En Bangladesh, la crisis del sector textil se agrava y está tomando un giro macabro. El miércoles 8 de noviembre, una mujer recibió un disparo en la cabeza por parte de la policía cerca de la capital, Dhaka. Operadora de máquina de coser, era una de los miles de trabajadores que se manifestaban para exigir un aumento salarial. Es la tercera víctima de una huelga histórica que ya ha costado la vida a otros dos trabajadores, también asesinados por la policía.
El martes, un comité designado por el Estado había anunciado un aumento de 56,25% del salario mensual básico para los cuatro millones de trabajadores del sector textil, situándolo en 12.500 takas (unos 113 dólares). Una suma considerada insuficiente y rechazada de inmediato por los sindicatos. «Es inaceptable. No está a la altura de nuestras expectativas», declaró a la AFP la Federación de Trabajadores de la Industria y la Confección de Bangladesh, argumentando que el salario mínimo debería ser de al menos 15.000 takas (unos 135 dólares).
Desde hace quince días, han estallado violentos enfrentamientos en varias localidades de Bangladesh, donde miles de trabajadores del sector textil están en huelga. El movimiento comenzó después de que la BGMEA ‑la poderosa asociación de fabricantes y exportadores de prendas de vestir- propusiera un aumento salarial de solo el 25%, considerado como «escandaloso». Por su parte, los trabajadores exigen que el salario mínimo mensual, actualmente de 8.300 takas, sea multiplicado por tres, para alcanzar los 23.000 takas.
Violentas manifestaciones
Las protestas comenzaron en la ciudad industrial de Gazipur, al norte de la capital, y se extendieron rápidamente a otras regiones de Bangladesh. En total, unas 600 fábricas fueron cerradas, según la policía, y decenas fueron saqueadas. Cuatro fábricas también fueron incendiadas y muchas carreteras fueron bloqueadas por los manifestantes.
Los enfrentamientos entre la policía y los trabajadores van en aumento. El martes (7−11), unas horas antes de que la BGMEA propusiera un nuevo aumento salarial, estalló de nuevo la violencia en Gazipur, cuando 6.000 trabajadores ‑según las cifras de la policía- se concentraron, tensos a la espera del resultado de las negociaciones. La policía utilizó gases lacrimógenos para dispersarlos, lo que alimentó la indignación de los trabajadores. El número de víctimas, que ya asciende a tres, no ayuda a mejorar la situación.
Las organizaciones internacionales han condenado enérgicamente esta represión «violenta». «Está claro (que) ha alcanzado niveles sin precedentes», denunció la organización europea Clean Clothes Campaign en un comunicado de prensa. Sobre todo, porque los obreros «están arriesgando mucho», declaró a Libération Salma Lamqaddam, responsable de campaña y defensa de los derechos de las mujeres en el trabajo y encargada de las cuestiones textiles de la ONG ActionAid France, «en particular los representantes sindicales, que son particularmente el blanco en este momento». Durante protestas anteriores entre 2016 y 2017, también por aumentos salariales, 1.600 trabajadores fueron despedidos como medida de represalia (sindical).
«No llegamos siquiera a un nivel de salario decente»
Bangladesh es el segundo exportador mundial de ropa, por detrás de China, y cuenta con unas 3.500 fábricas textiles. Sus cuatro millones de trabajadores ‑en su mayoría mujeres- producen el 85% de los 55.000 millones de dólares que Bangladesh exporta anualmente. Entre los clientes de las fábricas paralizadas se encuentran muchas marcas occidentales, como Zara, Gap, Levi’s y Adidas.
Pero en este país del sudeste asiático, donde la industria de la confección es el motor de su crecimiento, el poder adquisitivo de los trabajadores se sitúa en mínimos históricos. Duramente golpeados por la inflación, que alcanzó casi el 10% en octubre, y la fuerte depreciación del taka frente al dólar estadounidense, los trabajadores ya no pueden salir adelante. «Su reivindicación de 23.000 takas no surgió de la nada ‑señala Salma Lamqaddam. Los estudios han demostrado que esa es la cantidad mínima necesaria para superar el umbral de la pobreza. Así que aún no llegamos siquiera a un nivel de salario decente».
El comité del salario mínimo se reúne cada cinco años para aumentar el salario básico. El último aumento, en diciembre de 2018, lo había llevado de 5.000 a algo más de 8.000 takas al mes. «Hoy en día, si los trabajadores rechazan el aumento del 25%, es porque saben que si aceptan, se quedarán estancados durante otros cinco años, con unos ingresos demasiado bajos para salir adelante», insiste la responsable de campaña de ActionAid.
«Silencio ensordecedor de las marcas»
Además de exigir un aumento salarial, los obreros del sector textil reclaman mejores condiciones de trabajo. En Bangladesh, las largas jornadas laborales son habituales en el sector textil, con empleados que a veces permanecen sentados «hasta 18 horas al día», deplora Salma Lamqaddam. «Tienen que trabajar a ritmos vertiginosos, con unos objetivos de rentabilidad irrealistas y con derechos sociales casi inexistentes. Por no hablar de la violencia sexista y sexual que sufren las mujeres, que constituyen la mayoría de la mano de obra».
En 2013, la tragedia de Rana Plaza, una fábrica textil que se derrumbó en Dhaka, matando a más de 1.100 trabajadores e hiriendo a otros 2.500, reveló los excesos de la industria textil bangladeshí. Ante las críticas, el país revalorizó los salarios y firmó un acuerdo sobre la seguridad en los talleres. Pero diez años después, es necesario constatar que los progresos han sido mínimos. «Es cierto que la seguridad ha mejorado, admite la miembro de la ONG de solidaridad internacional. Pero el ritmo de trabajo sigue siendo infernal. Y en diez años, hemos asistido al auge de las marcas de moda ultrarrápida, que llevan aún más lejos la lógica perversa de la producción masiva».
En octubre, varias grandes marcas, entre ellas Adidas, Puma y Hugo Boss, escribieron a la primera ministra de Bangladesh, Sheikh Hasina, para «constatar» que los salarios netos mensuales medios «no se habían ajustado desde 2019 a pesar de que la inflación ha aumentado considerablemente durante este periodo», antes de añadir que deseaban «una conclusión feliz» de las negociaciones salariales. Según las asociaciones, se trata de una toma de conciencia tardía y en gran medida insuficiente. «Las marcas tienen una responsabilidad y desempeñan un papel importante», insiste Salma Lamqaddam. Desde el principio del movimiento, ninguna de ellas contrajo compromisos reales. Su silencio es ensordecedor». Aun así, admite la responsable de campaña, sigue existiendo un «gran riesgo» de que las marcas terminen por dirigirse a otros países, donde los costos de la mano de obra son aún más bajos que en Bangladesh.
Clara Grégoire
10 de nociembre de 2023