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EVOLUCION HISTORICA DE LA TRANSEXUALIDAD: POR ERRESPETUZ
EVOLUCION HISTORICA
Contrariamente a lo que algunos presuntos historiadores y filósofos de medio pelo contemporáneos han pretendido hacer creer a la opinión pública, la transexualidad no es un fenómeno aparecido en el siglo XX. Sin duda, los avances acaecidos a finales del segundo milenio, no sólo en el campo de la medicina, sino en el terreno de las ideas y las costumbres, han facilitado y acelerado su visibilidad, los medios de comunicación, y algunas manifestaciones artísticas, especialmente el cine, han contribuido notablemente a la difusión pública de la transexualidad; pero existen sobradas pruebas de que al menos la permutación de los roles de género entre sexos y la asunción pública del nuevo género surgieron a la par que la especie humana misma.
Contrariamente a lo que algunos presuntos historiadores y filósofos de medio pelo contemporáneos han pretendido hacer creer a la opinión pública, la transexualidad no es un fenómeno aparecido en el siglo XX. Sin duda, los avances acaecidos a finales del segundo milenio, no sólo en el campo de la medicina, sino en el terreno de las ideas y las costumbres, han facilitado y acelerado su visibilidad, los medios de comunicación, y algunas manifestaciones artísticas, especialmente el cine, han contribuido notablemente a la difusión pública de la transexualidad; pero existen sobradas pruebas de que al menos la permutación de los roles de género entre sexos y la asunción pública del nuevo género surgieron a la par que la especie humana misma.
Las referencias más antiguas de que disponemos pertenecen al Neolítico (aprox.10.000 a.C.). En las sociedades cazadoras-recolectoras, a los individuos que, o bien nacían con algún tipo de intersexualidad, o bien se identificaban con el otro sexo, se les respetaba, se les dejaba elegir el rol sexual que querían desempeñar dentro la comunidad y eran vistos como signo de buen augurio.
Entre los sumerios, según evidencias encontradas en el mismo código de Hamurabi, se reconocía un tipo de mujeres denominadas Salzikrum, un término que significaría “hija masculina”. Una Salzikrum tenía más derechos que cualquier otra mujer, e incluso podía heredar, cosa no permitida a las mujeres biológicas, y tenía además una consideración especial como sacerdotisa.
El mito babilónico del diluvio de Atrahasis, en el que se basó el bíblico Diluvio Universal, se produjo para frenar la superpoblación de la época. Según dicho mito, para mantener la población en unos niveles controlados, tras el diluvio fueron creados unos demonios que aumentarían la mortalidad infantil, unas mujeres que elegirían la castidad y harían de la virginidad una cualidad, y otras que no podían procrear a causa de su esencia masculina.
Los egipcios utilizaron a los dioses para simbolizar las distintas combinaciones de género y sexo. Según su historia de la creación, el primer dios, que era a la vez masculino y femenino era Atum, que mediante reproducción asexual se dividió en dos, Shu y Tefnut, que a su vez dieron lugar a Geb y Nut, la Tierra y el Cielo, que al combinarse produjeron a Isis, Osiris, Seth y Neftis, que representaban respectivamente a la mujer reproductiva, al hombre reproductivo, al eunuco no reproductivo y a la virgen célibe.
Esta historia sobre el origen de los seres arquetípicos recrea el proceso celular de la meiosis en la reproducción sexual, en el cual los cromosomas son duplicados, luego mezclados, después divididos, una vez más mezclados y de nuevo divididos. Mediante esta sucesión de duplicaciones, mezclas y divisiones un solo ser masculino-femenino, como Atum puede llegar a generar otros seres como Osiris (masculino-masculino), Isis (femenino-femenino), Neftis (masculino-femenino) y Seth (femenino-masculino).
Los fenicios adoraban a la diosa Atargatis, que era hermafrodita, y cuyas sacerdotisas, las kelabim, habían nacido hombres, pero habían asumido un rol femenino. Esta diosa, conocida también como Astarte, fue transformada por el cristianismo en el diablo Astaroth.
En la mitología clásica la influencia transexual se pone de manifiesto en la designación de la diosa Venus Castina, como la diosa que atiende y responde los anhelos de las almas femeninas que se encuentran dentro de cuerpos masculinos.
Es frecuente encontrar mitos relacionados con el cambio de sexo, no sólo como resultado del propio deseo de las personas afectadas, sino también como una forma de castigo. Por ejemplo, el caso de Tiresias, el famoso adivino de Tebas; según se cuenta en su historia, estaba paseando un día por el monte Cileno, cuando descubrió a dos serpientes copulando.
. Las golpeó con su vara hasta separarlas matando a la hembra, tras lo cual se transformó en mujer. Siete años más tarde en el mismo lugar encontró otras dos serpientes copulando y actuó de la misma manera recuperando entonces su sexo masculino. Mucho tiempo después, en cierta ocasión en que Zeus y Hera discutían sobre si era el hombre o la mujer quien experimentaba mayor placer en el sexo, sin ponerse de acuerdo, decidieron consultar a Tiresias, ya que había podido conocer ambas experiencias. Como Tiresias, dando la razón a Zeus, contestó que era la mujer, Hera, contrariada, lo dejó ciego y Zeus para compensarle, le concedió el don de la profecía y una larga vida.
Otra referencia en la mitología es la de los Escitas, cuya retaguardia saqueó el templo de Venus en Asquelón tras el repliegue de los ejércitos que volvían de invadir Siria y Palestina. Se supone que la diosa se enfureció tanto por ello, que convirtió en mujeres a los saqueadores, y decretó que sus descendientes sufriesen la misma suerte.
