Silvio Berlusconi es la segunda víctima colateral de alto rango de la crisis que está sacudiendo la zona euro y la Unión Europea (UE). Aferrado al poder desde hace meses a pesar de una mayoría parlamentaria tambaleante, son sus colaboradores más estrechos los que lo empujaron hacia la salida el 8 de octubre tras su encuentro con el Presidente de la República Giorgio Napolitano que le pidió abiertamente que se fuera, tras las renovadas presiones ejercidas por los otros gobiernos de la UE.
En efecto, Italia no sólo está siendo duramente golpeada por la crisis que sacude el conjunto del Viejo continente y que agrava el estado de salud anémico de la economía italiana que sufre desde hace dos décadas de un crecimiento económico muy por debajo de los otros países de la UE. La inestabilidad política que caracteriza desde hace ya varios meses al gobierno derechista de Berlusconi abrió brechas a través de las cuales el capital financiero internacional intensificó sus ataques contra la deuda italiana tras el estallido de la crisis griega, haciendo temer la caída de la tercera economía de la eurozona y una de las principales potencias imperialistas, lo que tendría consecuencias devastadoras para Francia y Alemania.
¿Por qué cae sólo ahora el Cavaliere?
¿Por qué, después de una seguidilla de escándalos políticos, mafiosos y sexuales de los cuales era el centro y que salpicaron a sus colaboradores más cercanos, Berlusconi cae recién ahora y ni siquiera dimite inmediatamente? Las razones de esta aparente incongruencia italiana desde un punto de vista de la política burguesa en un país imperialista se basan en varios factores.
Berlusconi gana con amplia mayoría la alecciones de 2008. Asume gracias al apoyo de la Liga Norte representando un fuerte bloque social que no coincide del todo con los intereses del gran capital italiano. La gran patronal italiana, concentrada en Confindustria, profundamente europeísta y partidaria de reformas estructurales que el gobierno de centro izquierda de Prodi, al que había apoyado, no había podido llevar adelante, aceptó de mala gana la victoria del Cavaliere hace tres años como síntoma de su incapacidad de ejercer una hegemonía global sobre el conjunto de las otras fracciones del capital.
La base de Berlusconi radica en este patrón de producción económico italiano, escasamente productivo, no tanto por los múltiples ataques antiobreros que terminaron casi completamente con las conquistas de la posguerra y de los años ’70, sino porque está aun profundamente vinculado a una estructura capitalista industrial y de servicios que no estuvo trastocada en los años ‘80 y ‘90 como en los otros países europeos. De ahí la fortaleza de Berlusconi, combinación de defensa de intereses particulares propios vinculados a su imperio económico y una red patronal media, con vinculaciones entre las clases populares, cuyos intereses no coinciden con los de la gran patronal y cuya expresión paradigmática es la Liga Norte. Del patrón productivo derivan también las razones por las cuales la crisis es latente en Italia desde dos décadas.
Frente a este bloque, reacio a cualquier tipo de reforma estructural pregonada por Confindustria y la UE, el centro izquierda burgués del Partido Demócrata (ex PCI y Democracia Cristiana) fue incapaz de encarnar a lo largo de estos meses de crisis una alternativa de poder creíble, inclusive a los ojos del establishment italiano: demasiado débil socialmente por una parte, desacreditada por varias legislaturas de centroizquierda que significaron sólo ataques para las clases populares, incapaz por consiguiente de asegurarse obtener una clara mayoría en las urnas para llevar a cabo las reformas, en caso de caída del gobierno.
Guerra de posiciones y escándalos: la apuesta del gobierno técnico
De ahí la estrategia de desgaste parlamentario lento y oneroso que decidió llevar adelante el PD y Confindustria, cuidándose en no reclamar la caída de Berlusconi, buscando simplemente restarle apoyo parlamentario para evitar elecciones anticipadas y poner en pie un gobierno técnico o de unidad. Esta guerra de trincheras hizo pasar la bancada berlusconiana, de 344 diputados al inicio de la legislatura, a menos de 310 hoy en día. Se plasmó en un sinnúmero de escaramuzas descabelladas basadas en múltiples escándalos que no son exclusivos de Berlusconi sino sintomáticos de una clase política italiana que nunca se recuperó de Tangentopoli, de la Operación Mani Pulite y de la transición de la Primera a una quimérica Segunda República a inicios de los ‘90.
