Timoleón Jiménez , Comandante del Estado Mayor Central. FARC-EP
Me siento política y moralmente impelido a decir algo a quienes marcharon el día 6 de diciembre y a quienes no lo hicieron. Lo intentaré brevemente, en procura de no azuzar demasiado a las arpías de la gran prensa, que no perderán la ocasión para atribuirnos las más bajas intenciones.
Al contrario de lo que alguna gente enferma de odio visceral piensa, no estamos muriéndonos de risa por la reducida asistencia con la que contaron las marchas promocionadas. Respetamos mucho esta patria para eso. Reconozco más bien que miramos con profunda seriedad el tema.
Porque está visto que el más intenso y palpitante anhelo de los colombianos es la paz, mientras que de la boca de Santos no brotan más que amenazas de profundizar la guerra. Aplastar por completo o reducir a la más baja humillación, por las buenas o las malas, bufa babeante.
Y así no puede ser. Estamos seguros de que los millones de colombianos damnificados por el invierno, la desidia y la indiferencia, no miran con buenos ojos el crecimiento de la guerra. En menos de dos años, el conflicto se tragará todo lo que en diez prometen para las víctimas.
Es absurdo. Más de cinco millones de desplazados, 200.000 asesinados por el paramilitarismo, una cifra casi igual de desaparecidos, centenares de fosas comunes, miles de ejecuciones extrajudiciales o falsos positivos. Y se pretende reforzar el fuero militar de impunidad.
El pueblo ya no está para ser más pendejo. Para ser arrastrado del cabestro por las grandes multinacionales y empresarios locales, por los monopolios informativos, por un régimen sanguinario que posa de civilizado. Ya no se presta para avalar el crimen.
Se nos llama cínicos por expresar nuestro pesar a las familias de los prisioneros de guerra recién fallecidos. La verdad nos estremece esta cruda realidad. Fueron catorce años conservando sus vidas en medio de la hostilidad total del Estado. Anhelábamos que se fueran vivos.
Por ellos mismos, al fin gente humilde que por un sueldo se somete a eso. Y porque representaban la esperanza de que los prisioneros nuestros también volvieran de sus duros encierros. Y porque cualquier acuerdo humanitario puede abrir las puertas a un diálogo por la paz en Colombia.
Y porque definitivamente todos los colombianos y todos los seres humanos tenemos derecho a morirnos de viejos rodeados por el calor de una familia. Pero este derecho sólo se lo han atribuido para sí los dueños de las grandes fortunas en Colombia. Por conservarlas, matan a cualquiera.
Nos conmueven las consignas de los marchantes que salen a la calle a exigir el intercambio humanitario, la solución política, el inicio cuanto antes de las conversaciones. Por ellos, los empresarios y los ricos se abstuvieron de meterse la mano al bolsillo para dar su apoyo.
Presintieron que la cosa no iba a funcionarles como querían. Su demencial espíritu belicista los induce ahora a la rabia. Retoma total urgencia la expresión general del clamor por la paz y la solución política, para frenar en seco la peligrosa irritación de quienes chillan por la guerra total.
Comandante del Estado Mayor Central. FARC-EP
Diciembre 7 de 2011.