurtó y esquilma a los iraquíes no hay bastante.
A un máximo de 110 kilómetros por hora (por decisión gubernamental que no me afecta porque no me gusta la velocidad), me convenzo de que ejercer la crítica sobre las soluciones que podrían mejorar la vida de los cubanos, debe parecerse a la que se da en las parejas cuando de encarar una relación y un futuro incierto se trata. Que una cosa es buscar entre ambos el mal menor (ya jamás se habla de mejorar), pero otra muy diferente la violencia doméstica, en todas sus vertientes, incluyendo la mentira y el insulto hacia el cónyuge. Y son miles los supuestos izquierdistas que no meditan sobre ello. La sabiduría popular lo resume así: Teniendo amigos así ¿para qué necesito enemigos?
Bienvenidos sean la discusión, el debate, el contraste, teniendo en cuenta un principio elemental: ¿Quiénes somos, para decirle a un cubano lo que deben decidir los diputados de su Asamblea Nacional?
El sueño de Bolívar, como el del Ché, como el de la Revolución cubana, es que la izquierda del mundo permita que América Latina cuide de sí misma. No hacen falta colonos para esa batalla. Y menos aún si se dedican a fabricar remedios caseros, cuando sus países están desahuciados.
Nota
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=75039
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=74852