Las elecciones en el territorio de la Republique Française han vuelto a presentarnos a una «extrema derecha» crecida y creciente que aparece como un nuevo peligro contra el que todas las demás fuerzas, según el discurso dominante, deben unirse. Así, se repite que donde uno de los secuaces de Marine Le Pen tenga posibilidades de imponerse debe apoyarse al candidato alternativo con más opciones. Ésta es una vieja historia y un viejo recurso. Una trampa a la que se ha recurrido en muchos lugares. No he olvidado las críticas que recibimos en su día por no apoyar al candidato del PSN al Gobierno de Nafarroa, Urralburu, un furibundo converso al españolismo, corrupto y precursor de la criminalización del abertzalismo. Debíamos darle nuestro apoyo, nos decían, porque era el mal menor frente a UPN. Algo que no deja de ser curioso, porque si algo ha caracterizado la política navarra en las últimas décadas es, precisamente, la sintonía entre UPN y PSOE. Así, era muy complicado no ya elegir, sino captar las diferencias entre Urralburu y sus «oponentes».
Ésa es, precisamente, la justificación según la cual, para librarnos de los Le Pen, habría que dar el voto a candidatos, por ejemplo, de Sarkozy. Ciertamente, en algunas ocasiones es muy difícil explicar a la sociedad la elección de otros caminos y la opción del mal menor puede ser la razonable o incluso la única posible. Pero, una vez superada la situación de emergencia, hay que reflexionar y buscar la manera de escapar del callejón sin salida.
El problema es muy grave cuando la opción del mal menor se convierte en una constante, como en el Estado francés con el Front National. Allá la situación de emergencia no es excepcional, sino casi permanente. Y es que si nos preguntamos por qué tiene tanta fuerza un partido como el FN, tendremos que responder que buena parte de la responsabilidad está, precisamente, en la derecha que no se presenta como «extrema», pero que ha alimentado los discursos y estrategias que han alentado a los Le Pen.
Sarkozy y su partido, sin ir más lejos, han desarrollado una política en torno a la seguridad, la criminalidad, la inmigración y la identidad, además de los recortes sociales neoliberales, que ha fortalecido el poso más reaccionario de la sociedad. Lejos de desautorizar las tendencias xenófobas, chauvinistas y autoritarias, las han fortalecido. Han pensado y actuado tanto como la «extrema derecha» que han terminado por abrirles todas las puertas. Y ahora se nos proponen como la vacuna a la enfermedad que ellos mismos han agravado.
La cuestión es cómo salir del círculo vicioso de elegir entre lo malo y lo peor. Pero este problema no está limitado a las elecciones en la República Francesa. A fin de cuentas, lo mismo ocurre en el Estado español en el dilema entre la derecha y lo que era en su día la socialdemocracia: optar entre el fuego y las llamas.
Hay que crear otras alternativas que nos permitan elegir una buena opción. En Euskal Herria, hoy por hoy, eso es posible, por fortuna. Lo es en términos políticos y el reto ahora es hacerlo posible también en términos electorales e institucionales.
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