3 de mar­zo de 1976, un océano de valen­tía – Ampa­ro Lashe­ras, Peri­ko Solabarria

De los suce­sos del 3 de mar­zo de 1976 se recuer­da por enci­ma de todo el silen­cio. Un silen­cio brus­co que de pron­to se apo­de­ró de las calles envol­vien­do la ciu­dad ente­ra en ese rit­mo des­ga­rra­do y hon­do que pre­ce­de a la tra­ge­dia, a la noti­cia de la muer­te ines­pe­ra­da e injus­ta. En pocas horas, Gas­teiz se con­vir­tió en una ciu­dad ate­rra­da, oscu­re­ci­da por el temor y la tris­te­za. Pare­cía como si el mie­do se hubie­ra roto en terri­bles secuen­cias de dolor, ocul­tan­do la tar­de y has­ta la vida en el soni­do repe­ti­do y lejano de unos dis­pa­ros interminables…».

Estas pala­bras, escri­tas hace diez años con moti­vo del 25 ani­ver­sa­rio de los ase­si­na­tos del 3 de mar­zo de 1976, salie­ron del cora­zón para recor­dar el esta­lli­do de dolor, rabia y tris­te­za que se apo­de­ró de Gas­teiz en las horas siguien­tes a la masa­cre de la Igle­sia de San Fran­cis­co. Hoy, 35 años años des­pués, con el recuer­do aún vivo y dolo­ri­do, lo suce­di­do en Gas­teiz pre­ci­sa y mere­ce una lec­tu­ra más actua­li­za­da que la que apor­tan los sen­ti­mien­tos pasados.

El 3 de Mar­zo es, en nues­tra opi­nión, el hecho más deli­be­ra­da­men­te olvi­da­do en la his­to­ria de los últi­mos 40 años. Lo que suce­dió en Gas­teiz fue una mues­tra ejem­plar de auto­or­ga­ni­za­ción obre­ra. Sobre esos hechos se ha habla­do, se ha escri­to e inclu­so algu­na vez se ha teo­ri­za­do. Todos los tra­ba­jos han apor­ta­do refle­xio­nes impor­tan­tes en el aná­li­sis his­tó­ri­co y social de una lucha que, aun­que fue­se sólo por unos días, tocó la uto­pía de la revolución.

En Gas­teiz suce­dió algo que tie­ne que ver con ese lado de la ideo­lo­gía polí­ti­ca de la que escri­be Alfon­so Sas­tre: la impor­tan­cia de los sue­ños y la ima­gi­na­ción en la lucha y en la cons­truc­ción del futu­ro. Una pers­pec­ti­va que esca­pa a los aná­li­sis for­ma­les y teó­ri­cos del queha­cer polí­ti­co con­ven­cio­nal, pero indis­pen­sa­ble para enten­der, en su ple­ni­tud revo­lu­cio­na­ria, el movi­mien­to del 3 de Marzo.

El cam­bio polí­ti­co que se barrun­ta­ba tras la muer­te de Fran­co fue, sin duda, un fac­tor de impul­so. Sin embar­go, las huel­gas sur­gie­ron en las asam­bleas, con la urgen­cia de cam­bio que des­en­ca­de­na la nece­si­dad de pelear para reco­brar la liber­tad y los dere­chos. Sur­gie­ron en la soli­da­ri­dad y la uni­dad, dos valo­res implí­ci­tos en las teo­rías revo­lu­cio­na­rias y que, en la prác­ti­ca, se con­vier­ten en sue­ño y en fuer­za para luchar, no sólo para mejo­rar un sala­rio o cam­biar un sis­te­ma sin­di­cal sino para cons­truir un nue­vo futu­ro, capaz de derro­tar las estruc­tu­ras capi­ta­lis­tas. En Gas­teiz, nada se dise­ñó des­de arri­ba, todo se cons­tru­yó des­de aba­jo. La orga­ni­za­ción popu­lar y las asam­bleas mar­ca­ron el rit­mo de la lucha y de los obje­ti­vos a conseguir.