Restándole apoyo dentro de su propia mayoría, tenía como objetivo poner en pie un gobierno técnico o de unidad. La cuestión es que esta guerra de posiciones duró mucho más tiempo de lo previsto y mientras tanto avanzaba la crisis y se hundía el país bajo los golpes de los mercados. El PD y la burguesía italiana, haciendo alarde de poca imaginación, quisieron reiterar la apuesta de diciembre de 1994 cuando fue la retirada de la xenófobaa Liga Norte de la coalición de centro derecha, lo que llevó a la caída del primer Berlusconi. Permitió la conformación de un gobierno técnico encabezado por Lamberto Dini que abrió la primera (y única) etapa de reformas capitalistas profundas en los últimos 20 años que luego prosiguieron los gobiernos de centro izquierda de Prodi (1996−1998) y D’Alema (1998−2001).
La última apuesta tardó mucho en realizarse ya que Berlusconi también había sacado lecciones del pasado. Esta vez la Liga permaneció hasta el final dentro de la coalición derechista y sólo Gianfranco Fini, exfascista de Alianza Nacional, se independizó creando FLI, restándole apoyo a Berlusconi, aunque en forma no decisiva. El Cavaliere no vaciló en comprar diputados a cambio de cargos para limitar las pérdidas, sacando a la luz que la Primera República, que la burguesía italiana pensaba haber sepultado, nunca había desaparecido, desacreditando un poco más el país.
Al eternizarse aquella guerra judicial y parlamentaria en un contexto actual bien distinto al de 1994, no sólo fragmentó un poco más el frente interno del gran capital, que quedó sin norte (con pugnas internas entre Marcegaglia, Montezemolo, que quiere entrar en política, Marchionne, el patrón de Fiat, que salió de Confindustria, etc.) sino que dio rienda suelta a los ataques de todo tipo por parte del capital financiero internacional. Hoy por hoy se está cerrando esta etapa momentáneamente bajo la presión de París y Berlín cuando ambas capitales se dieron cuenta de que una profundización del caos italiano luego del empantanamiento de Grecia podía significar un golpe de gracia para la misma eurozona.
El presidente Napolitano, que actúa cómo último baluarte de estabilidad y portavoz de Confindustria, es totalmente reacio a cualquier idea de elecciones anticipadas. Peor aún de lo que podría pasar en Grecia con elecciones inmediatas como lo reivindica la derecha de Antonis Samaras, es altamente probable que no saldría ninguna mayoría clara de las urnas en caso de elecciones anticipadas en Italia. De ahí la idea formar un gobierno técnico, esta vez encabezado por otro ex funcionario de la UE, el ex Comisario Mario Monti.
Sin embargo Berlusconi no quiso tirar la toalla y con su renuncia “en cámara lenta”, como lo define Il Corriere della Sera, intentó una última jugada desesperada. Logró hacer pasar la ley presupuestaria y el paquete de reformas prometidos a la UE antes de renunciar para recuperar el prestigio perdido y posicionar al PDL mejor, como “partido responsable” in fine, en caso de elecciones anticipadas.
Mercados y lucha de clases
La gran incógnita tiene que ver con la furia de los mercados por una parte y la aplicabilidad de aquel primer paquete de reformas por la otra. Si durante la primera fase de la crisis los anuncios de los paquetes de austeridad en los distintos países de la UE le daban algo de tregua a los gobiernos en relación a los mercados, los últimos anuncios del gobierno italiano no los apaciguaron. Siguen los ataques especulativos contra la deuda italiana (como lo demuestra el “spread” italiano que subió el 9 de noviembre al 7%, un récord histórico), sin que la UE pueda responder hoy por hoy por las discrepancias que existen entre Merkel y Sarkozy en relación al rol del Banco Central Europeo. Esto precipitó aun más el desenlace inmediato de la crisis política, poniendo definitivamente fuera de juego a Berlusconi y acelerando la constitución de un gobierno alrededor de Monti.