Hipócrates, al describir a aquellos Escitas «no hombres», que le parecieron eunucos, escribió: «No sólo se dedican a ocupaciones propias de mujeres, sino que muestran inclinaciones femeninas y se comportan como tales. Lo atribuyen a la intervención de una deidad».
Hay otra más en el antiguo reino de Frigia, donde las sacerdotisas del Dios Atis, el consorte de Cibeles, diosa que representa a la Madre Tierra, tenían la obligación de castrarse como deferencia al propio Atis. Según los antiguos relatos mitológicos, Agdistis, personaje hermafrodita detrás del cual se escondería la personalidad de Cibeles, sentía un amor apasionado por el joven pastor Atis. La semilla de la que había nacido Atis era una almendra del árbol que había brotado del miembro de Agdistis, una vez cortado por los dioses que lo castraron y lo convirtieron en sólo mujer. Por este motivo, Agdistis era el padre de Atis pero, siendo ya sólo mujer, se enamoró del muchacho cuando este creció y se hizo extraordinariamente hermoso. Atis fue amado por Agdistis y enloquecido por ella se castró en el curso de una escena orgiástica, causándose la muerte. Sin embargo, Agdistis-Cibeles lo resucitó y lo mantuvo para siempre a su lado.
Estas sacerdotisas, tras su castración, solían adoptar atuendos y tareas de mujeres, y algunas de ellos iban más allá, y además de los testículos, eliminaban también su pene.
El mito de Tiresias, mencionado antes, tiene cierta similitud con una vieja historia de la antigua tradición de la India. Según el “Mahabarata”, el poema épico más extenso del mundo, el rey Bangasvana fue transformado en mujer por Indra, tras bañarse en un río mágico. Como mujer parió a cien hijos a los que envió a compartir su reino con los cien que había tenido como hombre. Después se negó a ser convertida de nuevo en hombre, tras constatar las sensaciones y placeres del sexo femenino. Contrariamente al destino de Tiresias, al rey transformado se le concedió su deseo.
El «Mahabarata» nos cuenta también la historia de Amba, una mujer que quiso tener un pene inmenso, y después de largos años de penitencia y difíciles experiencias con el Yoga, logró dejar de ser mujer y se transformó en hombre. Por el poder de su mente y por la energía mística del Yoga obtuvo su deseo. Se transformó en Sikhandi, uno de los guerreros más famosos de India, luchó contra Bishma y al final, murió como mueren los hombres.
Otra interesante referencia transgenérica alude a Brahma, una deidad que no era capaz de crear mujeres, por lo que su hijo Rudra se convirtió voluntariamente en Ardhanarishwara, cuya mitad derecha era masculina, mientras que la izquierda era femenina. Posteriormente, para agradar a Brahma, se dividió, y así surgió la diosa Sati, conocida como «la Real», por ser la manifestación de la verdadera esencia de Rudra.
En una de las muchas historias populares asociadas con Bahucharaji (patrona de las hijras venerada en Gujarat), la diosa fue una princesa que castró a su esposo porque él prefería ir al bosque a comportarse como una mujer, que acudir junto a ella al lecho nupcial. En otra historia, el hombre que intentase forzar a Bahucharaji sería maldecido con la impotencia, y sólo se le perdonaría si renunciaba a su masculinidad, se vestía como una mujer y adoraba a la diosa.
No son extrañas tantas referencias en la mitología hindú, ya que el sánscrito tiene una palabra, «kliba», que a lo largo de diferentes textos Vedas ha servido para describir a los individuos que no podían considerarse estrictamente hombres o mujeres. Las palabras siempre surgen cuando la Sociedad las necesita.
En las culturas de la antigüedad indo-europeas la manifestación transgenérica se continuaba concretando dentro del ámbito religioso: se captaban hombres para convertirlos en adeptas de una divinidad (habitualmente relacionada con los ritos de la fertilidad y la vegetación), se las castraba en un ritual, se las vestía con ropas femeninas y se convertían en sacerdotisas de dicha divinidad. Ésas eran mujeres muy respetadas que vivían de las limosnas de los devotos o ejercían la prostitución. Era el caso de las hijras, Ihoiosais o pardhis de la India. En la actualidad la figura de la hijra continúa existiendo.
A mediados del siglo XX, en la ciudad india de Lucknow, una gran cantidad de hijras acudieron a votar en las elecciones haciendo cola en la fila de las mujeres y sorprendiéndose de encontrar sus nombres entre los votantes masculinos. Sólo después de mucha insistencia por parte de la policía, accedieron a cumplir la ley que se les imponía. Aunque las hijras se suelen resistir a someterse a intervenciones que mejoren su aspecto femenino, sí se prestan a una en la que se les amputan sus genitales masculinos, y el área púbica se reforma para darle la apariencia de una vagina. Esta intervención se lleva a cabo en una ceremonia a la que sigue una gran fiesta a la que sólo pueden asistir hijras.
Existen numerosos legados de la Grecia antigua y de Roma sobre personas que no aceptaban la imposición de género en el nacimiento. Filón, el filósofo judío de Alejandría, escribió «Dedican toda la atención posible a su adorno exterior, y ni siquiera se avergüenzan de emplear cualquier método para cambiar su naturaleza artificialmente de hombres a mujeres. Algunos de ellos, buscando una transformación completa como mujeres, han llegado a amputarse los genitales».
El poeta romano Manilio escribió: “Siempre irán pensando en su estrafalaria vestimenta y su imagen; rizarse el pelo en ondeantes mechas… pulir sus hirsutas piernas… ¡Sí! Y odiarán su propio aspecto masculino, soñando con unos brazos sin vello. Visten como mujeres… caminando con paso afeminado”.
Un verso popular romano se traduciría así:
¿Pero qué es lo que esperan?
¿Pero qué es lo que esperan?
¿No es ya hora de intentarlo que los Frigios hicieran
y el trabajo terminar?
