Ya desde sus inicios, quizás en el s. II después de Cristo, el cristianismo se crea la conciencia de que su proyecto, habría de tener “un destino (en lo…) universal”. Nada nuevo si comparamos con otras religiones, llámense confucionismo, budismo, islamismo etc… El proselitismo es algo connatural a cualquier religión.
Sin embargo, el concepto griego “Katholikos”, universal, sustancialmente incardinado en el de “la posesión de la verdadera verdad” y unicidad, parece enraizarse en el cristianismo con una fuerza definitoria que quizás no se de en las demás religiones.
En la medida en que estos conceptos se encarnan en la filosofía de la institución, la separación paulatina, aunque imparable de los principios fundacionales, convertirán al catolicismo en una entidad irreconocible comparada –e incluso radicalmente opuesta‑, con los iniciales planteamientos evangélicos.
La adopción de apostólica y romana – en oposición a otros grupos, sectas o iglesias surgidas sobre todo a partir del luteranismo- completó la fisonomía de una institución, que de alguna forma ha marcado la impronta de estos dos últimos milenios en la historia de la humanidad. Sobre todo en occidente.
Hoy podemos decir, que en definitiva, por encima de consideraciones místicas, teológicas o si se quiere religiosas, la iglesia católica ha sido por encima de todo una enorme máquina de poder político, económico y ¿espiritual…?
En otras palabras, y entre otras muchas maldades, una máquina de poder coercitivo sobre estados, pueblos y conciencias…, diseñadora del bien y del mal…, represora de libertades…, opositora habitual de cualquier avance técnico o moral que suponga un mayor oxígeno para las conciencias etc…
Una institución, que desde sus inicios optó por la coyunda con el poder civil y las oligarquías. Condenó –y expurgó- inmisericordemente, cualquier tentativa de sus miembros por restaurar y vivir los principios evangélicos, promovió por intereses políticos y económicos cruzadas terroríficas guerras de religiones…
Pues bien, esta iglesia católica sentó sus sacras posaderas en la católica España, dando a luz a uno de los engendros más dañinos de los últimos siglos: el nacionalcatolicismo…
En su nombre se cometieron los crímenes más atroces de la edad moderna: conquistas sangrantes como la de Navarra, genocidios como el de la “colonización” americana, brutalidades y humillaciones producidas por organismos expelidos desde sus entrañas, como la “Santa Inquisición”, agresiones contra la razón desde una de sus cavernas llamada “Indice”…
En nuestra tierna infancia, o tempora, o mores…!, llegábamos a sentirnos el ombligo del orbe, por el privilegio de pertenecer a la católica España, ¡tan tridentina ella!, martillo de herejes, depositaria de los valore eternos…
Hoy día, más que repudio y vergüenza, repugnancia es lo que nos produce, el hecho de haber sido amamantados con la misma leche que bebieron los Borgias y congéneres, pederastas, simoníacos y toda esa tribu de esperpentos inmorales…
Hasta el punto, añadiría, que aceptar conscientemente el magisterio de Roma, tanto como inmoral puede resultar “pecaminoso”.
Es por todo esto, dejando aparte consideraciones económicas y de justicia, absolutamente válidas por lo que simplemente y como una voz más, condeno, rechazo, deploro… la presencia de Ratzinger en el corazón de la piel de Toro.