Como lo plantea explícitamente Il Sole 24 Ore, vocero de Confindustria, en su editorial del 09⁄11, “El tiempo es el más grande de los privilegios (…) y nosotros ya no tenemos tiempo. Europa no nos dio tiempo y tenemos tres días para establecer un calendario y medidas que retomen las recomendaciones [que formularon Merkel, Sarkozy y el BCE en la última Cumbre del G20]. Se trata de un programa a través del cual Italia tendrá que reescribir por completo el contrato social que 20 años de reformas solo modificaron muy parcialmente [y que implica transformar radicalmente un país] que incrementó sus desequilibrios sociales (…), que no sabe lo que significan las liberalizaciones, que alimenta un Estado benefactor sin tener los recursos necesarios (…). El Premier que anuncia su renuncia sigue tomándose su tiempo; y más allá de cómo termine esta enésima transición política, la cuestión de las reformas es clave. Las reformas sirven a todos, hay que implementarlas. A estas alturas, batallas tácticas entre mayoría y oposición, duelos entre personalidades y trampas solo podrían llevarnos al default”.
Esta editorial que es todo un programa de acción para la burguesía en su guerra para que la crisis la paguen los trabajadores y las clases populares subraya otra cuestión: la de la aceptabilidad del paquete actual al cual tendrían que sumarse más medidas de austeridad. Aunque desmoralizada por la experiencia del gobierno Prodi (2006−2008) que dirigió el país con el apoyo de todas las centrales sindicales, y aunque fuertemente golpeada por la crisis, la clase obrera italiana podría reaccionar abruptamente frente a las medidas que se le pretenden administrar. La juventud ya demostró su reactividad, con el movimiento estudiantil del otoño austral 2008 (“l’Onda”), las manifestaciones violentas del 15 de diciembre de 2010 y últimamente la marcha del 15 de octubre.
Por otra parte existen luchas obreras parciales, por condiciones de trabajo, sobre todo en distintos sectores de la industria y de los servicios. No abarcan solamente sectores tradicionales que volvieron al frente, como los metalúrgicos de la FIOM, en el grupo Fiat o en los astilleros de Fincantieri. La joven clase obrera inmigrante, altamente explotada, también está llevando adelante luchas radicales en Lombardía, en el sector de las cooperativas de transporte y logística.
Todos estos movimientos sin embargo plantean la cuestión de la fragmentación, de la coordinación y de la independencia política de estas luchas. Por una parte el frente de lucha más radical está dividido entre la FIOM (que se enfrenta a la línea moderada, propatronal y conciliadora de su propia confederación, la CGIL) y los sindicatos de base. Por la otra, la dirección de la FIOM sigue con una orientación de seguidismo de las distintas variantes de la izquierda reformista, en primer lugar la SEL (Izquierda, Ecología y Libertad) de Nichi Vendola, a su vez vinculado al PD, lo que impide no sólo que pueda emerger una oposición de clase independiente en Italia sino que obstaculiza cualquier posibilidad de victoria decisiva sobre la patronal y sus distintas opciones gubernamentales.
La situación que se abre con la renuncia (definitiva…) de Berlusconi podrá ser aprovechada por aquellos sectores que estuvieron movilizados en los últimos tiempos sólo si son capaces de encarnar una oposición de clase al próximo gobierno que ya se anuncia más duro, más antipopular y antiobrero que el del Cavaliere. El recuerdo del gobierno Dini que abrió su mandato con la primera reforma de las jubilaciones lo atestigua, y esta vez los márgenes de maniobra de la burguesía italiana son más estrechos aun.