Así que un cuchillo cogieran
y esa carne sobrante cortar.
Incluso en la historia de los emperadores romanos hay datos de varios intentos de cirugía transexual. Las técnicas quirúrgicas y el instrumental eran muy similares a las que conocemos hoy día, y hay manuales de cirugía obra de Galeno y sus asistentes, que describen con bastante precisión algunas intervenciones sorprendentes para la época.
Probablemente la primera operación de «cambio de sexo» documentada date del año 66 de nuestra era. Parece ser que el emperador Nerón, en una de sus borracheras, tras un ataque de rabia propinó una patada en el vientre a su esposa Popea, que estaba embarazada, causando su muerte. Lleno de remordimiento, trató de encontrar una sustituta e hizo que buscasen por todo el imperio a alguien que fuese el vivo retrato de su amada. Así apareció un joven ex-esclavo, Esporo, cuyo parecido con Popea era notable.
Nerón hizo que le transformasen quirúrgicamente en mujer, le cambió el nombre por el de Esporo Sabina, y la mostró durante un año por todo el imperio, hasta que contrajeron matrimonio en el año 67 en Corinto, con el prefecto del pretorio Tigelino como testigo de la novia. Un año después se suicidaron juntos cuando, tras ser declarado Nerón «enemigo del Estado y traidor a la Patria», las tropas del general Lucio Servio Sulpicio Galba entraban en Roma para detenerle.
Otro emperador romano, Heliogábalo, un joven de origen sirio que fue nombrado emperador en el año 218, cuando contaba catorce años de edad, se casó sucesivamente con cuatro mujeres en los dos años siguientes, antes de hacerlo con el esclavo Hieracles en el año 221. Con frecuencia Heliogábalo se vestía de mujer y se ofrecía como prostituta en la puerta de los templos, para provocar a la sociedad romana, cosa que también hizo al casarse con la segunda de sus esposas, Julia Aquilia Severa, una virgen Vestal; pero las provocaciones no habían llegado aún al límite.
En el 222 ofreció una fortuna al médico que pudiese operar sus genitales para convertirle por completo en mujer, con la intención de nombrar emperador a Hieracles, convirtiéndose así en emperatriz. Esto ya fue demasiado para la guardia pretoriana que, instigados por su propia abuela Julia Maesa, nombraron emperador a su primo Alejandro, tomaron al asalto el palacio y asesinaron a Heliogábalo, cuando estaba en las letrinas, junto a su madre Julia Soemias, tanto o más detestada que él mismo. Sus cadáveres fueron arrastrados por las calles de Roma y arrojados al río Tíber.
Durante el primer cristianismo también se dio la castración por cuestiones psico-religiosas (había hombres que se castraban para no pensar en el sexo). Este fue el caso, en el año 232, de Orígenes cuando fue ordenado presbítero. Tan pronto como su obispo supo de su nombramiento, corrió a enviar un mensajero para prohibir a Orígenes ejercer su cargo aduciendo que era un hombre castrado, cosa que había hecho en su juventud, interpretando literalmente un consejo de los Evangelios, “Porque hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos. Quien pueda entender, que entienda” (Mateo 19, 12).
Diversos estudios antropológicos han encontrado muestras importantes de identidad de género cruzada perfectamente admitida por distintas culturas indígenas. Durante el primer cuarto del siglo pasado, se recogieron extensos datos sobre prácticas tradicionales en varias tribus de indios norteamericanos. En casi cada parte del continente parece haber habido, desde los tiempos más antiguos, personas que se vestían y adoptaban las funciones y costumbres propias del otro género.
Entre los indios Yuma existió un grupo de personas, originalmente varones, llamados Elxa que se consideraba que habían sufrido un «cambio de espíritu» como resultado de sueños que generalmente ocurrían durante su pubertad. Un chico o chica que soñaba demasiado con cualquier cosa «sufriría un cambio de sexo». Tales sueños frecuentemente incluían la recepción de mensajes de las plantas, particularmente la Maranta, a la que se atribuye la propiedad de cambiar el sexo. Si una Elxa, por el contrario, soñaba con un viaje, este sueño implicaba su ocupación futura con las tareas femeninas. Al despertar debía poner la mano en su boca riendo con voz femenina y así su mente cambiaría de hombre a mujer. Los otros jóvenes lo notarían, y empezarían a tratarle ya como mujer.
En su infancia, el equivalente opuesto de las Elxa, los Kwe’rhame, juegan con juguetes de niño. Tras la pubertad, nunca aparecerá la menstruación, sus caracteres sexuales secundarios no se desarrollarán, y en algunos casos lo harán de modo masculino. Una inequívoca forma de hermafroditismo o virilización.
En la cultura Yuma se creía que la Sierra Estrella tenía un travestido que vivía en su interior, y que por lo tanto esas montañas tenían el poder de transformar sexualmente a las personas. Los signos de tales transformaciones aparecían pronto, en la niñez, y los más viejos sabían por las acciones de un niño, que cambiaría su sexo. Berdache era el término para aquellos que se comportaban como mujeres. Las Berdaches en la cultura Yuma se casaban con hombres y no tenían hijos propios. La tribu también tenía a mujeres que pasaban por hombres, vestían y se comportaban como hombres, y se casaban con mujeres.
Entre los indios Cocopa, se llamaba eL ha a quienes, nacidas varones, habían mostrado un carácter femenino desde la infancia. Se las describe hablando como niñas, buscando la compañía de niñas, y haciendo las cosas de modo femenino. Los llamados war’hemeh juegan con niños, hacen arcos y flechas, tienen la nariz perforada, y luchan en las batallas. Un joven podría enamorarse de un war’hemeh, pero a ellos no les interesa, sólo quieren convertirse en hombres.
