La amenaza de corte del suministro no se ha cumplido –por el momento, al menos– pero la disputa entre Moscú y Minsk en torno a la renovación del contrato que regula el suministro de petróleo de Rusia está más abierta que nunca. El nuevo contrato debería haberse firmado antes del 31 de diciembre, pero las dos partes han mantenido posiciones encontradas aparentemente irreconciliables: Bielorrusia querría que todos los suministros rusos se realizasen a un precio rebajado, como en 2009; mientras que Moscú mantiene que este año la reducción sólo puede aplicarse al petróleo destinado al mercado interno de Bielorrusia, no al crudo que Minsk compre para refinarlo y venderlo después en Europa Occidental (con un beneficio sustancial). El domingo circuló la noticia de que se había bloqueado el suministro, lo que inmediatamente hizo aumentar el precio del crudo en los mercados de futuros. Sin embargo, el gobierno de Bielorrusia negó ayer que se haya producido ninguna alteración en el flujo normal de petróleo o en el ritmo de funcionamiento de las estaciones de bombeo y las refinerías del país. Por su parte, el primer ministro ruso, Vladimir Putin, dijo el jueves que espera un acuerdo inmediato que normalice la situación con Bielorrusia, dejando entrever con ello una voluntad de compromiso.
El asunto se complica en primer lugar por la crisis mundial, que con la disminución de los precios del petróleo ha erosionado considerablemente los márgenes que los exportadores rusos disfrutaron hasta 2008 (y que siguen siendo la base fundamental de la prosperidad de Rusia), y en segundo lugar por el hecho de que todo el crudo llega a Bielorrusia por un único gasoducto, el Druzhba (Amistad), que viene de Siberia occidental y a través del cual circulan también los suministros a Polonia y Alemania. Cualquier medida para limitar la cantidad de crudo destinada a Minsk, por tanto, es probable que también tenga un impacto negativo en los suministros a otros países, tal como sucedió el año pasado en dos ocasiones con el suministro de gas a Europa a través de Ucrania. Hay también otras complicaciones políticas, especialmente en relación con el proyecto, nunca totalmente desarrollado pero tampoco aparcado de forma explícita, de unión entre los dos países, a partir de la unión aduanera ya parcialmente existente, y que, de hecho, volvió a activarse en los meses pasados por parte de Rusia, con la propuesta de ampliación también a Kazajstán, así como la apertura de una negociación conjunta de entrada en la OMC.
En los medios de comunicación, especialmente en los europeos, la noticia de la disputa con Minsk ha sido eclipsada por otra, estratégicamente mucho más importante: la inauguración, el 30 de diciembre por el presidente Putin en persona –que viajó con este fin al remoto Extremo Oriente – , de la primera terminal petrolera de Rusia situada a orillas del Océano Pacífico, y destinada a los mercados energéticos cada vez mayores de Asia: China en primer lugar, pero también Corea y Japón. Se trata del puerto petrolero de Kozmin, no lejos de Vladivostok, que costó 2.000 millones de dólares y cuyas instalaciones permiten el atraque de grandes petroleros y la gestión de la carga de crudo proveniente del interior. Por el momento, llegará a Kozmin el crudo transportado en vagones de tren, solamente; el larguísimo gasoducto (más de 4.700 kilómetros) que transportará cada año 80 millones de toneladas de crudo desde Siberia hasta el mar se completará en 2014. Por ahora su longitud es «sólo» de 2.690 kilómetros, desde la central de Tayshet (donde confluyen varias conducciones de los pozos de Siberia central) hasta la estación ferroviaria de clasificación de Skovorodino, cerca del río Amur. La parte activa de la conducción ha costado hasta hoy 12.000 millones de dólares, y su terminación costará 10.000 millones más, cifras que forman parte del paquete de crédito de 25.000 millones prestado el año pasado por China a Moscú, y que será reembolsado con suministros de petróleo durante los próximos veinte años.
La inauguración del puerto de Kozmin envía un poderoso mensaje a los mercados mundiales de energía: Rusia, el mayor productor mundial de petróleo y gas, abandona su orientación europea y pretende convertirse en un actor clave en Asia, en abierta competencia con los productores de Oriente Medio, hoy dominantes. Una opción que debería, de alguna manera, resguardar al país de la previsible disminución del consumo europeo, debida tanto a la crisis económica europea como a las políticas de ahorro energético y reducción de emisiones. Por otra parte, es una también una opción que hace que Rusia sea, paradójicamente, aún más dependiente de las fluctuaciones de precios en los mercados mundiales de lo que es hoy en día.
En Europa, por el contrario, la novedad es tal que nos debe llevar a pensar: si los europeos hasta ahora siempre se han quejado de la excesiva dependencia de la energía que les venden los rusos, también se han aprovechado, más que de buena gana, de su calidad de único cliente posible, o casi, para los productores rusos de petróleo y gas. Ahora bien, esta posición está en fase de desaparición, e incluso se perfila una fuerte competencia entre los necesitados compradores de las economías de Asia, que tienen la firme intención de hacerse con la parte del león. Puede ser la ocasión para un serio replanteamiento de la política energética (es decir, medioambiental) de Europa, o el inicio de una fase larga y dura de incertidumbre de los suministros.