No tengo especial animadversión al lehendakari Patxi López, pero apuesto y pongo la mano en el fuego a que el viaje «oficial» que hizo a los EEUU ‑pretextando impulsar la economía vasca, igual que cuando Rosa Díez y su célebre pamela, siendo consejera del insustancial Ardanza, se daba unos garbeos por ahí y no por los barrios obreros precisamente- obedece, digo, a secretos deseos infantiles insatisfechos. Su estancia en New York, Tejas (o Texas, pero pronúnciese con jota y no con equis como hacen los gringos, igual que México, que es Méjico, y es que ya no sé ni de qué escribir, abrumado como estoy en época electoral, oiga…) coincidió con la presencia en Euskal Herria de personalidades internacionales de prestigio (me reservo mis reservas) en Aiete para tratar de coadyuvar a resolver el llamado «conflicto vasco» que, para mí, es un eviterno «conflicto español», pero en fin… Es decir, vienen conspicuos aquí por ver de implementar una pista de aterrizaje a ETA y el figura se las pira, lo que da una idea de su belvedere de estadista. Primero dice lo que le pide el cuerpo: es, quizá, una operación propagandística de la izquierda abertzale; poco más tarde, previa admonición de Rubalcaba, cerebro de las últimas movidas a las que estamos asistiendo ‑por eso en el debate no dijeron ni pamplona previo pacto, cuestión de Estado‑, se retracta un pelín para decir (como si Eguiguren, hombre rubalcabesco y su avanzadilla aquí pero «incomprendida» en España, no le hubiera dicho de qué va esto) que bien, vale, bueno, como decimos en Gorliz (saludos a la peña, yo es que soy muy paleto).
López, hijo de un sindicalista ugetero, célebre en su día en la margen izquierda del Nervión o Ibaizabal, cuando Periko Solabarria trabajaba de peón en lo que luego fue el puente de Rontegi, nacido en Portu(galete) que, presumo, tomaría sus primeros potes en la zona de Pinillos (como Corcuera, en la plaza del Solar), a quien yo sólo saco tres años ‑ignoro si esto es una ventaja‑, López, digo, vería pelis de indios y vaqueros y de gánsters (todavía no conoció a Felipe González) en los cines (pocos, y ya no queda ni uno) del pueblo en sesiones matinales domingueras, a veces dobles, eran películas de «serie B» (luego a tomar unos jariguays, unas partidas al futbolín y a jamar a casa el pollo o el arroz con pimentón que había hecho la abuela; entre semana, porrusalda o, como diría Javi Clemente, purrusalda). Pelis que fascinaban las retinas de los imberbes pero ya púberes con bozo o «luchana», que es el pelillo que te salía debajo del labio inferior (nada que ver con Lutxana, barrio barakaldés donde nací, como sabe todo dios y en el extranjero ni te cuento). López dijo para sus arredrodentros, expresión unamuniana: «yo tengo que estar allí y ver el Empire State y el Álamo». Sueño infantil cumplido (Aizpurutxo ni sabe dónde está), como lehendakari. Sé esto porque conozco el percal, la sociología ezkerraldiana. Yo habría hecho lo mismo, pero pagándomelo de mi bolsillo (se oyen pitos y abucheos de fondo, Odriozola, menos lobos, quinqui, que estás calao bacalao). Es lo que hay…