Entre los indios Mohave, los chicos destinados para convertirse en chamanes, sacerdotes y doctores que usan la magia y los trances místicos para curar a los enfermos, para adivinar el futuro, y para controlar los acontecimientos que afectan el bienestar de las personas, suelen colocar su pene hacia atrás entre sus piernas y se muestran así a las mujeres diciendo, «Yo también soy una mujer, yo soy igual que tú».
Para los chicos Mohave que iban a vivir como mujeres, había un rito de iniciación durante el décimo o undécimo año de vida. Dos mujeres levantaban al joven y lo sacaban al exterior. Una se ponía una falda y bailaba, y el joven la seguía e imitaba. Las dos mujeres le daban al joven su nuevo vestido y le pintaban la cara. Las alyhas, se debían comportar como mujeres tomando desde entonces un nombre femenino e insistiendo en que al pene se le llame clítoris, a los testículos, labios mayores, y al ano, vagina. Los hwane, se comportarán como hombres, tomarán un nombre masculino y se referirán a sus propios genitales con terminología masculina.
Una alyha, después de encontrar marido, empezará a imitar la menstruación; tomará un palo y se arañará entre las piernas hasta hacerse sangrar. Cuando decida quedar en estado, interrumpirá las menstruaciones, antes del «parto» beberá una preparación hecha con ciertas legumbres que le provocará un intenso dolor abdominal al que se referirán como «dolores del parto». Le seguirá una defecación violenta que se asumirá como un aborto y que será enterrada de modo ceremonial, tras lo que comenzará un período de luto por parte de los cónyuges.
Los estudios antropológicos que se han llevado a cabo, hacen mención de prácticas similares en otras tribus.
Entre los Navajo, a las personas llamadas nadlE, un término usado para travestidos y hermafroditas indistintamente, se las denominaba con el tratamiento utilizado para mujeres de su relación y edad, y se les concedía el estatus legal de mujeres.
Las i‑wa-musp de los indios California, formaban una clase social específica. Vestidas como mujeres, realizaban tareas femeninas. Cuando un indio mostraba el deseo de eludir sus deberes masculinos, se situaba en el círculo de fuego, donde se le ofrecía un arco de hombre y un bastón de mujer. Eligiendo uno de los dos, marcaría su futuro para siempre.
Entre los indios Pueblo se llevaba a cabo la siguiente práctica; se escogía un hombre muy potente, uno de los más viriles; se le hacía masturbarse muchas veces al día y montar a caballo casi continuamente. La debilidad e irritabilidad de sus órganos genitales que se producía al montar y a causa de la gran pérdida de semen le provocaba una atrofia de los testículos y del pene, la caída del vello facial, la pérdida de la profundidad y timbre de la voz, y su inclinación y disposición se hacía femenina. El «mujerado» perdía su posición en la sociedad como hombre, y sus esfuerzos se dedicaban sólo a asimilarse totalmente al sexo femenino, y a librarse hasta donde fuese posible de todos los atributos mentales y físicos de masculinidad.
Un médico del Ejército de los Estados Unidos describió a una persona así de modo muy gráfico: «Lo primero que atrajo mi atención fue el extraordinario desarrollo de las glándulas mamarias, que eran tan grandes como las de una mujer embarazada. Me dijo que había alimentado a varios lactantes cuyas madres habían muerto, y que les había dado suficiente leche proveniente de sus pechos (un fenómeno que desde un punto de vista científico resulta poco fiable, aunque la apariencia física fuese innegable)».
Las tribus indias de los Pendientes en la oreja (o Kalispel) y los Cabezas planas (o Salish), radicadas en el oeste de Montana ilustran los patrones de la participación de mujeres en la guerra, frecuentes en las grandes llanuras, y que van desde los roles ceremoniales de batalla, hasta la implicación activa como guerreros y líderes.
Los jesuitas Pierre Jean De Smet, Nicholas Point, y Gregory Mengarini llegaron a Montana en 1841 y trataron de captar a los Cabezas planas y a los Pendientes en la oreja a sus misiones (tal y como antes hicieron con nativos de Paraguay). En lugar de ello, acabaron por acompañar a los supuestos conversos en sus correrías de caza de búfalos y en sus luchas contra sus enemigos. Las tribus, por su parte, agradecieron la llegada de los misioneros, esperando que les proporcionasen ayuda sobrenatural. Pero cuando los jesuitas comenzaron a exhortarles a cesar en sus danzas de guerra, en su salvaje obscenidad y en sus vergonzantes excesos carnales, su actitud cambió rápidamente y la colaboración de las tribus cesó, provocando el cierre de las misiones.
Los jesuitas estaban especialmente escandalizados por el papel activo que tomaban algunas mujeres en la guerra. Se unían a las danzas vestidas como guerreros y con frecuencia entraban en combate. Especialmente una mujer de los Pendientes en la oreja se había distinguido en la batalla y era reconocida como un gran líder. Su nombre indio era Kuilix, «La Roja», en referencia a una casaca de ese color que solía vestir, que probablemente fue parte de un uniforme británico. Para los blancos era conocida como Mary Quille, o Marie Quilax, y el padre Point la dibujó y pintó con su casaca y la describió en sus diarios y cartas. Los relatos de las hazañas de Kuilix fueron recogidos en la obra de Pierre Jean De Smet «Viajes a las Montañas Rocosas», publicada en 1844
En muchas tribus antiguas del mediterráneo, indias, oceánicas, africanas y paleo-asiáticas, los hombres que adoptaban las maneras y el vestido de las mujeres disfrutaban de alta estima como chamanes, sacerdotes y hechiceros; todos ellos personas cuyos poderes sobrenaturales se temen y veneran.
