Antes de ayer, el embajador de Estados Unidos en Turquía y enviado para Siria y el Líbano, Tom Barak, publicó lo que presentó como una «advertencia» a Líbano, un largo hilo disfrazado de diplomacia, pero con el tono y el peso de una amenaza. Detrás de sus palabras cuidadosamente elegidas sobre «evitar la lucha civil» y «proteger la estabilidad de Líbano», Barak dejó claro: la preocupación de Estados Unidos no es por la seguridad del pueblo libanés, sino por la seguridad de la ocupación «israelí». Su afirmación de que Hizbullah debe desarmarse, o de lo contrario Líbano corre el riesgo de una guerra civil y una posible escalada «israelí», no es una sugerencia. Es una amenaza contra la soberanía del Líbano, un mensaje directo de que Estados Unidos seguirá moldeando la región mediante la coerción, no la diplomacia.
Esta es la lengua del poder colonial; una retórica que prioriza la seguridad de una fuerza ocupante por encima de la seguridad de un pueblo ocupado. El «consejo» de Barak al Líbano es un ejemplo enciclopédico de la doble vara de medir estadounidense: proteger el derecho de «Israel» a librar guerras de agresión, mientras se priva a las víctimas de su derecho a la autodefensa. Tales palabras, procedentes de quien se presenta como diplomático, exponen la verdadera agenda estadounidense: debilitar a la resistencia, desestabilizar internamente al Líbano y preservar la supremacía militar de «Israel» en la región.
Pero el momento escogido por Barak no es casual. Estados Unidos está profundamente inquieto por las próximas elecciones parlamentarias del Líbano en 2026; elecciones que podrían nuevamente demostrar la arraigada legitimidad del movimiento de la resistencia dentro del tejido político y social libanés. Estados Unidos sabe que Hizbullah no es solo una facción política; es un movimiento nacional cuyo apoyo atraviesa las venas de la población libanesa, uno que defendió la dignidad de Líbano cuando nadie más lo hizo. Lo que más teme Estados Unidos no son los arsenales de Hizbullah; es la legitimidad de Hizbullah. El temor a que, por medios democráticos, el pueblo libanés reafirme su elección de la Resistencia como necesidad política y defensiva aterroriza al establishment estadounidense más que cualquier misil.
No olvidemos que esos misiles ya demostraron su poder disuasorio. Hasta el alto el fuego del 27 de noviembre de 2024, el ente sionista de «Israel» era alcanzado casi a cada hora desde el frente libanés. El 26 de noviembre, incluso Tel Aviv fue atacada por los precisos disparos de Hizbullah lanzados desde el sur del Líbano; un recordatorio claro de que cualquier nueva agresión tendría un coste elevado. A pesar del llamado alto el fuego, el ente sionista lo ha violado más de 6.000 veces según estadísticas del ejército libanés, mientras que el Líbano mostró contención, optando por la estabilidad en vez de la escalada. Pero parece que Estados Unidos y el ente sionista de «Israel» no están listos para la paz; preparan la narrativa para una nueva confrontación, que busca quebrar la columna vertebral del Líbano antes de que abran las urnas en 2026.
Aquí es donde el mensaje de Barak deja de ser mera pose política y se vuelve peligroso. Al predecir lucha civil y al insinuar intervención extranjera, está invitando efectivamente a la inestabilidad en el Líbano. Esto es un asalto al derecho del pueblo libanés a reconstruir, a recuperarse, a vivir sin la constante amenaza de guerra y sanciones. No olvidemos que mientras el Líbano lucha por reconstruir lo que los bombarderos «israelíes» destruyeron, incluso empresas privadas que intentaron ayudar a levantar viviendas en el Sur fueron bombardeadas. La «preocupación» occidental por el futuro libanés siempre ha venido envuelta en el humo de los aviones de guerra y el peso de un asedio económico.
23 de octubre de 2025
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