La soli­da­ri­dad ante la repre­sión patro­nal fue impre­vi­si­ble. Impli­có a todo el mun­do. Las mani­fes­ta­cio­nes eran cons­tan­tes. Las asam­bleas cada vez más par­ti­ci­pa­ti­vas. Allí se exi­gían dere­chos para todas, igual­dad y futu­ro tam­bién para todos. Se crea­ron las Comi­sio­nes Repre­sen­ta­ti­vas que aglu­ti­na­ban a todos los sec­to­res en lucha y, duran­te tres meses, actua­ron como van­guar­dia de una bata­lla ideo­ló­gi­ca que, ade­más de dar con­cien­cia de cla­se al movi­mien­to obre­ro y social que esta­ba nacien­do, gene­ró ilu­sión y dio ese poder extra­or­di­na­rio que da a cual­quier pro­ce­so de cam­bio social y polí­ti­co, el creer o saber que se lle­ga­rá a los obje­ti­vos fina­les. Creo que ése fue un fac­tor impre­vi­si­ble (inclu­so para los sin­di­ca­lis­tas orga­ni­za­dos en la clan­des­ti­ni­dad) y un ele­men­to deci­si­vo en la revo­lu­ción del 3 de Mar­zo. Y para demos­trar que la reali­dad, por ina­mo­vi­ble que parez­ca siem­pre se pue­de trans­for­mar, es pre­ci­so des­ta­car el papel que tuvie­ron las muje­res en el 3 de Mar­zo, que tam­bién ha sido silen­cia­do inclu­so por los movi­mien­tos feministas.

Para enten­der­lo, la pri­me­ra pre­gun­ta que se debe­ría hacer es: ¿quié­nes eran estas muje­res? Mayo­ri­ta­ria­men­te amas de casa sin nin­gu­na expe­rien­cia orga­ni­za­ti­va ni de lucha. Unas muje­res a las que duran­te déca­das se les había ense­ña­do que su úni­ca con­tri­bu­ción a la socie­dad era la de man­te­ner el papel de hija, espo­sa y madre. Muje­res a las que se les había edu­ca­do úni­ca y exclu­si­va­men­te para ser un sopor­te fir­me en la fami­lia fran­quis­ta. Y, sin embar­go, esas muje­res, ante la huel­ga de sus com­pa­ñe­ros, rom­pie­ron los valo­res ina­mo­vi­bles del fran­quis­mo, se orga­ni­za­ron, se unie­ron a la lucha y el pro­ce­so les fue trans­for­man­do. Se con­vir­tie­ron en per­so­nas acti­vas, valien­tes y con capa­ci­dad para plan­tear cues­tio­nes y tomar deci­sio­nes. Crea­ron sus pro­pias asam­bleas y su pro­pia diná­mi­ca orga­ni­za­ti­va. Su tra­ba­jo y sus accio­nes movi­li­za­do­ras visi­bi­li­za­ron en la calle y tras­la­da­ron a la socie­dad de Gas­teiz la lucha que se esta­ba pro­pa­gan­do en las fábri­cas. Sin ellas todo habría sido dife­ren­te y posi­ble­men­te sin su fuer­za muchos hom­bres habrían clau­di­ca­do. Den­tro del 3 de Mar­zo, las muje­res lle­va­ron a cabo una revo­lu­ción pro­pia que cam­bió sus vidas y, lo que es más impor­tan­te, su acti­tud ante la sociedad.