Entre los Yakut de Siberia había dos categorías de chamanes, los «blancos», que representaban las fuerzas creativas, y los «negros», que representaban las fuerzas destructivas. Estos últimos solían comportarse como mujeres. El pelo se lo peinaban desde el centro, como las mujeres, y llevaban unos aros de hierro sobre la ropa evocando los pechos femeninos. Al igual que a las mujeres biológicas, no se les permitía reclinarse en el lado derecho de las pieles de caballo que tapizaban sus estancias.
Este fenómeno no era exclusivo de los Yakut, el cambio de sexo estaba muy extendido entre las tribus paleo-Siberianas, especialmente entre los Chukchee, los Koryak, los Kamchadeb y los esquimales asiáticos.
Los Chukchees, un pueblo que vivía cerca de la Costa Ártica, tenían una rama especial de chamanismo en el que tanto hombres como mujeres se sometían a un cambio de sexo parcial, o incluso completo. Los hombres que se hacían mujeres eran llamadas «hombres suaves» (yirka”-la” vl-ua” irgin), o «similares a mujeres» (ne’vc h i c a); y a las mujeres que se hacían hombres se los llamaba «mujeres transformadas» (ga” c iki c hê c e). La transformación tenía lugar por orden del Ke’let, durante la adolescencia.
Había varios grados de transformación. En la primera fase, la persona que se sometía a ello personificaba sólo a la mujer en el modo de peinar y adornar el pelo. La segunda fase estaba marcada por la adopción del vestuario femenino. La tercera fase de la transformación era la más completa; quien la alcanzaba abandonaba todas las costumbres y modales propios del hombre, adoptando los de una mujer. Su modo de hablar cambiaba y al mismo tiempo su cuerpo se alteraba, si no en su apariencia exterior, al menos en sus facultades y fuerza; en general, se convertía en una mujer con la apariencia exterior de un hombre. Después de un tiempo podía tomar un esposo y debía cuidar de la casa y realizar las tareas domésticas. Incluso ha habido informes de que algunos llegaban a modificar sus órganos genitales para hacerlos más parecidos a los de una mujer.
Los «mujeres transformadas» vestían con ropas masculinas, adoptaban el modo de hablar y las costumbres y modales de los hombres, y utilizaban un gastrocnemio de reno atado a una correa para simular un pene.
En Madagascar vivían los Tanala, entre los cuales había hombres que mostraban rasgos femeninos desde el nacimiento, se vestían y arreglaban el pelo como las mujeres y se dedicaban a ocupaciones femeninas. Eran conocidas como Sarombavy. También vivían allí los Sak, que cuando notaban que un niño se mostraba delicado como las niñas, tanto en su apariencia como en sus maneras, era separado de los demás y educado como una niña. Las malgaches que eran consideradas como mujeres recibían un tratamiento completamente femenino, llegando a olvidar su sexo original. Eran eximidas de las obligaciones masculinas, hasta el punto de que hoy en día están excluidas del servicio militar obligatorio.
En Tahiti hay ciertas personas llamados mahoos o mahhus por los nativos, que asumen el vestido, las actitudes, y las maneras de las mujeres, adoptando todas sus fantasías, peculiaridades y coquetería. Ellas mismos eligen voluntariamente esa forma de vivir desde su niñez.
En algunas tribus brasileñas se ha observado a mujeres que se abstienen de realizar ocupaciones femeninas, e imitan en todo a los hombres. Cortan y peinan su pelo al estilo masculino y se dejarían matar antes que mantener relaciones sexuales con un hombre. Cada uno de ellos tenía otra mujer que la servía y con quien estaba casado.
En las Aleutianas, los niños que eran muy guapos eran educados por completo como si fueran niñas (Shupans). Se las instruía en las artes femeninas para agradar a los hombres, sus barbas se arrancaban cuidadosamente en cuanto aparecían, llevaban ornamentos hechos de cuentas de vidrio en sus piernas y brazos, arreglaban y cortaban su pelo al estilo de las mujeres y al llegar a los diez o quince años, se casaban con algún hombre de fortuna. Estaba plenamente aceptado que si los padres habían deseado tener una niña, y en su lugar había nacido un niño, fuese convertido de este modo en shupan.
Los Omaníes entienden que las variaciones de la identidad de género no pueden suprimirse y por tanto, a las personas que las cuestionan, se las reconoce y reclasifica y se las permite vivir en paz. Reciben el nombre de Xanith. Esta idea se basa en la visión de que el mundo es imperfecto y las personas, creadas a imagen de la naturaleza, son igualmente imperfectas. Depende de cada individuo comportarse tan correctamente como le sea posible en todas las situaciones en las que se encuentre, lo que deberá hacer con tacto, amabilidad, corrección y moralidad. Maldecir, sancionar o criticar a quienes no sigan esos ideales, le hará perder su estima. Las Xanith generalmente suelen convertirse en prostitutas, y aunque no se les permite utilizar vestidos femeninos, lo que deshonraría a las mujeres, utilizan disbashas de colores pastel, se peinan al modo femenino (con la raya al lado en lugar de en el centro), utilizan maquillaje y perfumes y actúan con maneras femeninas.
La lengua hawaiana no contiene ningún adjetivo o artículo masculino o femenino, e incluso los nombres propios son ambiguos. Esto muestra el énfasis que los polinesios ponen en la integración y equilibrio de los dioses masculinos y femeninos. La noción de polaridad de los géneros en sexos opuestos es extraña al modo de pensar hawaiano. Los Mahu personifican este antiguo principio polinesio de la dualidad espiritual y son vistos como un honorable sexo intermedio, integrado en la cultura hawaiana. Explican su existencia de este modo:
«A veces la Madre Naturaleza no puede decidir si hacer un hombre o una mujer, incluso en la polinesia, así que mezcla un poco del elemento masculino con el femenino».
