Dadá no es nada, es el soldado idiota que aúlla como un zombi de segunda generación en el campo de batalla. «Guerra y cadáveres-la última esperanza de los ricos». El fotomontaje de Heartfield lo dice casi todo. Ball encuentra a Rabelais bajo los escombros: «Lo que se ha desatado ahora es la maquinaria global y el diablo mismo. Los ideales son etiquetas postizas. Todo se ha desmoronado». Desertores-artistas montan caballitos de juguete y como niños coléricos danzan espirales que van de la expresión primitiva del Cabaret Voltaire a la revolución antimilitarista de Liebknecht. Huelsenbeck lo atestigua.
Senderos de gloria en la colina de las hormigas. Artaud pone rostro a la locura en «Les croix du bois» y el ardor guerrero queda sepultado en el fango. Los combatientes abandonan el frente en Chemin des Dames y un regimiento constituye un gobierno antibelicista en Missy-aux-Bois. Ejecuciones sumarias. Zilahy Lajos describe la psicología de un desertor. La disyuntiva pasa por mejorar las condiciones de la soldadesca o enfrentar una revolución como en Rusia. Un obús funde en negro el monumento a los caídos de Joseph Losey. Iparralde rehuye el alistamiento. Chaplin se escaquea. Y Josef Lada declara «idiota oficial» al soldado Svejk, cuya obediencia pone en entredicho la lógica que se le supone al mando. Sin novedad en el frente.
Señor Gobernador, «si me manda perseguir, prevenga a los gendarmes, que no llevaré armas y que podrán disparar», canta El desertor Boris Vian. El Vietnam Day Committee quema los llamamientos a filas. Tren subterráneo provo para prófugos. Muhammad Ali, Paul Auster, William Gibson… Johnny no cogió su fusil.
Abro el manual de supervivencia Eternauta y percibo cómo se ciernen siniestras sombras militares. Oesterheld avisa por cómic de la invasión e idea la táctica guerrillera de los Antares en la clandestinidad montonera. «Barrerán a todos los del taller… pero revelarán los puntos débiles». Su familia será masacrada sin atisbo de piedad por la dictadura argentina y él mismo no sobrevivirá a su propio secuestro. Los militares jamás perdonan la inteligencia.
Recuerdo un 23‑F de 1981 en Tas-Tas Irratia. Hacía nada que habían quedado atrás un genocidio y cuarenta años de botas militares bajo palio. Londres llamaba a las ciudades lejanas ahora que la guerra había sido declarada. Al mes del golpe The Clash actuaban en Donostia. El punk había convertido las medallas en chapas de hojalata y las banderas en trapos de colores.
Diez años sin mili. Butragueño cuenta batallitas sobre cómo se hizo hombre en el cuartel y la Chacón celebra con autobombo una profesionalización que envía a los tercios a misiones absurdas en el ombligo de Asia, huye con el rabo entre las piernas del avispero de Irak, sale cabreada de Kosovo independiente y reconquista Perejil a las cabras. Menos mal que más allá de estas estupideces el antimilitarismo vasco ‑en el trayecto desobediente que va de la objeción a la insumisión, pasando por el no a la OTAN y la negativa de colaboración de los municipios con el Ejército- ha sentado las bases para la desmilitarización de Euskal Herria.
Fuente: Gara