Marx decía que teo­ría y reali­dad deben encon­trar­se y ope­rar jun­tas. El teó­ri­co de pol­tro­na es inade­cua­do, lo mis­mo que el acti­vis­ta que no se guía por ideas. Tie­ne razón, pero la expe­rien­cia del 3 de Mar­zo y de otras luchas libe­ra­do­ras enfren­ta­das al capi­ta­lis­mo nos han demos­tra­do que, ade­más de bus­car la actua­li­za­ción crí­ti­ca de otros pro­ce­sos revo­lu­cio­na­rios bajo la estruc­tu­ra de la dia­léc­ti­ca y la prác­ti­ca de las ideas, hay que aña­dir la ilu­sión y el con­ven­ci­mien­to de que lo que cree­mos y soña­mos es posi­ble. No se cono­ce nin­gún pro­ce­so o lucha don­de no haya exis­ti­do un hom­bre o una mujer que no haya defen­di­do el sue­ño, no la qui­me­ra, de hacer reali­dad sus pro­yec­tos de trans­for­ma­ción de la reali­dad. Y si fue posi­ble antes, tam­bién podrá ser­lo en la actua­li­dad. Como dijo Allen­de, «el pue­blo debe estar aler­ta y vigi­lan­te, debe defen­der sus con­quis­tas». Tal vez por­que cree­mos en esas pala­bras, rei­vin­di­ca­mos la nece­si­dad de intro­du­cir la con­ti­nui­dad de los obje­ti­vos y la ilu­sión de alcan­zar­los como una cuña o van­guar­dia de rebel­día y auda­cia en la reali­dad actual.

Las cau­sas, es decir, la ofen­si­va glo­bal e impa­ra­ble del capi­ta­lis­mo y la nece­si­dad de derro­tar esa ofen­si­va son las mis­mas, per­sis­ten en el tiem­po. En este momen­to de cri­sis, en que el capi­ta­lis­mo pare­ce tocar fon­do al mis­mo tiem­po que bus­ca una nue­va refor­mu­la­ción social y polí­ti­ca de sus teo­rías, tam­bién se agu­di­za el pen­sa­mien­to úni­co y aumen­ta la fal­ta de dere­chos eco­nó­mi­cos de los pue­blos, la mise­ria y la explo­ta­ción. Por lo tan­to, la lucha de cla­ses, aun­que más difu­sa que antes, vuel­ve a gene­rar la nece­si­dad de cam­biar la sociedad.

Por eso cree­mos que, par­tien­do de las nece­si­da­des y los pro­ble­mas inme­dia­tos que la actual cri­sis está pro­vo­can­do en la cla­se tra­ba­ja­do­ra, en cada sec­tor, en cada colec­ti­vo y en cada pue­blo; orga­ni­zan­do la acción y la lucha ideo­ló­gi­ca en el tiem­po y el momen­to que exi­gen nues­tros pro­ble­mas y rei­vin­di­ca­cio­nes coti­dia­nas, podría­mos con­fluir en un inte­rés común, en una acu­mu­la­ción de fuer­zas y rebel­días que nos lle­ve a un esce­na­rio de cam­bio para enfren­tar­nos al capi­ta­lis­mo como pue­blo y como clase.

El olvi­do indi­vi­dual o colec­ti­vo no exis­te, se fabri­ca o se impo­ne. Como suce­dió con el alza­mien­to mili­tar del 36 y los crí­me­nes fran­quis­tas, con el 3 de Mar­zo no sólo se ha inten­ta­do supri­mir la ver­dad y el horror de los hechos. Se ha pre­ten­di­do borrar y olvi­dar el fun­da­men­to de esa lucha. La razón de la uto­pía. Aho­ra, 35 años des­pués, esta­mos con­ven­ci­dos de que es urgen­te reto­mar la ilu­sión gene­ra­da en las bata­llas que hemos gana­do al capi­ta­lis­mo. Así, el recuer­do de Romual­do, Pedro, Fran­cis­co, José y Bien­ve­ni­do, y el de otros tra­ba­ja­do­res ase­si­na­dos en otros luga­res de Eus­kal Herria, del Esta­do y del mun­do per­ma­ne­ce­rá vivo en el cora­zón, en las ideas y en la lucha siem­pre nece­sa­ria de la cla­se tra­ba­ja­do­ra vas­ca. Como escri­bió Miguel Her­nán­dez, «una gota de pura valentía/​vale más que un océano cobarde

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