El fenómeno de los Mahu no puede entenderse desde el concepto Occidental del género. Muchas mujeres hawaianas fueron criadas y educadas como niños por sus padres o abuelos, para preservarlas de las relaciones sexuales con hombres. Antiguamente estas niñas se dedicaban a labores de curación o a los sagrados bailes del hula. Del mismo modo, cuando una pareja hawaiana había tenido muchos hijos, pero ninguna hija, era frecuente que educasen y criasen al menor de los hijos como a una niña, de modo que pudiera resultar de ayuda a las labores de la madre. Esta práctica data de los orígenes de su sociedad.
Los Mahu han representado un papel enorme en la historia y las leyendas de Hawai. La actual población Mahu contiene una variedad asombrosa de individuos, ya que el término puede referirse a mujeres que visten y actúan como hombres, a hombres que visten y actúan como mujeres, a hombres o mujeres que cambian su ropa para ocultar su clasificación biológica, a mujeres que sólo se relacionan con otras mujeres, a hombres que sólo se relacionan con hombres, a hombres que visten de modo ambiguo, a hombres o mujeres que se someten a procedimientos hormonales o quirúrgicos, o a verdaderos hermafroditas. Los padres suelen dejar a sus hijos al cuidado de los Mahu, porque piensan que se trata de personas más comprensivas y creativas que las demás.
Sir James Frazer escribió en su obra «La Rama Dorada»: «Hay una costumbre ampliamente extendida entre los salvajes en la que algunos hombres se visten y actúan como mujeres durante toda su vida. A menudo se dedican a ello y se les prepara desde su infancia». Se han encontrado personas así entre los Iban de Borneo, los Bugis de la Célebes del Sur y los Patagonios de América del Sur. Entre los Araucanos de Chile era común encontrar hechiceros masculinos a los que se les exigía renunciar a su sexo.
En el Congo se ha descrito a sacerdotes de sacrificios que normalmente vestían como una mujer, y eran honrados con el título de abuelas. Algunos hombres de la tribu Lango de Uganda, vestían como mujeres, simulaban la menstruación, y se convertían en esposas de otros varones. También sucedía entre los Malagasy (son llamados ecates). Entre los onondaga de Sudoeste africano y entre los Diakite-Sarracolese en Sudán, hay hombres que asumen el vestido, la actitud y los modales de las mujeres. Para los zulúes, simular el cambio de sexo era un modo de apartar la mala suerte. También se han reseñado casos en el continente africano entre los siguientes pueblos: Konso y Amhara (Etiopía), Ottoro (Nubia), Dinka y Nuer (Sudán), Sererr de Pokot (Kenia), Sekrata (Madagascar) y Kwayama y Ovimbun (Angola).
Con la irrupción de las religiones reveladas la diversidad sexual y de género fue perseguida y reprimida. Se implantó la concepción dual del mundo entre el bien y el mal, hombre y mujer, heterosexualidad y homosexualidad. Es por ello que a partir de la antigüedad tardía hasta el siglo XIX sea muy difícil seguir la pista a las diferentes manifestaciones sexuales. Pero afortunadamente, a pesar de la persecución y al intento de silenciar estas manifestaciones, se han podido documentar casos pertenecientes en la Edad Media y Moderna. No obstante en los primeros ocho siglos de nuestra era fueron muy frecuentes los casos de mujeres que adoptaron personalidades, vestuario y nombres masculinos, convirtiéndose en monjes. En muchas ocasiones, esa demostración extrema de “vocación” fue premiada por la Iglesia con la santidad, así tenemos los casos de Santa Anastasia la Patricia, Santa Ana de Constantinopla, Santa Apolinaria, Santa Atanasia de Egina, Santa Eugenia, Santa Eufrosia, Santa Hilaria, Santa Margarita, Santa María Egipciaca, Santa Marina, Santa Matrona de Pergia, Santa Susana de Eleuterópolis, Santa Tecla de Iconio y Santa Teodora de Alejandría.
En plena Edad Media, en el siglo IX se produjo un hecho sorprendente que, por motivos obvios, se ha tratado de silenciar, insistiendo en que se trata de una leyenda, pero del que han llegado datos suficientes como para poderlo reconstruir con cierta precisión y seguridad. En el año 855 a la muerte de León IV, fue elegido Papa Juan VIII, originario de Ingleheim, quien pronto se destacó por las obras públicas destinadas al pueblo que mandó llevar a cabo. Un día del año 857, en el curso de una procesión, cuando el cortejo atravesaba por un callejón estrecho, Juan comenzó a palidecer; sentía que se desmayaba sin remedio; desplomado y con los ojos en blanco, el papa se moría. De repente, de debajo de las sagradas vestiduras, brotó un chorro de sangre: ¡el Papa acababa de dar a luz!
La evidencia de que una mujer había sido Papa, turbó a ciertos sectores de la curia, y quince años después, otro Papa tomó el nombre de Juan y se le dio el número VIII de nuevo, para tapar la existencia de la Papisa Juana, y se adelantó en dos años la subida al solio de Benedicto III, para que no quedasen «huecos» inconvenientes. Pero en el año 1.003, Silvestre II fue sucedido por otro Papa que eligió el nombre de Juan, y aunque su anterior homónimo llevó el numeral 15, él tomó el 17, para restablecer el número correcto de Papas llamados Juan. El dominico polaco Martín de Troppau recogió los detalles en sus crónicas en 1.278, y el busto de la Papisa Juana formó parte de la galería de Papas que hay en la Catedral de Siena, con la inscripción «Juan VIII, una mujer de origen inglés», hasta que Clemente VIII lo ordenase retirar en 1.595 por consejo del Cardenal Baronio.
No sólo eran los dioses quienes podían cambiar el sexo, sino que se podía realizar en humanos y en bestias mediante la brujería y por la intervención de demonios. Se decía que las brujas disponían de drogas capaces de invertir el sexo de quien las tomaba. Algunos afirmaban que las mujeres podían transformarse en hombres y los hombres en mujeres, pero también se defendía que el cambio del sexo sólo era posible en una dirección. Por tanto se declaró que el diablo podía convertir a las mujeres en hombres, pero no a los hombres en mujeres, porque el método que utiliza la naturaleza es el de añadir en lugar de restar. En el «Malleus Maleficarum» (Martillo de las Brujas), publicado entre 1.485 y 1.486, y que sirvió como manual de la Inquisición contra la brujería y las posesiones, o lo que es igual, guía de tratamiento contra la demencia, durante casi trescientos años, se relata un caso de transformación de una muchacha en muchacho por obra del diablo, o el caso del bendito abad Equicio, perturbado en su juventud por la provocación de la carne, que rezaba continuamente por un remedio contra ese mal, hasta que se le presentó un ángel y desde entonces tal como antes se destacaba entre los hombres, así después se destacó entre las mujeres.
En Alemania hubo el caso de Ulrich von Lichtenstein, hacia el año 1200, un hombre que se vistió con ropas de mujer, llevaba una trenza postiza y se hacía llamar reina Vènes. O John Rykener, arrestado en Londres en 1395 al ser descubierto con ropa de mujer ejerciendo la prostitución, declaró haber tenido muchos clientes sacerdotes franciscanos y carmelitas. En el siglo XV, está el caso famoso de Juana de Arco, la mujer que vestía y comandaba el ejército francés en la guerra contra los ingleses como un hombre. En España hay un caso muy bien documentado que es el de Antonio de Erauso, nacido en San Sebastián en 1585 como Catalina, y que fue popularmente conocido como «la Monja Alférez, y hasta consiguió permiso del papa Urbano VII para vestir como hombre. A finales de la Edad Moderna, en el siglo XVII, estaba el ejemplo de la reina Cristina de Suecia, que se vestía y actuaba como un hombre. Y no nos olvidemos de los castrati, esos jóvenes cantantes en los coros de la Iglesia a los que se castraba para así poder cantar mejor. Aunque la Santa Madre Iglesia Católica no podía aprobar tales prácticas, lo toleraba. Esta costumbre perduró en el tiempo durante casi cinco siglos (desde el siglo XV hasta el XIX).
La historia francesa de los siglos XVI a XVIII nos ha dado varias figuras transgenéricas públicas. Empezando por el Rey Enrique III de Francia que en ocasiones manifestó su deseo de ser considerado una mujer. Tuvo gran número de amantes masculinos, y en cierta ocasión, en Febrero de 1.577, se presentó ante la corte vestido de mujer, con un collar de perlas y un vestido de corte bajo.
Entre los franceses notables del siglo XVII, el Abad de Choisy, también conocido como François Timoléon, ha dejado para la posteridad una vívida descripción de primera mano de un fuerte deseo de cambio de género. Durante su infancia y su primera juventud, su madre solía vestirle como a una chica. A los dieciocho estas prácticas continuaban y como su cintura era ceñida frecuentemente con corsets, sus caderas y busto se hicieron más prominentes. Ya como adulto vivió en una ocasión cinco meses seguidos como mujer consiguiendo engañar a todos, y tomando sucesivos amantes a los que concedía diversos favores. A los treinta y dos fue nombrado Embajador de Luis XIV en Siam. Con respecto a su identidad de género escribió:
«Yo me veo realmente como una auténtica mujer. He intentado descubrir cómo llegó a mí este extraño placer, y qué he hecho para ser de este modo. Es un atributo de Dios ser amado y adorado, y el hombre, hasta donde su débil naturaleza lo permite, tiene la misma ambición; es la belleza la que crea el amor, y la belleza generalmente es una parte de la mujer. Cuando he escuchado a alguien decir acerca de mí, que era una hermosa mujer, he sentido un placer tan grande que está más allá de cualquier comparación. Ni la ambición, ni la riqueza, ni incluso el amor pueden igualarlo».
Uno de los ejemplos más famosos de conducta de género cruzada en la historia es el del Caballero de Eon, de cuyo nombre surgió el epónimo «eonismo». Se dice que hizo su debut en la historia vestido de mujer como rival de Madame de Pompadour, como una nueva bella dama de la corte de Luis XV. Cuando su secreto fue conocido por el Rey, sacó partido de su error inicial convirtiendo al Caballero de Eon en un diplomático de confianza. En una ocasión, en 1.755, fue a Rusia en una misión secreta disfrazado como la sobrina del enviado del Rey y al año siguiente volvió vestido como un hombre para completar la misión. Tras la muerte de Luis XV vivió permanentemente como mujer, y hubo una gran controversia en Inglaterra, donde pasó sus últimos años, sobre si su verdadero sexo morfológico era masculino, o si los períodos en los que vestía de varón no eran, en realidad, los que fingía. De hecho, a lo largo de su vida, pasó cuarenta y nueve años como hombre y treinta y cuatro como mujer.
Otro personaje interesante fue el Abad de Entragues, que trató de reproducir la palidez de la belleza facial femenina mediante continuas sangrías. Uno de sus asistentes era Becarelli, un falso Mesías que aseguraba disponer de los servicios del Espíritu Santo y alardeaba de poseer una droga que podía cambiar el sexo. Aunque el sexo físico no podía ser cambiado, los hombres que tomaban esta droga se creían transformados en mujeres temporalmente, y las mujeres pensaban que se transformaban en hombres.
Cierta persona que a lo largo de toda su vida había sido conocida como Mademoiselle Jenny Savalette de Lange, murió en Versalles en 1.858, tras lo que se descubrió que tenía genitales masculinos. Durante toda su vida había utilizado un duplicado de su certificado de nacimiento en el que se la designaba como mujer, se había comprometido con distintos hombres en seis ocasiones, y había recibido del Rey de Francia una pensión de mil francos anuales y un apartamento en el Palacio de Versalles.
Durante los siglos XVIII y XIX se empiezan a documentar numerosos casos de transexualidad, de los que citaremos los siguientes: Anastasius Lagrantinus Rosenstengel, Alemania 1694 – 1721. Nacido Catharina Margaretha Linck, fue juzgado, condenado a muerte y ejecutado por pretender casarse con Catharina Mühlhahn, acusándole de sodomía, a causa del pene de cuero que utilizó para tales fines. Giovanni Bordoni, Italia 1719 – 1743. Nacido Catterina Vizzani, adquirió notable fama de seductor, batiéndose varias veces con otros hombres por asuntos amatorios. Mary Hamilton, nacido en 1721. Profesor en Dublín. Casado con Mary Price, arrestado y fustigado por ello, pasó 6 meses en prisión. James Gray Snell, Inglaterra 1723 – 1792. Nacido Hannah Snell, se enroló en el ejército adoptando la personalidad de su cuñado, y sirvió durante diez años en la India, donde llegó a ser herido. Robert Shurtleff. USA, 1760 – 1827. Nacido Deborah Sampson, fue un brillante soldado en la Guerra de Independencia Norteamericana. Alexander Sokolov, Rusia 1783 – 1866. Soldado de caballería de los húsares nacido como Nardezhda Durova. James Barry, Inglaterra 1795 – 1865. Cirujano de la Armada e Inspector General de Hospitales, de quien a su muerte, se descubrió que no había nacido varón. Joseph Lobdel, USA 1829 – 1891. Ministro metodista casado con una mujer, que fue internado en un sanatorio mental al ser denunciado por ella y saberse que había nacido como Lucy Ann Lobdel. Edward de Lacy Evans, Inglaterra 1830 – 1911. Nacido como Ellen Tramaye, emigró a Australia adoptando una identidad masculina. Se casó sucesivamente con Mary Delahunty, Sarah Moore, y Julia Marquand, con la que incluso tuvo un hijo utilizando a otro hombre que se hacía pasar por él en la oscuridad del dormitorio. Franklyn Thompson, Canadá 1841 – 1898. Espía del ejército de la Unión, nacido como Sarah Emma Edmonds. Fanny Winifred Park, nacida en Inglaterra en 1847. Estudiante nacida como Frederick William Park. Stella Clinton, nacida en Inglaterra en 1848. Artista nacida como Ernest Boulton. Charles Durkee Panhurst, que conducía una diligencia en el oeste norteamericano a finales del siglo XIX y que también resultó que tenía un origen femenino. Murray Hall (nacido Mary Anderson), un reputado político de Tammany Hall, que se casó dos veces, adoptó una hija y vivió como hombre durante 30 años sin que nadie supiera la verdad. Jack Bee Garland, USA 1869 – 1936. Escritor y periodista nacido Elvira Virgina Mugarrieta. Lili Elbe, Dinamarca 1886 – 1931. Pintora nacida como Einar Wegenner, se sometió a varias intervenciones. Era un caso de síndrome de Klinefelter (XXY). Alan Lugll Hart, USA 1890 – 1962. Médico norteamericano, nacido Alberta Lucille. Casado con Inez Stark en 1918 y con Edna Rudick en 1925. Victor Barker. Nacido a finales del siglo XIX como Valerie Lilias Arkell-Smith, se casó con Elfrida Haward haciéndose pasar por un Coronel, héroe de la Primera Guerra Mundial. Un buen número de estas personas pagaron con la cárcel la osadía de mostrar su identidad de género; dos siglos después no han cambiado mucho las cosas.
Con la llegada del siglo XIX y la progresiva secularización de la sociedad occidental, los científicos abrieron bien los ojos para estudiar lo que se consideraba, para entonces, las conductas sexuales desviadas (homosexualidad, travestismo y eonismo o transexualidad). Para los primeros investigadores todo era muy confuso y no distinguían las diferentes manifestaciones desviadas. Pero ya se empezaron a estudiar y a acuñar nuevos términos para definir estas conductas patológicas. Así nació el concepto de perversión, toda práctica que se saliera de las normas sociales era considerada una aberración y el travestismo y la homosexualidad no eran ninguna excepción. Se las englobó dentro del grupo de conductas de inversión sexual. Hubo unos pocos autores que se dedicaron a estudiar el fenómeno del travestismo. Para entonces, la actividad travestista era considerada una enfermedad neurótica, como la definió a finales del siglo XIX Krafft-Ebing: “Methamorphosis sexualis paranoica”. No será hasta el siglo XX cuando se empiece a desbloquear esta situación.
Es evidente que el fenómeno de asumir el rol de un miembro del sexo opuesto no es nuevo ni único en nuestra cultura. La evidencia de su existencia es identificable en los mitos y relatos más antiguos. Diferentes culturas presentan datos que demuestran que el fenómeno está universalmente extendido, que siempre ha existido en una forma u otra, y que ha estado incorporado en todas las culturas con grados variables de aceptación social. La valoración del material clínico contemporáneo y la consideración psicopatológica con la que se mira a estas personas, convirtiéndolas en pacientes, adquiere una nueva dimensión cuando se enfrenta contra el telón de esta perspectiva histórica y antropológica. De este modo se debe hacer una aproximación más comprensiva, en la evaluación y asunción de que la transexualidad es un fenómeno natural, fuertemente arraigado en el ser humano, y no una simple manifestación psicosexual.